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Las heridas del ruso

Oriana

Tomé un par de inspiraciones profundas en un intento desesperado por tranquilizar el latir desbocado de mi corazón. La fuerza con la que mi sangre corría a través de mi cuerpo, logrando que mi pulso golpease detrás de mis orejas con especial fuerza cada vez que lo veía, era desconocida para mí. Me sentía estúpida, nerviosa, torpe y no podía hacer nada para impedirlo. Su cercanía me aturdía como nada nunca lo había hecho antes.

Me gustaba, mucho. A cualquiera en su sano juicio le gustaría. Aunque tenía la sensación de que era algo más. Eso me preocupaba, él no era exactamente una perita en dulce, y aun así no podía dejar de sentirme emocionada al sentir su mirada sobre mí. Era posesivo, huraño, intimidante, intenso. No me tocaba como mi esposo, lo hacía como si quisiera devorarme, sin importar si me hacía añicos. Y de alguna forma enferma, eso me excitaba.

Stephan inclinó ligeramente la cabeza hacia mí, en tanto su mano se movía despacio, casi con cautela, hasta rozar un mechón
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