—¡Yo no vivo por aquí! —casi gritó Elisa, y Humberto sonrió antes de fingir que no había escuchado ese reclamo de una joven, subiendo la velocidad de la moto para no tener que escuchar su siguiente queja.
Y la treta le dio buen resultado pues, en respuesta al aumento de velocidad, la rubia se aferró al cuerpo del hombre con más fuerza, complaciéndolo mucho más.
Humberto no podía negar que esa joven le había encantado desde que la vio, tanto que incluso se emocionó tras verla ir de la barra a directo hasta su mesa y, aunque le sacó de onda que le gritara tonterías y le aventara un zapato, la verdad es que incluso eso le encantó de ella.
Y ahora estaban ambos ahí, a la entrada de su departamento, con él haciendo todo lo posible por borrar el trago amargo que los dos habían tenido al conocerse, porque él no la había pasado precisamente bien siendo insultado y golpeado, y había sido obvio para él que ella tampoco pasó por un momento grato, de otra manera no había terminado llorando a media calle, abrazando un par de zapatos.
—Solo curaré tus pies —aseguró Humberto cuando, tras acomodar su moto, intentó tomar a la joven en sus brazos y ella le miró con el rostro fruncido—, a menos que quieras otra cosa.
Elisa suspiró, cerrando los ojos, luego de eso extendió sus brazos al joven y se dejó levantar por él, quien la llevó hasta su departamento donde hizo lo que prometió, le limpió los pies y los curó con alcohol, haciendo quejar a la chica por el ardor que le provocó ese líquido en la piel abierta.
—Eres un bruto —declaró la joven tras darse cuenta de que ese líquido incoloro, en una linda botella de cristal, era alcohol, esto por el olor y el ardor—. Agua habría sido suficiente.
—Todo es mejor con alcohol —aseguró Humberto, levantando todo lo que había usado para limpiar y desinfectar los pies de la chica—, por eso mi pasatiempo es manejar algunos bares.
“Tal vez debería intentarlo” pensó la joven, mirando a su alrededor y descubriendo que, aunque lo intentara y le funcionara, ni así podría tener lo que seguramente ese joven había obtenido por la fortuna de sus padres mucho más que por su pasatiempo o sus negocios.
» ¿Te ofrezco algo de beber? —preguntó el joven y le mencionó montón de bebidas, también alcohólicas, a una que le sonrió medio burlona y medio apenada—. ¿Qué es tan divertido?
—Bueno —respondió Elisa, sin perder la sonrisa—, que yo acabo de descubrir la razón de que tú seas el dueño y mi amiga la empleada. Yo no conozco ninguna marca de las que has mencionado.
—Entonces no eres alcohólica —declaró el joven azabache y la rubia rio con ganas.
—A mí el alcohol me pone loquita —confesó la chica, sonriendo más amplio—, es solo que soy pobre, y eso que mencionas suena tan caro que ni siquiera me atreveré a intentar pronunciar su nombre.
Humberto sonrió, el buen humor de esa joven le estaba poniendo de buen humor también, entonces caminó hasta ella con una copa que prometió le gustaría, y por su puesto que le gustó, por eso ambos bebieron más de media botella platicando de cosas sin sentido.
—Tan hermosa —declaró Humberto Valtierra cuando, luego de unas copas, la cercanía entre ellos se redujo a casi nada—. ¿Puedo besarte?
Elisa lo pensó un poco y, a pesar de que algo en su interior le seguía susurrando que no era buena idea, solo asintió y sintió cómo los labios del otro se pegaron a los suyos, luego de eso quedaron tan cerca sus rostros y pudieron verse directo a los ojos.
—Me pones nerviosa —confesó Elisa, con una risita nerviosa y él sonrió también, pero con malicia.
—Voy a ponerte contenta —prometió el azabache, alzando a la joven hasta sentarla en su regazo, y jalándola hasta sí, pegando su cadera a la de ella, rozando en suaves movimientos sus cuerpos mientras la tenue luz de su departamento parecía prometerle discreción.
Pero ellos no necesitaban más luz de la que tenían para disfrutar el uno del otro, con tan solo sus dedos podían saber que era la piel del otro la que estaban acariciando.
Segura de que se arrepentiría a la mañana siguiente, Elisa dejó a ese casi desconocido saborear su piel casi a extensión cuando se sacó la blusa, deseando con todas sus fuerzas que las manos de un sujeto guapo le arrancaran de la piel el recuerdo de las caricias de un mal amor.
Humberto se puso en pie, aun con la chica en brazos, y caminó hasta su cama, donde la dejó y se apartó de ella para deshacerse de parte de su ropa, por su parte, Elisa subió sus rodillas al pecho y, recostándose un poco en la fría cama, sacó sus bragas, sin perder de vista al hombre que no dejaba de mirarla.
—Eso es tan sexy —declaró el azabache, viendo como ella deslizaba sus pies abajo, quedando con las piernas colgando de la cama—. Déjame ayudarte —pidió también, acercándose a esa chica y acariciándole la espalda hasta dar con el broche de su sujetador.
—¡Rápido! —precisó Elisa y Humberto, que lamía sin reparo el pecho y cuello de la joven debajo de él, sonrió emocionado.
—Tan impaciente —susurró el azabache, y de nuevo pasó su lengua por el cuello de ella, provocándole olvidar que él peleaba con ese maldito broche que siempre le hacía sufrir.
Humberto Valtierra incluso se había atrevido a pensar que los sujetadores los habían diseñado un conjunto de padres celosos, para evitar que los hombres disfrutaran del cuerpo completo de sus hijas.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó ella, con los codos en la cama, impaciente porque sentir a ese hombre volviéndola un desastre, como estaba necesitando y pidiendo su cuerpo entero.
—No —aseguró el cuestionado, forcejeando con esa prenda que no daba de sí—. Ya casi —dijo, estirando la tela de tal manera que el cuerpo de la rubia se movió hacia atrás—. Ya casi —repitió Humberto, apretando los dientes y, a punto de rendirse, logró desabrocharlo.
» ¡Gané! —gritó eufórico el hombre, sacando la prenda del cuerpo de la desconocida que le encantaba con tal rapidez que ella también quedó con las manos extendidas sobre su cabeza, mirándole entre confundida y divertida.
El silencio que se hizo después del grito fue roto por la carcajada de ella. Humberto se sintió apenado, pero su sonrojo dejó de ser de vergüenza cuando Elisa le atrapó con sus piernas y lo jaló hacia ella, pegando su cuerpo desnudo al de él.
—Me encantas —confesó Elisa Alatorre, atrapando al hombre también con sus brazos, terminando por besar los carnosos labios de él.
Humberto sonrió en medio de un beso cargado de deseo, y agradeció al cielo por encantarle también a la chica que le había encantado a él, pues, gracias a eso, al caprichoso destino que los reunió esa noche de una extraña manera, y un poco al buen alcohol, él no se arrepentiría jamás de no haber hecho lo posible por probar esa piel que estaba probando, y que le estaba encantando.
“Te robé unos calcetines” decía la nota que encontró ni bien despertó, estaba escrito en un blog de notas que siempre tenía sobre el buró, un blog donde él gustaba de escribir tonterías que siempre terminaban en nada, y fue ahí donde escribió una nota para esa joven que, posiblemente, no volvería a ver jamás.Mientras tanto, la joven que también creía no se encontraría de nuevo con ese sujeto, de nombre Humberto, entró al pequeño departamento que compartía con su mejor amiga, quien, desde el sofá en que había pasado una terrible noche, la miró con furia.—¡¿Dónde demonios estabas?! —preguntó Ariana en un grito, dejando el sofá y andando hasta una desalineada rubia que, contrario a la furia que fue cuando se fue de ese lugar la noche anterior, se veía de muy buen ánimo—. ¿Tienes idea lo preocupada que estaba?—Lo lamento —aseguró Elisa, abrazando a una chica que había terminado por llorar cuando al fin la atrapó—, debí llamarte, pero, ya sabes, mi celular...—Sí —declaró la Ariana—, ya
—¿Por qué la cara larga? —preguntó Humberto, a sabiendas de que era puro nerviosismo lo que tenía a la joven con el rostro rígido. —Creo que estoy un poco decepcionada —respondió Elisa, obligándose a bromear para relajarse un poco, porque lo necesitaba, y mucho. —¿Decepcionada? —preguntó el joven, mirando con curiosidad a la rubia que sonreía nerviosa—, ¿de qué estás decepcionada? —De que me trajeras a la oficina en lugar de a tu casa luego de ofrecerme trabajo —explicó la cuestionada, mirando cómo los ojos de ese hombre se abrían enormes mientras le miraban con sorpresa—, para ser tu sirvienta, quiero decir. Al escuchar eso, Humberto soltó tremenda carcajada, y eso hizo que todo el mundo en el lugar que atravesaban los mirara con extrañeza. Elisa se quedó sin respiración, ser el centro de atención nunca había sido lo suyo, y ahora tenía muchos pares de ojos observándola. —Yo jamás te llevaría a trabajar a mi casa, bonita —declaró Humberto Valtierra, queriendo también jugar con la
Abrió los ojos con pesadez, necesitaba urgentemente ir al baño. Tenía ya un buen rato con ganas de ir, pero, debido a lo cómoda y cansada que estaba, lo estuvo ignorando, cosa que ya no podía hacer más.Se sentó en el colchón, sintiendo cómo el brazo de su acompañante le atrapaba por la cintura, así que giró la cabeza y se encontró con su jefe durmiendo a su lado.Erika suspiró, sabía bien que no debería estarse acostando con su ahora jefe, pero había algo en él que le encantaba demasiado, y era seguro que algo en ella también le encantaba en él, y es que, sin duda alguna, era Humberto Valtierra quien daba pie a que todo pasara, y ella simplemente se dejaba llevar.Con cuidado de no despertarlo, la joven quitó de encima de sí el brazo de ese hombre, y se movió con pesadez para ir al baño, recogiendo en silencio toda su ropa, esa que había quedado tirada por todas partes cuando entró a la habitación de su jefe.Horas atrás, mientras aún era de noche, luego de cenar juntos y de beber pa
—Parece que lo hace bien, ¿no? —preguntó una de las cuatro secretarias que conformaban ese tipo sala de estar en forma hexagonal, donde un escritorio resguardaba la puerta de cada una de las oficinas—… en la cama, digo. ¿No usa cada vez marcas más caras?Elisa suspiró mientras rodaba los ojos, ese comentario definitivamente era para ella, pues, ni bien ponía un pie en ese lugar, todas las que ahí chismorreaban, mientras trabajaban, soltaban alguna crítica, algún mal comentario y hasta insultos hacia su persona.Pero ella no dijo nada, lo cierto era que, en esos cuatro meses que llevaba trabajando en ese lugar, no había semana en que su jefe no le regalara algo de marca; era como si intentara cubrirla con una mejor piel para luego merecerse verla con la piel desnuda.A ella no le incomodaba, la verdad era que también le gustaba tener cosas que su cartera no alcanzaba a comprar, porque, lejos de lo mucho que costaban, eran tan hermosas que el simple hecho de utilizarlas le hacía sentir
—Creo que debería comenzar a dejar de preocuparme por ti y ese sujeto —declaró Ariana, que veía a su amiga llegar a su casa, de nuevo de madrugada, para cambiarse de ropa y, de esa manera, poder ir al trabajo sin que nadie sospechara que había pasado la noche con su jefe.O, sería mejor decir, para que nadie confirmara con sus propios ojos que era así, porque sospechas tenían todos, y no era más que la realidad lo que todos susurraban en su frente y a sus espaldas sobre ella siendo la amante de su jefe.» Es decir, ahora incluso te trae a casa a pesar de ser las seis —finalizó señalando la mejor amiga de una rubia que, luego de ser descubierta llegando a casa de madrugada, se había quedado sin aire.—Solo lo hace porque le queda de paso para ir al gimnasio —excusó Elisa, encaminándose a su habitación para dar inicio con su día con un buen baño.—Sabes, creo que lo que sigue es él ofreciéndote ir a vivir con él y luego de eso una boda —declaró Ariana y, aunque a la rubia le emocionó la
Elisa abrió los ojos, sintiendo cómo estos ardían por la resequedad que ahora los contorneaba, y giró la cabeza hacia un lado, descubriendo algo que odiaba y que había dejado sobre la cama la noche anterior justo antes de entrar al baño a lavarse los dientes: prueba de embarazo positiva.La rubia se giró, volviendo a clavar sus ojos en el techo, entonces suspiró y luego lloró de nuevo sin poder contener todo ese dolor que pretendía dejar su alma convertida en lágrimas.La semana anterior ella había estado demasiado molesta para notarlo con claridad, pero lo cierto era que el corazón roto dolía demasiado, pero no porque en verdad ese órgano pudiera dañarse con malos tratos, sino por todo lo que implicaba.Comprobar que ese hombre, que ella no podría dejar de amar, jamás la amaría, significaba que ella debía enterrar todos sus sueños de un futuro feliz a su lado, sueños que ni siquiera supo que estaba teniendo; y eso era de verdad doloroso.—Desearía retroceder un año —dijo y luego llor
Abrió los ojos de nuevo, y esta vez estaba en una habitación en completa soledad, o eso fue lo que pensó hasta que, de una de las dos puertas frente a su cama, salió su madre que, al verla despierta, no pudo evitar respirar casi aliviada.—Me diste un susto tremendo —declaró una mujer de mediana edad, de cabello tan rubio como el de ella y de ojos claros—. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? Ni siquiera sabía que salías a con alguien.Elisa no dijo nada, con el rostro afligido y con evidente cansancio, la joven miró a donde su madre no estaba.» ¿En serio te vas a poner así? —preguntó Elsa Andrade, madre de la joven en esa cama de un hospital al que había ingresado tras perder la conciencia en un cuadro de estrés generalizado—. Te juro que no te entiendo. ¿Qué hice tan mal para que me trates de esta manera? Yo solo he querido lo mejor para ti, siempre.—Si lo mejor para ti era abandonarme, ¿para qué vienes y cambias de opinión a estas alturas, madre? —cuestionó la chica, en
—¿Por qué no vienes a pasar unos días a mi casa? —preguntó Jonás, hermano mayor de Elisa, luego de que ella, al fin, le tomara una llamada; y luego de que hablaran de montón de cosas, incluyendo la situación de Elisa. » Creo que te hará bien tomarte un descanso de todo y pensar las cosas con calma en un lugar tranquilo —declaró un joven rubio y de ojos miel—. Mi casa es tranquila, si no tienes en cuenta el llanto de mis hijos, las risas de mis hijos y los gritos de mis hijos. Elisa sonrió. En realidad, ella nunca había escuchado hablar a su hermano sobre su familia, porque ella no se había interesado en ellos antes; pero, ahora que se sentía tan sola, y tan confundida, pensó que tal vez él tendría algo bueno para decirle, por eso aceptó su llamada. Jonás era el mayor de sus hermanos mayores gemelos, y se había casado aun estando en la universidad. Jacobo siempre había dicho que ese chico tenía la vida resuelta, por eso ni siquiera se tomaba un minuto para pensar en lo que haría, él