—Disculpe —dijo el hombre que llegaba hasta la recepción del tercer hospital, de cuatro, que había en esa ciudad; en los otros dos no logró encontrar a su amada—. ¿Elisa Alatorre se encuentra en este hospital? Ella iba a dar a luz.Ante tal pregunta, la enfermera detrás del mostrador miró a otro hombre de pie junto a la barra que hacía de escritorio, y Humberto también miró a un hombre que ella miraba.—¿Es amigo de mi hermana? —preguntó Jonás que, mientras esperaba a que sus sobrinas nacieran, había estado platicando con una de esas enfermeras del hospital donde sus dos hijos habían nacido, donde había llevado sus controles de embarazo Mayte, y también donde llevó su control prenatal su amada hermanita Elisa Alatorre.—En realidad, no —respondió Humberto entre feliz y nervioso, feliz porque, que ese hombre estuviera ahí, significaba que al fin había encontrado a Elisa, y nervioso porque la pregunta de ese hombre le hacía darse cuenta de que, en realidad, no tenía ningún plan de acció
Elisa abrió los ojos y lo primero que vio fue el preocupado rostro de su hermano mayor, lo que la hizo sentir un poco alarmada; es decir, ella había escuchado que Emma y Edna estaban bien cuando nacieron, y no debía haber pasado mucho tiempo de eso, así que no entendía lo que le preocupaba a su hermano, y eso le asustaba un poco.—¿Qué pasó? —preguntó Elisa, en lo que parecía más bien un susurro—. ¿Algo está mal?—Él está aquí —respondió Jonás y Elisa preguntó quién era él, demasiado confundida—, el idiota padre de las gemelas está afuera, quiere verlas.Los ojos de Elisa se abrieron enormes. Lo que decía su hermano era un disparate que no tenía ni pies ni cabeza, pero era demasiado cruel para ser una broma, así que no atinaba a qué pensar, ni siquiera sabía si debía preguntar algo o qué preguntar.—Parece que le marcaste recién entraste en labor —comenzó a explicar Mayte lo que había alcanzado a entender de las súplicas de ese hombre—, escuchó todo y luego intentó comunicarse contigo
—Lo llevé a verlas —confesó Mayte tan pronto vio a su cuñada despierta—, el sujeto lloró como un bebé. Estaba tan emocionado como solo he visto a Jonás emocionarse luego de ver, por primera vez, a sus hijos.Elisa, que no terminaba de reponerse del shock que le causó la confesión de su cuñada, sintió que su corazón saltó cuando la castaña le aseguró que Humberto Valtierra se emocionó hasta las lágrimas cuando vio a las dos niñas.—Él me hizo mucho daño —aseguró la rubia y Mayte, enternecida por el miedo en la mirada de esa chica, caminó hasta la joven nueva madre y la abrazó con suavidad.—Lo sé —aseguró la castaña—, pero tú no eres una mala persona, y sé que algo en ti se va a curar cuando lo veas tomándolas en sus brazos y mirándolas como si fueran lo más bello del mundo. Los padres como él son de los que dan la vida por sus hijas.—Ojalá lo hubiera dado todo por mí —musitó la rubia que, definitivamente por sus hormonas, sentía unas encomiables ganas de llorar.—Tal vez lo hará ahor
—Bienvenidas a casa —dijo Humberto, bajito, viendo a su amada llegar colgada del brazo de su hermano mayor, quien en el otro brazo cargaba a una de sus bebés, y detrás de ellos iba la esposa de ese hombre rubio, cargando a la otra bebé y una gran pañalera.Ni bien había regresado a la ciudad, Humberto Valtierra llamó a Elisa, pero la llamada fue tomada por Mayte, quien le informó que tanto la joven como las pequeñas estaban siendo dadas de alta, y le dio su dirección para que fuera a ese lugar, a esperarlas junto con sus hijos y la abuela de ese par de niños, la abuela materna, porque a la madre de Elisa ni siquiera le habían hablado de las pequeñas, menos la invitarían a conocerlas cuando la rubia se negó a ello con tanta insistencia.Elsa lo había entendido, ella sí preguntaba por su hija y ese nieto que no conocía, pero Jonás había sido muy insistente en que lo principal era el bienestar de su hermana menor, sobre todo el emocional, y a la pobre chica le sentaba demasiado mal el si
—Me alegra que él estuviera aquí —respondió en un susurro Elisa cuando, medio dormida, escuchó a su preocupado hermano preguntarle qué sentía en realidad de que ese hombre apareciera de la nada y se estableciera con todos sus derechos como padre de Emma y Edna.Humberto, que había entrado en silencio a la habitación que se mantenía con la puerta abierta, no solo escuchó la respuesta, también había escuchado la pregunta, por eso no pudo evitar sentirse feliz y sonreír como un bobo, un bobo enamorado.Elisa no dijo más, ella estaba en serio cansada porque, aunque tenía el apoyo de muchas personas, principalmente el de Humberto Valtierra, sus noches eran solo del padre de sus hijas y de ella con sus hijas, pues ella misma les pidió a su hermano y cuñada que no se preocuparan por las noches, que se haría cargo para que ellos no debieran descuidar su tiempo de sueño, asegurando que les agradecería mucho más un par de horas de sueño diurno mientras ellos cuidaban a las gemelas.Humberto, co
Ellas dormirán un par de horas más —declaró Mayte, emocionada por la emoción de esa anciana—, recién comieron y se durmieron, igual que Elisa y Humberto; y me imagino que ustedes estarán cansadas luego de tanta hora de viaje, por eso, si gustan descansar un rato, las acompañaré a la casa de Elisa, está al frente.Susan no se atrevió a decir que no porque, en realidad, sí estaba cansada del largo viaje, y su madrina se veía mucho más agotada que ella, así que, si les ofrecerían un lugar donde no se sentirían tan incómodas, lo aceptaría gustosa para poder recostarse un rato, pues, de todas maneras, no parecía que debieran molestar a los nuevos padres o a esas bebés.La mujer de recursos humanos no lo sabía, en realidad, porque no era madre aún y porque en realidad planeaba no serlo nunca, pero era lo suficientemente letrada como para saber que el poco tiempo tuvieran para dormir los padres de recién nacidos, y los recién nacidos en sí, debería ser sagrado, por eso no insistió en conocer
Fue solo un fin de semana el que las dos visitantes estuvieron cómo huéspedes en la casa de Elisa Alatorre, solo tres tardes, tres noches y dos mañanas, pero fue tiempo suficiente para que la bisabuela de las pequeñas, junto a la autonombrada nueva tía favorita de las gemelas, llenara la casa de Elisa de cosas que, según ellas, las niñas iban a necesitar, querer o, tal vez, simplemente deberían tener.Elisa ni siquiera debió pedir ese par de cunas de las cuales se había enamorado a primera vista y de las que se debió obligar a desenamorar cuando en la segunda vista le tocó atestiguar el precio pues, al parecer, en cosas específicas ella y Susan compartían gustos, los muebles, ropa, bolsos y zapatos eran claro ejemplo.Era domingo a media tarde y Elisa sonreía como tonta, demasiado apenada, pero mucho muy agradecida con ese par de mujeres que se despedían de ella tras presumirle lo que habían hecho con su casa y que, en palabras de Amelia, ella no se podía negar a recibir porque no era
Elisa, que en realidad nunca se había despedido de nadie, porque su madre y sus hermanos no le habían dado la oportunidad de hacerlo, ellos solo habían desaparecido un día que volvió de la escuela; comenzó a sentirse destinada a despedirse de todo el mundo ahora.Esa rubia primero se despidió de su amiga Ariana cuando se tuvieron que separar, luego de Susan, cuando salió corriendo de su trabajo, recientemente de nuevo de Susan y de Amelia, la bisabuela de sus hijas, y ahora, al fin, se despedía del padre de Emma y Edna, a quien se le había terminado su permiso de paternidad y debía volver a su trabajo en una ciudad lo suficientemente lejos para no poder ir y venir a ella día con día.Y aunque al fin se despedía de él, como había creído necesitar, ahora se sentía un poco temerosa y muy angustiada. No sabía bien por qué, porque de verdad pensaba que lo mejor era que ese hombre, que le podía hacer mucho daño de nuevo, se fuera al fin, y aún así sentía que estaba perdiendo demasiado con s