Fue solo un fin de semana el que las dos visitantes estuvieron cómo huéspedes en la casa de Elisa Alatorre, solo tres tardes, tres noches y dos mañanas, pero fue tiempo suficiente para que la bisabuela de las pequeñas, junto a la autonombrada nueva tía favorita de las gemelas, llenara la casa de Elisa de cosas que, según ellas, las niñas iban a necesitar, querer o, tal vez, simplemente deberían tener.Elisa ni siquiera debió pedir ese par de cunas de las cuales se había enamorado a primera vista y de las que se debió obligar a desenamorar cuando en la segunda vista le tocó atestiguar el precio pues, al parecer, en cosas específicas ella y Susan compartían gustos, los muebles, ropa, bolsos y zapatos eran claro ejemplo.Era domingo a media tarde y Elisa sonreía como tonta, demasiado apenada, pero mucho muy agradecida con ese par de mujeres que se despedían de ella tras presumirle lo que habían hecho con su casa y que, en palabras de Amelia, ella no se podía negar a recibir porque no era
Elisa, que en realidad nunca se había despedido de nadie, porque su madre y sus hermanos no le habían dado la oportunidad de hacerlo, ellos solo habían desaparecido un día que volvió de la escuela; comenzó a sentirse destinada a despedirse de todo el mundo ahora.Esa rubia primero se despidió de su amiga Ariana cuando se tuvieron que separar, luego de Susan, cuando salió corriendo de su trabajo, recientemente de nuevo de Susan y de Amelia, la bisabuela de sus hijas, y ahora, al fin, se despedía del padre de Emma y Edna, a quien se le había terminado su permiso de paternidad y debía volver a su trabajo en una ciudad lo suficientemente lejos para no poder ir y venir a ella día con día.Y aunque al fin se despedía de él, como había creído necesitar, ahora se sentía un poco temerosa y muy angustiada. No sabía bien por qué, porque de verdad pensaba que lo mejor era que ese hombre, que le podía hacer mucho daño de nuevo, se fuera al fin, y aún así sentía que estaba perdiendo demasiado con s
El arrepentimiento le recorrió la piel junto a las cálidas gotas de agua que la regadera depositaba sobre de ella. Elisa no podía creer que no solo se había dejado llevar por el deseo con ese hombre que debería mantener alejado de ella, sino que fue quien lo invitó a entrar en su cama y cuerpo, y todo porque no había logrado sacarlo de su corazón. Sin embargo, lo ocurrido había sido inevitable, es decir, en las siete semanas que tenían juntos, siendo los padres de sus amadas hijas, ella había podido ver en él una faceta completamente diferente, una que le encantaba y a la que, tal vez, le quería creer. Elisa respiró profundo, cerró las llaves de agua y recordando lo recién vivido se mordió los labios y sintió su cuerpo estremecer. Definitivamente había muchas partes de sí que querían a ese hombre en su vida, exceptuando su orgullo y su razón, porque su corazón estaba encantado de que ella le hubiera dado semejante oportunidad. —Elisa —habló Mayte, tocando a la puerta de su cuñada—.
—De acuerdo —concedió Elisa Alatorre, sintiendo cómo su estómago se anudaba, igual que algo en su garganta—, me convertiré en tu prometida.Humberto Valtierra sonrió, complacido, pero eso fue solo hasta que la rubia abrió la boca de nuevo, exigiendo una condición que le hizo rabiar, pero a la que no diría que no, aunque no pretendiera cumplirla, en realidad.» Pero no nos casaremos jamás —condicionó la bella Elisa, acomodando detrás de su oreja su corto y lacio cabello, al mismo tiempo que garraspaba para deshacerse de su incomodidad por estar aceptando lo que no quería hacer—. Señor Valtierra, le ayudaré con su plan porque le debo demasiado, y porque me conviene demasiado, también, pero no me casaré con usted nunca.—De acuerdo. Hagámoslo así —farfulló el mencionado, con la ira burbujeándole en el estómago porque él definitivamente no le diría que no a esa chica cuando ella ya había dicho que sí.Humberto Valtierra había luchado mucho por tener a esa joven justo en donde en ese momen
—¿Estás loco? —preguntó Elisa a punto de reír de pura confusión—. ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?—Eres mi futura esposa, ¿no es lógico que vivamos, por lo menos, en la misma ciudad? —preguntó Humberto un poco desesperado porque Elisa ni siquiera le abría la puerta, ella solo había abierto la ventana y desde ahí lo escuchó y ahora le discutía.—No soy tu futura esposa —reiteró la joven rubia, molesta—. Esto es una mentira a la que accedí por tu chantaje… Humberto, ¿cuándo me vas a dejar de hacer daño?—No pretendo hacerte daño —aseguró el cuestionado, mucho más que confundido con la actitud de la madre de sus hijas—. Elisa, deja el teatro, ni siquiera entiendo por qué rayos estás molesta, así que, para empezar, abre la puerta… dentro hablemos de la mudanza.—No me voy a mudar a ningún lado —aseguró la rubia—, no a menos que me amenaces con otra cosa diferente a arruinar el negocio de mi familia, porque ese está cubierto con esta mentira de ser prometidos.Humberto, escucha
Tener que dejar su casa fue demasiado doloroso para Erika, pero también era inevitable, pues ella tenía un compromiso qué cumplir si no quería que su familia sufriera por su causa; es decir, tras la inversión del padre de sus hijas, a su restaurante le había ido tan bien que incluso su hermano mayor debió dejar su trabajo para apoyarlas a su esposa y ella en algo que ahora era el sustento de todos, así que no podía permitir que las cosas les fueran mal por un capricho.Aunque, en realidad, en el fondo de sí, Elisa no creía que fuera por capricho que no quería estar cerca de ese hombre al que, ahora, de nuevo odiaba. Elisa Alatorre estaba segura de que era miedo de ser lastimada de muerte lo que le estaba empujando a ser renuente a ese hombre que, definitivamente, la había herido de gravedad, de nuevo, recientemente.La nueva casa parecía un sueño que sabía a pesadilla, la rubia lo notó con mayor claridad cuando pasó una noche entera llorando, sintiéndose tan desolada y herida que incl
—Deberías estar en cama —declaró Humberto una vez que localizó a la madre de sus hijas en la cocina, preparando el desayuno, seguramente.Y es que, un par de minutos atrás, Humberto Valtierra abrió los ojos y lo primero que vio fue la cama vacía de su amada, entonces, con sumo cuidado desocupó sus piernas, tomó a sus hijas y las llevó, una a una, a esa vacía cama para luego revisar cada rincón de la casa rezando por no encontrarse a su amada tirada en algún lado.Al verla de pie, con una expresión serena, aunque cansada, el padre de las adoradas gemelas Emma y Edna respiró aliviado, entonces le habló y la joven rubia solo lo miró sin decir absolutamente nada y con la mirada más apagada del mundo, una que ese hombre jamás le había visto a ella; eso le preocupó un poco a Humberto, pero fue solo un poco, pues lo atribuyó al cansancio de muchas horas de fiebre.» Pediré a alguien que traiga el desayuno, así que regresa a la cama, necesitas descansar —volvió a decir el azabache y la rubia
—Ir juntos…, ¿quiénes y a dónde? —preguntó la voz de la madre del Humberto Valtierra tras escucharlo decir en voz alta que deberían ir juntos.—No es tu asunto, madre —respondió Humberto, disimulando demasiado poco su mala gana—, como todo en mi vida. —Te equivocas, querido —refutó la elegante y seria mujer que no se inmutaba ante los desplantes de ese hijo suyo que, en realidad, a duras penas soportaba, pero, sin él, ella no podría disfrutar de nada de lo que disfrutaba: el dinero de su marido—, como tu madre tengo el derecho de entrometerme en tu vida, sobre todo cuando estás tirando por la borda la buena educación que te di.—¿Me diste buena educación? —preguntó Humberto, conteniendo una carcajada gracias a la incredulidad que le generaba la declaración de su madre—. ¿Cómo puedes decir eso sin reírte? De ti solo obtuve la vida, madre, y luego de tanto tiempo de abandono emocional, y de la buena vida que disfrutas solo por haberme dado a luz, quedó saldada esa deuda.—No, cariño —r