Capítulo5
Camila terminó siendo llevada al hospital gracias a la ayuda de un buen samaritano.

Era la segunda vez que se lastimaba en la cabeza, y el médico no tardó en reprenderla por no saber cuidarse.

Ella no supo qué responder. ¿Cómo explicarle que esas heridas no eran producto de su descuido, sino de los dos hombres que, alguna vez, habían sido lo más importante en su vida?

En medio de sus pensamientos, su teléfono vibró por una notificación.

Con el ceño fruncido, lo abrió.

Lo primero que escuchó fue la voz dulce y frágil de Viviana, fingiendo preocupación:

—Camila también está herida. La están vendando en la sala de al lado. Cristian, Luan, ¿por qué no van a verla? Pobrecita, seguramente se siente muy sola y triste.

Cristian, que estaba arreglando una manzana para dársela a Viviana, respondió con frialdad:

—Viviana, eres demasiado buena. Ella me lastimó con su actitud. Que sienta lo mismo, a ver si aprende.

Luan, con la misma indiferencia, le pasó un vaso de agua con suavidad antes de añadir:

—Viviana, ahora no tengo tiempo para más preocupaciones.

«No tengo tiempo para más preocupaciones», repitió Camila en silencio. Se quedó mirando la pantalla. Y entonces, rio.

Una risa amarga, rota, ahogada por las lágrimas que descendían con la fuerza de una cascada.

Cuando salió del hospital, se encerró en su habitación y no volvió a salir

El día de su cumpleaños, Camila solamente bajó las escaleras cuando Eduardo y Rosa regresaron de su viaje de trabajo.

En la sala, los empleados y decoradores iban de un lado a otro, ajustando los últimos detalles para la fiesta de esa noche.

Con sonrisas radiantes, Eduardo y Rosa sacaron dos vestidos y los entregaron a sus hijas.

A Viviana le dieron un vestido de alta costura de la última colección, con inculturaciones de diamantes, valorado en una cifra cercana a los 150,000 dólares.

A Camila, en cambio, le entregaron un vestido de noche con un diseño de estrellas, una pieza que había desfilado en pasarelas años atrás y ya estaba pasada de moda.

Cualquiera con un mínimo de sentido común podría notar un favoritismo.

Pero Eduardo y Rosa se apresuraron a justificarlo con una sonrisa:

—Ese tono resalta mejor el cutis de Camila.

A un lado, las empleadas que limpiaban intercambiaron miradas y comenzaron a murmurar en voz baja.

—¿De verdad la señorita Camila es la hija verdadera? Hoy es su cumpleaños y sin importarles el señor y la señora le dieron el vestido más caro a la adoptada —susurró una.

—Se inventan miles excusas, pero está claro que no quieren que la señorita Camila se vea más elegante que ella. Y la verdad, la señorita es mucho más linda —agregó otra.

—Eso no es todo —intervino una tercera—. La señorita Camila es dulce y amable con nosotras, siempre nos trata con respeto. En cambio, la adoptada es insoportable, siempre arrogante y engreída, castigándonos o gritándonos por cualquier tontería. La detesto, ¿cuándo se va a casar y se va a largar de una vez?

—Dicen que muy pronto. La familia Ocampo ya está preparando la boda.

Camila escuchó en silencio los comentarios de las empleadas sin decir nada. Tomó sus cosas y regresó a su habitación.

Todos creían que Viviana se casaría con Pedro.

Solo Camila sabía la verdad. La que partiría sería ella.

¿Quién podría imaginar que, entre su hija biológica y la adoptada, sus propios padres elegirían abandonar a la de su propia sangre?

La fiesta empezó a la hora planeada, específicamente a las seis de la tarde.

En cuanto Viviana hizo su entrada, todas las miradas se posaron en ella.

Los invitados se acercaron de inmediato, rodeándola con felicitaciones entusiastas:

—¡Viviana, estás preciosa hoy! Sin duda, eres la estrella de la noche.

—Intenté reservar ese vestido mil veces y no lo conseguí. Tus padres te consienten muchísimo.

Las alabanzas llovían sin cesar, y en medio de los halagos, todos parecieron olvidar un pequeño detalle:

La verdadera cumpleañera era Camila.

Pero ella no dijo nada.

Sentada en el sofá, en silencio, su mirada se posó frente la enorme torta de frutas y en la mesa repleta de mariscos.

Todo eso era lo favorito de Viviana.

Y, casualmente, Camila era alérgica tanto al mango como al marisco.

Así que no comió nada en toda la noche.

Llegó el momento de cantar el «Feliz cumpleaños», y todos se reunieron en torno a Viviana en el centro del salón.

Incluso los obsequios parecían tener el nombre de Viviana.

Eduardo y Rosa, con una generosidad desbordante, le obsequiaron una villa en pleno centro de la ciudad, donde cada metro cuadrado costaba una fortuna.

Cristian, sin pensarlo, transfirió a su nombre la mitad de sus acciones en el Corporativo Máximo.

Y Luan…

Luan le entregó un collar de diamantes valuado en millones, una pieza que había adquirido días atrás en una subasta exclusiva.

En cuanto el resplandeciente collar apareció, el murmullo entre los invitados no se hizo esperar.

Algunos reconocieron al instante el significado de aquella joya.

—¡Ese collar representa el amor verdadero! ¿Será que le pedirá matrimonio? ¡Parece que Luan quiere casarse con Viviana! —murmuró alguien.

—Dicen que el amor de la adolescencia nunca le gana al amante a medio camino … y ahora lo creo más que nunca —susurró otra persona.

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