Su día había sido agotador, sentía que sus piernas hormigueaban y ni hablar de lo adoloridas que estaban sus pantorrillas, incluso sus mejillas se estaban quejando de lo mucho que les dolía haber estado sonriendo todo el día; y es que, luego de llorar en los brazos de su hermano mayor, un poco desahogada, quizás, pudo sonreírle a su cuñada y sus dos pequeños sobrinos. Elisa se sorprendió de lo mucho que podía disfrutar conociendo nuevas personas, sobre todo cuando podían ser tan significativas para ella, si es que se lo permitiera; porque conocer a sus sobrinos le llenó de una indescriptible emoción, y ver a su cuñada siendo mamá la hizo estremecer de tal manera que la rubia se replanteó, casi sin querer, ese pensamiento de que ser mamá era lo peor que le podía pasar. Sí, aún no lograba deshacerse de esa sensación de que no era el mejor momento, y seguía pensando que todo podría ser demasiado difícil estando sola, pero cuando, tirada en esa cama, puso su mano sobre su vientre y escu
El bazar fue todo un éxito y, cuando se sintió segura en su nueva ciudad, Elisa decidió jugar a la independiente. En realidad, ese tipo de trabajo era uno que jamás le había llamado la atención, no hasta que se convirtió en comerciante, trabajando todo el tiempo, pero no todo el tiempo; o al menos era así como ella lo sentía, porque debía estar disponible a la hora que le pidieran ir a ver o recoger un artículo, y el resto del tiempo no necesitaba hacer nada.—¿Y si pones un verdadero bazar? —le preguntó Mayte, esposa de su hermano mayor, vecina y casi gran amiga luego de un par de meses de convivencia.—Ya no tengo nada para vender —declaró Elisa, que ayudaba a su cuñada a picar verduras para uno de esos deliciosos platillos que siempre hacía y que ella no podía dejar de comer.Era extraño y, hasta cierto punto, medio loco, pero desde que los achaques de su embarazo se intensificaron Elisa no podía comer absolutamente nada de lo que cocinaba ella misma, desde el inicio del proceso la
Abrió los ojos, trasudando luego de tener que experimentar esa horrible pesadilla que le recordaba, cada tanto tiempo, lo idiota que había sido. Se puso en pie, intentando calmar su corazón apoyado de ejercicios de respiración que, probablemente, se había inventado, y caminó hasta la jarra de agua en una mesa cercana a la ventana que daba al balcón de su habitación, entonces miró afuera y sacudió la cabeza, pensando en que no tenía caso lamentarse por cosas del pasado, irremediables, además.Sin embargo, muy a pesar de que su cabeza entendía que no valía de nada llorar sobre la leche derramada, su corazón seguía poniendo de relieve que Elisa ya no estaba, y que, seguramente, no estaría de nuevo en su vida todo por idiota y por cobarde que había sido, porque, definitivamente, fue cobardía no decirle lo que sentía y no atreverse a presumirla a todas luces y a todas voces.Aún así, con todo lo mucho que le dolía, él necesitaba seguir adelante, así que se dirigió al baño, a deshacerse con
—Disculpe —dijo el hombre que llegaba hasta la recepción del tercer hospital, de cuatro, que había en esa ciudad; en los otros dos no logró encontrar a su amada—. ¿Elisa Alatorre se encuentra en este hospital? Ella iba a dar a luz.Ante tal pregunta, la enfermera detrás del mostrador miró a otro hombre de pie junto a la barra que hacía de escritorio, y Humberto también miró a un hombre que ella miraba.—¿Es amigo de mi hermana? —preguntó Jonás que, mientras esperaba a que sus sobrinas nacieran, había estado platicando con una de esas enfermeras del hospital donde sus dos hijos habían nacido, donde había llevado sus controles de embarazo Mayte, y también donde llevó su control prenatal su amada hermanita Elisa Alatorre.—En realidad, no —respondió Humberto entre feliz y nervioso, feliz porque, que ese hombre estuviera ahí, significaba que al fin había encontrado a Elisa, y nervioso porque la pregunta de ese hombre le hacía darse cuenta de que, en realidad, no tenía ningún plan de acció
Elisa abrió los ojos y lo primero que vio fue el preocupado rostro de su hermano mayor, lo que la hizo sentir un poco alarmada; es decir, ella había escuchado que Emma y Edna estaban bien cuando nacieron, y no debía haber pasado mucho tiempo de eso, así que no entendía lo que le preocupaba a su hermano, y eso le asustaba un poco.—¿Qué pasó? —preguntó Elisa, en lo que parecía más bien un susurro—. ¿Algo está mal?—Él está aquí —respondió Jonás y Elisa preguntó quién era él, demasiado confundida—, el idiota padre de las gemelas está afuera, quiere verlas.Los ojos de Elisa se abrieron enormes. Lo que decía su hermano era un disparate que no tenía ni pies ni cabeza, pero era demasiado cruel para ser una broma, así que no atinaba a qué pensar, ni siquiera sabía si debía preguntar algo o qué preguntar.—Parece que le marcaste recién entraste en labor —comenzó a explicar Mayte lo que había alcanzado a entender de las súplicas de ese hombre—, escuchó todo y luego intentó comunicarse contigo
—Lo llevé a verlas —confesó Mayte tan pronto vio a su cuñada despierta—, el sujeto lloró como un bebé. Estaba tan emocionado como solo he visto a Jonás emocionarse luego de ver, por primera vez, a sus hijos.Elisa, que no terminaba de reponerse del shock que le causó la confesión de su cuñada, sintió que su corazón saltó cuando la castaña le aseguró que Humberto Valtierra se emocionó hasta las lágrimas cuando vio a las dos niñas.—Él me hizo mucho daño —aseguró la rubia y Mayte, enternecida por el miedo en la mirada de esa chica, caminó hasta la joven nueva madre y la abrazó con suavidad.—Lo sé —aseguró la castaña—, pero tú no eres una mala persona, y sé que algo en ti se va a curar cuando lo veas tomándolas en sus brazos y mirándolas como si fueran lo más bello del mundo. Los padres como él son de los que dan la vida por sus hijas.—Ojalá lo hubiera dado todo por mí —musitó la rubia que, definitivamente por sus hormonas, sentía unas encomiables ganas de llorar.—Tal vez lo hará ahor
—Bienvenidas a casa —dijo Humberto, bajito, viendo a su amada llegar colgada del brazo de su hermano mayor, quien en el otro brazo cargaba a una de sus bebés, y detrás de ellos iba la esposa de ese hombre rubio, cargando a la otra bebé y una gran pañalera.Ni bien había regresado a la ciudad, Humberto Valtierra llamó a Elisa, pero la llamada fue tomada por Mayte, quien le informó que tanto la joven como las pequeñas estaban siendo dadas de alta, y le dio su dirección para que fuera a ese lugar, a esperarlas junto con sus hijos y la abuela de ese par de niños, la abuela materna, porque a la madre de Elisa ni siquiera le habían hablado de las pequeñas, menos la invitarían a conocerlas cuando la rubia se negó a ello con tanta insistencia.Elsa lo había entendido, ella sí preguntaba por su hija y ese nieto que no conocía, pero Jonás había sido muy insistente en que lo principal era el bienestar de su hermana menor, sobre todo el emocional, y a la pobre chica le sentaba demasiado mal el si
—Me alegra que él estuviera aquí —respondió en un susurro Elisa cuando, medio dormida, escuchó a su preocupado hermano preguntarle qué sentía en realidad de que ese hombre apareciera de la nada y se estableciera con todos sus derechos como padre de Emma y Edna.Humberto, que había entrado en silencio a la habitación que se mantenía con la puerta abierta, no solo escuchó la respuesta, también había escuchado la pregunta, por eso no pudo evitar sentirse feliz y sonreír como un bobo, un bobo enamorado.Elisa no dijo más, ella estaba en serio cansada porque, aunque tenía el apoyo de muchas personas, principalmente el de Humberto Valtierra, sus noches eran solo del padre de sus hijas y de ella con sus hijas, pues ella misma les pidió a su hermano y cuñada que no se preocuparan por las noches, que se haría cargo para que ellos no debieran descuidar su tiempo de sueño, asegurando que les agradecería mucho más un par de horas de sueño diurno mientras ellos cuidaban a las gemelas.Humberto, co