Abrió los ojos con pesadez, necesitaba urgentemente ir al baño. Tenía ya un buen rato con ganas de ir, pero, debido a lo cómoda y cansada que estaba, lo estuvo ignorando, cosa que ya no podía hacer más.
Se sentó en el colchón, sintiendo cómo el brazo de su acompañante le atrapaba por la cintura, así que giró la cabeza y se encontró con su jefe durmiendo a su lado.
Erika suspiró, sabía bien que no debería estarse acostando con su ahora jefe, pero había algo en él que le encantaba demasiado, y era seguro que algo en ella también le encantaba en él, y es que, sin duda alguna, era Humberto Valtierra quien daba pie a que todo pasara, y ella simplemente se dejaba llevar.
Con cuidado de no despertarlo, la joven quitó de encima de sí el brazo de ese hombre, y se movió con pesadez para ir al baño, recogiendo en silencio toda su ropa, esa que había quedado tirada por todas partes cuando entró a la habitación de su jefe.
Horas atrás, mientras aún era de noche, luego de cenar juntos y de beber para celebrar el nuevo trabajo de Erika, ambos se dirigieron a la casa de su ahora jefe y la pasaron muy bien por un rato, luego de eso, gracias al cansancio y al alcohol, ambos se durmieron profundamente.
Erika salió del baño completamente vestida, aunque descalza y, luego de tomar su celular, viendo que era casi de día, decidió ir a su casa para prepararse para el trabajo; después de todo, en tan solo tres horas ella debía estar en la oficina.
—Ya me voy —dijo la joven, que sostenía en una mano su celular y en la otra sus zapatos—, te voy a robar unos calcetines—; entonces besó la frente de quien había amado su cuerpo dos veces ya, y sonrió porque pensó que esa era otra cosa que no debía hacer.
Ella no se debía enamorar de ese sujeto, ellos eran tan diferentes como la noche y el día, ambos bien podrían ser la luna y el sol, y ese bello eclipse, que ahora provocaban, en algún momento iba a terminar, así que lo más sano para ella era no involucrar su corazón, y tal vez dejar de involucrar su cuerpo también.
De Humberto no obtuvo nada más que un sonido que era entre queja y respuesta, así que la joven tomó unos nuevos calcetines de ese hombre, tal como la anunció segundos atrás, se puso los zapatos y dejó esa bella casa con la que nunca se atrevió a soñar siquiera.
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—Te ves muy bien —señaló Susan, viendo a la chica llegar hasta ella, incluso utilizando tacones—, y me encantan tus zapatos.
Erika sonrió, se había esforzado mucho en su apariencia, y le alegraba que hubiera dado fruto hora y media de dolor de cabeza, porque ella no era una experta en moda, mucho menos en maquillaje, así que la inseguridad siempre jugaba en su contra cuando de “arreglarse” se trataba.
» De haber sabido que te verías tan bien, te hubiera contratado como mi auxiliar, en lugar de su asistente —declaró la azabache y la rubia sonrió medio confundida.
Erika no sabía qué debía de pensar de semejante comentario, pero tampoco quería preguntar nada, sentía que podría ser incómodo para alguna de las dos y no quería iniciar así su nueva vida laboral.
Luego de saludarse, juntas recorrieron de pe a pa el edificio, así que, pasadas las ocho y media, ambas salían de dicho edificio a por un café a esa cafetería carísima que se encontraba justo en frente al edificio de ONT. Erika agradeció que Susan pagara, porque pagar ese tipo de cafés era algo que, justo en ese momento, no debía darse el lujo de hacer.
» ¿Cómo conociste a Humberto? —preguntó Susan, interesada en lo bien que parecía llevarse esa joven con un hombre que, en realidad, era medio nefasto con las chicas, sobre todo con las de poco dinero.
—Lo confundí con alguien más —declaró la rubia y sonrió cuando la azabache le preguntó lo que eso significaba—. Creí que era un bastardo que se había burlado de mi amiga y le había roto el corazón, pero no había sido él, había sido uno de sus amigos.
—Bueno —habló Susan luego de sonreír de medio lado cuando escuchó lo que escuchó—, esa vez no fue él, pero bien podría ser él alguna nueva vez.
—Me imagino que sí —declaró Erika, mordiéndose un poco los labios—, pero, supongo que es inevitable que alguien caiga en su trampa, es decir, parece ofrecer mucho.
—Ni te ofrece nada y nada te dará —aseguró la gerente de recursos humanos de ONT—… No te acuestes con tu jefe, Erika, es el mejor consejo que te puedo dar, no sacarás nada bueno de eso.
—Pues yo ya saqué un empleo nuevo —declaró la chica y Susan negó con la cabeza luego de resoplar con un poco de molestia—, y dos pares de calcetines.
—¿Qué? —preguntó la azabache y ambas rieron luego de que Erika asintiera nada más.
—¿Tan pronto se hicieron amigas? —preguntó Humberto, que ni bien había puesto un pie afuera de su auto, escuchó dos risas conocidas y, al buscar a quien reía, se encontró con un par muy inusual riendo mientras atravesaban la calle.
—Sí —respondió Susan—, parece una buena chica y una buena trabajadora, así que no hagas que se vaya, por favor, no puedo seguir contratándote asistentes cada que te encuentras un nuevo pasatiempo.
—¡Ora! —exclamó Erika algo que era, más bien, una muletilla suya—. Pasatiempo suena despectivo, llámame la chica en turno.
Ambas jóvenes volvieron a reír y Humberto, que no se sintió tan cómodo siendo descubierto frente a su nuevo pasatiempo, no pudo reír con ellas; sin embargo, el que a Erika no le molestara saberse una más de muchas, le gustaba un poco, sentía que eso le simplificaría las cosas cuando le tocará el turno a alguien más.
Sí, él era un idiota también, su posición socioeconómica, su bien trabajado cuerpo y su hermosa cara le permitían acceder a una amplia gama de jóvenes damas que, encantadas, se entregaban a él por unas cuantas ganancias.
Las mujeres que a él más le gustaban eran, sin duda alguna, las que más caras le salían, porque vestidas de marca y oliendo a perfumes caros se veían en extremo bien; pero esas solían exigir tanto de él, fuera del plano económico donde no tenía problemas en darles todo, que las evitaba tanto como podía.
Sin embargo, esa chica pobre y bonita, que ni lo buscó primero y tampoco lo buscó después, le llamaba demasiado la atención como para no querer buscarla él.
—Yo también tengo una advertencia para ti —declaró Humberto, interrumpiendo esa naciente complicidad entre una gran amiga y su chica en turno—, no te confíes con ella, es roba calcetines.
Erika se rio, Humberto también lo hizo y Susan se preguntó si calcetines era algún nuevo concepto para algo gracioso que usaban los más jóvenes que ella, porque no estaba entendiendo nada de nada.
—Parece que lo hace bien, ¿no? —preguntó una de las cuatro secretarias que conformaban ese tipo sala de estar en forma hexagonal, donde un escritorio resguardaba la puerta de cada una de las oficinas—… en la cama, digo. ¿No usa cada vez marcas más caras?Elisa suspiró mientras rodaba los ojos, ese comentario definitivamente era para ella, pues, ni bien ponía un pie en ese lugar, todas las que ahí chismorreaban, mientras trabajaban, soltaban alguna crítica, algún mal comentario y hasta insultos hacia su persona.Pero ella no dijo nada, lo cierto era que, en esos cuatro meses que llevaba trabajando en ese lugar, no había semana en que su jefe no le regalara algo de marca; era como si intentara cubrirla con una mejor piel para luego merecerse verla con la piel desnuda.A ella no le incomodaba, la verdad era que también le gustaba tener cosas que su cartera no alcanzaba a comprar, porque, lejos de lo mucho que costaban, eran tan hermosas que el simple hecho de utilizarlas le hacía sentir
—Creo que debería comenzar a dejar de preocuparme por ti y ese sujeto —declaró Ariana, que veía a su amiga llegar a su casa, de nuevo de madrugada, para cambiarse de ropa y, de esa manera, poder ir al trabajo sin que nadie sospechara que había pasado la noche con su jefe.O, sería mejor decir, para que nadie confirmara con sus propios ojos que era así, porque sospechas tenían todos, y no era más que la realidad lo que todos susurraban en su frente y a sus espaldas sobre ella siendo la amante de su jefe.» Es decir, ahora incluso te trae a casa a pesar de ser las seis —finalizó señalando la mejor amiga de una rubia que, luego de ser descubierta llegando a casa de madrugada, se había quedado sin aire.—Solo lo hace porque le queda de paso para ir al gimnasio —excusó Elisa, encaminándose a su habitación para dar inicio con su día con un buen baño.—Sabes, creo que lo que sigue es él ofreciéndote ir a vivir con él y luego de eso una boda —declaró Ariana y, aunque a la rubia le emocionó la
Elisa abrió los ojos, sintiendo cómo estos ardían por la resequedad que ahora los contorneaba, y giró la cabeza hacia un lado, descubriendo algo que odiaba y que había dejado sobre la cama la noche anterior justo antes de entrar al baño a lavarse los dientes: prueba de embarazo positiva.La rubia se giró, volviendo a clavar sus ojos en el techo, entonces suspiró y luego lloró de nuevo sin poder contener todo ese dolor que pretendía dejar su alma convertida en lágrimas.La semana anterior ella había estado demasiado molesta para notarlo con claridad, pero lo cierto era que el corazón roto dolía demasiado, pero no porque en verdad ese órgano pudiera dañarse con malos tratos, sino por todo lo que implicaba.Comprobar que ese hombre, que ella no podría dejar de amar, jamás la amaría, significaba que ella debía enterrar todos sus sueños de un futuro feliz a su lado, sueños que ni siquiera supo que estaba teniendo; y eso era de verdad doloroso.—Desearía retroceder un año —dijo y luego llor
Abrió los ojos de nuevo, y esta vez estaba en una habitación en completa soledad, o eso fue lo que pensó hasta que, de una de las dos puertas frente a su cama, salió su madre que, al verla despierta, no pudo evitar respirar casi aliviada.—Me diste un susto tremendo —declaró una mujer de mediana edad, de cabello tan rubio como el de ella y de ojos claros—. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? Ni siquiera sabía que salías a con alguien.Elisa no dijo nada, con el rostro afligido y con evidente cansancio, la joven miró a donde su madre no estaba.» ¿En serio te vas a poner así? —preguntó Elsa Andrade, madre de la joven en esa cama de un hospital al que había ingresado tras perder la conciencia en un cuadro de estrés generalizado—. Te juro que no te entiendo. ¿Qué hice tan mal para que me trates de esta manera? Yo solo he querido lo mejor para ti, siempre.—Si lo mejor para ti era abandonarme, ¿para qué vienes y cambias de opinión a estas alturas, madre? —cuestionó la chica, en
—¿Por qué no vienes a pasar unos días a mi casa? —preguntó Jonás, hermano mayor de Elisa, luego de que ella, al fin, le tomara una llamada; y luego de que hablaran de montón de cosas, incluyendo la situación de Elisa. » Creo que te hará bien tomarte un descanso de todo y pensar las cosas con calma en un lugar tranquilo —declaró un joven rubio y de ojos miel—. Mi casa es tranquila, si no tienes en cuenta el llanto de mis hijos, las risas de mis hijos y los gritos de mis hijos. Elisa sonrió. En realidad, ella nunca había escuchado hablar a su hermano sobre su familia, porque ella no se había interesado en ellos antes; pero, ahora que se sentía tan sola, y tan confundida, pensó que tal vez él tendría algo bueno para decirle, por eso aceptó su llamada. Jonás era el mayor de sus hermanos mayores gemelos, y se había casado aun estando en la universidad. Jacobo siempre había dicho que ese chico tenía la vida resuelta, por eso ni siquiera se tomaba un minuto para pensar en lo que haría, él
Su día había sido agotador, sentía que sus piernas hormigueaban y ni hablar de lo adoloridas que estaban sus pantorrillas, incluso sus mejillas se estaban quejando de lo mucho que les dolía haber estado sonriendo todo el día; y es que, luego de llorar en los brazos de su hermano mayor, un poco desahogada, quizás, pudo sonreírle a su cuñada y sus dos pequeños sobrinos. Elisa se sorprendió de lo mucho que podía disfrutar conociendo nuevas personas, sobre todo cuando podían ser tan significativas para ella, si es que se lo permitiera; porque conocer a sus sobrinos le llenó de una indescriptible emoción, y ver a su cuñada siendo mamá la hizo estremecer de tal manera que la rubia se replanteó, casi sin querer, ese pensamiento de que ser mamá era lo peor que le podía pasar. Sí, aún no lograba deshacerse de esa sensación de que no era el mejor momento, y seguía pensando que todo podría ser demasiado difícil estando sola, pero cuando, tirada en esa cama, puso su mano sobre su vientre y escu
El bazar fue todo un éxito y, cuando se sintió segura en su nueva ciudad, Elisa decidió jugar a la independiente. En realidad, ese tipo de trabajo era uno que jamás le había llamado la atención, no hasta que se convirtió en comerciante, trabajando todo el tiempo, pero no todo el tiempo; o al menos era así como ella lo sentía, porque debía estar disponible a la hora que le pidieran ir a ver o recoger un artículo, y el resto del tiempo no necesitaba hacer nada.—¿Y si pones un verdadero bazar? —le preguntó Mayte, esposa de su hermano mayor, vecina y casi gran amiga luego de un par de meses de convivencia.—Ya no tengo nada para vender —declaró Elisa, que ayudaba a su cuñada a picar verduras para uno de esos deliciosos platillos que siempre hacía y que ella no podía dejar de comer.Era extraño y, hasta cierto punto, medio loco, pero desde que los achaques de su embarazo se intensificaron Elisa no podía comer absolutamente nada de lo que cocinaba ella misma, desde el inicio del proceso la
Abrió los ojos, trasudando luego de tener que experimentar esa horrible pesadilla que le recordaba, cada tanto tiempo, lo idiota que había sido. Se puso en pie, intentando calmar su corazón apoyado de ejercicios de respiración que, probablemente, se había inventado, y caminó hasta la jarra de agua en una mesa cercana a la ventana que daba al balcón de su habitación, entonces miró afuera y sacudió la cabeza, pensando en que no tenía caso lamentarse por cosas del pasado, irremediables, además.Sin embargo, muy a pesar de que su cabeza entendía que no valía de nada llorar sobre la leche derramada, su corazón seguía poniendo de relieve que Elisa ya no estaba, y que, seguramente, no estaría de nuevo en su vida todo por idiota y por cobarde que había sido, porque, definitivamente, fue cobardía no decirle lo que sentía y no atreverse a presumirla a todas luces y a todas voces.Aún así, con todo lo mucho que le dolía, él necesitaba seguir adelante, así que se dirigió al baño, a deshacerse con