—Ni siquiera nos parecemos —farfulló Humberto, abrazando por la cintura al par de niñas, que tenía sentadas en un altillo de la cocina, mientras las veía con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué lo confundieron conmigo?Elisa, que terminaba de servir el té frío en una jarra para llevarlo a la sala y compartirlo con la abuela y el padre del padre de sus hijas, giró la cabeza para poder mirar al hombre que, al parecer, les reclamaba cosas a dos niñas que ni siquiera tenían dos años.—¿No estás esperando que te expliquen, o sí? —preguntó la rubia, más que confundida, entonces el hombre que juraba amarla la miró casi molesto—. Tienen año y medio, Humberto, y las conoces de toda la vida, sabes bien que te confunden con todo hombre que les pasa por enfrente.—Ya no me confunden tanto —alegó el mencionado, lento, como si de esa manera quedaría completamente claro lo que él decía—, y me ofende que me confundieran precisamente con él.—Ay, por favor, Humberto —pidió la rubia, volviendo la cara a
—No puede pasar —soltó con firmeza Elisa, interponiéndose entre su casa y la madre de su esposo.Ni bien abrió la puerta, a la rubia le tocó enfrentarse a una cantaleta grosera y cansona de parte de una mujer que se presentó justo así, como la madre de Humberto Valtierra, el idiota al que, según las palabras de esa mujer, ella no podría estafar jamás.—Esta es la casa de mi hijo —vociferó con furia la mayor, deteniendo sus pasos a fuerza de la rubia mujercita que, con los brazos cruzados al frente, no se movía de debajo del marco de la puerta.—Sí —respondió Elisa sin perder la calma—, pero también es mía, y sé por Humberto, y por la abuela de Humberto, que usted no tiene buenas intenciones hacía mí o hacia mis hijas, así que no puede pasar a mi hogar. Ahora, sino le molesta, retírese, por favor.—Por supuesto que me molesta —declaró la mayor entre dientes, pues estaba usando todas sus fuerzas en contenerse de tomar a la rubia con ambas manos y comenzar a hacerla jirones cual hoja de p
—Cásate conmigo —pidió el hombre de cabello completamente oscuro, de piel clara y ojos divinamente azules.La rubia de cabello corto y lacio, de ojos café claro, casi miel, no pudo evitar que su rostro se descompusiera por la sorpresa de lo que escuchaba, y se debió obligar a parpadear en repetidas ocasiones para retomar el control de sus músculos faciales, y así poder cerrar la boca que la sorpresa le abrió.—Ni siquiera somos de la misma especie —parafraseó la joven algo que ese joven empresario hubiese dicho una vez de ella, y a Humberto no le quedó más que fingir que ese golpe que ella tiró no le había dado de lleno.—Elisa bonita —habló el azabache, acercándose a la rubia que temblaba ante su cercanía, y sobre todo ante el dulce tono que les había impreso a esas palabras ese hombre que no podía negar que le encantaba, a pesar de lo mucho que lo detestaba—, ¿de qué estás hablando? Ambos somos seres humanos, ¿o no?La mencionada sonrió con sorna, y tal vez se reía de la ironía, per
—¡Devuélveme mi zapato! —exigió la joven rubia, intentando sostenerse en un pie, en el pie que no estaba descalzo.—¿Por qué? —preguntó un azabache de ojos claros, sosteniendo en su mano el zapato que la joven pedía mientras se divertía con la molestia de la chica—, si tú me lo aventaste.Él tenía razón, las cosas habían sido tal como ese joven hombre lo mencionaba, pero todo había sido un error de ella que pagaría caro haberse equivocado, o al menos ese era el plan del joven azabache que terminó levantándolo más alto para que ella no pudiera alcanzarlo, ni brincando.—Que… me… des… mi… zapato… —pidió la rubia, brincando en una pierna, intentando alcanzar algo que le pertenecía, y que no pensó que perdería de semejante manera.Pero ese sujeto era más alto que ella, con su mano levantada no lo lograría jamás, así que ella simplemente desistió.Elisa estaba demasiado avergonzada, y también estaba furiosa consigo misma por haberse puesto en esa situación, como para seguir siendo la prota
—¡Yo no vivo por aquí! —casi gritó Elisa, y Humberto sonrió antes de fingir que no había escuchado ese reclamo de una joven, subiendo la velocidad de la moto para no tener que escuchar su siguiente queja.Y la treta le dio buen resultado pues, en respuesta al aumento de velocidad, la rubia se aferró al cuerpo del hombre con más fuerza, complaciéndolo mucho más.Humberto no podía negar que esa joven le había encantado desde que la vio, tanto que incluso se emocionó tras verla ir de la barra a directo hasta su mesa y, aunque le sacó de onda que le gritara tonterías y le aventara un zapato, la verdad es que incluso eso le encantó de ella.Y ahora estaban ambos ahí, a la entrada de su departamento, con él haciendo todo lo posible por borrar el trago amargo que los dos habían tenido al conocerse, porque él no la había pasado precisamente bien siendo insultado y golpeado, y había sido obvio para él que ella tampoco pasó por un momento grato, de otra manera no había terminado llorando a medi
“Te robé unos calcetines” decía la nota que encontró ni bien despertó, estaba escrito en un blog de notas que siempre tenía sobre el buró, un blog donde él gustaba de escribir tonterías que siempre terminaban en nada, y fue ahí donde escribió una nota para esa joven que, posiblemente, no volvería a ver jamás.Mientras tanto, la joven que también creía no se encontraría de nuevo con ese sujeto, de nombre Humberto, entró al pequeño departamento que compartía con su mejor amiga, quien, desde el sofá en que había pasado una terrible noche, la miró con furia.—¡¿Dónde demonios estabas?! —preguntó Ariana en un grito, dejando el sofá y andando hasta una desalineada rubia que, contrario a la furia que fue cuando se fue de ese lugar la noche anterior, se veía de muy buen ánimo—. ¿Tienes idea lo preocupada que estaba?—Lo lamento —aseguró Elisa, abrazando a una chica que había terminado por llorar cuando al fin la atrapó—, debí llamarte, pero, ya sabes, mi celular...—Sí —declaró la Ariana—, ya
—¿Por qué la cara larga? —preguntó Humberto, a sabiendas de que era puro nerviosismo lo que tenía a la joven con el rostro rígido. —Creo que estoy un poco decepcionada —respondió Elisa, obligándose a bromear para relajarse un poco, porque lo necesitaba, y mucho. —¿Decepcionada? —preguntó el joven, mirando con curiosidad a la rubia que sonreía nerviosa—, ¿de qué estás decepcionada? —De que me trajeras a la oficina en lugar de a tu casa luego de ofrecerme trabajo —explicó la cuestionada, mirando cómo los ojos de ese hombre se abrían enormes mientras le miraban con sorpresa—, para ser tu sirvienta, quiero decir. Al escuchar eso, Humberto soltó tremenda carcajada, y eso hizo que todo el mundo en el lugar que atravesaban los mirara con extrañeza. Elisa se quedó sin respiración, ser el centro de atención nunca había sido lo suyo, y ahora tenía muchos pares de ojos observándola. —Yo jamás te llevaría a trabajar a mi casa, bonita —declaró Humberto Valtierra, queriendo también jugar con la
Abrió los ojos con pesadez, necesitaba urgentemente ir al baño. Tenía ya un buen rato con ganas de ir, pero, debido a lo cómoda y cansada que estaba, lo estuvo ignorando, cosa que ya no podía hacer más.Se sentó en el colchón, sintiendo cómo el brazo de su acompañante le atrapaba por la cintura, así que giró la cabeza y se encontró con su jefe durmiendo a su lado.Erika suspiró, sabía bien que no debería estarse acostando con su ahora jefe, pero había algo en él que le encantaba demasiado, y era seguro que algo en ella también le encantaba en él, y es que, sin duda alguna, era Humberto Valtierra quien daba pie a que todo pasara, y ella simplemente se dejaba llevar.Con cuidado de no despertarlo, la joven quitó de encima de sí el brazo de ese hombre, y se movió con pesadez para ir al baño, recogiendo en silencio toda su ropa, esa que había quedado tirada por todas partes cuando entró a la habitación de su jefe.Horas atrás, mientras aún era de noche, luego de cenar juntos y de beber pa