“Te robé unos calcetines” decía la nota que encontró ni bien despertó, estaba escrito en un blog de notas que siempre tenía sobre el buró, un blog donde él gustaba de escribir tonterías que siempre terminaban en nada, y fue ahí donde escribió una nota para esa joven que, posiblemente, no volvería a ver jamás.
Mientras tanto, la joven que también creía no se encontraría de nuevo con ese sujeto, de nombre Humberto, entró al pequeño departamento que compartía con su mejor amiga, quien, desde el sofá en que había pasado una terrible noche, la miró con furia.
—¡¿Dónde demonios estabas?! —preguntó Ariana en un grito, dejando el sofá y andando hasta una desalineada rubia que, contrario a la furia que fue cuando se fue de ese lugar la noche anterior, se veía de muy buen ánimo—. ¿Tienes idea lo preocupada que estaba?
—Lo lamento —aseguró Elisa, abrazando a una chica que había terminado por llorar cuando al fin la atrapó—, debí llamarte, pero, ya sabes, mi celular...
—Sí —declaró la Ariana—, ya sé, se rompió cuando se lo tiraste al coche de ese imbécil. Lo único bueno de eso es que le rompiste el vidrio.
—Pues sí —concedió la rubia a una joven de cabello castaño, rizado y precioso—, pero creo que mi celular era más caro que su estúpido vidrio, y me tocará comprarme otro sola.
—¿Dónde estabas? —cuestionó la castaña luego de asentir, entonces Elisa negó con la cabeza y se acomodó el cabello, dejando ver una marca de beso que ni siquiera sabía que tenía, entonces Ariana bufó una risa y negó con la cabeza.
No quería culparla, no era malo que su amiga se divirtiera, sobre todo ahora que había pasado por algo tan malo como haber sido traicionada por su novio con una compañera de trabajo; pero, aun así le molestaba que hiciera tonterías y, que no le contara nada, significaba que Elisa lo consideraba un error del que haría ojos ciegos.
» Si te vas a arrepentir, no deberías hacer las cosas, en primer lugar —declaró Ariana y Elisa sonrió pesarosa al momento que cerraba los ojos, entonces ambas se separaron para ir cada una a su habitación.
Ambas estaban cansadas y ninguna de las dos tenía qué hacer ese día, pues, como cosa del destino, no solo las habían engañado sus respectivas parejas, sino que ambas se habían quedado sin trabajo también.
Sí, necesitaban conseguir un empleo, pero un día desperdiciado luego de pasar por tanto no las mataría, al contrario, tal vez descansar un poco les daría la fuerza para continuar a pesar de todo lo malo que les había ocurrido.
**
Elisa miró de nuevo el letrero en la pulcra pantalla de su nuevo celular, uno que le tomaría, por lo menos, dos años poder pagar completo, y que le costaría mucho más a ella de lo que le costaría a alguien que lo pudiera pagar de contado; pero ella no podía darse semejante lujo, y, prefería sufrir por pagar algo caro durante mucho tiempo que batallando con la mala calidad de un teléfono económico.
El letrero era una oferta de trabajo, parecía algo serio, pero, como en la mayoría de los buenos trabajos, ella quedaba debiendo con uno de los requisitos, el de la licenciatura terminada.
Tras la muerte de su padre, con quien se había quedado luego de que su madre los abandonara llevándose consigo a sus dos hermanos mayores, ella había tenido que hacerse cargo de sí misma, así que terminar la licenciatura fue algo que no logró, sobre todo tras un año de terrible depresión, una depresión que, luego de tres años de ponerse en pie, seguía tirándola al piso de vez en cuando.
De todas formas, tenía experiencia en el trabajo solicitado, incluso había estudiado en línea algunos cursos, de los que no había obtenido un certificado porque habían sido gratuitos, que la ponía sobre muchos licenciados en administración y contaduría, así que, confiando en eso, decidió probar suerte.
Sin embargo, los requisitos eran requeridos por una razón, y dicha razón le cerró las puertas de un par de puestos que le habría encantado tener. Ese letrero sería su último intento de obtener algo bueno, si tampoco lo lograba regresaría sus pasos y preguntaría en ese par de hoteles donde solicitaban, en uno, recepcionista y, en el otro, lavandera.
—Vengo por el anuncio de auxiliar contable de su página web —declaró Elisa Alatorre tras entrar al edificio y llegar a la recepción.
La señora tras el mostrador la miró de arriba abajo, como escaneándola, incomodando a Elisa que, procurando no hacerlo muy notorio, tragó el grueso de saliva en su garganta y respiró profundo.
—¿Me permites tus papeles? —preguntó entonces la recepcionista, extendiendo la mano y tomando la temblorosa carpeta que la joven rubia le extendía—. Dame dos minutos, por favor.
Elisa asintió y, tras ver a la mujer de la recepción irse, miró a todos lados, encontrándose con la sala de espera, a donde caminó para sentarse un rato a menguar sus nervios y a rezarle al cielo por una oportunidad.
Sin embargo, la oportunidad no llegó tampoco esa vez, de rato volvió la recepcionista con su carpeta de papeles y se la devolvió informando que la reclutadora los había revisado y concluido que no cumplía con el perfil.
La rubia sintió sus esperanzas hacerse pedacitos, entonces, con el dolor de estómago a punto de hacerla llorar, agradeció a la mujer que, tan amablemente, la estaba despidiendo luego de comunicarle la resolución de una persona que ni siquiera se dio la oportunidad de entrevistarla.
Con la cabeza gacha, mirando al piso y concentrada en su respiración para evitar llorar frente a todo el mundo, Elisa caminó hacia la puerta, procurando no toparse con nadie, pero, de pronto, un par de zapatos caros se atravesaron en su vista, y no tuvo más opción que levantar el rostro cuando reconoció la voz de la persona que se había atravesado en su camino.
—Pero si es la señorita ladrona —declaró juguetonamente Humberto Valtierra, y Elisa le miró perpleja—. ¿Qué te trae por acá? ¿Viniste a devolverme mis calcetines?
Elisa, que había estado sin respirar desde que recibió sus documentos de regreso, volvió a tomar aire cuando sonrió por el comentario de ese joven, y también por su preciosa sonrisa.
—No —respondió la chica en un tono bajo de voz—. No creo poderlos devolver, lo siento mucho.
Humberto sintió algo de pena por la chica que, aunque ya había visto llorar antes, se veía mucho más triste que la noche en que se conocieron, entonces la miró con atención y se dio cuenta del folder en sus manos, folder que tomó y revisó, conociendo al fin su nombre y adivinando la razón de estar en ese lugar.
—Parece que buscas empleo —declaró Humberto, volviendo a alzar las manos para que la joven no lograra tomar de regreso lo que le pertenecía: su folder con sus documentos—. ¿No lo obtuviste?
—No cumplo el perfil —respondió Elisa, rindiéndose a que ese hombre, de ropa de marca, revisara sus documentos, porque ni loca se pondría a saltar frente a él y a todo el mundo en pleno día y plena entrada de ese edificio de oficinas donde no podría trabajar por falta de educación.
—Creo que tengo un puesto donde encajarías bien —declaró Humberto tras hacer un sonido que indicaba que pensaba, mirando a la joven con... ¿picardía? Sí, con picardía.
—¿Por qué la cara larga? —preguntó Humberto, a sabiendas de que era puro nerviosismo lo que tenía a la joven con el rostro rígido. —Creo que estoy un poco decepcionada —respondió Elisa, obligándose a bromear para relajarse un poco, porque lo necesitaba, y mucho. —¿Decepcionada? —preguntó el joven, mirando con curiosidad a la rubia que sonreía nerviosa—, ¿de qué estás decepcionada? —De que me trajeras a la oficina en lugar de a tu casa luego de ofrecerme trabajo —explicó la cuestionada, mirando cómo los ojos de ese hombre se abrían enormes mientras le miraban con sorpresa—, para ser tu sirvienta, quiero decir. Al escuchar eso, Humberto soltó tremenda carcajada, y eso hizo que todo el mundo en el lugar que atravesaban los mirara con extrañeza. Elisa se quedó sin respiración, ser el centro de atención nunca había sido lo suyo, y ahora tenía muchos pares de ojos observándola. —Yo jamás te llevaría a trabajar a mi casa, bonita —declaró Humberto Valtierra, queriendo también jugar con la
Abrió los ojos con pesadez, necesitaba urgentemente ir al baño. Tenía ya un buen rato con ganas de ir, pero, debido a lo cómoda y cansada que estaba, lo estuvo ignorando, cosa que ya no podía hacer más.Se sentó en el colchón, sintiendo cómo el brazo de su acompañante le atrapaba por la cintura, así que giró la cabeza y se encontró con su jefe durmiendo a su lado.Erika suspiró, sabía bien que no debería estarse acostando con su ahora jefe, pero había algo en él que le encantaba demasiado, y era seguro que algo en ella también le encantaba en él, y es que, sin duda alguna, era Humberto Valtierra quien daba pie a que todo pasara, y ella simplemente se dejaba llevar.Con cuidado de no despertarlo, la joven quitó de encima de sí el brazo de ese hombre, y se movió con pesadez para ir al baño, recogiendo en silencio toda su ropa, esa que había quedado tirada por todas partes cuando entró a la habitación de su jefe.Horas atrás, mientras aún era de noche, luego de cenar juntos y de beber pa
—Parece que lo hace bien, ¿no? —preguntó una de las cuatro secretarias que conformaban ese tipo sala de estar en forma hexagonal, donde un escritorio resguardaba la puerta de cada una de las oficinas—… en la cama, digo. ¿No usa cada vez marcas más caras?Elisa suspiró mientras rodaba los ojos, ese comentario definitivamente era para ella, pues, ni bien ponía un pie en ese lugar, todas las que ahí chismorreaban, mientras trabajaban, soltaban alguna crítica, algún mal comentario y hasta insultos hacia su persona.Pero ella no dijo nada, lo cierto era que, en esos cuatro meses que llevaba trabajando en ese lugar, no había semana en que su jefe no le regalara algo de marca; era como si intentara cubrirla con una mejor piel para luego merecerse verla con la piel desnuda.A ella no le incomodaba, la verdad era que también le gustaba tener cosas que su cartera no alcanzaba a comprar, porque, lejos de lo mucho que costaban, eran tan hermosas que el simple hecho de utilizarlas le hacía sentir
—Creo que debería comenzar a dejar de preocuparme por ti y ese sujeto —declaró Ariana, que veía a su amiga llegar a su casa, de nuevo de madrugada, para cambiarse de ropa y, de esa manera, poder ir al trabajo sin que nadie sospechara que había pasado la noche con su jefe.O, sería mejor decir, para que nadie confirmara con sus propios ojos que era así, porque sospechas tenían todos, y no era más que la realidad lo que todos susurraban en su frente y a sus espaldas sobre ella siendo la amante de su jefe.» Es decir, ahora incluso te trae a casa a pesar de ser las seis —finalizó señalando la mejor amiga de una rubia que, luego de ser descubierta llegando a casa de madrugada, se había quedado sin aire.—Solo lo hace porque le queda de paso para ir al gimnasio —excusó Elisa, encaminándose a su habitación para dar inicio con su día con un buen baño.—Sabes, creo que lo que sigue es él ofreciéndote ir a vivir con él y luego de eso una boda —declaró Ariana y, aunque a la rubia le emocionó la
Elisa abrió los ojos, sintiendo cómo estos ardían por la resequedad que ahora los contorneaba, y giró la cabeza hacia un lado, descubriendo algo que odiaba y que había dejado sobre la cama la noche anterior justo antes de entrar al baño a lavarse los dientes: prueba de embarazo positiva.La rubia se giró, volviendo a clavar sus ojos en el techo, entonces suspiró y luego lloró de nuevo sin poder contener todo ese dolor que pretendía dejar su alma convertida en lágrimas.La semana anterior ella había estado demasiado molesta para notarlo con claridad, pero lo cierto era que el corazón roto dolía demasiado, pero no porque en verdad ese órgano pudiera dañarse con malos tratos, sino por todo lo que implicaba.Comprobar que ese hombre, que ella no podría dejar de amar, jamás la amaría, significaba que ella debía enterrar todos sus sueños de un futuro feliz a su lado, sueños que ni siquiera supo que estaba teniendo; y eso era de verdad doloroso.—Desearía retroceder un año —dijo y luego llor
Abrió los ojos de nuevo, y esta vez estaba en una habitación en completa soledad, o eso fue lo que pensó hasta que, de una de las dos puertas frente a su cama, salió su madre que, al verla despierta, no pudo evitar respirar casi aliviada.—Me diste un susto tremendo —declaró una mujer de mediana edad, de cabello tan rubio como el de ella y de ojos claros—. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? Ni siquiera sabía que salías a con alguien.Elisa no dijo nada, con el rostro afligido y con evidente cansancio, la joven miró a donde su madre no estaba.» ¿En serio te vas a poner así? —preguntó Elsa Andrade, madre de la joven en esa cama de un hospital al que había ingresado tras perder la conciencia en un cuadro de estrés generalizado—. Te juro que no te entiendo. ¿Qué hice tan mal para que me trates de esta manera? Yo solo he querido lo mejor para ti, siempre.—Si lo mejor para ti era abandonarme, ¿para qué vienes y cambias de opinión a estas alturas, madre? —cuestionó la chica, en
—¿Por qué no vienes a pasar unos días a mi casa? —preguntó Jonás, hermano mayor de Elisa, luego de que ella, al fin, le tomara una llamada; y luego de que hablaran de montón de cosas, incluyendo la situación de Elisa. » Creo que te hará bien tomarte un descanso de todo y pensar las cosas con calma en un lugar tranquilo —declaró un joven rubio y de ojos miel—. Mi casa es tranquila, si no tienes en cuenta el llanto de mis hijos, las risas de mis hijos y los gritos de mis hijos. Elisa sonrió. En realidad, ella nunca había escuchado hablar a su hermano sobre su familia, porque ella no se había interesado en ellos antes; pero, ahora que se sentía tan sola, y tan confundida, pensó que tal vez él tendría algo bueno para decirle, por eso aceptó su llamada. Jonás era el mayor de sus hermanos mayores gemelos, y se había casado aun estando en la universidad. Jacobo siempre había dicho que ese chico tenía la vida resuelta, por eso ni siquiera se tomaba un minuto para pensar en lo que haría, él
Su día había sido agotador, sentía que sus piernas hormigueaban y ni hablar de lo adoloridas que estaban sus pantorrillas, incluso sus mejillas se estaban quejando de lo mucho que les dolía haber estado sonriendo todo el día; y es que, luego de llorar en los brazos de su hermano mayor, un poco desahogada, quizás, pudo sonreírle a su cuñada y sus dos pequeños sobrinos. Elisa se sorprendió de lo mucho que podía disfrutar conociendo nuevas personas, sobre todo cuando podían ser tan significativas para ella, si es que se lo permitiera; porque conocer a sus sobrinos le llenó de una indescriptible emoción, y ver a su cuñada siendo mamá la hizo estremecer de tal manera que la rubia se replanteó, casi sin querer, ese pensamiento de que ser mamá era lo peor que le podía pasar. Sí, aún no lograba deshacerse de esa sensación de que no era el mejor momento, y seguía pensando que todo podría ser demasiado difícil estando sola, pero cuando, tirada en esa cama, puso su mano sobre su vientre y escu