—No puede pasar —soltó con firmeza Elisa, interponiéndose entre su casa y la madre de su esposo.Ni bien abrió la puerta, a la rubia le tocó enfrentarse a una cantaleta grosera y cansona de parte de una mujer que se presentó justo así, como la madre de Humberto Valtierra, el idiota al que, según las palabras de esa mujer, ella no podría estafar jamás.—Esta es la casa de mi hijo —vociferó con furia la mayor, deteniendo sus pasos a fuerza de la rubia mujercita que, con los brazos cruzados al frente, no se movía de debajo del marco de la puerta.—Sí —respondió Elisa sin perder la calma—, pero también es mía, y sé por Humberto, y por la abuela de Humberto, que usted no tiene buenas intenciones hacía mí o hacia mis hijas, así que no puede pasar a mi hogar. Ahora, sino le molesta, retírese, por favor.—Por supuesto que me molesta —declaró la mayor entre dientes, pues estaba usando todas sus fuerzas en contenerse de tomar a la rubia con ambas manos y comenzar a hacerla jirones cual hoja de p
Elisa Alatorre meditaba en silencio sobre la próxima decisión que debía tomar. El dilema la había mantenido despierta por las últimas noches, pero sabía que ayudar a su cuñada con la administración del restaurante era lo correcto.El embarazo de su cuñada estaba en una etapa tan avanzada que ya no solo ella estaba teniendo problemas para asistir al trabajo, lo hacía también su hermano que debía cuidar, no solo el negocio, sino también a sus amados sobrinos y a su cuñada que estaba, como ella misma decía, súper embarazada, y la rubia no podía quedarse de brazos cruzados mientras la familia necesitaba su apoyo.Al mismo tiempo, Elisa estaba consciente del impacto que su decisión tendría en Humberto. Él no estaba contento con la idea de que ella se llevara a las gemelas a su ciudad natal ni siquiera de vacaciones, alejarlas de él por más tiempo seguro que no sería una idea que le encantaría.Pero no había otra opción, Humberto ahora encargado de la empresa de su padre, quien, decidido a
El inicio no fue difícil, aunque sí un poco cansado, sobre todo para Humberto que continuaba teniendo demasiado trabajo en su nuevo cargo, pero Elisa estaba feliz de volver al lugar que, más que ningún otro, se sentía como su hogar, y las niñas pronto se acostumbraron a más gente en su vida, incluyendo la de su nueva guardería.Sin embargo, lo que al principio parecía un arreglo temporal y manejable, pronto se convirtió en una fuente de tensión constante. Humberto empezó a sentirse cada vez más cansado y a demostrar su molestia, como solo sabía mostrar todas sus malas emociones: con mal humor y hasta un poco de ira.Las discusiones con Elisa Alatorre se volvieron más frecuentes y acaloradas. Humberto ansiaba volver a su vida “normal”, aquella en la que cada cosa tenía su lugar y no había sorpresas ni cambios constantes. Su frustración era palpable y, aunque intentaba ocultarla, su carácter emocional lo traicionaba en cada interacción.Elisa, observadora y sensible, notó los cambios en
—Síndrome de Couvade —informó el médico y los esposos se miraron con más miedo que extrañeza—, es algo que los médicos llamamos embarazo empático y, a grandes rasgos, tiene que ver con la necesidad de un hombre de proteger a su pareja de los malestares del embarazo.—Ni siquiera sabíamos que estoy embarazada —declaró la rubia, sin dejar de mirar al médico, pero apuntando con su mano hacía Humberto y hacia ella alternamente,—Bueno —habló el médico—, aunque esto suena a psicológico, la verdad es que tiene una explicación física. Algunos expertos creen que los cambios hormonales producidos durante el embarazo en el cuerpo de la mujer podrían afectar a su vez a las hormonas del hombre, disminuyendo los niveles de testosterona de los afectados y esto, a la vez, aumenta la prolactina, que es una de las principales hormonas relacionadas con el embarazo, lo que produce los síntomas del embarazo, precisamente; además, la baja testosterona puede provocar ansiedad, y si está pasando por una sit
Tras lo que parecían interminables meses de gestación, de cambios, de pleitos que terminaban con la pareja llorando, abrazados y pidiéndose perdón, el día del parto llegó finalmente.Elisa sabía que no sería fácil, Humberto lo intuía, y fue por eso que el joven padre estuvo al lado de su amada en todo momento, sosteniendo su mano y brindándole palabras de aliento. Era un día lleno de emociones y expectativas, tanto de alegría como de incertidumbre.Elisa, aunque agotada, adolorida y asustada sentía una paz inigualable al tener a Humberto junto a ella, compartiendo cada instante de ese momento único, fue ahí que entendió lo que ese hombre le había dicho cuando su embarazo fue descubierto: había cosas que lamentarían al vivirlas juntos por primera vez cuando hubo una vez anterior en que no estuvieron juntos.—Lo lamento —dijo la rubia entre gemidos de dolor y jadeos por el cansancio que todo su esfuerzo dejaba en su cuerpo—, debiste estar en el otro embarazo… de verdad, lamento haberte q
—Cásate conmigo —pidió el hombre de cabello completamente oscuro, de piel clara y ojos divinamente azules.La rubia de cabello corto y lacio, de ojos café claro, casi miel, no pudo evitar que su rostro se descompusiera por la sorpresa de lo que escuchaba, y se debió obligar a parpadear en repetidas ocasiones para retomar el control de sus músculos faciales, y así poder cerrar la boca que la sorpresa le abrió.—Ni siquiera somos de la misma especie —parafraseó la joven algo que ese joven empresario hubiese dicho una vez de ella, y a Humberto no le quedó más que fingir que ese golpe que ella tiró no le había dado de lleno.—Elisa bonita —habló el azabache, acercándose a la rubia que temblaba ante su cercanía, y sobre todo ante el dulce tono que les había impreso a esas palabras ese hombre que no podía negar que le encantaba, a pesar de lo mucho que lo detestaba—, ¿de qué estás hablando? Ambos somos seres humanos, ¿o no?La mencionada sonrió con sorna, y tal vez se reía de la ironía, per
—¡Devuélveme mi zapato! —exigió la joven rubia, intentando sostenerse en un pie, en el pie que no estaba descalzo.—¿Por qué? —preguntó un azabache de ojos claros, sosteniendo en su mano el zapato que la joven pedía mientras se divertía con la molestia de la chica—, si tú me lo aventaste.Él tenía razón, las cosas habían sido tal como ese joven hombre lo mencionaba, pero todo había sido un error de ella que pagaría caro haberse equivocado, o al menos ese era el plan del joven azabache que terminó levantándolo más alto para que ella no pudiera alcanzarlo, ni brincando.—Que… me… des… mi… zapato… —pidió la rubia, brincando en una pierna, intentando alcanzar algo que le pertenecía, y que no pensó que perdería de semejante manera.Pero ese sujeto era más alto que ella, con su mano levantada no lo lograría jamás, así que ella simplemente desistió.Elisa estaba demasiado avergonzada, y también estaba furiosa consigo misma por haberse puesto en esa situación, como para seguir siendo la prota
—¡Yo no vivo por aquí! —casi gritó Elisa, y Humberto sonrió antes de fingir que no había escuchado ese reclamo de una joven, subiendo la velocidad de la moto para no tener que escuchar su siguiente queja.Y la treta le dio buen resultado pues, en respuesta al aumento de velocidad, la rubia se aferró al cuerpo del hombre con más fuerza, complaciéndolo mucho más.Humberto no podía negar que esa joven le había encantado desde que la vio, tanto que incluso se emocionó tras verla ir de la barra a directo hasta su mesa y, aunque le sacó de onda que le gritara tonterías y le aventara un zapato, la verdad es que incluso eso le encantó de ella.Y ahora estaban ambos ahí, a la entrada de su departamento, con él haciendo todo lo posible por borrar el trago amargo que los dos habían tenido al conocerse, porque él no la había pasado precisamente bien siendo insultado y golpeado, y había sido obvio para él que ella tampoco pasó por un momento grato, de otra manera no había terminado llorando a medi