—Bienvenidas a casa —dijo Humberto, bajito, viendo a su amada llegar colgada del brazo de su hermano mayor, quien en el otro brazo cargaba a una de sus bebés, y detrás de ellos iba la esposa de ese hombre rubio, cargando a la otra bebé y una gran pañalera.Ni bien había regresado a la ciudad, Humberto Valtierra llamó a Elisa, pero la llamada fue tomada por Mayte, quien le informó que tanto la joven como las pequeñas estaban siendo dadas de alta, y le dio su dirección para que fuera a ese lugar, a esperarlas junto con sus hijos y la abuela de ese par de niños, la abuela materna, porque a la madre de Elisa ni siquiera le habían hablado de las pequeñas, menos la invitarían a conocerlas cuando la rubia se negó a ello con tanta insistencia.Elsa lo había entendido, ella sí preguntaba por su hija y ese nieto que no conocía, pero Jonás había sido muy insistente en que lo principal era el bienestar de su hermana menor, sobre todo el emocional, y a la pobre chica le sentaba demasiado mal el si
—Me alegra que él estuviera aquí —respondió en un susurro Elisa cuando, medio dormida, escuchó a su preocupado hermano preguntarle qué sentía en realidad de que ese hombre apareciera de la nada y se estableciera con todos sus derechos como padre de Emma y Edna.Humberto, que había entrado en silencio a la habitación que se mantenía con la puerta abierta, no solo escuchó la respuesta, también había escuchado la pregunta, por eso no pudo evitar sentirse feliz y sonreír como un bobo, un bobo enamorado.Elisa no dijo más, ella estaba en serio cansada porque, aunque tenía el apoyo de muchas personas, principalmente el de Humberto Valtierra, sus noches eran solo del padre de sus hijas y de ella con sus hijas, pues ella misma les pidió a su hermano y cuñada que no se preocuparan por las noches, que se haría cargo para que ellos no debieran descuidar su tiempo de sueño, asegurando que les agradecería mucho más un par de horas de sueño diurno mientras ellos cuidaban a las gemelas.Humberto, co
Ellas dormirán un par de horas más —declaró Mayte, emocionada por la emoción de esa anciana—, recién comieron y se durmieron, igual que Elisa y Humberto; y me imagino que ustedes estarán cansadas luego de tanta hora de viaje, por eso, si gustan descansar un rato, las acompañaré a la casa de Elisa, está al frente.Susan no se atrevió a decir que no porque, en realidad, sí estaba cansada del largo viaje, y su madrina se veía mucho más agotada que ella, así que, si les ofrecerían un lugar donde no se sentirían tan incómodas, lo aceptaría gustosa para poder recostarse un rato, pues, de todas maneras, no parecía que debieran molestar a los nuevos padres o a esas bebés.La mujer de recursos humanos no lo sabía, en realidad, porque no era madre aún y porque en realidad planeaba no serlo nunca, pero era lo suficientemente letrada como para saber que el poco tiempo tuvieran para dormir los padres de recién nacidos, y los recién nacidos en sí, debería ser sagrado, por eso no insistió en conocer
Fue solo un fin de semana el que las dos visitantes estuvieron cómo huéspedes en la casa de Elisa Alatorre, solo tres tardes, tres noches y dos mañanas, pero fue tiempo suficiente para que la bisabuela de las pequeñas, junto a la autonombrada nueva tía favorita de las gemelas, llenara la casa de Elisa de cosas que, según ellas, las niñas iban a necesitar, querer o, tal vez, simplemente deberían tener.Elisa ni siquiera debió pedir ese par de cunas de las cuales se había enamorado a primera vista y de las que se debió obligar a desenamorar cuando en la segunda vista le tocó atestiguar el precio pues, al parecer, en cosas específicas ella y Susan compartían gustos, los muebles, ropa, bolsos y zapatos eran claro ejemplo.Era domingo a media tarde y Elisa sonreía como tonta, demasiado apenada, pero mucho muy agradecida con ese par de mujeres que se despedían de ella tras presumirle lo que habían hecho con su casa y que, en palabras de Amelia, ella no se podía negar a recibir porque no era
Elisa, que en realidad nunca se había despedido de nadie, porque su madre y sus hermanos no le habían dado la oportunidad de hacerlo, ellos solo habían desaparecido un día que volvió de la escuela; comenzó a sentirse destinada a despedirse de todo el mundo ahora.Esa rubia primero se despidió de su amiga Ariana cuando se tuvieron que separar, luego de Susan, cuando salió corriendo de su trabajo, recientemente de nuevo de Susan y de Amelia, la bisabuela de sus hijas, y ahora, al fin, se despedía del padre de Emma y Edna, a quien se le había terminado su permiso de paternidad y debía volver a su trabajo en una ciudad lo suficientemente lejos para no poder ir y venir a ella día con día.Y aunque al fin se despedía de él, como había creído necesitar, ahora se sentía un poco temerosa y muy angustiada. No sabía bien por qué, porque de verdad pensaba que lo mejor era que ese hombre, que le podía hacer mucho daño de nuevo, se fuera al fin, y aún así sentía que estaba perdiendo demasiado con s
El arrepentimiento le recorrió la piel junto a las cálidas gotas de agua que la regadera depositaba sobre de ella. Elisa no podía creer que no solo se había dejado llevar por el deseo con ese hombre que debería mantener alejado de ella, sino que fue quien lo invitó a entrar en su cama y cuerpo, y todo porque no había logrado sacarlo de su corazón. Sin embargo, lo ocurrido había sido inevitable, es decir, en las siete semanas que tenían juntos, siendo los padres de sus amadas hijas, ella había podido ver en él una faceta completamente diferente, una que le encantaba y a la que, tal vez, le quería creer. Elisa respiró profundo, cerró las llaves de agua y recordando lo recién vivido se mordió los labios y sintió su cuerpo estremecer. Definitivamente había muchas partes de sí que querían a ese hombre en su vida, exceptuando su orgullo y su razón, porque su corazón estaba encantado de que ella le hubiera dado semejante oportunidad. —Elisa —habló Mayte, tocando a la puerta de su cuñada—.
—De acuerdo —concedió Elisa Alatorre, sintiendo cómo su estómago se anudaba, igual que algo en su garganta—, me convertiré en tu prometida.Humberto Valtierra sonrió, complacido, pero eso fue solo hasta que la rubia abrió la boca de nuevo, exigiendo una condición que le hizo rabiar, pero a la que no diría que no, aunque no pretendiera cumplirla, en realidad.» Pero no nos casaremos jamás —condicionó la bella Elisa, acomodando detrás de su oreja su corto y lacio cabello, al mismo tiempo que garraspaba para deshacerse de su incomodidad por estar aceptando lo que no quería hacer—. Señor Valtierra, le ayudaré con su plan porque le debo demasiado, y porque me conviene demasiado, también, pero no me casaré con usted nunca.—De acuerdo. Hagámoslo así —farfulló el mencionado, con la ira burbujeándole en el estómago porque él definitivamente no le diría que no a esa chica cuando ella ya había dicho que sí.Humberto Valtierra había luchado mucho por tener a esa joven justo en donde en ese momen
—¿Estás loco? —preguntó Elisa a punto de reír de pura confusión—. ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?—Eres mi futura esposa, ¿no es lógico que vivamos, por lo menos, en la misma ciudad? —preguntó Humberto un poco desesperado porque Elisa ni siquiera le abría la puerta, ella solo había abierto la ventana y desde ahí lo escuchó y ahora le discutía.—No soy tu futura esposa —reiteró la joven rubia, molesta—. Esto es una mentira a la que accedí por tu chantaje… Humberto, ¿cuándo me vas a dejar de hacer daño?—No pretendo hacerte daño —aseguró el cuestionado, mucho más que confundido con la actitud de la madre de sus hijas—. Elisa, deja el teatro, ni siquiera entiendo por qué rayos estás molesta, así que, para empezar, abre la puerta… dentro hablemos de la mudanza.—No me voy a mudar a ningún lado —aseguró la rubia—, no a menos que me amenaces con otra cosa diferente a arruinar el negocio de mi familia, porque ese está cubierto con esta mentira de ser prometidos.Humberto, escucha