CAPÍTULO 2

—¡Yo no vivo por aquí! —casi gritó Elisa, y Humberto sonrió antes de fingir que no había escuchado ese reclamo de una joven, subiendo la velocidad de la moto para no tener que escuchar su siguiente queja.

Y la treta le dio buen resultado pues, en respuesta al aumento de velocidad, la rubia se aferró al cuerpo del hombre con más fuerza, complaciéndolo mucho más.

Humberto no podía negar que esa joven le había encantado desde que la vio, tanto que incluso se emocionó tras verla ir de la barra a directo hasta su mesa y, aunque le sacó de onda que le gritara tonterías y le aventara un zapato, la verdad es que incluso eso le encantó de ella.

Y ahora estaban ambos ahí, a la entrada de su departamento, con él haciendo todo lo posible por borrar el trago amargo que los dos habían tenido al conocerse, porque él no la había pasado precisamente bien siendo insultado y golpeado, y había sido obvio para él que ella tampoco pasó por un momento grato, de otra manera no había terminado llorando a media calle, abrazando un par de zapatos.

—Solo curaré tus pies —aseguró Humberto cuando, tras acomodar su moto, intentó tomar a la joven en sus brazos y ella le miró con el rostro fruncido—, a menos que quieras otra cosa.

Elisa suspiró, cerrando los ojos, luego de eso extendió sus brazos al joven y se dejó levantar por él, quien la llevó hasta su departamento donde hizo lo que prometió, le limpió los pies y los curó con alcohol, haciendo quejar a la chica por el ardor que le provocó ese líquido en la piel abierta.

—Eres un bruto —declaró la joven tras darse cuenta de que ese líquido incoloro, en una linda botella de cristal, era alcohol, esto por el olor y el ardor—. Agua habría sido suficiente.

—Todo es mejor con alcohol —aseguró Humberto, levantando todo lo que había usado para limpiar y desinfectar los pies de la chica—, por eso mi pasatiempo es manejar algunos bares.

“Tal vez debería intentarlo” pensó la joven, mirando a su alrededor y descubriendo que, aunque lo intentara y le funcionara, ni así podría tener lo que seguramente ese joven había obtenido por la fortuna de sus padres mucho más que por su pasatiempo o sus negocios.

» ¿Te ofrezco algo de beber? —preguntó el joven y le mencionó montón de bebidas, también alcohólicas, a una que le sonrió medio burlona y medio apenada—. ¿Qué es tan divertido?

—Bueno —respondió Elisa, sin perder la sonrisa—, que yo acabo de descubrir la razón de que tú seas el dueño y mi amiga la empleada. Yo no conozco ninguna marca de las que has mencionado.

—Entonces no eres alcohólica —declaró el joven azabache y la rubia rio con ganas.

—A mí el alcohol me pone loquita —confesó la chica, sonriendo más amplio—, es solo que soy pobre, y eso que mencionas suena tan caro que ni siquiera me atreveré a intentar pronunciar su nombre.

Humberto sonrió, el buen humor de esa joven le estaba poniendo de buen humor también, entonces caminó hasta ella con una copa que prometió le gustaría, y por su puesto que le gustó, por eso ambos bebieron más de media botella platicando de cosas sin sentido.

—Tan hermosa —declaró Humberto Valtierra cuando, luego de unas copas, la cercanía entre ellos se redujo a casi nada—. ¿Puedo besarte?

 Elisa lo pensó un poco y, a pesar de que algo en su interior le seguía susurrando que no era buena idea, solo asintió y sintió cómo los labios del otro se pegaron a los suyos, luego de eso quedaron tan cerca sus rostros y pudieron verse directo a los ojos.

—Me pones nerviosa —confesó Elisa, con una risita nerviosa y él sonrió también, pero con malicia.

—Voy a ponerte contenta —prometió el azabache, alzando a la joven hasta sentarla en su regazo, y jalándola hasta sí, pegando su cadera a la de ella, rozando en suaves movimientos sus cuerpos mientras la tenue luz de su departamento parecía prometerle discreción.

Pero ellos no necesitaban más luz de la que tenían para disfrutar el uno del otro, con tan solo sus dedos podían saber que era la piel del otro la que estaban acariciando.

Segura de que se arrepentiría a la mañana siguiente, Elisa dejó a ese casi desconocido saborear su piel casi a extensión cuando se sacó la blusa, deseando con todas sus fuerzas que las manos de un sujeto guapo le arrancaran de la piel el recuerdo de las caricias de un mal amor.

Humberto se puso en pie, aun con la chica en brazos, y caminó hasta su cama, donde la dejó y se apartó de ella para deshacerse de parte de su ropa, por su parte, Elisa subió sus rodillas al pecho y, recostándose un poco en la fría cama, sacó sus bragas, sin perder de vista al hombre que no dejaba de mirarla.

—Eso es tan sexy —declaró el azabache, viendo como ella deslizaba sus pies abajo, quedando con las piernas colgando de la cama—. Déjame ayudarte —pidió también, acercándose a esa chica y acariciándole la espalda hasta dar con el broche de su sujetador.

—¡Rápido! —precisó Elisa y Humberto, que lamía sin reparo el pecho y cuello de la joven debajo de él, sonrió emocionado.

—Tan impaciente —susurró el azabache, y de nuevo pasó su lengua por el cuello de ella, provocándole olvidar que él peleaba con ese maldito broche que siempre le hacía sufrir.

Humberto Valtierra incluso se había atrevido a pensar que los sujetadores los habían diseñado un conjunto de padres celosos, para evitar que los hombres disfrutaran del cuerpo completo de sus hijas.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó ella, con los codos en la cama, impaciente porque sentir a ese hombre volviéndola un desastre, como estaba necesitando y pidiendo su cuerpo entero.

—No —aseguró el cuestionado, forcejeando con esa prenda que no daba de sí—. Ya casi —dijo, estirando la tela de tal manera que el cuerpo de la rubia se movió hacia atrás—. Ya casi —repitió Humberto, apretando los dientes y, a punto de rendirse, logró desabrocharlo.

» ¡Gané! —gritó eufórico el hombre, sacando la prenda del cuerpo de la desconocida que le encantaba con tal rapidez que ella también quedó con las manos extendidas sobre su cabeza, mirándole entre confundida y divertida.

El silencio que se hizo después del grito fue roto por la carcajada de ella. Humberto se sintió apenado, pero su sonrojo dejó de ser de vergüenza cuando Elisa le atrapó con sus piernas y lo jaló hacia ella, pegando su cuerpo desnudo al de él.

—Me encantas —confesó Elisa Alatorre, atrapando al hombre también con sus brazos, terminando por besar los carnosos labios de él.

Humberto sonrió en medio de un beso cargado de deseo, y agradeció al cielo por encantarle también a la chica que le había encantado a él, pues, gracias a eso, al caprichoso destino que los reunió esa noche de una extraña manera, y un poco al buen alcohol, él no se arrepentiría jamás de no haber hecho lo posible por probar esa piel que estaba probando, y que le estaba encantando.

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