—¿Estás loco? —preguntó Elisa a punto de reír de pura confusión—. ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?—Eres mi futura esposa, ¿no es lógico que vivamos, por lo menos, en la misma ciudad? —preguntó Humberto un poco desesperado porque Elisa ni siquiera le abría la puerta, ella solo había abierto la ventana y desde ahí lo escuchó y ahora le discutía.—No soy tu futura esposa —reiteró la joven rubia, molesta—. Esto es una mentira a la que accedí por tu chantaje… Humberto, ¿cuándo me vas a dejar de hacer daño?—No pretendo hacerte daño —aseguró el cuestionado, mucho más que confundido con la actitud de la madre de sus hijas—. Elisa, deja el teatro, ni siquiera entiendo por qué rayos estás molesta, así que, para empezar, abre la puerta… dentro hablemos de la mudanza.—No me voy a mudar a ningún lado —aseguró la rubia—, no a menos que me amenaces con otra cosa diferente a arruinar el negocio de mi familia, porque ese está cubierto con esta mentira de ser prometidos.Humberto, escucha
Tener que dejar su casa fue demasiado doloroso para Erika, pero también era inevitable, pues ella tenía un compromiso qué cumplir si no quería que su familia sufriera por su causa; es decir, tras la inversión del padre de sus hijas, a su restaurante le había ido tan bien que incluso su hermano mayor debió dejar su trabajo para apoyarlas a su esposa y ella en algo que ahora era el sustento de todos, así que no podía permitir que las cosas les fueran mal por un capricho.Aunque, en realidad, en el fondo de sí, Elisa no creía que fuera por capricho que no quería estar cerca de ese hombre al que, ahora, de nuevo odiaba. Elisa Alatorre estaba segura de que era miedo de ser lastimada de muerte lo que le estaba empujando a ser renuente a ese hombre que, definitivamente, la había herido de gravedad, de nuevo, recientemente.La nueva casa parecía un sueño que sabía a pesadilla, la rubia lo notó con mayor claridad cuando pasó una noche entera llorando, sintiéndose tan desolada y herida que incl
—Deberías estar en cama —declaró Humberto una vez que localizó a la madre de sus hijas en la cocina, preparando el desayuno, seguramente.Y es que, un par de minutos atrás, Humberto Valtierra abrió los ojos y lo primero que vio fue la cama vacía de su amada, entonces, con sumo cuidado desocupó sus piernas, tomó a sus hijas y las llevó, una a una, a esa vacía cama para luego revisar cada rincón de la casa rezando por no encontrarse a su amada tirada en algún lado.Al verla de pie, con una expresión serena, aunque cansada, el padre de las adoradas gemelas Emma y Edna respiró aliviado, entonces le habló y la joven rubia solo lo miró sin decir absolutamente nada y con la mirada más apagada del mundo, una que ese hombre jamás le había visto a ella; eso le preocupó un poco a Humberto, pero fue solo un poco, pues lo atribuyó al cansancio de muchas horas de fiebre.» Pediré a alguien que traiga el desayuno, así que regresa a la cama, necesitas descansar —volvió a decir el azabache y la rubia
—Ir juntos…, ¿quiénes y a dónde? —preguntó la voz de la madre del Humberto Valtierra tras escucharlo decir en voz alta que deberían ir juntos.—No es tu asunto, madre —respondió Humberto, disimulando demasiado poco su mala gana—, como todo en mi vida. —Te equivocas, querido —refutó la elegante y seria mujer que no se inmutaba ante los desplantes de ese hijo suyo que, en realidad, a duras penas soportaba, pero, sin él, ella no podría disfrutar de nada de lo que disfrutaba: el dinero de su marido—, como tu madre tengo el derecho de entrometerme en tu vida, sobre todo cuando estás tirando por la borda la buena educación que te di.—¿Me diste buena educación? —preguntó Humberto, conteniendo una carcajada gracias a la incredulidad que le generaba la declaración de su madre—. ¿Cómo puedes decir eso sin reírte? De ti solo obtuve la vida, madre, y luego de tanto tiempo de abandono emocional, y de la buena vida que disfrutas solo por haberme dado a luz, quedó saldada esa deuda.—No, cariño —r
Elisa suspiró, era cierto que su intención fue dejar las cosas claras con Humberto cuando habló con él la última vez, así que ahora no entendía por qué rayos estaba tan decepcionada solo porque él tenía casi una semana sin buscarla, ni a sus hijas.Es decir, sí, le mandaba mensajes continuamente, pero con un simple mensaje él no podría demostrar el suficiente interés en ellas, así que se estaba angustiando un poco, y, aunque en un inicio le pareció agradable la lejanía y el aparente desinterés, ahora le preocupaba al punto de querer saber qué estaba pasando.—Estoy loca —dijo para sí misma mientras, semi recostada en la cama, con sus dos bebés dormidas cerca de ella, veía el número de teléfono y el nombre del padre de sus hijas en la pantalla de su celular—, que pierda el interés en mí debería ser bueno.Dicho eso, Elisa soltó su teléfono y se giró sobre su costado para poder mirar mejor a sus hijas, ellas también extrañaban a ese hombre, por eso las pobres se la pasaban sentadas mira
—Sabes —dijo el hombre, tras explicar lo que Elisa había estado escuchando a medias mientras él hablaba por teléfono—, no soy idiota por gusto, o por comodidad, es simplemente que casi nunca sé qué es lo que debería de hacer. Bonita, yo no tengo la fórmula adecuada, así que solo uso mis limitados e inadecuados recursos para poder tener lo que necesito porque, aunque parezca un capricho, te necesito a mi lado, y a ellas, porque las amo con toda mi vida y no sería capaz de vivir si ustedes no están a mi lado. Elisa no dijo nada, ahora que conocía un poco más la situación familia de ese joven, y la educación que recibió mientras crecía, podía entender un poco mejor su forma de actuar que, ciertamente, no era la adecuada y sí parecía caprichosa. » Ni siquiera sé lo que debe ser una familia, pero sé que no es lo que mis padres me dieron —declaró Humberto Valtierra—, y lo sé porque no es lo que quiero que tengan mis hijas. Yo quiero una familia de verdad para ellas, y algo en mi interior m
—Hola, madre —saludó Roberto Valtierra a su madre luego de besar su mejilla, para luego proceder a tomar asiento en esa silla que su madre apuntaba—. Me sorprendió un poco que me invitaras a almorzar de la nada, o al menos fue así hasta que Teresa irrumpió furiosa en mi oficina mencionando a Humberto y lo mal que se seguía portando, así que deduje que esto es más por él que por que extrañas a tu hijo, ¿no es así?—Es justo así —confesó la anciana, sonriendo a un hijo que negaba con la cabeza mientras suspiraba con solo un poco de cansancio—. Es como siempre, ella lo ataca y yo lo defiendo. Te juro que no entiendo la falta de instinto materno de esa bruja. Lo primero es tu hijo, sea hijo de quien sea, pensaba que eso era algo obvio aún para las personas sin corazón.—A ella solo le interesa el dinero —señaló Roberto, comenzando a disfrutar de uno de los mejores desayunos del mundo, ese que tenía la compañía de una mujer que amaba con toda su vida y que lo había amado siempre, a pesar d
—Ni siquiera nos parecemos —farfulló Humberto, abrazando por la cintura al par de niñas, que tenía sentadas en un altillo de la cocina, mientras las veía con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué lo confundieron conmigo?Elisa, que terminaba de servir el té frío en una jarra para llevarlo a la sala y compartirlo con la abuela y el padre del padre de sus hijas, giró la cabeza para poder mirar al hombre que, al parecer, les reclamaba cosas a dos niñas que ni siquiera tenían dos años.—¿No estás esperando que te expliquen, o sí? —preguntó la rubia, más que confundida, entonces el hombre que juraba amarla la miró casi molesto—. Tienen año y medio, Humberto, y las conoces de toda la vida, sabes bien que te confunden con todo hombre que les pasa por enfrente.—Ya no me confunden tanto —alegó el mencionado, lento, como si de esa manera quedaría completamente claro lo que él decía—, y me ofende que me confundieran precisamente con él.—Ay, por favor, Humberto —pidió la rubia, volviendo la cara a