XXXVII El ganado

Dados los catastróficos acontecimientos por los que atravesaba Úrsula, la reunión del día domingo con Bill se pospuso. No había mucho que informar de todos modos.

Tampoco fue al gimnasio. A las nueve de la mañana llegaron los contratistas que Kamus había contactado y empezaron las labores de limpieza y reparación.

Él también se presentó. Lucía ojeroso y cansado igual que ella, que tampoco había dormido mucho. El único que se veía radiante era Pedro. Probablemente sus problemas neurológicos no le permitían comprender del todo lo que ocurría, la realidad le era esquiva, pensaba Kamus.

A mediodía, mientras los hombres trabajaban a toda prisa para acabar durante la jornada (había llegado hasta un camión con muebles nuevos, cortesía de la fortuna de Kamus), ellos conversaban en el patio, luego de comer.

Pedro estaba junto a la pileta de los peces, jugando con una consola portátil, sin consciencia de lo que ocurría a su alrededor. Su edad mental debía ser la de un niño.

—¡Sí! —celebró e
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