Capítulo 3
Después de cuatro botellas de suero, la fiebre de Lina bajó. Sin embargo, el médico dijo que tenía una infección bacteriana y todavía había inflamación en su cuerpo. Aunque la fiebre había cedido, necesitaba quedarse en el hospital dos días más para recibir antibióticos intravenosos.

Al anochecer, Penélope Andrade entró apresuradamente en la habitación.

—Lina, ¿estás bien?

Al ver a su hermana, los ojos de Lina se llenaron de lágrimas.

—Estoy bien.

—¿Cómo te pusiste tan mal?—Penélope miró a su hermana con preocupación.

Las dos se habían quedado sin padres desde pequeñas. Penélope, siete años mayor que Lina, la había cuidado todos estos años, siendo tanto hermana como madre para ella. Su vínculo era muy profundo.

No queriendo preocupar a su hermana, Lina contuvo las lágrimas y dijo:

—Creo que me dio fiebre por el viento de anoche. No es nada, ya estoy mucho mejor.

Viendo que Lina parecía estar de buen ánimo. Penélope, se tranquilizó y viendo a Milena le preguntó:

—¿Y usted es...?

—Hola, soy Milena, compañera de trabajo de Lina—Milena extendió cortésmente la mano para saludar a Penélope.

—Oh, ¿fue usted quien trajo a Lina al hospital?

—No—Milena negó con la cabeza. —Fue nuestro jefe quien la trajo. Yo solo la he acompañado todo el día.

—Pues muchas gracias. Lina tiene un carácter súper tranquilo, ¿verdad? Qué suerte tiene de contar con una compa tan genial como usted.

—No es nada—Milena miró la hora, pensando que Santiago probablemente ya no vendría, y tomó su bolso del sofá. —Ahora que usted está aquí, dejo a Lina en sus manos. Me voy.

Penélope acompañó a Milena a la salida y al volver le comentó a Lina:

—Tu compañera parece muy agradable, ¿es una nueva amiga?

Lina negó con la cabeza.

—Casi no nos hablamos en el trabajo.

Milena solía ser bastante amable, pero en el departamento se llevaba mejor con Viviana. Lina, siendo muy reservada, solo se concentraba en su trabajo y rara vez socializaba. De hecho, le extrañaba que Milena hubiera sido tan amable con ella hoy.

—Pues ha sido muy amable al acompañarte todo el día.

—Sí.

Lina pensó que definitivamente le devolvería el favor a Milena cuando tuviera la oportunidad. No le gustaba deberle nada a nadie.

Penélope se quejó del ruido en el hospital y sugirió que era mejor irse a casa. Lina no lo notaba tan ruidoso, pero sin su hermana cerca no se sentía muy a gusto, así que le dio la razón. Al salir, las pilló un aire helado. De repente, Lina notó algo sobre sus hombros: Penélope le había echado su chaqueta encima. Aunque iba con poca ropa, a Penélope solo le importaba que Lina no pasara frío. Con cara de preocupación, Lina aceleró el paso hacia el taxi.

En el coche, su cuñado Carlos llamó para decir que tenía una cena de negocios y llegaría tarde, que no lo esperaran para cenar. Penélope le dio algunas indicaciones, pero él respondió con impaciencia y colgó rápidamente.

Lina tomó la mano de Penélope.

—Penélope, para la cena quiero las pastas que tú preparas.

Penélope sonrió.

—Claro. Te los haré en cuanto lleguemos a casa.

—Gracias.

Ya en casa, Penélope ayudó a Lina a entrar en su habitación, le puso una almohada detrás de la espalda, le sirvió un vaso de agua y, aún preocupada, le tocó la frente.

—Descansa aquí un rato. Voy a preparar las pastas, estarán listas pronto. Si necesitas algo, llámame.

Lina asintió.

—De acuerdo.

Penélope se puso el delantal y fue a la cocina a preparar la comida.

Escuchando los ruidos de la cocina, Lina apartó la manta y se levantó de la cama. Entró sigilosamente en la habitación de su hermana. Abrió el cajón de la mesita de noche y encontró con facilidad las píldoras anticonceptivas. Rápidamente leyó las instrucciones en la caja, sacó dos pastillas y se las tragó.

Después de cenar, Lina se dio un baño. Cuando se quitó la ropa, se paró frente al espejo mirando las marcas en su cuerpo. Los recuerdos de la noche anterior la inundaron, haciéndola estremecer.

Quizás por haber dormido mucho durante el día, o tal vez por las molestias en su cuerpo, Lina no pudo conciliar bien el sueño esa noche. En medio de su duermevela, escuchó voces discutiendo afuera. Se frotó las sienes y se levantó, abriendo la puerta una rendija.

La luz de la sala estaba encendida. En el suelo había esparcidos una corbata y calcetines de hombre. Carlos Moreno estaba tumbado descuidadamente en el sofá, apestando a alcohol.

Penélope recogía mientras decía:

——Oye, ¿no te dije que dejaras de tomar? Mírate cómo estás. Mañana te levantarás con resaca otra vez.

—Siempre te estás quejando. ¿Crees que quiero beber tanta cantidad de alcohol? Lo hago por ti, por esta familia, por tu hermana que es una carga. ¿Crees que no estoy cansado?

Penélope se enfadó.

—Di lo que quieras de mí, pero no te metas con Lina.

—¿Qué pasa?—Carlos alzó aún más la voz. —¿Come mi comida, bebe mi bebida, vive en mi casa y no puedo decir nada? ¡Cualquiera pensaría que ella es mi jefa y no tu hermana!

—Lina ya tiene trabajo, y ha estado pagando sus gastos desde la universidad. ¿Cómo puedes decir que vive a costa tuya?—Penélope defendió a Lina.

Carlos la señaló con el dedo.

—¡Bien! Si tienes agallas, dile que se vaya mañana mismo. ¡Me molesta solo verla!

—Lina es mi hermana, mi única familia. Aún no se ha graduado de la universidad y acaba de encontrar trabajo. ¿Cómo puedes echarla en este momento?

Carlos gesticulaba exageradamente, con aire despreocupado.

—Oye, que no se te olvide que esta es mi casa. Yo la compré y soy yo quien se deja el lomo pagando la hipoteca cada mes. Aquí las decisiones las tomo yo, y si digo que se pire, ¡pues se tiene que pirar y punto!

—Pero...—Penélope rompió a llorar de rabia.

Carlos, completamente borracho, se quedó dormido.

Después de un rato, Penélope se secó las lágrimas y fue a despertar a Carlos.

—Venga, ve a darte una ducha y a dormir a la cama.

Lina cerró la puerta con cuidado y volvió a la cama, pero se quedó despierta, dando vueltas inquieta durante el resto de la noche.

A la mañana siguiente, se levantó temprano para preparar el desayuno. Dejó un sobre y una nota para su hermana, y se marchó de la casa con su maleta.

Parte de la razón por la que su hermana se había casado con Carlos era por Lina. Penélope siempre decía que, siendo las dos mujeres solas, habían sufrido muchas dificultades, y pensaba que teniendo un hombre en casa, nadie se atrevería a aprovecharse de ellas. Penélope no tenía mucha educación, ganaba poco vendiendo cosas en puestos callejeros, y comprar una casa parecía un sueño inalcanzable.

Carlos era graduado universitario y trabajaba en una empresa cotizada en bolsa. Al principio era bastante bueno con ella, pero quizas por el estrés, se había vuelto cada vez más irritable. Siempre llegaba a casa borracho y peleaba con Penélope.

Por Lina, Penélope siempre cedía en las discusiones.

Lina sabía que Penélope amaba a Carlos todavía, pero es difícil vencer una cotidianidad tan amarga y dura, y ella no quería ser una carga para la pareja. Se mudaba por iniciativa propia, con la esperanza de que las cosas mejoraran entre ellos.

El ascensor se detuvo en el octavo piso. Cuando se abrieron las puertas, Lina se encontró cara a cara con alguien parado afuera. Su mano se tensó sobre el asa de la maleta.

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