Capítulo 5
—¡Ah!—Lina gritó, despertándose de su sueño. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba acostada en una cama de hospital. Todo lo de soñar el día y la noche con Santiago había desaparecido por completo.

La anciana recién llegada, quien en la cama de al lado, le preguntó sonriendo:

—Jovencita, ¿tuviste una pesadilla? Te vi mientras dormías, tenías las manos aferradas a las sábanas. ¿Con qué soñaste?

Desde pequeña, Lina había oído que si se contaba una pesadilla, no se haría realidad. Así que le respondió sin pensarlo:

—Con mi jefe.

La anciana se sorprendió y, meneando la cabeza, suspiró:

—Tu jefe debe ser muy aterrador.

Apenas terminó de hablar, la puerta de la habitación se abrió y una figura alta y esbelta apareció.

Lina estaba a punto de levantarse para ir al baño, con un pie ya en las pantuflas, cuando vio quién era y casi se resbala de la cama.

Santiago vestía una camisa blanca con el cuello ligeramente abierto y pantalones negros que resaltaban sus largas piernas. En una mano llevaba un termo y en la otra colgaba su chaqueta negra. Su presencia era imponente. Lina, al cruzar miradas con él, se sintió nerviosa y sus dedos en el borde de la cama se tensaron.

Sin embargo, Santiago pasó de largo frente a ella y se dirigió directamente a la cama de la anciana, inclinándose para llamarla:

—Abuela.

Lina levantó la cabeza sorprendida y vio a la anciana acariciando con cariño la cabeza de Santiago. El señor Cruz, quein normalmente era tan serio en la oficina, ahora se mostraba dócil y obediente frente a la anciana.

Lina se quedó con la boca abierta al ver a Santiago destapando el termo y sirviendo un poco de sopa para la anciana. No daba crédito a sus ojos: el mismo director ejecutivo que siempre parecía tener hielo en las venas estaba mostrando un lado tan dulce y considerado.

La anciana, sin embargo, agitaba las manos diciendo:

—Acabo de comer una manzana, no puedo comer más.

Volteando hacia Lina, la anciana dijo:

—Jovencita, ¿aún no has comido? Mira, mi nieto preparó un caldo de costilla, ¿quieres probarlo?

Santiago también la miró, y ella, atribulada, negó moviendo la cabeza.

—No, no, gracias, no tengo hambre...

Pero la anciana insistió:

—¡Vamos, prueba un poco de esta sopa, de verdad que está deliciosa ¿No me crees?

—No, no para nada...

—Entonces está bien—La anciana cambió de actitud rápidamente y empujó a Santiago:

—Oye, ve tú a ver si puedes echar una mano a esa chica. Tiene pinta de estar bastante desprotegida, lleva un buen rato aquí y no he visto a nadie de su familia por aquí cerca. Ah, y acaba de tener una pesadilla con su jefe. La pobre estaba muy asustada, me imagino que su jefe no debe ser una buena persona...

Lina intentó interrumpir varias veces pero no pudo. La anciana realmente lo contaba todo...

Santiago arqueó una ceja y miró a Lina:

—¿Es así? ¿Qué has hecho para tenerle tanto miedo a tu jefe?

Lina se sintió incapaz de explicarse, así que decidió no intentarlo. Santiago seguía mirándola con una intensidad que parecía querer traspasarla con la mirada.

—Yo... voy al baño un momento, ustedes sigan hablando.

Lina prácticamente huyó al baño.

De repente, Santiago recibió una palmada en la mano. La anciana lo reprendió:

—¡Mira cómo has asustado a la pobre chica!

Santiago sonrió resignado:

—Abuela, ¿soy tan aterrador?

Normalmente era estricto en el trabajo, pero Lina no debería temerle tanto, ¿o sí?

—¡Sí!—La anciana lo examinó seriamente. —No das miedo por tu apariencia, pero siempre tienes esa cara tan seria que asusta. En cambio esa chica se ve tan amable, no es pretensiosa, más bien es tímida y tiene buen trato. ¡Me cae muy bien!...

—¡Para ya!—Santiago interrumpió a la anciana. —Ella tiene novio, abuela, no te hagas ideas.

Pero la anciana no le creyó:

—¿Tiene novio? ¿Cómo lo sabes?

—Porque es mi empleada.

—¿Qué?

*

Cuando Lina salió del baño, solo quedaba Santiago en la habitación. En cuanto ella apareció, Santiago la miró fijamente.

Lina caminó hasta la cama. Santiago la seguía con la mirada, eso la incomodaba. Como andaba con el suero en la mano, trató de insertarlo en el soporte, pero falló debido a su baja estatura.

—Dámelo—Una voz profunda sonó cerca de su oído. Lina se giró aturdida, sintiendo una fragancia fresca. Al mismo tiempo, Santiago tomó el suero con sus dedos y lo colgó fácilmente.

—Gracias, señor Cruz—Lina bajó la cabeza, sin atreverse a cruzar miradas con él.

Cuando se sentó en la cama, Santiago trajo el termo y lo colocó en su mesita de noche.

—Esto es para ti.

Lina, muy sorprendida, levantó la mirada hacia él, pero al encontrarse con sus ojos, bajó rápidamente la vista, con las mejillas sonrojadas.

Santiago la observó divertido. Había conocido a muchas mujeres, pero ninguna tan tímida como Lina. Era como una mimosa púdica, se sonrojaba al mínimo contacto, lo cual resultaba bastante interesante.

Para que no malinterpretara, Santiago añadió:

—Es de parte de la abuela.

—Ah, le agradeceré en persona a la abuela más tarde—dijo Lina.

Santiago se quedó de pie junto a la cama un momento.

—Hay algo más que quiero preguntarte.

—Dígame.

Sacó algo del bolsillo de su pantalón y se lo mostró.

—¿Has visto esto antes?

Las pupilas de Lina se dilataron. ¡Era su pulsera!

¿Cómo había llegado a manos de Santiago?

Santiago observó su reacción.

—¿Lo has visto?

Lina reaccionó y negó con la cabeza.

—No... no lo he visto.

Santiago pareció decepcionado.

—¿Estás segura de que nunca lo has visto?

—Sí—Lina estaba tan nerviosa que casi se rompe los dedos de tanto apretarlos. —Nunca lo he visto.

—Está bien.— Santiago guardó la pulsera.

El corazón de Lina era un caos. No podía creer que hubiera dejado algo tan importante en manos de Santiago.

De pequeña, Lina siempre estaba enferma. Su hermana había subido una montaña, escalón por escalón, hasta llegar a una iglesia en la cima para conseguir esa pulsera de cuentas para ella.

Durante todos estos años, siempre la había llevado consigo, pero escondida en la manga. Por eso, aparte de sus allegados más cercanos, nadie sabía que tenía esa pulsera.

En la empresa no tenía amigos, siempre andaba sola, así que menos aún lo sabría nadie. Por lo tanto, no había que preocuparse de que Santiago lo supiera. Pero lo que le angustiaba era cómo recuperar esa pulsera.

Por la tarde, Milena le envió varios mensajes preguntándole cómo estaba. Por cortesía, Lina respondió. No tenía mucha confianza con Milena, así que después de un par de frases forzadas, la conversación debería haber terminado. Sin embargo, Milena envió otro mensaje:

[Lina, ¿el jefe ha ido al hospital?]

Como ambas eran parte del equipo de asistentes de Santiago, Lina no estaba segura si Milena necesitaba contactar con él por algún asunto, así que respondió honestamente:

—Vino al mediodía.

Al segundo siguiente, Milena la llamó.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo