CAPÍTULO 3

“Te robé unos calcetines” decía la nota que encontró ni bien despertó, estaba escrito en un blog de notas que siempre tenía sobre el buró, un blog donde él gustaba de escribir tonterías que siempre terminaban en nada, y fue ahí donde escribió una nota para esa joven que, posiblemente, no volvería a ver jamás.

Mientras tanto, la joven que también creía no se encontraría de nuevo con ese sujeto, de nombre Humberto, entró al pequeño departamento que compartía con su mejor amiga, quien, desde el sofá en que había pasado una terrible noche, la miró con furia.

—¡¿Dónde demonios estabas?! —preguntó Ariana en un grito, dejando el sofá y andando hasta una desalineada rubia que, contrario a la furia que fue cuando se fue de ese lugar la noche anterior, se veía de muy buen ánimo—. ¿Tienes idea lo preocupada que estaba?

—Lo lamento —aseguró Elisa, abrazando a una chica que había terminado por llorar cuando al fin la atrapó—, debí llamarte, pero, ya sabes, mi celular...

—Sí —declaró la Ariana—, ya sé, se rompió cuando se lo tiraste al coche de ese imbécil. Lo único bueno de eso es que le rompiste el vidrio.

—Pues sí —concedió la rubia a una joven de cabello castaño, rizado y precioso—, pero creo que mi celular era más caro que su estúpido vidrio, y me tocará comprarme otro sola.

—¿Dónde estabas? —cuestionó la castaña luego de asentir, entonces Elisa negó con la cabeza y se acomodó el cabello, dejando ver una marca de beso que ni siquiera sabía que tenía, entonces Ariana bufó una risa y negó con la cabeza.

No quería culparla, no era malo que su amiga se divirtiera, sobre todo ahora que había pasado por algo tan malo como haber sido traicionada por su novio con una compañera de trabajo; pero, aun así le molestaba que hiciera tonterías y, que no le contara nada, significaba que Elisa lo consideraba un error del que haría ojos ciegos.

» Si te vas a arrepentir, no deberías hacer las cosas, en primer lugar —declaró Ariana y Elisa sonrió pesarosa al momento que cerraba los ojos, entonces ambas se separaron para ir cada una a su habitación.

Ambas estaban cansadas y ninguna de las dos tenía qué hacer ese día, pues, como cosa del destino, no solo las habían engañado sus respectivas parejas, sino que ambas se habían quedado sin trabajo también.

Sí, necesitaban conseguir un empleo, pero un día desperdiciado luego de pasar por tanto no las mataría, al contrario, tal vez descansar un poco les daría la fuerza para continuar a pesar de todo lo malo que les había ocurrido.

**

Elisa miró de nuevo el letrero en la pulcra pantalla de su nuevo celular, uno que le tomaría, por lo menos, dos años poder pagar completo, y que le costaría mucho más a ella de lo que le costaría a alguien que lo pudiera pagar de contado; pero ella no podía darse semejante lujo, y, prefería sufrir por pagar algo caro durante mucho tiempo que batallando con la mala calidad de un teléfono económico.

El letrero era una oferta de trabajo, parecía algo serio, pero, como en la mayoría de los buenos trabajos, ella quedaba debiendo con uno de los requisitos, el de la licenciatura terminada.

Tras la muerte de su padre, con quien se había quedado luego de que su madre los abandonara llevándose consigo a sus dos hermanos mayores, ella había tenido que hacerse cargo de sí misma, así que terminar la licenciatura fue algo que no logró, sobre todo tras un año de terrible depresión, una depresión que, luego de tres años de ponerse en pie, seguía tirándola al piso de vez en cuando.

De todas formas, tenía experiencia en el trabajo solicitado, incluso había estudiado en línea algunos cursos, de los que no había obtenido un certificado porque habían sido gratuitos, que la ponía sobre muchos licenciados en administración y contaduría, así que, confiando en eso, decidió probar suerte.

Sin embargo, los requisitos eran requeridos por una razón, y dicha razón le cerró las puertas de un par de puestos que le habría encantado tener. Ese letrero sería su último intento de obtener algo bueno, si tampoco lo lograba regresaría sus pasos y preguntaría en ese par de hoteles donde solicitaban, en uno, recepcionista y, en el otro, lavandera.

—Vengo por el anuncio de auxiliar contable de su página web —declaró Elisa Alatorre tras entrar al edificio y llegar a la recepción.

La señora tras el mostrador la miró de arriba abajo, como escaneándola, incomodando a Elisa que, procurando no hacerlo muy notorio, tragó el grueso de saliva en su garganta y respiró profundo.

—¿Me permites tus papeles? —preguntó entonces la recepcionista, extendiendo la mano y tomando la temblorosa carpeta que la joven rubia le extendía—. Dame dos minutos, por favor.

Elisa asintió y, tras ver a la mujer de la recepción irse, miró a todos lados, encontrándose con la sala de espera, a donde caminó para sentarse un rato a menguar sus nervios y a rezarle al cielo por una oportunidad.

Sin embargo, la oportunidad no llegó tampoco esa vez, de rato volvió la recepcionista con su carpeta de papeles y se la devolvió informando que la reclutadora los había revisado y concluido que no cumplía con el perfil.

La rubia sintió sus esperanzas hacerse pedacitos, entonces, con el dolor de estómago a punto de hacerla llorar, agradeció a la mujer que, tan amablemente, la estaba despidiendo luego de comunicarle la resolución de una persona que ni siquiera se dio la oportunidad de entrevistarla.

Con la cabeza gacha, mirando al piso y concentrada en su respiración para evitar llorar frente a todo el mundo, Elisa caminó hacia la puerta, procurando no toparse con nadie, pero, de pronto, un par de zapatos caros se atravesaron en su vista, y no tuvo más opción que levantar el rostro cuando reconoció la voz de la persona que se había atravesado en su camino.

—Pero si es la señorita ladrona —declaró juguetonamente Humberto Valtierra, y Elisa le miró perpleja—. ¿Qué te trae por acá? ¿Viniste a devolverme mis calcetines?

Elisa, que había estado sin respirar desde que recibió sus documentos de regreso, volvió a tomar aire cuando sonrió por el comentario de ese joven, y también por su preciosa sonrisa.

—No —respondió la chica en un tono bajo de voz—. No creo poderlos devolver, lo siento mucho.

Humberto sintió algo de pena por la chica que, aunque ya había visto llorar antes, se veía mucho más triste que la noche en que se conocieron, entonces la miró con atención y se dio cuenta del folder en sus manos, folder que tomó y revisó, conociendo al fin su nombre y adivinando la razón de estar en ese lugar.

—Parece que buscas empleo —declaró Humberto, volviendo a alzar las manos para que la joven no lograra tomar de regreso lo que le pertenecía: su folder con sus documentos—. ¿No lo obtuviste?

—No cumplo el perfil —respondió Elisa, rindiéndose a que ese hombre, de ropa de marca, revisara sus documentos, porque ni loca se pondría a saltar frente a él y a todo el mundo en pleno día y plena entrada de ese edificio de oficinas donde no podría trabajar por falta de educación.

—Creo que tengo un puesto donde encajarías bien —declaró Humberto tras hacer un sonido que indicaba que pensaba, mirando a la joven con... ¿picardía? Sí, con picardía.

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