Capítulo 2
Lina se despertó sintiéndose muy sedienta. Con la cabeza pesada, salió a gatas de la tienda de campaña y de repente se encontró frente a un par de zapatillas deportivas de hombre. Al levantar la mirada, vio unas piernas largas. El sol encandiló a Lina y cuando reconoció a Santiago.

—¿Señor Cruz?

¿No se suponía que había ido a escalar la montaña?

Santiago se agachó frente a ella y, mirando sus mejillas sonrojadas por la fiebre, le dijo con mucha seriedad:

—Tengo una pregunta que hacerte.

Lina se lamió los labios resecos y respondió:

—Dí-dígame.

—Anoche, ¿viste a alguien entrar a mi tienda?—preguntó Santiago, clavando su mirada en los ojos de Lina. Lina, evadió su mirada, su sola presencia alteraba todos sus sentidos. Trémula le contestó:

—N-no vi a nadie.

—¿Por qué tiemblas?—Preguntó él, notando su estado trémulo. Es que no era solo la voz, era todo su cuerpo. Ya era delgada de por sí, y Santiago temía que se fuera a deshacer del temblor.

Tenía docenas de asistentes en su oficina, cada uno encargado de diferentes áreas. Lina era una pasante recién llegada. Santiago la recordaba un poco porque era especialmente tímida. En su primera entrevista, estaba tan nerviosa que ni siquiera se atrevió a mirarlo a los ojos, manteniendo la cabeza gacha todo el tiempo.

—Te-tengo frío—dijo Lina, temblando aún más fuerte.

—¿Frío?— Santiago frunció el ceño. —¿No tenías fiebre? ¿Cómo puedes tener frío?

Santiago extendió la mano y la puso en la frente de Lina. Enseguida frunció el ceño y, preocupado, preguntó:

—¿Qué tienes? Estás ardiendo.

—Señor Cruz, estoy bien...—Lina temblaba fuertemente, sintiéndose fatal. Quiso ponerse de pie, pero no tenía fuerzas. Solo pudo acurrucarse con debilidad, sintiendo que perdía el conocimiento...

—¿Lina?—Santiago se dio cuenta de que algo andaba mal e intentó despertarla.

Lina, sintiéndose fatal, intentó levantarse, pero solo cayó de nuevo acurrucándose sin fuerzas.

Sin dudarlo, Santiago se inclinó y la levantó del suelo. Parecía muy delgada, y en sus brazos casi no pesaba nada. Santiago bajó la mirada para verla y notó sin querer una marca rosada en su cuello, como un chupetón. Sus ojos se entrecerraron al instante.

—¡Señor Cruz!—Una voz rompió el silencio del bosque.

Milena había regresado corriendo, con el pelo alborotado y sin aliento.

Santiago preguntó:

—¿Por qué volviste?

Milena miró a Lina en sus brazos y, tras recuperar el aliento, dijo:

—Yo... estaba preocupada por Lina, quería volver para cuidarla. ¿Qué le pasó?

—Tiene mucha fiebre y se desmayó—explicó Santiago mientras colocaba a Lina en el asiento trasero del coche. —Voy a llevarla al hospital ahora mismo.

Se disponía a subir al coche cuando Milena lo detuvo.

—Señor Cruz...—Milena agarró la puerta del coche, suplicando:

—¿Puedo ir también?

Santiago la miró con cierta suspicacia. Milena explicó:

—Lina y yo somos compañeras, y ambas somos mujeres. Si voy, tal vez pueda ayudar.

Santiago pensó que tenía sentido y aceptó.

*

En el hospital, ingresaron a Lina y le pusieron un suero.

Milena fue a buscar agua y al volver encontró a Santiago de pie al pie de la cama, con la mirada fija en Lina dormida, pensativo.

—Señor Cruz—Milena le sirvió un vaso de agua. —Tome un poco de agua.

—Gracias—Santiago tomó el vaso y lo dejó a un lado. —¿Cómo te llamas?

Milena se sorprendió, pero luego pensó que era normal que no supiera su nombre. Con decenas de asistentes, solo Fernando estaba siempre a su lado. Milena, con habilidades promedio, rara vez tenía oportunidades de destacar.

—Milena Juárez...

—Milena, necesito que me confirmes algo.

Una sombra de decepción cruzó los ojos de Milena, pero mantuvo su sonrisa.

—Dígame.

Santiago le dio algunas instrucciones y salió de la habitación.

Milena se acercó a la cama. Mirando a Lina aún inconsciente, sus ojos reflejaban emociones complejas. Recordando las instrucciones de Santiago, comenzó a desabrochar los botones de la blusa de Lina.

Uno, dos... A medida que se abrían todos los botones, Milena vio las marcas en el cuerpo de Lina y se cubrió la boca, sorprendida.

*

—Señor Cruz, ¿dónde estaba?—Fernando llamó preocupado al regresar al campamento con los colegas y no encontrar a Santiago.

Santiago respondió:

—Lina se desmayó y la traje al hospital.

—¿Lina, la pasante?—Fernando se sorprendió, no tanto porque el señor Cruz la hubiera llevado en persona al hospital, ¡sino porque recordara el nombre de una pasante!

Hay que tener en cuenta que el señor Cruz tenía bastantes asistentes y, aparte de Fernando, no recordaba el nombre de ninguno.

Que recordara el nombre de Lina era, simplemente, asombroso.

—Sí—Santiago miró su reloj y dijo:

—Diviértanse, todos los bonos se pagarán cuando vuelvan del campamento—Tras dar algunas instrucciones breves, colgó el teléfono.

En ese momento, se abrió la puerta de la habitación y salió Milena.

Santiago la miró.

—¿Y bien?

Milena, le respondió calmada.

—La revisé, el cuerpo de Lina no tiene nada. La marca en su cuello que mencionó... probablemente se la hizo su novio.

—¿Novio?— Santiago frunció el ceño ligeramente, pero no dijo nada más.

Milena preguntó:

—¿Quiere entrar a verla? Probablemente despierte pronto.

—No es necesario—dijo Santiago, su expresión volviendo a la normalidad. —Tengo que irme. Cuando despierte, asegúrate de contactar a su familia.

—Por supuesto, no se preocupe, señor Cruz.

Milena vio a Santiago marcharse antes de volver a entrar en la habitación. Lina ya estaba despierta, con los ojos abiertos pero sin fuerzas.

Milena se sentó junto a la cama.

—Lina, ¿despertaste? ¿Cómo te sientes? ¿Estás mejor?

Lina asintió.

—¿Estoy en el hospital?

—Sí—Milena le sirvió un vaso de agua y sonrió. —El señor Cruz te trajo. Incluso te cargó en brazos.

—Cof, cof...—Lina se atragantó con el agua. —¿El señor Cruz?

—Así es—Milena bromeó:

—Lina, ¿crees que le gustas al señor Cruz? Llevo más de un año en la empresa y es la primera vez que lo veo preocupado por una empleada.

La cara de Lina se puso roja como el fuego.

—No puede ser.

—¿Por qué no? Eres guapa, joven y tienes buen cuerpo. A muchos jefes les gustan las chicas inocentes como tú. Lina, si no tienes novio, podrías considerar seriamente al señor Cruz. Es un buen partido...

—Tengo novio—la interrumpió Lina.

Milena se calló.

—¿En serio?

Lina respondió sin dudar:

—Sí.

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