—¡Devuélveme mi zapato! —exigió la joven rubia, intentando sostenerse en un pie, en el pie que no estaba descalzo.
—¿Por qué? —preguntó un azabache de ojos claros, sosteniendo en su mano el zapato que la joven pedía mientras se divertía con la molestia de la chica—, si tú me lo aventaste.
Él tenía razón, las cosas habían sido tal como ese joven hombre lo mencionaba, pero todo había sido un error de ella que pagaría caro haberse equivocado, o al menos ese era el plan del joven azabache que terminó levantándolo más alto para que ella no pudiera alcanzarlo, ni brincando.
—Que… me… des… mi… zapato… —pidió la rubia, brincando en una pierna, intentando alcanzar algo que le pertenecía, y que no pensó que perdería de semejante manera.
Pero ese sujeto era más alto que ella, con su mano levantada no lo lograría jamás, así que ella simplemente desistió.
Elisa estaba demasiado avergonzada, y también estaba furiosa consigo misma por haberse puesto en esa situación, como para seguir siendo la protagonista principal de semejante espectáculo.
Días atrás, luego del trabajo, su mejor amiga había llegado llorando hasta ella porque el idiota de su novio la había engañado. Ese sujeto era un niño rico e idiota que se fingió empleado del bar donde su amiga recién había empezado a trabajar, y la enamoró hasta que la muy idiota soñadora cayó y terminó con el alma hecha pedacitos.
Elisa Alatorre no era una chica de problemas, mantenerse bajo perfil era su filosofía de buena vida; pero, al escuchar a su mejor amiga llorar, la rubia de cabello lacio estuvo lo suficientemente furiosa como para ir a un bar, al que no hubiera ido antes por no tener el estatus que requería un cliente de dicho lugar, a reclamar por algo que, en realidad, ni siquiera le concernía.
¿Por qué estaba enojada Elisa? Simple. Su muy idiota novio y ella también se habían separado. Pero no porque él fuera un niño rico disfrazado de empleado, sino porque él se había acostado con su compañera de trabajo en horas laborales. Ella los descubrió. Entonces, claro que estaba furiosa, y ver a su amiga con el alma rota la empujó a hacer algo que no pensó haría alguna vez.
Elisa llegó al bar y se saltó al sujeto fortachón de la entrada, que no quería dejarla pasar, pero que no la siguió una vez que se escabulló entre los chiquillos perfumados y de ropa ridículamente cara.
Ya en la barra, la rubia preguntó por el dueño del lugar, y los trabajadores señalaron a uno de los privados en el área vip, a donde la chica miró mientras sonreía, sintiéndose una completa idiota; porque, es decir, ¿en qué otra parte podría estar el dueño del lugar?
—¿El dueño? —preguntó Elisa, de pie ante la mesa donde tres chicos y dos chicas bebían un licor absurdamente costoso.
Las cinco personas en la mesa la revisaron de arriba abajo, haciéndola molestar, y uno de ellos levantó la mano antes de hablar.
—No estoy contratando conserjes —declaró él y todos rieron, también Elisa lo hizo.
—Igual no quiero trabajar aquí —aseguró la rubia, sonriendo—, no creo soportar ver tu cara por mucho tiempo.
Tal declaración, aunada a la burlona sonrisa que le regaló a ese joven, hizo enfurecer a quien le escuchaba.
—¿Qué quieres, entonces? —preguntó con seriedad el azabache, hablando casi entre dientes.
—Cierto, me estaba olvidando —dijo Elisa y, sacándose uno de sus zapatos, se lo tiró en la solapa de la chamarra de cuero que él vestía elegantemente—. Eso fue por burlarte de Ariana.
—Ah —hizo otro chico en la mesa, uno rubio de descuidada apariencia, seguramente por el alcohol—, ese fui yo.
Tal confesión la hizo levantando la mano, como minutos antes lo hiciera el joven al que Elisa había golpeado y que la miraba como si ganas de matarla tuviera.
» La engañé dos veces —soltó un rubio idiota entre carcajadas, ufanándose de la canallada que había hecho—, primero le dije que yo era un empleado, y luego le dije que era el dueño.
Sintiendo un poco de pena por la equivocación, Elisa se agachó y estiró su brazo, intentando recuperar su zapato del piso; pero el verdadero dueño del bar lo levantó antes de que ella pudiera tomarlo, y le miró sonriéndole burlonamente.
—Dame mi zapato —pidió la joven, estirando su mano, ahora hacia él, pero el joven sonrió de nuevo mientras negaba con la cabeza, molestando a la rubia que desistió de su idea de pedirle disculpas al otro por el golpe y por la confusión.
» Pues quédatelo; es más… te regalo ambos —dijo la rubia y tiró con fuerza el otro zapato, intentando golpearlo de nuevo, pero esta vez él atrapó el calzado en el aire, con esa expresión de burla que a Elisa le crispaba los nervios.
» Idiota —murmuró la descalza joven y se fue sintiendo asco por todo lo que iba pisando de salida del bar.
Ya en la calle, la joven no se atrevió a mirar sus pies, que seguramente debían ser un asco peor al que ella estaba sintiendo; y que, además, debían de estar morados por el par de pisotones que se ganó de algunos que tropezaron con ella dentro del bar, y por el tremendo frío que estaba haciendo en plena madrugada.
Refunfuñando, y con los pies lastimados, Elisa escuchó una sexy voz opacada por el sonido de una motocicleta.
—Se te cayeron, cenicienta —dijo el sujeto de la moto, extendiéndole sus zapatos tras detenerse frente a ella y apagar su motocicleta.
Apenada, y molesta, Elisa los tomó con rapidez, y con fuerza, pues no quería tener que saltar de nuevo para poder recuperar su calzado, pero el otro no intentó molestarla más con ellos, solo la vio abrazarlos a su pecho y continuar su camino descalza.
» ¿Ni siquiera dirás gracias? —preguntó el desconocido de cabello oscuro y la chica le miró furiosa—. ¿Por qué no te pones los zapatos? ¿Te irás descalza a pesar del frío?
—Mis pies están muy sucios —respondió a regañadientes la joven, sin detener su paso, siendo seguida por ese guapo joven—, y son mis zapatos del trabajo.
El azabache rio con ganas, molestando a la rubia, que no detenía sus pies a pesar de lo mucho que le molestaba caminar descalza.
—Te llevaré a tu casa —ofreció el joven, y ahora sí que Elisa se detuvo, mirándolo como si estuviera loco.
—No, gracias —se negó la rubia, con la intensión de retomar su camino, pero el joven no la dejó ir, la tomó de una mano y la obligó a mirarlo, de nuevo.
—¿Por qué no? —preguntó el chico, fijando sus azules ojos en el lindo rostro de esa joven que, por alguna razón, le encantaba cada vez más mientras la veía.
—Porque no me gusta recibir ayuda de tipos idiotas como tú —respondió Elisa y el joven le sonrió, provocando que ella se confundiera mucho más.
Lo normal, cuando se insulta a alguien, es provocarles enojo, no una perfecta sonrisa como la que él le regalaba.
—Hablas como si me odiaras —declaró el joven de pronto y, cuando la rubia le dijo que le odiaba, otra estridente carcajada escapó de él—. ¿Por qué me odias? Soy adorable. Te devolví tus zapatos, te estoy ofreciendo ayuda y transporte, incluso no te cobré la entrada al bar, porque me dijo Rufo que te colaste.
Elisa lo miró furiosa; en sus entrañas estaba naciendo la imperiosa necesidad de desaparecer su estúpida y perfecta sonrisa, pero, como no podía hacerlo sin meterse en muchos problemas, solo comenzó a caminar más rápido.
El azabache volvió a reír, e insistió de nuevo en llevarla a su casa, pero ella no quería estar con él. Elisa estaba furiosa porque, sin tener ninguna razón válida, había ido a meterse en donde nadie la llamaba, y también porque ahora tenía que soportar todos los incómodos y desagradables sentimientos que estaba cargando.
Sus lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas. Se sentía humillada, y eso era algo que no disfrutaba. Además, la rubia había tropezado con algo recién salió del bar, así que uno de sus dedos dolía demasiado, por eso no podía dejar de llorar, y cuando la joven dejó de escuchar al otro, pensó que ese niño rico al fin se había ido; por eso, doblando las rodillas, se hizo una especie de ovillo y lloró un poco más.
La calle estaba sola, ella no tenía nadie que atestiguara el lamentable espectáculo que estaba montando. O eso pensé hasta que vio unos lujosos zapatos aparecer frente a ella.
» Lo lamento —dijo el joven, tendiéndole un pañuelo desechable—, mi amigo es un idiota.
Elisa no contestó nada. Ella no quería tener que hablar más con él, mucho menos cuando se sentía tan apenada de haberlo confundido y golpeado con sus zapatos. Además, ella estaba completamente segura de que su rostro era un desastre, y odiaba que la vieran llorar, así que solo negó con la cabeza, tratando de indicar que no había problema, y esperando que el otro simplemente se fuera sin más.
» Me llamo Humberto —dijo el joven, tendiéndole una mano a la chica para ayudarla a ponerse en pie.
«A mí no me importa» pensó la chica, ignorando la mano que se tendía hacia ella; pero, cuando los brazos de ese apuesto joven la atraparon y la levantaron del suelo, Elisa pensó que sería bueno saber también el apellido de ese apuesto chico de cabello negro, pues ella necesitaba conocer el nombre del causante de su desaparición del mundo.
» En mi mundo las cosas se hacen como yo quiero —explicó el tal Humberto, sonriendo mientras la llevaba hasta su motocicleta.
Elisa pensó que no era diferente con ella. En el mundo en que ella vivía las cosas también se hacían como el de dinero quería. Así que solo lo dejó llevarla hasta su casa, tal como el otro insistía.
Y es que, si las cosas ya iban tan mal, ¿qué más daba que ese chico rico pisoteara un poco más de su orgullo?... No era tan malo teniendo en cuenta que ya no pisaría más porquerías, al menos no por esa noche.
—¡Yo no vivo por aquí! —casi gritó Elisa, y Humberto sonrió antes de fingir que no había escuchado ese reclamo de una joven, subiendo la velocidad de la moto para no tener que escuchar su siguiente queja.Y la treta le dio buen resultado pues, en respuesta al aumento de velocidad, la rubia se aferró al cuerpo del hombre con más fuerza, complaciéndolo mucho más.Humberto no podía negar que esa joven le había encantado desde que la vio, tanto que incluso se emocionó tras verla ir de la barra a directo hasta su mesa y, aunque le sacó de onda que le gritara tonterías y le aventara un zapato, la verdad es que incluso eso le encantó de ella.Y ahora estaban ambos ahí, a la entrada de su departamento, con él haciendo todo lo posible por borrar el trago amargo que los dos habían tenido al conocerse, porque él no la había pasado precisamente bien siendo insultado y golpeado, y había sido obvio para él que ella tampoco pasó por un momento grato, de otra manera no había terminado llorando a medi
“Te robé unos calcetines” decía la nota que encontró ni bien despertó, estaba escrito en un blog de notas que siempre tenía sobre el buró, un blog donde él gustaba de escribir tonterías que siempre terminaban en nada, y fue ahí donde escribió una nota para esa joven que, posiblemente, no volvería a ver jamás.Mientras tanto, la joven que también creía no se encontraría de nuevo con ese sujeto, de nombre Humberto, entró al pequeño departamento que compartía con su mejor amiga, quien, desde el sofá en que había pasado una terrible noche, la miró con furia.—¡¿Dónde demonios estabas?! —preguntó Ariana en un grito, dejando el sofá y andando hasta una desalineada rubia que, contrario a la furia que fue cuando se fue de ese lugar la noche anterior, se veía de muy buen ánimo—. ¿Tienes idea lo preocupada que estaba?—Lo lamento —aseguró Elisa, abrazando a una chica que había terminado por llorar cuando al fin la atrapó—, debí llamarte, pero, ya sabes, mi celular...—Sí —declaró la Ariana—, ya
—¿Por qué la cara larga? —preguntó Humberto, a sabiendas de que era puro nerviosismo lo que tenía a la joven con el rostro rígido. —Creo que estoy un poco decepcionada —respondió Elisa, obligándose a bromear para relajarse un poco, porque lo necesitaba, y mucho. —¿Decepcionada? —preguntó el joven, mirando con curiosidad a la rubia que sonreía nerviosa—, ¿de qué estás decepcionada? —De que me trajeras a la oficina en lugar de a tu casa luego de ofrecerme trabajo —explicó la cuestionada, mirando cómo los ojos de ese hombre se abrían enormes mientras le miraban con sorpresa—, para ser tu sirvienta, quiero decir. Al escuchar eso, Humberto soltó tremenda carcajada, y eso hizo que todo el mundo en el lugar que atravesaban los mirara con extrañeza. Elisa se quedó sin respiración, ser el centro de atención nunca había sido lo suyo, y ahora tenía muchos pares de ojos observándola. —Yo jamás te llevaría a trabajar a mi casa, bonita —declaró Humberto Valtierra, queriendo también jugar con la
Abrió los ojos con pesadez, necesitaba urgentemente ir al baño. Tenía ya un buen rato con ganas de ir, pero, debido a lo cómoda y cansada que estaba, lo estuvo ignorando, cosa que ya no podía hacer más.Se sentó en el colchón, sintiendo cómo el brazo de su acompañante le atrapaba por la cintura, así que giró la cabeza y se encontró con su jefe durmiendo a su lado.Erika suspiró, sabía bien que no debería estarse acostando con su ahora jefe, pero había algo en él que le encantaba demasiado, y era seguro que algo en ella también le encantaba en él, y es que, sin duda alguna, era Humberto Valtierra quien daba pie a que todo pasara, y ella simplemente se dejaba llevar.Con cuidado de no despertarlo, la joven quitó de encima de sí el brazo de ese hombre, y se movió con pesadez para ir al baño, recogiendo en silencio toda su ropa, esa que había quedado tirada por todas partes cuando entró a la habitación de su jefe.Horas atrás, mientras aún era de noche, luego de cenar juntos y de beber pa
—Parece que lo hace bien, ¿no? —preguntó una de las cuatro secretarias que conformaban ese tipo sala de estar en forma hexagonal, donde un escritorio resguardaba la puerta de cada una de las oficinas—… en la cama, digo. ¿No usa cada vez marcas más caras?Elisa suspiró mientras rodaba los ojos, ese comentario definitivamente era para ella, pues, ni bien ponía un pie en ese lugar, todas las que ahí chismorreaban, mientras trabajaban, soltaban alguna crítica, algún mal comentario y hasta insultos hacia su persona.Pero ella no dijo nada, lo cierto era que, en esos cuatro meses que llevaba trabajando en ese lugar, no había semana en que su jefe no le regalara algo de marca; era como si intentara cubrirla con una mejor piel para luego merecerse verla con la piel desnuda.A ella no le incomodaba, la verdad era que también le gustaba tener cosas que su cartera no alcanzaba a comprar, porque, lejos de lo mucho que costaban, eran tan hermosas que el simple hecho de utilizarlas le hacía sentir
—Creo que debería comenzar a dejar de preocuparme por ti y ese sujeto —declaró Ariana, que veía a su amiga llegar a su casa, de nuevo de madrugada, para cambiarse de ropa y, de esa manera, poder ir al trabajo sin que nadie sospechara que había pasado la noche con su jefe.O, sería mejor decir, para que nadie confirmara con sus propios ojos que era así, porque sospechas tenían todos, y no era más que la realidad lo que todos susurraban en su frente y a sus espaldas sobre ella siendo la amante de su jefe.» Es decir, ahora incluso te trae a casa a pesar de ser las seis —finalizó señalando la mejor amiga de una rubia que, luego de ser descubierta llegando a casa de madrugada, se había quedado sin aire.—Solo lo hace porque le queda de paso para ir al gimnasio —excusó Elisa, encaminándose a su habitación para dar inicio con su día con un buen baño.—Sabes, creo que lo que sigue es él ofreciéndote ir a vivir con él y luego de eso una boda —declaró Ariana y, aunque a la rubia le emocionó la
Elisa abrió los ojos, sintiendo cómo estos ardían por la resequedad que ahora los contorneaba, y giró la cabeza hacia un lado, descubriendo algo que odiaba y que había dejado sobre la cama la noche anterior justo antes de entrar al baño a lavarse los dientes: prueba de embarazo positiva.La rubia se giró, volviendo a clavar sus ojos en el techo, entonces suspiró y luego lloró de nuevo sin poder contener todo ese dolor que pretendía dejar su alma convertida en lágrimas.La semana anterior ella había estado demasiado molesta para notarlo con claridad, pero lo cierto era que el corazón roto dolía demasiado, pero no porque en verdad ese órgano pudiera dañarse con malos tratos, sino por todo lo que implicaba.Comprobar que ese hombre, que ella no podría dejar de amar, jamás la amaría, significaba que ella debía enterrar todos sus sueños de un futuro feliz a su lado, sueños que ni siquiera supo que estaba teniendo; y eso era de verdad doloroso.—Desearía retroceder un año —dijo y luego llor
Abrió los ojos de nuevo, y esta vez estaba en una habitación en completa soledad, o eso fue lo que pensó hasta que, de una de las dos puertas frente a su cama, salió su madre que, al verla despierta, no pudo evitar respirar casi aliviada.—Me diste un susto tremendo —declaró una mujer de mediana edad, de cabello tan rubio como el de ella y de ojos claros—. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? Ni siquiera sabía que salías a con alguien.Elisa no dijo nada, con el rostro afligido y con evidente cansancio, la joven miró a donde su madre no estaba.» ¿En serio te vas a poner así? —preguntó Elsa Andrade, madre de la joven en esa cama de un hospital al que había ingresado tras perder la conciencia en un cuadro de estrés generalizado—. Te juro que no te entiendo. ¿Qué hice tan mal para que me trates de esta manera? Yo solo he querido lo mejor para ti, siempre.—Si lo mejor para ti era abandonarme, ¿para qué vienes y cambias de opinión a estas alturas, madre? —cuestionó la chica, en