Capítulo 4
Lina nunca imaginó que su novio la pudiera engañar con su mejor amiga, pensaba que esas cosas solo pasaban en las telenovelas, hasta que encontró a Javier y Sara enredados en su habitación de la universidad… aún tiene vívido el recuerdo y el dolor que esa traición le causó.

—¿Lina?—Sara se quedó paralizada.

Pero Lina ya había apartado la mirada y entrado con su maleta. No tenía intención de intercambiar cortesías con ellos. Lo pasado, pasado estaba. Había terminado con Javier Cruz y su amistad con Sara Ruiz había llegado a su fin. A partir de ahora, no quería tener nada más que ver con ellos.

Sara entró al ascensor del brazo de Javier. Cuando las puertas se cerraron, se volvió hacia Lina y le dijo:

—Oí que encontraste trabajo. ¿Vas de viaje?

Lina asintió con la cabeza baja, sin ganas de responder más. Sara, al ver su actitud, no insistió.

Cuando llegaron a la planta baja, Lina salió arrastrando su maleta, pero en su prisa, una de las ruedas se atascó en la rendija. Ella, con la cara roja, tiraba con fuerzas, pero la maleta no se movió, entonces Javier extendió la mano y, con un suave empujón, liberó la rueda.

—Gracias—murmuró Lina antes de huir torpemente con su equipaje.

Las puertas del ascensor se cerraron de nuevo y siguió bajando.

Sara miró a Javier y dijo:

—Lina parece muy cambiada. No sé si todavía estará enojada con nosotros. ¿Crees que debería pedirle que nos veamos para disculparme apropiadamente?

—¿Es realmente necesario?—respondió Javier con frialdad. —Las cosas ya están así, ¿de qué serviría una disculpa?

Sara apretó los labios, herida.

—Javier, ¿me estás echando la culpa?

Javier no respondió.

Sara retiró su mano del brazo de Javier.

—Javier, si no puedes olvidar a Lina, puedo explicarle lo nuestro. Fue mi culpa, yo asumiré la responsabilidad. Lina tiene un corazón de oro, seguro te perdonará...

Sara, con el peso encima de la traición a su amiga, y pensando que Javier seguía enamorado de Lina, salió corriendo del ascensor en el estacionamiento. Llorando y sin percatarse que ya estaba cruzando la avenida, oyó una bocina muy cerca y volteó, pero ya las luces brillantes de un auto estaban casi encima de ella. El pánico la dejó petrificada, incapaz de moverse y expuesta al inminente peligro.

Afortunadamente, Javier reaccionó rápido y la jaló hacia atrás justo a tiempo. El auto frenó bruscamente, pasando frente a ellos con un chirrido. El conductor, aún asustado, sacó la cabeza por la ventana, les gritó un par de insultos y se fue.

—¿Acaso quieres morir?—preguntó Javier, agarrando la muñeca de Sara con voz temblorosa.

El incidente había sido aterrador. Si hubiera tardado un segundo más, Sara habría sido atropellada.

Sara también estaba pálida del susto, con lágrimas cayendo sin cesar. Temblando, se aferró a Javier sin poder decir una palabra.

Javier suspiró y finalmente la abrazó, consolándola con ternura:

—Ya no llores...

*

Lina tomó un taxi de vuelta al dormitorio de la universidad. Después de dejar la casa de su hermana, era el único lugar donde podía quedarse. Originalmente el dormitorio era para cuatro personas, pero como estaban en el último semestre del cuarto año, las demás ya se habían mudado tras conseguir trabajo.

Aunque Lina normalmente no vivía allí, sus cosas seguían en el apartamento. Antes de todo el lío de la infidelidad, era Sara la única que se quedaba en el lugar. Como venía de fuera y todavía no había encontrado unas prácticas, necesitaba un sitio donde vivir.

Lina fue allí aquella noche para hacerle compañía a Sara, ya que supo que cortaron la luz y pensó que tendría miedo estando sola, pero se encontró con aquella escena que la traumatizó. Ahora Sara tampoco vivía allí. Se decía que Javier le había alquilado un apartamento.

Desde que Lina se había unido al grupo Cruz, apenas tenía tiempo libre. Salía al amanecer y regresaba cuando ya era de noche. Por eso, encontrarse hoy con ellos en el complejo de apartamentos de su hermana la había dejado boquiabierta. Jamás se le pasó por la cabeza que el piso que Javier le había alquilado a Sara estaría no solo en el mismo complejo, sino en el mismísimo edificio que el de su hermana.

¿Era una coincidencia o algo intencional? Lina ya no quería pensar en ello. Ahora solo sentía que mudarse había sido lo correcto, de lo contrario se los encontraría fácilmente, lo cual sería doloroso.

Apenas terminó de arreglar su cama, sonó su teléfono.

Era su hermana Penélope, con la voz quebrada:

—Lina, ¿qué pasa? ¿Cómo te vas así sin decirme nada? ¿Dónde estás? Voy a buscarte ahora mismo.

Lina se apoyó contra la cabecera de la cama.

—Penélope, me mudé de vuelta al dormitorio de la universidad. Cuando pase mi período de prueba en el trabajo, podré solicitar alojamiento para empleados...

—Hay espacio en casa, ¿para qué necesitas alojamiento de empleados? Quédate ahí, voy a recogerte ahora mismo...

—¡Penélope!— Lina la interrumpió con firmeza.

Penélope se quedó en silencio al instante.

Lina, fingiendo naturalidad, dijo:

—Penélope, ya estoy grande. No quiero ser una carga para ti, quiero ser tu apoyo.

Penélope, sentada en el banco de la entrada, sostenía el teléfono mientras las lágrimas caían sin cesar. Mientras se las secaba, dijo:

—No necesito apoyo, solo te necesito a mi lado. No importa cuánto crezcas, siempre serás mi hermanita.

—Penélope, gracias. Pero esta vez realmente quiero ser independiente. Me apoyarás, ¿verdad?

La voz de Penélope estaba ronca de tanto llorar.

—¿Y si no te apoyo? ¿Volverías inmediatamente?

—No lo haré.— Lina sonrió, con lágrimas silenciosas cayendo. —Desde que era pequeña, siempre me has apoyado en todo. Eres la mejor hermana del mundo.

Penélope se quedó callada por un momento. Aunque intentaba controlarse, Lina aún podía oír sus suaves sollozos.

—Penélope, cuando gane mucho dinero, te compraré una casa grande. Te abriré una tienda, así tú y Carlos no tendrán que trabajar tan duro.

Penélope finalmente rio.

—Ay, tú. No quiero una casa grande ni abrir una tienda. Carlos y yo somos gente común, no aspiramos a una vida tan lujosa. Lina, solo recuerda esto: yo no quiero nada más que verte bien y feliz. Eso me hace más feliz que cualquier otra cosa.

—Sí—Lina asintió con fuerza. —¡Está bien!

Después de colgar, Lina siguió llorando por un buen rato.

De repente, sonó un golpe en la puerta. Lina se secó las lágrimas y fue a abrir. El día afuera se había vuelto repentinamente noche, y el apuesto rostro de Santiago apareció frente a ella.

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