Secreto de Una Noche: Embarazada de Mi Jefe
Secreto de Una Noche: Embarazada de Mi Jefe
Por: HUNO
Capítulo 1
Los besos del hombre cubrieron a Lina Andrade y ella se dejó llevar, perdiéndose por completo en aquellas caricias ardientes que la hicieron olvidarse hasta de sí misma.

Después de la pasión, Lina se acurrucó en los brazos cálidos del hombre y se quedó profundamente dormida...

A media noche, Lina se dio la vuelta, pero enseguida se sobresaltó al rozar con una piel cálida a su lado. Nerviosa , fue abriendo los ojos lentamente, encontrándose con el rostro apuesto de su jefe.

—¿Jefe?—la mente de Lina quedó en blanco por un momento antes de que los recuerdos de la noche anterior la inundaran. Abrió los ojos de par en par y se sentó de golpe, pero el movimiento brusco le causó un dolor agudo que la hizo sudar frío.

Por un instante Lina quedó tiesa, después la inundaron los recuerdos de la noche anterior y, finalmente, en un solo movimiento se sentó en la cama. Pero un dolor agudo la dejó inmóvil, su cuerpo le dolía con un mínimo movimiento.

Pero en ese momento, más que el dolor físico, lo que la dejó sin aliento fue la escena ante sus ojos: una cómoda tienda de campaña, sábanas revueltas, Santiago Cruz dormido a su lado y en cueros con solo una delgada manta cubriéndole las nalgas y, en su espalda, unos marcados aruñazos.

Lina sintió el mundo hundirse a s lado, no era un sueño. Ella, la pasante que solo llevaba dos semanas en Grupo Cruz, ¿había dormido con su jefe?

En medio de su confusión, vio a Santiago moverse y se asustó tanto que se vistió atropelladamente y salió huyendo del lugar, sin darse cuenta que su pulsera se cayó al lado de la almohada.

Afuera aún no amanecía, la fogata de la noche anterior se había apagado, dejando solo una delgada línea de humo gris en el aire. Decenas de tiendas de campaña se alzaban en silencio alrededor. Lina caminó descalza sobre el césped y se metió rápidamente en una tienda de color rosa y blanco.

Apenas se acostó, Milena Juárez se dio la vuelta y la miró. Lina contuvo la respiración del susto.

Pero Milena solo la miró brevemente antes de cerrar los ojos y preguntar casualmente:

—¿A dónde fuiste tan temprano?

—Pues...—Lina, con el corazón acelerado, soltó una mentira—: Fui al baño.

Milena no preguntó más y pronto se oyó su respiración profunda.

Lina respiró aliviada y se quedó mirando el techo fijamente, hasta que amaneció y todos se levantaron, pero ella permaneció acurrucada en el mismo lugar. Afuera se escuchaban las risas de sus compañeros. Lina se envolvió en la manta como un oso, dejando solo la cabeza al descubierto, con la mirada perdida.

Milena abrió la cremallera y se asomó a la entrada de la tienda:

—Lina, levántate. Después del desayuno iremos a escalar la montaña.

Era viaje organizado por la empresa para pasar tres días acampando en las montañas. El día anterior llegaron y, después de instalarse, bebieron en la noche. Lina, para integrarse con sus compañeros, tomó más de la cuenta sin imaginar el resultado:

¡Amaneció durmiendo con su jefe Santiago! Y no tenía ni puta idea de cómo llegó allí. De solo recordarlo le estallaba la cabeza!

—¿Lina? ¿Lina?—Milena la llamó varias veces sin obtener respuesta, así que se quitó los zapatos y entró en la tienda. —Lina, ¿qué te pasa?

Lina, con la voz quebrada, respondió:

—Estoy bien.

Milena le tocó la frente:

—¡Ay, tienes fiebre!

—Estoy bien—insistió Lina, mordiéndose el labio y conteniendo las lágrimas. —Solo necesito descansar un poco. Vayan a escalar, no se preocupen por mí.

Milena, preocupada, le trajo dos pastillas para la fiebre. Después de asegurarse de que Lina las tomara, se fue con el grupo a escalar.

Cuando el ruido exterior se apagó, Lina comenzó a llorar por lo mal que se sentía. Su cuerpo estaba dolorido, con rastros evidentes de la noche anterior. Quizás por su respiración agitada, sentía que cada inhalación estaba impregnada del aroma de Santiago. Con la fiebre, se sentía como si estuviera ardiendo, tan mal que deseaba morir.

Mientras tanto, el grupo de excursionistas ya se había reunido al pie de la montaña.

Cuando Santiago bajó del auto, todas las miradas de las empleadas se volvieron hacia él.

—¡Ay, qué guapo se ve el señor Cruz!

—Siempre lo vemos de traje, ¡pero se ve igual de bien con ropa casual!

—Amiga, se te está cayendo la baba.

—Jajaja, hoy sí que me deleité la vista.

Santiago se paró frente a todos, imponente. Sus ojos oscuros recorrieron al grupo por detrás de sus gafas de sol, y preguntó con voz grave:

—¿Todos durmieron bien anoche?

Todos respondieron al unísono:

—Sí.

Santiago frunció el ceño y le hizo una seña a su asistente Fernando Olivares.

Fernando, entendiendo la señal, preguntó seriamente:

—¿Alguien entró anoche a la tienda del señor Cruz?

Todos se miraron entre sí, negando con la cabeza. Aunque algunos en el equipo admiraban la belleza del jefe, nadie se atrevería a arriesgar su carrera. ¿Entrar a la tienda del jefe? ¿Quién sería tan osado?

Al ver que nadie admitía nada, Santiago frunció aún más el ceño. Levantó una mano, mostrando una pulsera.

—¿De quién es esto?

Nuevamente, todos negaron haberla visto antes.

Si alguien conoce al dueño de esta pulsera, por favor avíseme—dijo Santiago y añadió—: Habrá una recompensa... y el bono de fin de año se duplicará.

Sus palabras causaron revuelo entre el grupo.

—¿Duplicado?

—¡Mi bono del año pasado fue de 10,000 dólares, duplicado serían 20,000! ¡Increíble!

—¿De quién será esa pulsera?

—Parece bastante común, ¿realmente vale tanto?

—Milena, ¿tú sabes?

—¿Eh?— Milena salió de su ensimismamiento, y negó: —No, no sé...

—Bien, ahora pasaremos lista— anunció Fernando.

Cuando llegó a ¨Lina¨, nadie respondió.

—¿Dónde está Lina?— preguntó Fernando.

Milena explicó.

—Lina está enferma, se quedó en la tienda.

—¿Enferma?— Fernando, indeciso, miró a Santiago.

Santiago estaba sentado en el auto negro, jugando con la pulsera, sumido en sus pensamientos.

Fernando no se atrevió a molestarlo. Terminó de pasar lista y dijo:

—Bien, podemos empezar.

Cerró su libreta y se acercó al auto.

—Señor Cruz, ¿vendrá con nosotros?

Santiago parecía desinteresado, con la mirada fija en la pulsera. Después de un momento respondió:

—No iré. Tú guía al grupo.

—Entendido, señor Cruz.

—Milena, ¿qué miras?— Viviana Duarte tiró de Milena. —¡Vamos, hay premios para los primeros diez en llegar a la cima!

—Sí...—Milena asintió, pero miró hacia atrás. Solo alcanzó a ver el auto negro alejándose rápidamente hacia el campamento.

De repente, Milena se volvió hacia Fernando y dijo:

—Señor Olivares, estoy preocupada por Lina. No participaré en la actividad, volveré a cuidarla.

—Ok—respondió Fernando.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo