CAPÍTULO 1

—¡Devuélveme mi zapato! —exigió la joven rubia, intentando sostenerse en un pie, en el pie que no estaba descalzo.

—¿Por qué? —preguntó un azabache de ojos claros, sosteniendo en su mano el zapato que la joven pedía mientras se divertía con la molestia de la chica—, si tú me lo aventaste.

Él tenía razón, las cosas habían sido tal como ese joven hombre lo mencionaba, pero todo había sido un error de ella que pagaría caro haberse equivocado, o al menos ese era el plan del joven azabache que terminó levantándolo más alto para que ella no pudiera alcanzarlo, ni brincando.

—Que… me… des… mi… zapato… —pidió la rubia, brincando en una pierna, intentando alcanzar algo que le pertenecía, y que no pensó que perdería de semejante manera.

Pero ese sujeto era más alto que ella, con su mano levantada no lo lograría jamás, así que ella simplemente desistió.

Elisa estaba demasiado avergonzada, y también estaba furiosa consigo misma por haberse puesto en esa situación, como para seguir siendo la protagonista principal de semejante espectáculo.

Días atrás, luego del trabajo, su mejor amiga había llegado llorando hasta ella porque el idiota de su novio la había engañado. Ese sujeto era un niño rico e idiota que se fingió empleado del bar donde su amiga recién había empezado a trabajar, y la enamoró hasta que la muy idiota soñadora cayó y terminó con el alma hecha pedacitos.

Elisa Alatorre no era una chica de problemas, mantenerse bajo perfil era su filosofía de buena vida; pero, al escuchar a su mejor amiga llorar, la rubia de cabello lacio estuvo lo suficientemente furiosa como para ir a un bar, al que no hubiera ido antes por no tener el estatus que requería un cliente de dicho lugar, a reclamar por algo que, en realidad, ni siquiera le concernía.

¿Por qué estaba enojada Elisa? Simple. Su muy idiota novio y ella también se habían separado. Pero no porque él fuera un niño rico disfrazado de empleado, sino porque él se había acostado con su compañera de trabajo en horas laborales. Ella los descubrió. Entonces, claro que estaba furiosa, y ver a su amiga con el alma rota la empujó a hacer algo que no pensó haría alguna vez.

Elisa llegó al bar y se saltó al sujeto fortachón de la entrada, que no quería dejarla pasar, pero que no la siguió una vez que se escabulló entre los chiquillos perfumados y de ropa ridículamente cara.

Ya en la barra, la rubia preguntó por el dueño del lugar, y los trabajadores señalaron a uno de los privados en el área vip, a donde la chica miró mientras sonreía, sintiéndose una completa idiota; porque, es decir, ¿en qué otra parte podría estar el dueño del lugar?

—¿El dueño? —preguntó Elisa, de pie ante la mesa donde tres chicos y dos chicas bebían un licor absurdamente costoso.

Las cinco personas en la mesa la revisaron de arriba abajo, haciéndola molestar, y uno de ellos levantó la mano antes de hablar.

—No estoy contratando conserjes —declaró él y todos rieron, también Elisa lo hizo.

—Igual no quiero trabajar aquí —aseguró la rubia, sonriendo—, no creo soportar ver tu cara por mucho tiempo.

Tal declaración, aunada a la burlona sonrisa que le regaló a ese joven, hizo enfurecer a quien le escuchaba. 

—¿Qué quieres, entonces? —preguntó con seriedad el azabache, hablando casi entre dientes.

—Cierto, me estaba olvidando —dijo Elisa y, sacándose uno de sus zapatos, se lo tiró en la solapa de la chamarra de cuero que él vestía elegantemente—. Eso fue por burlarte de Ariana.

—Ah —hizo otro chico en la mesa, uno rubio de descuidada apariencia, seguramente por el alcohol—, ese fui yo.

Tal confesión la hizo levantando la mano, como minutos antes lo hiciera el joven al que Elisa había golpeado y que la miraba como si ganas de matarla tuviera.

» La engañé dos veces —soltó un rubio idiota entre carcajadas, ufanándose de la canallada que había hecho—, primero le dije que yo era un empleado, y luego le dije que era el dueño.

Sintiendo un poco de pena por la equivocación, Elisa se agachó y estiró su brazo, intentando recuperar su zapato del piso; pero el verdadero dueño del bar lo levantó antes de que ella pudiera tomarlo, y le miró sonriéndole burlonamente.

—Dame mi zapato —pidió la joven, estirando su mano, ahora hacia él, pero el joven sonrió de nuevo mientras negaba con la cabeza, molestando a la rubia que desistió de su idea de pedirle disculpas al otro por el golpe y por la confusión.

» Pues quédatelo; es más… te regalo ambos —dijo la rubia y tiró con fuerza el otro zapato, intentando golpearlo de nuevo, pero esta vez él atrapó el calzado en el aire, con esa expresión de burla que a Elisa le crispaba los nervios.

» Idiota —murmuró la descalza joven y se fue sintiendo asco por todo lo que iba pisando de salida del bar.

Ya en la calle, la joven no se atrevió a mirar sus pies, que seguramente debían ser un asco peor al que ella estaba sintiendo; y que, además, debían de estar morados por el par de pisotones que se ganó de algunos que tropezaron con ella dentro del bar, y por el tremendo frío que estaba haciendo en plena madrugada.

Refunfuñando, y con los pies lastimados, Elisa escuchó una sexy voz opacada por el sonido de una motocicleta.

—Se te cayeron, cenicienta —dijo el sujeto de la moto, extendiéndole sus zapatos tras detenerse frente a ella y apagar su motocicleta.

Apenada, y molesta, Elisa los tomó con rapidez, y con fuerza, pues no quería tener que saltar de nuevo para poder recuperar su calzado, pero el otro no intentó molestarla más con ellos, solo la vio abrazarlos a su pecho y continuar su camino descalza.

» ¿Ni siquiera dirás gracias? —preguntó el desconocido de cabello oscuro y la chica le miró furiosa—. ¿Por qué no te pones los zapatos? ¿Te irás descalza a pesar del frío?

—Mis pies están muy sucios —respondió a regañadientes la joven, sin detener su paso, siendo seguida por ese guapo joven—, y son mis zapatos del trabajo.

El azabache rio con ganas, molestando a la rubia, que no detenía sus pies a pesar de lo mucho que le molestaba caminar descalza.

—Te llevaré a tu casa —ofreció el joven, y ahora sí que Elisa se detuvo, mirándolo como si estuviera loco.

—No, gracias —se negó la rubia, con la intensión de retomar su camino, pero el joven no la dejó ir, la tomó de una mano y la obligó a mirarlo, de nuevo.

—¿Por qué no? —preguntó el chico, fijando sus azules ojos en el lindo rostro de esa joven que, por alguna razón, le encantaba cada vez más mientras la veía.

—Porque no me gusta recibir ayuda de tipos idiotas como tú —respondió Elisa y el joven le sonrió, provocando que ella se confundiera mucho más.

Lo normal, cuando se insulta a alguien, es provocarles enojo, no una perfecta sonrisa como la que él le regalaba.

—Hablas como si me odiaras —declaró el joven de pronto y, cuando la rubia le dijo que le odiaba, otra estridente carcajada escapó de él—. ¿Por qué me odias? Soy adorable. Te devolví tus zapatos, te estoy ofreciendo ayuda y transporte, incluso no te cobré la entrada al bar, porque me dijo Rufo que te colaste.

Elisa lo miró furiosa; en sus entrañas estaba naciendo la imperiosa necesidad de desaparecer su estúpida y perfecta sonrisa, pero, como no podía hacerlo sin meterse en muchos problemas, solo comenzó a caminar más rápido.

El azabache volvió a reír, e insistió de nuevo en llevarla a su casa, pero ella no quería estar con él. Elisa estaba furiosa porque, sin tener ninguna razón válida, había ido a meterse en donde nadie la llamaba, y también porque ahora tenía que soportar todos los incómodos y desagradables sentimientos que estaba cargando.

Sus lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas. Se sentía humillada, y eso era algo que no disfrutaba. Además, la rubia había tropezado con algo recién salió del bar, así que uno de sus dedos dolía demasiado, por eso no podía dejar de llorar, y cuando la joven dejó de escuchar al otro, pensó que ese niño rico al fin se había ido; por eso, doblando las rodillas, se hizo una especie de ovillo y lloró un poco más.

La calle estaba sola, ella no tenía nadie que atestiguara el lamentable espectáculo que estaba montando. O eso pensé hasta que vio unos lujosos zapatos aparecer frente a ella.

» Lo lamento —dijo el joven, tendiéndole un pañuelo desechable—, mi amigo es un idiota.

Elisa no contestó nada. Ella no quería tener que hablar más con él, mucho menos cuando se sentía tan apenada de haberlo confundido y golpeado con sus zapatos. Además, ella estaba completamente segura de que su rostro era un desastre, y odiaba que la vieran llorar, así que solo negó con la cabeza, tratando de indicar que no había problema, y esperando que el otro simplemente se fuera sin más.

» Me llamo Humberto —dijo el joven, tendiéndole una mano a la chica para ayudarla a ponerse en pie.

«A mí no me importa» pensó la chica, ignorando la mano que se tendía hacia ella; pero, cuando los brazos de ese apuesto joven la atraparon y la levantaron del suelo, Elisa pensó que sería bueno saber también el apellido de ese apuesto chico de cabello negro, pues ella necesitaba conocer el nombre del causante de su desaparición del mundo.

» En mi mundo las cosas se hacen como yo quiero —explicó el tal Humberto, sonriendo mientras la llevaba hasta su motocicleta.

Elisa pensó que no era diferente con ella. En el mundo en que ella vivía las cosas también se hacían como el de dinero quería. Así que solo lo dejó llevarla hasta su casa, tal como el otro insistía.

Y es que, si las cosas ya iban tan mal, ¿qué más daba que ese chico rico pisoteara un poco más de su orgullo?... No era tan malo teniendo en cuenta que ya no pisaría más porquerías, al menos no por esa noche. 

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