El encargo

Stephan

No me gustaba que me sermonearan. No era ningún novato y ese no era mi primer asesinato. Además, ni siquiera había aceptado el trabajo. Solo me encontraba allí para escuchar, la propuesta. Ya que mi contacto, parecía seguro de que era buena. Al menos eso dejaba ver, la insistencia del nuevo jefe de los Cavalli.

«No me tocaría tanto los cojones, ni se arriesgaría el mismo, si no fuera algo gordo». Me dijo Sergi, cuando nos reunimos la noche anterior.

Comenzaba a dudarlo, estaba claro que Ciro Cavalli, todavía actuaba como un niño que daba sus primeros pasos. No comprendía lo peligroso que era tratarme como a uno de sus empleados. Era demasiado inexperto como para adivinar, que de haberme encontrado en un mal día, ya le habría puesto una bala en el centro de sus pobladas cejas.

—Eres muy joven —. Volvió a repetir y miró al hombre que se encontraba a su lado. Sin embargo, este ni siquiera se atrevió a mover un músculo —. Espero que no te moleste, que te pregunte, ¿cuántos años tienes?

—Veintisiete —. Estaba seguro de que eso ya lo sabía, sin embargo, también era consciente de que a veces me encontraba con tipos como Ciro, con poca experiencia y demasiada desesperación como para pensar fríamente. Tal vez, solo se sentía nervioso y no podía parar de decir idioteces. Por suerte, estaba en un buen día, por lo que decidí ser paciente.

—Tu contacto nos dijo que estabas retirado, es sorprendente. Quizás por eso creí que eras mayor y ahora no estoy seguro de si debería preguntar a cuantos has matado siendo tan joven.

—Cincuenta —dije, sin titubear.

Esos eran los hombres, que me había cargado exactamente desde que me retiré de los vory.

Ciro silbó por lo bajo y sonrió satisfecho.

—Y, nunca te han pillado.

—No soy de los que se quedan admirando su obra.

—Eso es lo que parece… —Meneo la cabeza —. Honestamente, es mucho más de lo que creí. Supongo que con un mercado tan demandante y con tus habilidades, ya eres rico —. No me molesté en responder, simplemente saqué un cigarro y lo giré entre los dedos —. Y eso está bien, aunque tal vez te interese, volverte aún más adinerado.

—¿De cuánto estamos hablando?

—Digamos que este trabajo puede asegurarte el futuro de tus nietos, si es que piensas tenerlos —. Lo coloqué en mis labios y lo encendí —. ¿Qué tal te suena un millón por adelantado y dos al terminar el trabajo?

Realice una mueca con el cigarro en los labios.

—Eso ni siquiera se acerca a lo que he cobrado por ninguno de mis trabajos anteriores.

—Estoy al tanto de eso.

—Entonces, ¿por qué tanto? —Ciro, sonrió al ver que me había picado la curiosidad —. ¿Es un juez? —Quise saber, mientras expulsaba el humo de la primera calada —. No mato jueces, ni políticos. Tal vez mi intermediario te lo dijo.

—No es ni lo uno, ni lo otro —dijo inclinándose y juntando las manos sobre el escritorio —. Quiero que mates a un hombre realmente malo —. Sonrió como una hiena —. Nos gusta mantener el estatus quo. Esa fue la condición de mi Apolo, cuando me otorgó el manejo de los negocios. Podemos comerciar con cualquier cosa, mientras no haya daños colaterales. Hubo un momento oscuro en Daimōn, donde la sangre corría como un río, incluso en el distrito financiero. Ahora queremos paz. El problema es que tengo un enorme grano en el culo que no de deja dormir. He trabajado mucho para estar donde estoy y no quiero que mi primo deje su pacífica vida en Italia para venir a tirarme las orejas.

—¿Se trata de una guerra de pandillas?

—Ya puedes ver por donde van los tiros.

Solo había un clan que podía molestar tanto a los sicilianos.

Lo imaginé desde que supe que la cita sería en el club de Paul Moretti.

El Pacifyc Lounge era un cuchitril con aires de grandeza, pero estaba mucho mejor que otros Clubes de Daimōn y se hallaba en una zona neutral. De hecho, antes de esa noche, nunca había visto a uno de los capos pisando ese lugar, quizás a ninguno le interesaba lo suficiente. Al menos, no desde que decidí instalarme aquí. Las familias que controlaban Daimōn siempre elegían manejar los elegantes clubes, en el centro de la ciudad, y en el Distrito financiero.

A pesar de lo horrible que parecía que la mafia manejase la ciudad. Los sicilianos habían mantenido la zona en paz. Manejaban policía, política, comercio y le daban trabajo a cientos de familias. Y, aunque, en ocasiones, la tensión flotaba en el aire, los Cavalli mantenían el control.

Me gustaba que los italianos estuviesen a cargo. Eran un mal conocido y sobre todo mantenían alejada a la Bratva, a la que pertenecí.

O al menos, así fue, hasta hacía seis meses. Sin previo aviso. Un clan de los Vory v Zakone, desembarcó en la lúgubre ciudad que elegí para desaparecer.

De un momento a otro un restaurante ruso abrió sus puertas y ninguno de los italianos pudo hacer nada para evitarlo. Aunque hasta el momento, permanecía fuera de su radar y esperaba que continuase así hasta que pudiese marcharme muy lejos.

No conocía a los Ivankov, sin embargo, probablemente ellos sabían mi historia y lo que hice. Por lo que no esperaba toparme con ellos en un futuro cercano. Mi nueva identidad, todavía se encontraba a salvo y planeaba mantenerla de ese modo. No obstante, tres millones por un solo trabajo era mucho dinero.

—¿A quién? —Quise saber.

—Yuri.

Casi lancé una carcajada. Tres millones no eran tanto como creí en principio.

—Estás demente —apagué el cigarrillo en el cenicero y me dispuse a levantarme —. Quieres que liquide al hijo del Pakhan —expliqué perdiendo la paciencia —. Ni tres millones, ni cinco son suficiente. Nada lo es, m****a.

No iba a convertirme en el hombre que sobrevivió, para volver a tropezar dos veces con la misma piedra.

—Debes hacerlo o él que terminará bajo tierra seré yo. Hace varios años estuve tras las rejas, iban a aplicarme la aguja y mandarme con mis antepasados por asesinato. Tenía que darles algo bueno para que los fiscales, retiraran la petición de pena de muerte y no tuve otra alternativa —. Rió por lo bajo —. Chivos expiatorios me sobraban, pero no podía meterme con uno de los míos.

—¿A quién entregaste?

—Dimitri.

Volví a sentarme pesadamente.

Eso explicaba la centena de hombres dispersos en el interior del club y los alrededores.

Estaba aterrado y tenía razones para estarlo.

—Estás muerto —. No quise echarle más sal a la herida, pero no solo estaba muerto. Iban a destrozarlo.

—¡Lo sé! —Gritó con voz ronca —. Por eso te necesito, eres el único capaz de librarme de ellos. Están aquí por mí, lo sé —. Me lanzó una mirada fría —. Tú ya lo hiciste una vez, estoy seguro de que puedes volver a hacerlo.

—Apenas si salí vivo —Murmuré —. Acepta tu destino… Сегодня ты, завтра я —. Mascullé irritado. Necesitaba salir de allí cuanto antes.

Maldito, imbécil, como se le ocurrió entregar al mejor amigo de Yuri Ivankov.

—Veinte millones —ofreció de golpe —. Además, prepararemos tu salida y la de tu hermana. Nadie volverá a saber de ti o de esa pobre mujer que escondes en Rusia —. Respiré pesadamente —. Sé que no eres rico porque proteger a alguien cuesta dinero. Sé que no has muerto hasta ahora, porque si lo haces, tu hermana quedará completamente desprotegida —. Continuo —. Puedo resolver todos tus problemas, tengo la pasta y tú las habilidades que necesito. Desde que cruzaste esa puerta, Stephan, comenzaste a necesitarme, tanto como yo a ti. Nadie sabe que tú estás aquí, pero eso puede cambiar. Las paredes tienen oídos y lenguas muy filosas. La cosa es simple. Nos salvamos los dos o ninguno lo hace. ¿Qué te parece eso?

Me apuntó con los dedos y fingió dispararme.

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