CAPÍTULO 5

Abrió los ojos con pesadez, necesitaba urgentemente ir al baño. Tenía ya un buen rato con ganas de ir, pero, debido a lo cómoda y cansada que estaba, lo estuvo ignorando, cosa que ya no podía hacer más.

Se sentó en el colchón, sintiendo cómo el brazo de su acompañante le atrapaba por la cintura, así que giró la cabeza y se encontró con su jefe durmiendo a su lado.

Erika suspiró, sabía bien que no debería estarse acostando con su ahora jefe, pero había algo en él que le encantaba demasiado, y era seguro que algo en ella también le encantaba en él, y es que, sin duda alguna, era Humberto Valtierra quien daba pie a que todo pasara, y ella simplemente se dejaba llevar.

Con cuidado de no despertarlo, la joven quitó de encima de sí el brazo de ese hombre, y se movió con pesadez para ir al baño, recogiendo en silencio toda su ropa, esa que había quedado tirada por todas partes cuando entró a la habitación de su jefe.

Horas atrás, mientras aún era de noche, luego de cenar juntos y de beber para celebrar el nuevo trabajo de Erika, ambos se dirigieron a la casa de su ahora jefe y la pasaron muy bien por un rato, luego de eso, gracias al cansancio y al alcohol, ambos se durmieron profundamente.

Erika salió del baño completamente vestida, aunque descalza y, luego de tomar su celular, viendo que era casi de día, decidió ir a su casa para prepararse para el trabajo; después de todo, en tan solo tres horas ella debía estar en la oficina.

—Ya me voy —dijo la joven, que sostenía en una mano su celular y en la otra sus zapatos—, te voy a robar unos calcetines—; entonces besó la frente de quien había amado su cuerpo dos veces ya, y sonrió porque pensó que esa era otra cosa que no debía hacer.

Ella no se debía enamorar de ese sujeto, ellos eran tan diferentes como la noche y el día, ambos bien podrían ser la luna y el sol, y ese bello eclipse, que ahora provocaban, en algún momento iba a terminar, así que lo más sano para ella era no involucrar su corazón, y tal vez dejar de involucrar su cuerpo también.

De Humberto no obtuvo nada más que un sonido que era entre queja y respuesta, así que la joven tomó unos nuevos calcetines de ese hombre, tal como la anunció segundos atrás, se puso los zapatos y dejó esa bella casa con la que nunca se atrevió a soñar siquiera.

**

—Te ves muy bien —señaló Susan, viendo a la chica llegar hasta ella, incluso utilizando tacones—, y me encantan tus zapatos.

Erika sonrió, se había esforzado mucho en su apariencia, y le alegraba que hubiera dado fruto hora y media de dolor de cabeza, porque ella no era una experta en moda, mucho menos en maquillaje, así que la inseguridad siempre jugaba en su contra cuando de “arreglarse” se trataba.

» De haber sabido que te verías tan bien, te hubiera contratado como mi auxiliar, en lugar de su asistente —declaró la azabache y la rubia sonrió medio confundida.

Erika no sabía qué debía de pensar de semejante comentario, pero tampoco quería preguntar nada, sentía que podría ser incómodo para alguna de las dos y no quería iniciar así su nueva vida laboral.

Luego de saludarse, juntas recorrieron de pe a pa el edificio, así que, pasadas las ocho y media, ambas salían de dicho edificio a por un café a esa cafetería carísima que se encontraba justo en frente al edificio de ONT. Erika agradeció que Susan pagara, porque pagar ese tipo de cafés era algo que, justo en ese momento, no debía darse el lujo de hacer.

» ¿Cómo conociste a Humberto? —preguntó Susan, interesada en lo bien que parecía llevarse esa joven con un hombre que, en realidad, era medio nefasto con las chicas, sobre todo con las de poco dinero.

—Lo confundí con alguien más —declaró la rubia y sonrió cuando la azabache le preguntó lo que eso significaba—. Creí que era un bastardo que se había burlado de mi amiga y le había roto el corazón, pero no había sido él, había sido uno de sus amigos.

—Bueno —habló Susan luego de sonreír de medio lado cuando escuchó lo que escuchó—, esa vez no fue él, pero bien podría ser él alguna nueva vez.

—Me imagino que sí —declaró Erika, mordiéndose un poco los labios—, pero, supongo que es inevitable que alguien caiga en su trampa, es decir, parece ofrecer mucho.

—Ni te ofrece nada y nada te dará —aseguró la gerente de recursos humanos de ONT—… No te acuestes con tu jefe, Erika, es el mejor consejo que te puedo dar, no sacarás nada bueno de eso.

—Pues yo ya saqué un empleo nuevo —declaró la chica y Susan negó con la cabeza luego de resoplar con un poco de molestia—, y dos pares de calcetines.

—¿Qué? —preguntó la azabache y ambas rieron luego de que Erika asintiera nada más.

—¿Tan pronto se hicieron amigas? —preguntó Humberto, que ni bien había puesto un pie afuera de su auto, escuchó dos risas conocidas y, al buscar a quien reía, se encontró con un par muy inusual riendo mientras atravesaban la calle.

—Sí —respondió Susan—, parece una buena chica y una buena trabajadora, así que no hagas que se vaya, por favor, no puedo seguir contratándote asistentes cada que te encuentras un nuevo pasatiempo.

—¡Ora! —exclamó Erika algo que era, más bien, una muletilla suya—. Pasatiempo suena despectivo, llámame la chica en turno.

Ambas jóvenes volvieron a reír y Humberto, que no se sintió tan cómodo siendo descubierto frente a su nuevo pasatiempo, no pudo reír con ellas; sin embargo, el que a Erika no le molestara saberse una más de muchas, le gustaba un poco, sentía que eso le simplificaría las cosas cuando le tocará el turno a alguien más.

Sí, él era un idiota también, su posición socioeconómica, su bien trabajado cuerpo y su hermosa cara le permitían acceder a una amplia gama de jóvenes damas que, encantadas, se entregaban a él por unas cuantas ganancias.

Las mujeres que a él más le gustaban eran, sin duda alguna, las que más caras le salían, porque vestidas de marca y oliendo a perfumes caros se veían en extremo bien; pero esas solían exigir tanto de él, fuera del plano económico donde no tenía problemas en darles todo, que las evitaba tanto como podía.

Sin embargo, esa chica pobre y bonita, que ni lo buscó primero y tampoco lo buscó después, le llamaba demasiado la atención como para no querer buscarla él.

—Yo también tengo una advertencia para ti —declaró Humberto, interrumpiendo esa naciente complicidad entre una gran amiga y su chica en turno—, no te confíes con ella, es roba calcetines.

Erika se rio, Humberto también lo hizo y Susan se preguntó si calcetines era algún nuevo concepto para algo gracioso que usaban los más jóvenes que ella, porque no estaba entendiendo nada de nada. 

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