—Deberías estar en cama —declaró Humberto una vez que localizó a la madre de sus hijas en la cocina, preparando el desayuno, seguramente.Y es que, un par de minutos atrás, Humberto Valtierra abrió los ojos y lo primero que vio fue la cama vacía de su amada, entonces, con sumo cuidado desocupó sus piernas, tomó a sus hijas y las llevó, una a una, a esa vacía cama para luego revisar cada rincón de la casa rezando por no encontrarse a su amada tirada en algún lado.Al verla de pie, con una expresión serena, aunque cansada, el padre de las adoradas gemelas Emma y Edna respiró aliviado, entonces le habló y la joven rubia solo lo miró sin decir absolutamente nada y con la mirada más apagada del mundo, una que ese hombre jamás le había visto a ella; eso le preocupó un poco a Humberto, pero fue solo un poco, pues lo atribuyó al cansancio de muchas horas de fiebre.» Pediré a alguien que traiga el desayuno, así que regresa a la cama, necesitas descansar —volvió a decir el azabache y la rubia
—Ir juntos…, ¿quiénes y a dónde? —preguntó la voz de la madre del Humberto Valtierra tras escucharlo decir en voz alta que deberían ir juntos.—No es tu asunto, madre —respondió Humberto, disimulando demasiado poco su mala gana—, como todo en mi vida. —Te equivocas, querido —refutó la elegante y seria mujer que no se inmutaba ante los desplantes de ese hijo suyo que, en realidad, a duras penas soportaba, pero, sin él, ella no podría disfrutar de nada de lo que disfrutaba: el dinero de su marido—, como tu madre tengo el derecho de entrometerme en tu vida, sobre todo cuando estás tirando por la borda la buena educación que te di.—¿Me diste buena educación? —preguntó Humberto, conteniendo una carcajada gracias a la incredulidad que le generaba la declaración de su madre—. ¿Cómo puedes decir eso sin reírte? De ti solo obtuve la vida, madre, y luego de tanto tiempo de abandono emocional, y de la buena vida que disfrutas solo por haberme dado a luz, quedó saldada esa deuda.—No, cariño —r
Elisa suspiró, era cierto que su intención fue dejar las cosas claras con Humberto cuando habló con él la última vez, así que ahora no entendía por qué rayos estaba tan decepcionada solo porque él tenía casi una semana sin buscarla, ni a sus hijas.Es decir, sí, le mandaba mensajes continuamente, pero con un simple mensaje él no podría demostrar el suficiente interés en ellas, así que se estaba angustiando un poco, y, aunque en un inicio le pareció agradable la lejanía y el aparente desinterés, ahora le preocupaba al punto de querer saber qué estaba pasando.—Estoy loca —dijo para sí misma mientras, semi recostada en la cama, con sus dos bebés dormidas cerca de ella, veía el número de teléfono y el nombre del padre de sus hijas en la pantalla de su celular—, que pierda el interés en mí debería ser bueno.Dicho eso, Elisa soltó su teléfono y se giró sobre su costado para poder mirar mejor a sus hijas, ellas también extrañaban a ese hombre, por eso las pobres se la pasaban sentadas mira
—Sabes —dijo el hombre, tras explicar lo que Elisa había estado escuchando a medias mientras él hablaba por teléfono—, no soy idiota por gusto, o por comodidad, es simplemente que casi nunca sé qué es lo que debería de hacer. Bonita, yo no tengo la fórmula adecuada, así que solo uso mis limitados e inadecuados recursos para poder tener lo que necesito porque, aunque parezca un capricho, te necesito a mi lado, y a ellas, porque las amo con toda mi vida y no sería capaz de vivir si ustedes no están a mi lado. Elisa no dijo nada, ahora que conocía un poco más la situación familia de ese joven, y la educación que recibió mientras crecía, podía entender un poco mejor su forma de actuar que, ciertamente, no era la adecuada y sí parecía caprichosa. » Ni siquiera sé lo que debe ser una familia, pero sé que no es lo que mis padres me dieron —declaró Humberto Valtierra—, y lo sé porque no es lo que quiero que tengan mis hijas. Yo quiero una familia de verdad para ellas, y algo en mi interior m
—Hola, madre —saludó Roberto Valtierra a su madre luego de besar su mejilla, para luego proceder a tomar asiento en esa silla que su madre apuntaba—. Me sorprendió un poco que me invitaras a almorzar de la nada, o al menos fue así hasta que Teresa irrumpió furiosa en mi oficina mencionando a Humberto y lo mal que se seguía portando, así que deduje que esto es más por él que por que extrañas a tu hijo, ¿no es así?—Es justo así —confesó la anciana, sonriendo a un hijo que negaba con la cabeza mientras suspiraba con solo un poco de cansancio—. Es como siempre, ella lo ataca y yo lo defiendo. Te juro que no entiendo la falta de instinto materno de esa bruja. Lo primero es tu hijo, sea hijo de quien sea, pensaba que eso era algo obvio aún para las personas sin corazón.—A ella solo le interesa el dinero —señaló Roberto, comenzando a disfrutar de uno de los mejores desayunos del mundo, ese que tenía la compañía de una mujer que amaba con toda su vida y que lo había amado siempre, a pesar d
—Ni siquiera nos parecemos —farfulló Humberto, abrazando por la cintura al par de niñas, que tenía sentadas en un altillo de la cocina, mientras las veía con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué lo confundieron conmigo?Elisa, que terminaba de servir el té frío en una jarra para llevarlo a la sala y compartirlo con la abuela y el padre del padre de sus hijas, giró la cabeza para poder mirar al hombre que, al parecer, les reclamaba cosas a dos niñas que ni siquiera tenían dos años.—¿No estás esperando que te expliquen, o sí? —preguntó la rubia, más que confundida, entonces el hombre que juraba amarla la miró casi molesto—. Tienen año y medio, Humberto, y las conoces de toda la vida, sabes bien que te confunden con todo hombre que les pasa por enfrente.—Ya no me confunden tanto —alegó el mencionado, lento, como si de esa manera quedaría completamente claro lo que él decía—, y me ofende que me confundieran precisamente con él.—Ay, por favor, Humberto —pidió la rubia, volviendo la cara a
—No puede pasar —soltó con firmeza Elisa, interponiéndose entre su casa y la madre de su esposo.Ni bien abrió la puerta, a la rubia le tocó enfrentarse a una cantaleta grosera y cansona de parte de una mujer que se presentó justo así, como la madre de Humberto Valtierra, el idiota al que, según las palabras de esa mujer, ella no podría estafar jamás.—Esta es la casa de mi hijo —vociferó con furia la mayor, deteniendo sus pasos a fuerza de la rubia mujercita que, con los brazos cruzados al frente, no se movía de debajo del marco de la puerta.—Sí —respondió Elisa sin perder la calma—, pero también es mía, y sé por Humberto, y por la abuela de Humberto, que usted no tiene buenas intenciones hacía mí o hacia mis hijas, así que no puede pasar a mi hogar. Ahora, sino le molesta, retírese, por favor.—Por supuesto que me molesta —declaró la mayor entre dientes, pues estaba usando todas sus fuerzas en contenerse de tomar a la rubia con ambas manos y comenzar a hacerla jirones cual hoja de p
—Cásate conmigo —pidió el hombre de cabello completamente oscuro, de piel clara y ojos divinamente azules.La rubia de cabello corto y lacio, de ojos café claro, casi miel, no pudo evitar que su rostro se descompusiera por la sorpresa de lo que escuchaba, y se debió obligar a parpadear en repetidas ocasiones para retomar el control de sus músculos faciales, y así poder cerrar la boca que la sorpresa le abrió.—Ni siquiera somos de la misma especie —parafraseó la joven algo que ese joven empresario hubiese dicho una vez de ella, y a Humberto no le quedó más que fingir que ese golpe que ella tiró no le había dado de lleno.—Elisa bonita —habló el azabache, acercándose a la rubia que temblaba ante su cercanía, y sobre todo ante el dulce tono que les había impreso a esas palabras ese hombre que no podía negar que le encantaba, a pesar de lo mucho que lo detestaba—, ¿de qué estás hablando? Ambos somos seres humanos, ¿o no?La mencionada sonrió con sorna, y tal vez se reía de la ironía, per