GAEL
El mensaje llega poco antes del amanecer.
Estoy sentado en el sillón de mi oficina, con un vaso de whisky en la mano, cuando la notificación parpadea en la pantalla de mi teléfono.
Lo desbloqueo y leo las palabras de mi informante.
Octavio del Bosque se mueve con desesperación.
Sonrío para mis adentros. Era cuestión de tiempo.
Ajusto el agarre del vaso y dejo que el hielo tintinee contra el cristal mientras releo el mensaje.
El golpe fue certero. Le arrebaté lo más valioso que tiene y ahora está perdiendo la cabeza.
Justo como lo planeé.
Pero la desesperación de un hombre como Octavio del Bosque no es algo que deba tomarse a la ligera. Un animal herido es peligroso.
Me llevo el vaso a los labios y bebo un sorbo, dejando que el licor queme en mi garganta.
Isabela ya no me ve como el monstruo sin razones que pensaba.
Anoche, cuando la dejé sola en la habitación, lo vi en su expresión. Empieza a entender.
Sabe que su padre no es inocente en esta guerra. Sabe que hay algo más.
No es la niña ingenua que creí al principio. Y eso… no debería importarme.
La puerta se abre sin previo aviso y Lorenzo entra. Su expresión seria me dice que no trae buenas noticias.
—¿Qué pasa? —pregunto sin apartar la vista del teléfono.
Lorenzo se cruza de brazos.
—El viejo se está moviendo más rápido de lo que pensábamos. Está sacando contactos de donde puede, moviendo fichas que tenía guardadas.
Me reclino en el sillón y exhalo lentamente.
—Lo imaginaba.
Lorenzo me estudia con atención.
—¿Y cuál es el siguiente paso?
Dejo el vaso sobre la mesa con un golpe sordo.
—Seguimos presionando.
Él asiente, pero su mandíbula se tensa ligeramente.
Lo conozco demasiado bien.
—Dilo.
Lorenzo resopla.
—No me gusta cómo te estás involucrando en esto.
Lo miro en silencio.
—Esto nunca ha sido personal para ti, Gael. No hasta ahora.
Entorno los ojos.
—¿Y qué se supone que significa eso?
Lorenzo inclina la cabeza.
—Que ella te tiene en la cabeza más de lo que debería.
Mi expresión se endurece.
—Estás imaginando cosas.
—¿Sí? —arquea una ceja—. Porque desde que trajimos a la princesa, no eres el mismo.
No respondo de inmediato.
No tengo por qué justificarme.
Pero la idea de que Lorenzo, de todas las personas, piense eso, me irrita.
No es Isabela.
Es la estrategia.
Es el hecho de que Del Bosque por fin está donde lo quiero.
Nada más.
Pero antes de que pueda responder, una alerta en la pantalla de mi computadora capta mi atención.
Un parpadeo en una de las cámaras de vigilancia.
Frunzo el ceño y hago clic en la grabación.
Una silueta oscura se mueve entre los árboles, a pocos metros del perímetro del escondite.
Lorenzo también lo ve.
—Mierda…
Muevo el mouse, enfocando la imagen.
El hombre se mueve con cautela, pero no lo suficiente.
Está espiando.
Y no es uno de los nuestros.
Me pongo de pie en un solo movimiento y agarro la pistola de la mesa.
Lorenzo hace lo mismo.
—Lo atrapamos —digo, con voz fría.
Lorenzo asiente y en cuestión de segundos estamos saliendo del edificio.
La noche aún es espesa. El aire es fresco, pero yo solo siento la adrenalina bombeando en mis venas.
Nos movemos en silencio, con los pasos calculados.
La figura sigue ahí, oculta tras los arbustos.
Lorenzo me hace una seña y se separa, rodeándolo.
Yo avanzo de frente.
El tipo no nos ve venir.
No hasta que estoy a un metro de él y le apunto directo a la cabeza.
—Muévete y te vuelo los sesos.
El hombre se congela.
Respira agitado, el miedo le delata en el temblor de sus manos.
Lorenzo aparece detrás de él y lo agarra por el cuello, inmovilizándolo.
—¿Quién eres y qué haces aquí? —gruño.
El tipo traga saliva.
Intento reconocer su rostro.
Nada.
Pero la insignia en su chaqueta llama mi atención.
Un símbolo pequeño, casi imperceptible.
Pero lo reconozco.
Es de uno de los hombres de Del Bosque.
Sonrío con frialdad.
—Así que ya nos encontraste…
El tipo no responde.
Muerdo mi mejilla.
—Pero no serás tú quien regrese a contarlo.
El disparo resuena en la oscuridad.
Cae al suelo, sin vida.
Lorenzo suspira.
—Esto se está calentando más de la cuenta.
Limpio el cañón de mi pistola con calma.
—Que empiece el fuego.
Porque si Octavio Del Bosque pensó que esto iba a ser fácil…
Se equivoca.
Miro el cadáver a mis pies y sonrío con frialdad.
—El juego apenas comienza.
ISABELLANo se puede ganar una guerra sin estrategia.Y si quiero salir de aquí con vida, necesito un plan.Gael Montenegro no es un hombre fácil de engañar. Su mirada lo dice todo. Observa, analiza y espera, como un lobo paciente, listo para saltar en el momento preciso.Pero incluso los depredadores tienen debilidades.Y yo estoy dispuesta a encontrar las suyas.Por eso, hoy no me resisto cuando me llevan a la mesa. No protesto cuando me ponen un plato de comida caliente frente a mí. No lanzo insultos ni intento desafiarlo como he hecho desde el primer momento.Hoy juego diferente.Porque si algo me ha enseñado la vida en la jaula de oro de mi padre, es que el poder no siempre está en la fuerza…A veces, está en la seducción.Gael se sienta frente a mí. Su postura es relajada, pero sus ojos no bajan la guardia.Me observa con una ceja arqueada.—¿No vas a hacer tu show de niña rica y caprichosa hoy?Tomo el tenedor y revuelvo la comida con calma.—Tal vez me cansé de pelear por hoy.
GAELEl aire dentro de la habitación se siente espeso.Me inclino sobre el escritorio, los nudillos apoyados con fuerza sobre la madera oscura mientras observo los monitores de vigilancia.Todo está en calma.Pero no dentro de mí.Muevo la mandíbula, tenso.Maldición.Isabela está jugando conmigo.Y lo peor de todo es que yo también quiero jugar.Pero no puedo.No debo.Respiro hondo, tratando de ignorar la imagen de su sonrisa burlona en mi mente, el sonido de su voz deslizán
GAELEl rugido de la rabia me retumba en los oídos.Mis pasos resuenan en el pasillo como un eco de la furia que hierve en mis venas. Cada músculo de mi cuerpo está tenso, listo para estallar.¿Quién carajo se cree que es?Isabela ha cruzado una línea.No solo se atrevió a abrir esa caja. No solo metió las manos en un pasado que no le pertenece.Despertó algo que no debía despertar.Empujo la puerta de su habitación sin molestia en tocar. No hay espacio para sutilezas. No después de esto.Ella está ahí. Sentada en la cama, con las piernas cruzadas y la maldita serenidad de quien cree que el mundo entero le pertenece. Como si no acabara de romper algo dentro de mí.Levanta la vista al escucharme entrar y suelta un suspiro teatral.—¿Vienes a regañarme, Montenegro?Mi mirada se desliza por la habitación con rapidez. Busco cualquier rastro de la caja, de los documentos, de la carta. Todo está en su lugar, excepto ella.Ella es la única que no debería estar aquí.Cierro la puerta tras de
ISABELLALa noche envuelve la casa con un silencio denso, opresivo.El único sonido que rompe la quietud es el murmullo lejano de pasos y el ocasional crujido de la madera vieja. Estoy sentada en la cama, con las piernas cruzadas, la espalda recta y los ojos fijos en la ventana enrejada.La luz de la luna se filtra entre los barrotes, proyectando sombras alargadas en las paredes.Como rejas dentro de rejas.Respiro hondo.No quiero admitirlo.No quiero ni siquiera pensarlo.Pero desde que abrí los ojos en este maldito lugar, algo dentro de mí ha cambiado.Gael Montenegro no es lo que imaginaba.Yo creía que sería un monstruo sin alma. Un sádico. Un hombre cruel que me golpearía, que se deleitaría en mi sufrimiento, que haría de mi miedo su entretenimiento personal.Pero no.Es peor que eso.Porque Gael no necesita levantar la mano para doblegarte.Su sola presencia lo cambia todo.Su voz, su mirada, su manera de moverse… todo en él exige control.Y lo más peligroso es que no actúa com
ISABELLANo puedo dejar de pensar en él.En su mirada oscura y penetrante. En la forma en la que me sujetó contra la pared, como si quisiera devorarme y destruirme al mismo tiempo. En la advertencia en su voz, en el roce fugaz de su aliento contra mi piel."No tienes idea de lo que soy capaz de hacer."Las palabras se clavan en mi mente como un eco persistente.Porque, por primera vez desde que me encerró en esta casa, no estoy segura de qué es lo que veo en él.No es un hombre común. Eso lo supe desde el primer momento en que lo vi. Pero ahora, después de todo lo que ha pasado, no puedo
GAELIsabela del Bosque es un problema.Uno grande.Desde el primer momento en que la vi, supe que no sería una prisionera fácil. Pero lo que no esperaba era que, con cada día que pasa, se me meta más bajo la piel.La maldita no se quiebra.No llora, no suplica, no se rinde.Pelea.Y lo peor es que… eso me gusta.—Estás jodido, hermano —murmura Lorenzo, apoyándose en el escritorio de mi oficina mientras me observa con los brazos cruzados—. No me engañas.Levanto la vista de los documentos que intento leer sin éxito.
ISABELLAEl insomnio se ha convertido en mi compañero constante. No importa cuánto lo intente, el sueño nunca llega del todo.Tal vez es el colchón ajeno, la incertidumbre de estar encerrada aquí o el simple hecho de que mi mente se niega a apagarse.Pero sé que no es solo eso.Es él.Gael Montenegro.El hombre que debería ser mi enemigo. El villano de esta historia.Pero hay algo en él que no cuadra, algo que no encaja con la imagen que mi padre me inculcó de él.Y cada día que pasa, me es más difícil ignorarlo.
GAELNo he podido dormir bien.Y no es por culpa del insomnio, ni de los recuerdos, ni de la jodida vida que llevo.Es por ella.Isabela del Bosque.Desde que llegó a esta casa, las cosas han cambiado. No es lo que esperaba, no se comporta como una rehén debería hacerlo. No llora, no ruega, no suplica. Lucha. Me desafía con cada palabra, con cada maldito gesto.Y yo, como un idiota, la dejo hacerlo.Me he dicho una y otra vez que no significa nada. Que es solo parte del juego. Pero en las últimas horas, esa certeza ha empezado a resquebrajarse.Porque la verdad es que me jode la cabeza.Me desconcentra.Me pone al maldito límite.Y lo peor de todo… es que ella lo sabe.Bajo a la cocina, tratando de ignorar el malestar que me provoca saber que en cualquier momento la veré.Y ahí está.I