—¿Por qué la cara larga? —preguntó Humberto, a sabiendas de que era puro nerviosismo lo que tenía a la joven con el rostro rígido.
—Creo que estoy un poco decepcionada —respondió Elisa, obligándose a bromear para relajarse un poco, porque lo necesitaba, y mucho.
—¿Decepcionada? —preguntó el joven, mirando con curiosidad a la rubia que sonreía nerviosa—, ¿de qué estás decepcionada?
—De que me trajeras a la oficina en lugar de a tu casa luego de ofrecerme trabajo —explicó la cuestionada, mirando cómo los ojos de ese hombre se abrían enormes mientras le miraban con sorpresa—, para ser tu sirvienta, quiero decir.
Al escuchar eso, Humberto soltó tremenda carcajada, y eso hizo que todo el mundo en el lugar que atravesaban los mirara con extrañeza. Elisa se quedó sin respiración, ser el centro de atención nunca había sido lo suyo, y ahora tenía muchos pares de ojos observándola.
—Yo jamás te llevaría a trabajar a mi casa, bonita —declaró Humberto Valtierra, queriendo también jugar con la situación—, temo por mi cajón de calcetines.
Elisa también sonrió, negando con la cabeza y fingiendo que nadie le estaba mirando, porque si se volvía completamente consciente de eso que estaba intentando ignorar terminaría por vomitar.
» A mi casa solo volverás como mi deliciosa invitada —musitó Humberto tras acercar su rostro al oído de la chica que, de inmediato, se quedó sin respirar, de nuevo—, ay, perdón, era valiosa, mi valiosa invitada.
—Solo dame un buen empleo, por favor —pidió la joven, escondiendo la cara entre sus manos—, y que sea uno en el que no me odien todos por llevarme más o menos bien con el jefe.
—¿Cómo que más o menos? —preguntó Humberto y Elisa sonrió discretamente, fingiendo que las fulminantes miradas de algunas chicas de ese lugar no le estaban perforando la cara.
—Anda —casi suplicó la joven—, me muero por trabajar, así que démonos un poco de prisa, por favor.
Humberto no dijo más, el hombre entendió bien que lo que Elisa quería era escapar de las insistentes miradas de ese lugar donde, tanto: secretarias, asistentes y algunos ejecutivos se habían reunido al volver de la hora de comida.
Sonriendo complacido por conocer una nueva faceta de esa chica que, definitivamente, le encantaba, el empresario se encaminó a su oficina con ella un poco detrás, y en donde la invitó a tomar asiento para que pudieran hablar de lo que les competía.
—Lastimosamente, no puedo ofrecerte un empleo en contabilidad, área en que tienes experiencia —declaró Humberto Valtierra una vez que ambos estuvieron sentados con un escritorio intermedio a ellos—, pues no hay vacantes en ese departamento… pero, por suerte para ti y para mí, necesito con urgencia una asistente personal.
—Nunca he sido asistente de nadie —confesó la chica, algo nerviosa, pues, si lo necesitaba con urgencia, ella podía deducir que ese hombre requería de alguien a quien no debiera entrenar, y le asustaba un poco que su confesión le quitara la oportunidad.
—Está bien —aseguró Humberto—, las actividades no son cosa del otro mundo: llevar mi agenda, contestar el teléfono, sacar copias, entregar papeles y, sobre todo, pasearte por mi oficina con una falda pegada y cortita.
Una estridente trompetilla salió de entre los labios del hombre al ver la expresión que había puesto Elisa al escuchar eso último, entonces la joven entrecerró los ojos y le miró con los labios fruncidos, como si de esa manera reclamara algo.
» Lo de la falda lo podemos negociar —declaró Humberto entre risas—, el resto será pan comido. ¿Qué dices? ¿Te apuntas?
Elisa Alatorre se lo pensó solo un poco, entonces respiró profundo y, profundamente agradecida con la vida y con ese hombre, asintió mientras soltaba lenta y silenciosamente el aire que segundos atrás había recibido su cuerpo.
» ¡Excelente! —exclamó el accionista mayoritario de esa empresa de turismo que él mismo había creado y fundado algunos años atrás y que, gracias a todo el apoyo que le daban sus padres y al entusiasmo de sus muy ricos amigos, había iniciado bien y mejoraba cada día más—. Hablaré con recursos humanos para tu contrato, por ahora inicia con revisar la agenda.
El hombre le pasó un cuaderno de forma francesa, algo grueso y con pastas de cuero que tenían en logo de ONT, abreviación que usaban para One Tour, que era el nombre oficial de esa empresa.
Mientras Elisa revisaba lo escrito en la fecha del día, el hombre hablaba con alguien por teléfono, entonces vio que, además de una cena con alguien que no conocía, todo lo que quedaba era confirmar un par de citas a lugares que no conocía, pero que tenían números de teléfono y nombres de personas en cada espacio.
» Las citas deben quedar, de preferencia, antes del desayuno o de la comida —declaró Humberto, en una seriedad que sorprendía a la rubia quien, tras pensarlo solo un poco, asumió que ese joven era mucho más de lo que había visto la primera vez que se encontró con él—, eso me da oportunidad de hablar un poco más con socios y contratados; además, una vez que confirmes la cita, hay que hacer reservación para el desayuno o la comida dos horas después de la hora de reunión, por algún lugar debe de haber un bloc no notas con restaurantes y las preferencias de los socios.
Elisa asintió, esa parte le había quedado bastante clara, Humberto sonrió y, en acto reflejo, la chica hizo lo mismo, sintiendo cómo esa mueca sacudía un poco su nerviosismo.
» Deberás revisar a fondo tu nueva oficina, porque sé que Ángela tiene todo bien ordenado, y cualquier cosa que no entiendas puedes preguntarme —aseguró el hombre, poniéndose en pie y viendo a la otra levantarse también, aun cuando él no había dicho nada y, por alguna razón, eso le gustó—. Te explicaré cómo se transfieren las llamadas y cuáles son las extensiones de cada departamento, por si acaso, porque, en su mayoría, solo necesitas transferirme a mí.
Elisa asintió, de nuevo, siguiendo los pasos hacia una de las tres puertas que daban había en esa oficina: una era la de entrada, otra era la del baño y la última comunicaba esa oficina con su próximo lugar de trabajo, una oficina, por mucho, más pequeña que la de su jefe, y aun así era bastante amplia.
La rubia miró su lugar de trabajo y se dio cuenta de que su espacio tan solo contenía un escritorio, tres sillas, algunos archiveros, la ventana que daba a un pasillo que aún no había transitado y la puerta a ese espacio que había atravesado para llegar a la oficina de su jefe.
En esa tarde Elisa aprendió todo lo que requería para realizar sus labores del día, husmeó en los archiveros y documentos en esa oficina, incluso tomó algunas notas en ese bloc de notas que su antecesora dejó con notas importantes; entonces concertó las citas que se le habían pedido, hizo las reservaciones, respondió y transfirió tres llamadas y, casi para finalizar la tarde, Susan, la gerente de recursos humanos, llegó hasta ella para firmar su contrato.
—Es horario normal de oficina: de nueve a dos y de cuatro a siete —declaró Susan, una elegante mujer de, si acaso, treinta años de edad, de cabello muy oscuro, igual que sus ojos, y de tez blanca y figura muy esbelta—, me gustaría, si es que puedes, que mañana me regalaras una hora para darte un tour por las oficinas y hacer una mini capacitación, aunque veo que no te hace mucha falta.
—¿A qué hora deberá ser? —preguntó Elisa, algo menos nerviosa ahora que se sentía parte de esa empresa.
Susan le pidió que entrara a las ocho porque, además del lunes, que a la de recursos humanos le tocaba quedarse hasta tarde, ella solía trabajar de ocho a tres de la tarde, a diferencia del resto de trabajadores de ese lugar que cubrían un horario de nueve a siete, pues ella no tenía hora de comida.
—Entonces, te veo mañana a las ocho —declaró la azabache de ojos oscuros luego de recibir una respuesta afirmativa de parte de esa joven rubia—; por ahora, déjame hacerte una observación amistosa, y esto es solo por el puesto que ocupas, porque Ángela era tremendamente buena en su trabajo e impecable en su apariencia y porque seguro muchos te van a comparar con ella, así que, si puedes, evita la mezclilla y los tenis.
—Ah, sí —hizo Elisa luego de quedarse sin aire—, no venía preparada para trabajar desde hoy, así que no te preocupes, también siento que el puesto que ocupo ahora requiere mucho más de mí que esto.
Susana asintió, sonriendo, entonces se despidió de la chica y también de su jefe que, por alguna desconocida razón, había entrado a esa oficina minutos después de que ella entró en ese lugar.
—Si te falta ropa formal, te puedo prestar, al fin y al cabo, según recuerdo, no tienes problemas con usar mi ropa —declaró Humberto de manera burlona, complacido por el carmín que le coloreó el rostro a su nueva asistente personal.
Hola, hermosuras que me leen. Deseo de todo corazón que hayan pasado unas felices fiestas, y que este nuevo año que iniciamos nuestra vida se llene de momentos gratos, de buenas oportunidades y de bendiciones. Un abrazo fuerte. Voy a disculparme con ustedes por la desaparición repentina, cuando me di cuenta de mí me percaté que le di prioridad a todo menos a escribir, así que lo dejé de hacer sin darme cuenta; sin embargo, este nuevo año tengo el firme propósito de seguir haciendo esto que amo y mejorar cada día más en ello. Y, aunque aún hay cosas que no puedo poner debajo de mi mejor hobby, me aseguraré de al menos dejar un par de capítulos de esta historia cada fin de semana, así que, sin más, nos leemos el fin de semana... Besitos!!!
Abrió los ojos con pesadez, necesitaba urgentemente ir al baño. Tenía ya un buen rato con ganas de ir, pero, debido a lo cómoda y cansada que estaba, lo estuvo ignorando, cosa que ya no podía hacer más.Se sentó en el colchón, sintiendo cómo el brazo de su acompañante le atrapaba por la cintura, así que giró la cabeza y se encontró con su jefe durmiendo a su lado.Erika suspiró, sabía bien que no debería estarse acostando con su ahora jefe, pero había algo en él que le encantaba demasiado, y era seguro que algo en ella también le encantaba en él, y es que, sin duda alguna, era Humberto Valtierra quien daba pie a que todo pasara, y ella simplemente se dejaba llevar.Con cuidado de no despertarlo, la joven quitó de encima de sí el brazo de ese hombre, y se movió con pesadez para ir al baño, recogiendo en silencio toda su ropa, esa que había quedado tirada por todas partes cuando entró a la habitación de su jefe.Horas atrás, mientras aún era de noche, luego de cenar juntos y de beber pa
—Parece que lo hace bien, ¿no? —preguntó una de las cuatro secretarias que conformaban ese tipo sala de estar en forma hexagonal, donde un escritorio resguardaba la puerta de cada una de las oficinas—… en la cama, digo. ¿No usa cada vez marcas más caras?Elisa suspiró mientras rodaba los ojos, ese comentario definitivamente era para ella, pues, ni bien ponía un pie en ese lugar, todas las que ahí chismorreaban, mientras trabajaban, soltaban alguna crítica, algún mal comentario y hasta insultos hacia su persona.Pero ella no dijo nada, lo cierto era que, en esos cuatro meses que llevaba trabajando en ese lugar, no había semana en que su jefe no le regalara algo de marca; era como si intentara cubrirla con una mejor piel para luego merecerse verla con la piel desnuda.A ella no le incomodaba, la verdad era que también le gustaba tener cosas que su cartera no alcanzaba a comprar, porque, lejos de lo mucho que costaban, eran tan hermosas que el simple hecho de utilizarlas le hacía sentir
—Creo que debería comenzar a dejar de preocuparme por ti y ese sujeto —declaró Ariana, que veía a su amiga llegar a su casa, de nuevo de madrugada, para cambiarse de ropa y, de esa manera, poder ir al trabajo sin que nadie sospechara que había pasado la noche con su jefe.O, sería mejor decir, para que nadie confirmara con sus propios ojos que era así, porque sospechas tenían todos, y no era más que la realidad lo que todos susurraban en su frente y a sus espaldas sobre ella siendo la amante de su jefe.» Es decir, ahora incluso te trae a casa a pesar de ser las seis —finalizó señalando la mejor amiga de una rubia que, luego de ser descubierta llegando a casa de madrugada, se había quedado sin aire.—Solo lo hace porque le queda de paso para ir al gimnasio —excusó Elisa, encaminándose a su habitación para dar inicio con su día con un buen baño.—Sabes, creo que lo que sigue es él ofreciéndote ir a vivir con él y luego de eso una boda —declaró Ariana y, aunque a la rubia le emocionó la
Elisa abrió los ojos, sintiendo cómo estos ardían por la resequedad que ahora los contorneaba, y giró la cabeza hacia un lado, descubriendo algo que odiaba y que había dejado sobre la cama la noche anterior justo antes de entrar al baño a lavarse los dientes: prueba de embarazo positiva.La rubia se giró, volviendo a clavar sus ojos en el techo, entonces suspiró y luego lloró de nuevo sin poder contener todo ese dolor que pretendía dejar su alma convertida en lágrimas.La semana anterior ella había estado demasiado molesta para notarlo con claridad, pero lo cierto era que el corazón roto dolía demasiado, pero no porque en verdad ese órgano pudiera dañarse con malos tratos, sino por todo lo que implicaba.Comprobar que ese hombre, que ella no podría dejar de amar, jamás la amaría, significaba que ella debía enterrar todos sus sueños de un futuro feliz a su lado, sueños que ni siquiera supo que estaba teniendo; y eso era de verdad doloroso.—Desearía retroceder un año —dijo y luego llor
Abrió los ojos de nuevo, y esta vez estaba en una habitación en completa soledad, o eso fue lo que pensó hasta que, de una de las dos puertas frente a su cama, salió su madre que, al verla despierta, no pudo evitar respirar casi aliviada.—Me diste un susto tremendo —declaró una mujer de mediana edad, de cabello tan rubio como el de ella y de ojos claros—. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? Ni siquiera sabía que salías a con alguien.Elisa no dijo nada, con el rostro afligido y con evidente cansancio, la joven miró a donde su madre no estaba.» ¿En serio te vas a poner así? —preguntó Elsa Andrade, madre de la joven en esa cama de un hospital al que había ingresado tras perder la conciencia en un cuadro de estrés generalizado—. Te juro que no te entiendo. ¿Qué hice tan mal para que me trates de esta manera? Yo solo he querido lo mejor para ti, siempre.—Si lo mejor para ti era abandonarme, ¿para qué vienes y cambias de opinión a estas alturas, madre? —cuestionó la chica, en
—¿Por qué no vienes a pasar unos días a mi casa? —preguntó Jonás, hermano mayor de Elisa, luego de que ella, al fin, le tomara una llamada; y luego de que hablaran de montón de cosas, incluyendo la situación de Elisa. » Creo que te hará bien tomarte un descanso de todo y pensar las cosas con calma en un lugar tranquilo —declaró un joven rubio y de ojos miel—. Mi casa es tranquila, si no tienes en cuenta el llanto de mis hijos, las risas de mis hijos y los gritos de mis hijos. Elisa sonrió. En realidad, ella nunca había escuchado hablar a su hermano sobre su familia, porque ella no se había interesado en ellos antes; pero, ahora que se sentía tan sola, y tan confundida, pensó que tal vez él tendría algo bueno para decirle, por eso aceptó su llamada. Jonás era el mayor de sus hermanos mayores gemelos, y se había casado aun estando en la universidad. Jacobo siempre había dicho que ese chico tenía la vida resuelta, por eso ni siquiera se tomaba un minuto para pensar en lo que haría, él
Su día había sido agotador, sentía que sus piernas hormigueaban y ni hablar de lo adoloridas que estaban sus pantorrillas, incluso sus mejillas se estaban quejando de lo mucho que les dolía haber estado sonriendo todo el día; y es que, luego de llorar en los brazos de su hermano mayor, un poco desahogada, quizás, pudo sonreírle a su cuñada y sus dos pequeños sobrinos. Elisa se sorprendió de lo mucho que podía disfrutar conociendo nuevas personas, sobre todo cuando podían ser tan significativas para ella, si es que se lo permitiera; porque conocer a sus sobrinos le llenó de una indescriptible emoción, y ver a su cuñada siendo mamá la hizo estremecer de tal manera que la rubia se replanteó, casi sin querer, ese pensamiento de que ser mamá era lo peor que le podía pasar. Sí, aún no lograba deshacerse de esa sensación de que no era el mejor momento, y seguía pensando que todo podría ser demasiado difícil estando sola, pero cuando, tirada en esa cama, puso su mano sobre su vientre y escu
El bazar fue todo un éxito y, cuando se sintió segura en su nueva ciudad, Elisa decidió jugar a la independiente. En realidad, ese tipo de trabajo era uno que jamás le había llamado la atención, no hasta que se convirtió en comerciante, trabajando todo el tiempo, pero no todo el tiempo; o al menos era así como ella lo sentía, porque debía estar disponible a la hora que le pidieran ir a ver o recoger un artículo, y el resto del tiempo no necesitaba hacer nada.—¿Y si pones un verdadero bazar? —le preguntó Mayte, esposa de su hermano mayor, vecina y casi gran amiga luego de un par de meses de convivencia.—Ya no tengo nada para vender —declaró Elisa, que ayudaba a su cuñada a picar verduras para uno de esos deliciosos platillos que siempre hacía y que ella no podía dejar de comer.Era extraño y, hasta cierto punto, medio loco, pero desde que los achaques de su embarazo se intensificaron Elisa no podía comer absolutamente nada de lo que cocinaba ella misma, desde el inicio del proceso la