GAEL
El crujido de los huesos al romperse siempre ha tenido un sonido peculiar, como un chasquido seco seguido de un gemido ahogado. En este caso, es el brazo del hombre que tengo frente a mí el que se dobla en un ángulo antinatural. No grita. Le doy crédito por eso. Se limita a jadear y apretar los dientes con fuerza, los nudillos blancos por la tensión.
—No me hagas perder más el tiempo, Ramiro —digo con calma, sacudiéndome el polvo inexistente de las manos. Estoy de pie frente a él, con las botas bien firmes sobre el suelo de concreto del almacén. Detrás de mí, mis hombres esperan en silencio. Saben que cuando estoy en este estado, lo mejor es no interrumpir.
Ramiro me mira con ojos desesperados, las pupilas dilatadas por el dolor. La lámpara colgante sobre nosotros proyecta sombras irregulares en su rostro sudoroso.
—Gael, te lo juro… no tenía opción.
Entorno los ojos. Me inclino hacia él, acercando mi rostro al suyo.
—Siempre hay opción. Y tú elegiste la peor.
Su traición fue una estupidez. Pensó que podía vender información sobre uno de mis cargamentos a otro cártel sin que me enterara. Lo que no calculó es que tengo ojos en todas partes, incluso en los lugares donde nadie cree que estoy mirando.
—Dame un nombre —ordeno, con el tono de quien pide la hora.
Ramiro traga saliva. Su labio inferior tiembla.
—Yo… no…
Me enderezo y suelto un suspiro.
—Hagan que hable.
Me alejo unos pasos mientras dos de mis hombres se acercan. No soy un sádico. No disfruto la violencia sin propósito, pero en este mundo la debilidad se paga con sangre. Ramiro ya está muerto, solo que aún no lo sabe.
—Jefe.
Uno de mis hombres, Bruno, se acerca. Su expresión es neutra, pero sus ojos me dicen que la información es importante.
—La hija de Octavio del Bosque estará en un evento esta noche. Sin escolta.
Levanto una ceja. Esto es nuevo.
—¿Isabela?
Bruno asiente.
Mi mandíbula se tensa. Isabela del Bosque. He visto fotos de ella, leído informes. Siempre protegida, siempre rodeada de guardaespaldas. Su padre la trata como una joya en una vitrina, fuera del alcance de todos. Pero ahora, por alguna razón, estará sola.
—¿Estás seguro?
—Fuentes confiables.
Una sonrisa ladeada se dibuja en mi rostro. El destino es caprichoso, pero a veces sabe jugar a mi favor.
—Preparen todo. Esta noche la princesa deja su torre.
El whisky arde cuando baja por mi garganta, pero no lo saboreo. Mi mente está atrapada en el pasado, en la razón por la que Octavio del Bosque merece sufrir.
Hace cinco años, él destruyó todo lo que me importaba. Hizo que mi padre muriera como un perro en la calle. No le bastó con quitarle la vida, sino que ensució su nombre, lo hizo ver como un traidor. Y yo… yo tuve que huir, convertirme en un fantasma, reconstruirme desde las cenizas con un solo objetivo: venganza.
Y ahora, el destino pone a su hija en mi camino.
Apoyo los codos sobre la mesa y miro a mis hombres. Estamos en una de mis casas seguras, un departamento en Polanco con vista a la ciudad.
—La seguridad en el evento es mínima. Entraremos sin problemas. Ella estará distraída.
Bruno asiente, revisando el plano del salón donde se llevará a cabo la gala benéfica.
—Tenemos dos opciones —prosigo—. Un ataque rápido en la salida o una infiltración más discreta. Prefiero la segunda.
—¿Quieres acercarte a ella antes?
—Quiero que me vea.
El silencio en la habitación es espeso.
—¿Y si se resiste?
Sonrío.
—Todas se resisten al principio.
El evento es todo lo que odio: luces ostentosas, música suave y un mar de sonrisas falsas.
Me muevo entre la gente con naturalidad. Visto un traje negro impecable, mi cabello ligeramente revuelto para darle un aire despreocupado. Paso desapercibido, como siempre.
Y entonces la veo.
Isabela del Bosque.
Alta, elegante, con un vestido rojo que parece hecho para ella. Su piel dorada brilla bajo las luces del salón. No lleva escoltas cerca. Error de su padre.
La observo desde la distancia mientras sonríe y conversa con alguien. No tiene idea del peligro en el que está.
Me acerco a la barra, pido un whisky. Espero.
Cuando la veo moverse hacia la terraza, sé que es mi oportunidad.
Tomo dos copas de vino y me acerco.
Ella no me ve hasta que estoy a su lado.
—No deberías estar aquí sola, princesa.
Isabela gira el rostro hacia mí, sorprendida. Sus ojos, de un verde intenso, se clavan en los míos.
—¿Perdón?
Le ofrezco una copa.
—Un brindis. Por esta noche.
Duda por un momento, pero toma la copa.
—¿Te conozco?
Sonrío.
—No. Pero me conocerás.
Chocamos nuestras copas. Su boca se curva en una sonrisa cautelosa.
No tienes idea de lo que está a punto de pasarte, princesa.
La copa de vino tintinea entre nuestros dedos cuando brindamos. Isabela me observa con curiosidad, con esa mezcla de desconfianza e intriga que suelen tener las mujeres cuando un desconocido les habla con demasiada seguridad.
—¿Y cuál es tu nombre, misterioso desconocido? —pregunta, llevándose la copa a los labios.
Mis ojos siguen el recorrido del cristal sobre su boca, el ligero roce de su labio inferior con el borde antes de beber. No puedo evitar pensar en lo irónico que es esto: la hija de mi peor enemigo brindando conmigo, sin tener idea de que está a segundos de caer en una trampa de la que no habrá escapatoria.
—Gael —respondo con voz pausada, midiendo su reacción.
Ella ladea la cabeza, como si tratara de recordar si ha escuchado mi nombre antes. No lo ha hecho, por supuesto. Octavio del Bosque nunca pronunciaría mi nombre en su casa, y mucho menos frente a su hija.
—Gael… —repite, probando cómo suena en su boca.
Interesante.
—¿Y tú? —pregunto con un tono que simula desinterés, aunque en realidad ya sé perfectamente quién es.
Ella sonríe con un deje de coquetería.
—Isabela.
—Bonito nombre.
—Gracias. Aunque dudo que lo recuerdes mañana.
Su confianza me divierte. No tiene ni la menor idea de que recordar su nombre será lo único que haga a partir de ahora.
Doy un sorbo a mi whisky, sin apartar la mirada de ella. Está relajada, pero hay una chispa de prudencia en sus ojos. No es completamente ingenua. Bien. Me gustan los desafíos.
—No eres como el resto de las personas aquí —comenta de repente, inclinando un poco el rostro para analizarme.
Sonrío, arqueando una ceja.
—¿Eso crees?
—Lo sé —afirma con seguridad—. La mayoría de los hombres aquí no se acercarían a una mujer sin antes verificar si su apellido es lo suficientemente importante.
Me río, genuinamente divertido.
—¿Y el mío? ¿Crees que no es importante?
—Dudo que me lo digas.
—Tal vez. O tal vez prefiero que lo descubras por ti misma.
Su sonrisa se amplía, pero hay algo en su mirada, en su postura, que me dice que ha pasado suficiente tiempo en este círculo de ricos e hipócritas como para no confiar de inmediato.
Buena estrategia. Pero no suficiente.
—Entonces, dime, Gael… —continúa, girando un poco su cuerpo hacia mí—. ¿Qué haces aquí? Porque, sinceramente, no pareces el tipo de hombre que disfruta de eventos benéficos.
Levanto mi copa en su dirección, con una sonrisa que no llega a mis ojos.
—Tal vez vine por la compañía.
—¿Ah, sí? ¿De alguien en especial?
—Podría ser.
Ella entrecierra los ojos, fingiendo molestia.
—¿Siempre hablas en acertijos?
—Solo cuando vale la pena.
Una brisa ligera sopla en la terraza y suelto un suspiro interno. El tiempo está corriendo. No puedo perderme en este coqueteo sin propósito. Mis hombres están en posición, esperando la señal.
—¿Te gusta este tipo de eventos? —pregunto, cambiando el tema.
Ella se encoge de hombros, girando un poco su copa con los dedos.
—Los detesto.
Eso me sorprende.
—¿Y qué haces aquí entonces?
—A veces no se trata de lo que quiero, sino de lo que se espera de mí.
Un destello de algo —¿melancolía? ¿frustración?— cruza su rostro, pero lo esconde rápidamente detrás de una sonrisa ensayada.
Interesante. Muy interesante.
Antes de que pueda responder, una voz interrumpe nuestra conversación.
—¡Isa!
Un hombre de su edad, con el pelo perfectamente peinado y un traje que grita "niño de papi", se acerca con confianza.
—Ah, Diego… —murmura ella con una sonrisa forzada.
—Tu papá está preguntando por ti.
Por supuesto que lo está. Aunque Octavio del Bosque haya cometido el error de permitir que su hija esté aquí sin escoltas, no significa que no la esté vigilando de lejos.
Isabela suspira y me mira.
—Parece que debo irme.
—Una lástima —digo, con una sonrisa que no oculta mi intención.
Ella duda un segundo. Sé que está intrigada por mí, que se pregunta quién soy y por qué la observo como si ya la conociera.
—Bueno, Gael, fue un placer.
Antes de que pueda irse, tomo suavemente su muñeca.
No con fuerza. Solo lo suficiente para que me mire.
—Nos volveremos a ver, Isabela.
Sus labios se entreabren, sorprendida por mi seguridad.
—¿Tan seguro estás?
Me inclino un poco, reduciendo la distancia entre nosotros.
—Totalmente.
Y con eso, la dejo ir.
Mientras se aleja, mis hombres me informan por el auricular que todo está listo.
Juego con mi copa vacía y observo su silueta desaparecer en la multitud.
Que empiece el juego.
ISABELLADesde que tengo memoria, mi vida ha sido perfecta. O al menos, así es como se supone que debo verla.Nací en una cuna de oro, en el seno de una familia influyente. Mi padre, Octavio del Bosque, es un hombre poderoso, respetado y temido en los círculos más altos de la sociedad. Crecí rodeada de lujos, con todo lo que cualquier persona podría desear: ropa de diseñador, viajes exóticos, fiestas exclusivas, acceso a los mejores restaurantes, los eventos más importantes, los contactos más valiosos.Pero también crecí con restricciones.Mi vida ha estado llena de normas no escritas, de límites disfrazados de protección, de una vigilancia constante que me hace sentir como un ave enjaulada. La jaula es de oro, sí, pero sigue siendo una jaula.Mi padre nunca me ha dicho exactamente a qué se dedica, pero sé que no es un simple empresario, como él finge ser. Hay demasiados secretos, demasiados silencios en nuestra casa. Mi madre murió cuando yo era una niña, y él nunca habla de ella. Cr
GAELEl silencio en la habitación es denso, cargado de un tipo de oscuridad que no necesita palabras para sentirse.Desde mi posición, observo cómo su cuerpo comienza a reaccionar. La respiración entrecortada, el leve temblor en sus pestañas, el movimiento involuntario de sus dedos. Su mente está regresando de ese letargo forzado, despertando en un lugar que no reconoce, en un mundo donde ya no tiene el control.La espera es entretenida.Me mantengo apoyado contra la pared, los brazos cruzados sobre el pecho, la mirada fija en ella. He presenciado esta escena cientos de veces, en diferentes circunstancias, con diferentes personas. Pero ella…Ella es diferente.No por quién es.Sino por lo que significa.Cuando sus ojos finalmente se abren, el desconcierto es inmediato. Se notan vidriosos, confusos, tratando de adaptarse a la escasa luz que ilumina la habitación.Parpadea varias veces.Toma una respiración profunda.Entonces, el miedo la golpea.Puedo verlo en su cuerpo cuando se tensa
ISABELLAEl aire está helado. O tal vez solo soy yo.El miedo persiste, reptando bajo mi piel como una serpiente venenosa. Lo siento en la rigidez de mis músculos, en la forma en que mi pecho sube y baja con respiraciones forzadas.Pero no voy a dejar que me controle.No voy a derrumbarme.Apreté los dientes, obligándome a inhalar profundamente.No sé cuántas horas han pasado desde que ese desgraciado cerró la puerta tras de sí. El silencio es absoluto. Ni un solo sonido del exterior. Solo mi propia respiración, el eco de mis pensamientos y el dolor punzante en mis muñecas por las ataduras.Gael Montenegro.Un nombre que nunca había oído, pero que ya está grabado en mi mente. Su odio por mi padre era evidente, algo visceral. Lo vi en sus ojos, en su sonrisa burlona, en la manera en que me miró como si fuera una pieza insignificante en su retorcido juego.¿Pero por qué me odia tanto? ¿Qué hizo mi padre para que este hombre me viera como una simple herramienta para vengarse?La respuest
GAELEl miedo es un lenguaje universal.Lo he visto en los ojos de hombres rudos cuando la muerte les respira en la nuca. Lo he escuchado en la respiración entrecortada de quienes intentan negociar su vida conmigo.Y lo he sentido en el aire de cada maldito lugar donde pongo un pie.Es mi marca.Pero ella…Ella no.Isabela del Bosque debería estar llorando, acurrucada en un rincón, con la piel helada por el terror.En cambio, me desafía.Y eso no me gusta un carajo.Mis pasos retumban en el concreto de la bodega. Rodrigo, mi mano derecha, se me acerca con el ceño fruncido.—La seguridad está cubierta —informa—. Nadie entra ni sale sin que lo sepamos.Asiento, sin detenerme.—Si es un problema, mátala —insiste.Lo fulmino con la mirada.—No hasta que termine con ella.Rodrigo exhala con frustración.—Sé que esto es personal para ti, pero… ¿hasta qué punto?No respondo. Porque ni yo mismo tengo la respuesta.Sigo caminando.Cuando entro en la habitación, Isabela está sentada en la cama,
ISABELLAEl frío del suelo me cala hasta los huesos.No tengo idea de cuánto tiempo llevo aquí. Sin ventanas, sin reloj, sin nada que me permita medir el paso de las horas.Intento concentrarme en mi respiración, en el leve movimiento de mi pecho al inhalar y exhalar.No puedo perder la cabeza.No se lo voy a permitir.Desde que desperté en este maldito lugar, he estado luchando contra el miedo. Al principio, me sofocaba. Sentía sus garras invisibles cerrándose sobre mi garganta, recordándome que estaba sola, que estaba atrapada.Pero el miedo es un lujo que no me puedo permitir.He crecido rodeada de poder, de gente que cree que puede controlar todo con un chasquido de dedos. Mi padre incluido.Y si hay algo que aprendí en ese mundo, es que el miedo es un arma de doble filo.Si te dejas consumir por él, estás jodida.Así que lo entierro.Lo convierto en rabia, en desafío.La cerradura de la puerta suena, y automáticamente me pongo en guardia.La puerta se abre con calma, sin prisas,
GAELEl mensaje llega poco antes del amanecer.Estoy sentado en el sillón de mi oficina, con un vaso de whisky en la mano, cuando la notificación parpadea en la pantalla de mi teléfono.Lo desbloqueo y leo las palabras de mi informante.Octavio del Bosque se mueve con desesperación.Sonrío para mis adentros. Era cuestión de tiempo.Ajusto el agarre del vaso y dejo que el hielo tintinee contra el cristal mientras releo el mensaje.El golpe fue certero. Le arrebaté lo más valioso que tiene y ahora está perdiendo la cabeza.Justo como lo planeé.Pero la desesperación de un hombre como Octavio del Bosque no es algo que deba tomarse a la ligera. Un animal herido es peligroso.Me llevo el vaso a los labios y bebo un sorbo, dejando que el licor queme en mi garganta.Isabela ya no me ve como el monstruo sin razones que pensaba.Anoche, cuando la dejé sola en la habitación, lo vi en su expresión. Empieza a entender.Sabe que su padre no es inocente en esta guerra. Sabe que hay algo más.No es
ISABELLANo se puede ganar una guerra sin estrategia.Y si quiero salir de aquí con vida, necesito un plan.Gael Montenegro no es un hombre fácil de engañar. Su mirada lo dice todo. Observa, analiza y espera, como un lobo paciente, listo para saltar en el momento preciso.Pero incluso los depredadores tienen debilidades.Y yo estoy dispuesta a encontrar las suyas.Por eso, hoy no me resisto cuando me llevan a la mesa. No protesto cuando me ponen un plato de comida caliente frente a mí. No lanzo insultos ni intento desafiarlo como he hecho desde el primer momento.Hoy juego diferente.Porque si algo me ha enseñado la vida en la jaula de oro de mi padre, es que el poder no siempre está en la fuerza…A veces, está en la seducción.Gael se sienta frente a mí. Su postura es relajada, pero sus ojos no bajan la guardia.Me observa con una ceja arqueada.—¿No vas a hacer tu show de niña rica y caprichosa hoy?Tomo el tenedor y revuelvo la comida con calma.—Tal vez me cansé de pelear por hoy.
GAELEl aire dentro de la habitación se siente espeso.Me inclino sobre el escritorio, los nudillos apoyados con fuerza sobre la madera oscura mientras observo los monitores de vigilancia.Todo está en calma.Pero no dentro de mí.Muevo la mandíbula, tenso.Maldición.Isabela está jugando conmigo.Y lo peor de todo es que yo también quiero jugar.Pero no puedo.No debo.Respiro hondo, tratando de ignorar la imagen de su sonrisa burlona en mi mente, el sonido de su voz deslizán