Inicio / Mafia / SECUESTRADA POR EL VILLANO / LA VENGANZA ESTÁ SERVIDA
SECUESTRADA POR EL VILLANO
SECUESTRADA POR EL VILLANO
Por: C. A.
LA VENGANZA ESTÁ SERVIDA

GAEL

El crujido de los huesos al romperse siempre ha tenido un sonido peculiar, como un chasquido seco seguido de un gemido ahogado. En este caso, es el brazo del hombre que tengo frente a mí el que se dobla en un ángulo antinatural. No grita. Le doy crédito por eso. Se limita a jadear y apretar los dientes con fuerza, los nudillos blancos por la tensión.

—No me hagas perder más el tiempo, Ramiro —digo con calma, sacudiéndome el polvo inexistente de las manos. Estoy de pie frente a él, con las botas bien firmes sobre el suelo de concreto del almacén. Detrás de mí, mis hombres esperan en silencio. Saben que cuando estoy en este estado, lo mejor es no interrumpir.

Ramiro me mira con ojos desesperados, las pupilas dilatadas por el dolor. La lámpara colgante sobre nosotros proyecta sombras irregulares en su rostro sudoroso.

—Gael, te lo juro… no tenía opción.

Entorno los ojos. Me inclino hacia él, acercando mi rostro al suyo.

—Siempre hay opción. Y tú elegiste la peor.

Su traición fue una estupidez. Pensó que podía vender información sobre uno de mis cargamentos a otro cártel sin que me enterara. Lo que no calculó es que tengo ojos en todas partes, incluso en los lugares donde nadie cree que estoy mirando.

—Dame un nombre —ordeno, con el tono de quien pide la hora.

Ramiro traga saliva. Su labio inferior tiembla.

—Yo… no…

Me enderezo y suelto un suspiro.

—Hagan que hable.

Me alejo unos pasos mientras dos de mis hombres se acercan. No soy un sádico. No disfruto la violencia sin propósito, pero en este mundo la debilidad se paga con sangre. Ramiro ya está muerto, solo que aún no lo sabe.

—Jefe.

Uno de mis hombres, Bruno, se acerca. Su expresión es neutra, pero sus ojos me dicen que la información es importante.

—La hija de Octavio del Bosque estará en un evento esta noche. Sin escolta.

Levanto una ceja. Esto es nuevo.

—¿Isabela?

Bruno asiente.

Mi mandíbula se tensa. Isabela del Bosque. He visto fotos de ella, leído informes. Siempre protegida, siempre rodeada de guardaespaldas. Su padre la trata como una joya en una vitrina, fuera del alcance de todos. Pero ahora, por alguna razón, estará sola.

—¿Estás seguro?

—Fuentes confiables.

Una sonrisa ladeada se dibuja en mi rostro. El destino es caprichoso, pero a veces sabe jugar a mi favor.

—Preparen todo. Esta noche la princesa deja su torre.


El whisky arde cuando baja por mi garganta, pero no lo saboreo. Mi mente está atrapada en el pasado, en la razón por la que Octavio del Bosque merece sufrir.

Hace cinco años, él destruyó todo lo que me importaba. Hizo que mi padre muriera como un perro en la calle. No le bastó con quitarle la vida, sino que ensució su nombre, lo hizo ver como un traidor. Y yo… yo tuve que huir, convertirme en un fantasma, reconstruirme desde las cenizas con un solo objetivo: venganza.

Y ahora, el destino pone a su hija en mi camino.

Apoyo los codos sobre la mesa y miro a mis hombres. Estamos en una de mis casas seguras, un departamento en Polanco con vista a la ciudad.

—La seguridad en el evento es mínima. Entraremos sin problemas. Ella estará distraída.

Bruno asiente, revisando el plano del salón donde se llevará a cabo la gala benéfica.

—Tenemos dos opciones —prosigo—. Un ataque rápido en la salida o una infiltración más discreta. Prefiero la segunda.

—¿Quieres acercarte a ella antes?

—Quiero que me vea.

El silencio en la habitación es espeso.

—¿Y si se resiste?

Sonrío.

—Todas se resisten al principio.


El evento es todo lo que odio: luces ostentosas, música suave y un mar de sonrisas falsas.

Me muevo entre la gente con naturalidad. Visto un traje negro impecable, mi cabello ligeramente revuelto para darle un aire despreocupado. Paso desapercibido, como siempre.

Y entonces la veo.

Isabela del Bosque.

Alta, elegante, con un vestido rojo que parece hecho para ella. Su piel dorada brilla bajo las luces del salón. No lleva escoltas cerca. Error de su padre.

La observo desde la distancia mientras sonríe y conversa con alguien. No tiene idea del peligro en el que está.

Me acerco a la barra, pido un whisky. Espero.

Cuando la veo moverse hacia la terraza, sé que es mi oportunidad.

Tomo dos copas de vino y me acerco.

Ella no me ve hasta que estoy a su lado.

—No deberías estar aquí sola, princesa.

Isabela gira el rostro hacia mí, sorprendida. Sus ojos, de un verde intenso, se clavan en los míos.

—¿Perdón?

Le ofrezco una copa.

—Un brindis. Por esta noche.

Duda por un momento, pero toma la copa.

—¿Te conozco?

Sonrío.

—No. Pero me conocerás.

Chocamos nuestras copas. Su boca se curva en una sonrisa cautelosa.

No tienes idea de lo que está a punto de pasarte, princesa.

La copa de vino tintinea entre nuestros dedos cuando brindamos. Isabela me observa con curiosidad, con esa mezcla de desconfianza e intriga que suelen tener las mujeres cuando un desconocido les habla con demasiada seguridad.

—¿Y cuál es tu nombre, misterioso desconocido? —pregunta, llevándose la copa a los labios.

Mis ojos siguen el recorrido del cristal sobre su boca, el ligero roce de su labio inferior con el borde antes de beber. No puedo evitar pensar en lo irónico que es esto: la hija de mi peor enemigo brindando conmigo, sin tener idea de que está a segundos de caer en una trampa de la que no habrá escapatoria.

—Gael —respondo con voz pausada, midiendo su reacción.

Ella ladea la cabeza, como si tratara de recordar si ha escuchado mi nombre antes. No lo ha hecho, por supuesto. Octavio del Bosque nunca pronunciaría mi nombre en su casa, y mucho menos frente a su hija.

—Gael… —repite, probando cómo suena en su boca.

Interesante.

—¿Y tú? —pregunto con un tono que simula desinterés, aunque en realidad ya sé perfectamente quién es.

Ella sonríe con un deje de coquetería.

—Isabela.

—Bonito nombre.

—Gracias. Aunque dudo que lo recuerdes mañana.

Su confianza me divierte. No tiene ni la menor idea de que recordar su nombre será lo único que haga a partir de ahora.

Doy un sorbo a mi whisky, sin apartar la mirada de ella. Está relajada, pero hay una chispa de prudencia en sus ojos. No es completamente ingenua. Bien. Me gustan los desafíos.

—No eres como el resto de las personas aquí —comenta de repente, inclinando un poco el rostro para analizarme.

Sonrío, arqueando una ceja.

—¿Eso crees?

—Lo sé —afirma con seguridad—. La mayoría de los hombres aquí no se acercarían a una mujer sin antes verificar si su apellido es lo suficientemente importante.

Me río, genuinamente divertido.

—¿Y el mío? ¿Crees que no es importante?

—Dudo que me lo digas.

—Tal vez. O tal vez prefiero que lo descubras por ti misma.

Su sonrisa se amplía, pero hay algo en su mirada, en su postura, que me dice que ha pasado suficiente tiempo en este círculo de ricos e hipócritas como para no confiar de inmediato.

Buena estrategia. Pero no suficiente.

—Entonces, dime, Gael… —continúa, girando un poco su cuerpo hacia mí—. ¿Qué haces aquí? Porque, sinceramente, no pareces el tipo de hombre que disfruta de eventos benéficos.

Levanto mi copa en su dirección, con una sonrisa que no llega a mis ojos.

—Tal vez vine por la compañía.

—¿Ah, sí? ¿De alguien en especial?

—Podría ser.

Ella entrecierra los ojos, fingiendo molestia.

—¿Siempre hablas en acertijos?

—Solo cuando vale la pena.

Una brisa ligera sopla en la terraza y suelto un suspiro interno. El tiempo está corriendo. No puedo perderme en este coqueteo sin propósito. Mis hombres están en posición, esperando la señal.

—¿Te gusta este tipo de eventos? —pregunto, cambiando el tema.

Ella se encoge de hombros, girando un poco su copa con los dedos.

—Los detesto.

Eso me sorprende.

—¿Y qué haces aquí entonces?

—A veces no se trata de lo que quiero, sino de lo que se espera de mí.

Un destello de algo —¿melancolía? ¿frustración?— cruza su rostro, pero lo esconde rápidamente detrás de una sonrisa ensayada.

Interesante. Muy interesante.

Antes de que pueda responder, una voz interrumpe nuestra conversación.

—¡Isa!

Un hombre de su edad, con el pelo perfectamente peinado y un traje que grita "niño de papi", se acerca con confianza.

—Ah, Diego… —murmura ella con una sonrisa forzada.

—Tu papá está preguntando por ti.

Por supuesto que lo está. Aunque Octavio del Bosque haya cometido el error de permitir que su hija esté aquí sin escoltas, no significa que no la esté vigilando de lejos.

Isabela suspira y me mira.

—Parece que debo irme.

—Una lástima —digo, con una sonrisa que no oculta mi intención.

Ella duda un segundo. Sé que está intrigada por mí, que se pregunta quién soy y por qué la observo como si ya la conociera.

—Bueno, Gael, fue un placer.

Antes de que pueda irse, tomo suavemente su muñeca.

No con fuerza. Solo lo suficiente para que me mire.

—Nos volveremos a ver, Isabela.

Sus labios se entreabren, sorprendida por mi seguridad.

—¿Tan seguro estás?

Me inclino un poco, reduciendo la distancia entre nosotros.

—Totalmente.

Y con eso, la dejo ir.

Mientras se aleja, mis hombres me informan por el auricular que todo está listo.

Juego con mi copa vacía y observo su silueta desaparecer en la multitud.

Que empiece el juego.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP