Realmente me importas

Oriana

El tiempo que había compartido con Stephan, me había enseñado una cosa: no era aficionado a expresar sus sentimientos o expresar lo que le ocurría.

Uff…¿A quién engañaba?

Simplemente, no le gustaba abrir la boca en lo absoluto, o al menos no para comunicarse como cualquier otro ser humano. Simplemente, esperaba que leyese su mente. Sin embargo, desde que regresamos de ese cuchitril donde debía arreglar asuntos, parecía todavía más callado que de costumbre. Si es que eso era posible.

Imaginé que la conversación con el hombre que lo contrató no salió como esperaba. Pero, luego, lo confirmé una vez que salí de la ducha, me puse una picardía de seda, con una bata y fui a preguntarle si le apetecía comer algo. Aunque para mi sorpresa lo encontré vaciando su bolso de viaje sobre la cama.

—¿Qué ocurre? —Pregunté entrando al cuarto de invitados en donde, se alistaba con prisa.

Fui hacia él en dos pasos y extendí la mano para obligarlo a mirarme, aunque me detuve, antes de tocarlo.

—No
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