LXXVI De vuelta a la ruta

Unavi procesó las palabras de Alfonso, tan autoritarias como esperanzadoras, con mesura. No iba a ilusionarse con tanta facilidad.

—Estoy en medio de mi turno, pero salgo en cinco horas.

—Dije que ahora.

Él la jaló una vez más.

—¡Hey, suelta a la señorita! —reclamó el cliente.

—Tú no te metas.

Ofuscado, el hombre que seguía esperando por el instagr4m, y tal vez algo más si era el héroe de la noche, cogió a Alfonso de las ropas y lo empujó sobre una mesa.

—¡No, él está convaleciente! —gritó Unavi.

Los guardias llegaron al instante y los separaron. Otro cliente, amigo del primero, intervino en contra de los guardias. Aprovechando el caos, Alfonso volvió a coger de la muñeca a Unavi y la sacó del bar.

—¡No puedes hacer esto! —reclamó ella, plantándose con firmeza.

—Ya lo estoy haciendo.

Unavi se aferró del poste de un farol.

—No puedes venir a buscarme como un salvaje. ¿No se supone que me odias?

—Por supuesto y puedo ser más salvaje todavía —la cogió de las piernas y se la echó al hom
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