Capítulo 8
Al quitarse la camisa, la espalda inmaculada de Lina quedó a la vista de Santiago. Una sombra de decepción cruzó sus ojos mientras apartaba la mirada, y con voz grave se disculpó:

—Lo siento.

Lina se cubrió rápidamente con la sábana de la cama, con lágrimas de humillación en los ojos.

—Señor Cruz, ¿esto es suficiente prueba?

Santiago quería decir algo, pero sintió que cualquier cosa que dijera en ese momento sería inadecuada. Al salir, miró hacia el segundo piso donde aún brillaba una tenue luz. La imagen de Lina, frágil y vulnerable, apareció en su mente. ¿Estaría llorando con el rostro entre las manos?

Santiago tomó su teléfono y llamó a Fernando:

—Prepárame un regalo, algo para una chica. Que sea elegante.

*

Tan pronto como Santiago se fue, Lina cerró la puerta con llave y fue al baño con ropa limpia para dormir.

Al quitarse la ropa, las marcas en su pecho, aunque habían disminuido un poco, seguían siendo impactantes. Las marcas en su espalda, que eran pocas, habían sanado rápida
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