—Señorita Viena, su padre la está buscando —le anunció su secretaría en cuanto pasó por su escritorio, sacándola de sus pensamientos.
—Gracias Jianna, iré en seguida —Amanda entró a su oficina, dejó su bolso a un lado y se quitó su abrigo, luego caminó hacia el enorme ventanal desde donde se podía ver la ciudad. Su padre confiaba en ella para hacerse cargo de la compañía incluso desde ahora, y no pensaba defraudarlo. Todo por lo que se ha esforzado hasta ahora ha sido para que él se sintiera orgullo de ella.
Cuando se llegó el momento de decidir cuál carrera tomaría, no lo pensó mucho porque nunca había querido nada más que hacer feliz a su padre. Aunque le gustaba cantar y tocar la guitarra nunca pensó en hacerlo de forma profesional.
Desde niña se imaginaba como sería su familia si su madre no hubiera muerto, apenas tenía tres años cuando eso sucedió y aunque no la recuerda en el fondo la ha extrañado siempre y sabe que su padre también, quizás por eso nunca se volvió a casar.
El sonido de su teléfono la atrajo nuevamente a la realidad.
—Mi niña —esa voz dulce y alegre le sacó una sonrisa.
—Hola abuela.
—¿Me dirás que tienes mucho trabajo? Por eso no has venido a verme —sabía de antemano que su abuela se quejaría.
—A penas hace unos días que nos vimos. ¿Y ya me extrañas?
—Aun no entiendo porque trabajas tanto. No lo necesitas, eres la dueña de todo. Deberías vivir antes de tomar esa gran responsabilidad, ve por el mundo y diviértete. Aún eres demasiado joven. Sí yo fuera tú, no te imaginas las cosas que haría.
—¡Abuela! —No entendía el empeño de su abuela, de siempre decirle lo mismo. ¿Será que de verdad se precipitó al entrar a la compañía? Ya tenía más de tres años de haber tomado el cargo de directora general solo por debajo de su padre y convertirse en la empresaria más joven en un cargo como ese ¿debió tomarse más tiempo para ella? ¿Si lo hubiera hecho, quizás…? No. Este era el legado de sus padres y lo iba a tomar con responsabilidad— si me voy por un largo tiempo ¿No me extrañarías?
—Claro que sí, pero de seguro me iría contigo —Amanda se soltó a reír.
—Señora Hana. ¿Qué voy hacer con usted?
—No necesitas hacer nada conmigo. Sino contigo. Cada vez estoy más anciana y aún no tengo bisnietos.
“¿Y ahora, a que viene eso?”
—Abuela, debo irme. Prometo ir el fin de semana.
—Pero…
Amanda colgó la llamada. Amaba a su abuela, pero cuando se ponía intensa con un tema, no había nadie quien la detuviera.
Llegó frente a la oficina de su padre, abrió la puerta sin tocar. Su padre estaba de espaldas al igual que su mejor amigo Leandro Ferri, ambos Viendo por la enorme pared de vidrio.
—Ya es tiempo que se lo digas —decía el señor Ferri.
—Lo sé, Solo estaba esperando el momento y ahora que al fin lo encontré. Se lo diré.
—Pues, yo creo que te has tardado demasiado. Pero estoy seguro que tu hija va a entender.
—¿Papá? —Los dos hombres se giraron de inmediato— ¿Qué tienes que decirme?
—Cariño.
—Amanda.
—Señor Leandro —Saludó ella, antes de volver su atención a su padre— ¿Entonces papá?
—Bueno. Yo debo irme. Por fin mi hijo volvió a casa y mi esposa no cabe en sí misma de la alegría. Y la verdad yo espero que por fin mi hijo decida quedarse y no vuelta al ejército —Amanda le sonrió—, por cierto, están invitados.
—No se preocupe señor Leandro, es un momento íntimo de su familia. Después pasaré a saludar.
—Está bien.
Mientras Leandro se marchaba, Lorenzo caminó hacia su hija.
—¿Por qué rechazaste su invitación? Tú y Fiorella son mejores amigas.
—Ya lo dije, es un momento familiar, Jianna me dijo que me buscabas —cambió de tema— ¿Tienes algo que decirme? ¿Es sobre lo que hablabas con el señor Ferri? —Lorenzo acomodó su corbata y parecía algo incómodo. Sabía que tenía que decirle a su hija, le ha ocultado algo durante más de veinte años y teme que ella no se lo perdone.
—Hija…
—Papá. ¿Qué pasa? —preguntó con preocupación. Su padre estaba dudando y él no era así.
—Cariño. Te lo voy a decir. Solo dame unos días. ¿Sí?
—¿Por qué? ¿Es grave?
—No —quizás eso no sea del todo cierto. Su hija seguramente lo odiaría por ocultarle algo tan importante.
—En ese caso. Está bien —ella no insistió. Aunque algo le decía que debía hacerlo, pero ignoró esa voz.
—Gracias cariño. También quiero pedirte dos cosas —dijo su padre. Mientras se sentaba detrás de su escritorio.
—Lo escucho —dijo al mismo tiempo que ella hacía lo mismo.
—Quedarás al frente de la compañía por unos días.
—¿Por qué?
—Debo resolver algunos asuntos.
—¿Qué asunto padre? ¿Tiene que ver con la empresa?
—No cariño, la compañía, tú compañía está mejor que nunca y sé que en tus manos estará bien —ella sonrió, agradecía su confianza.
—¿Entonces?
—Hija, prometo que después de esto te diré todo —ella suspiró, su padre parecía tener un ¿secreto?
—Está bien. ¿Hay algo más?
—Sí. Debes tener mucho cuidado con Min-joon.
—¿Mi primo?
—Sí, acaba de comprarle las acciones al señor Rinaldi.
—No entiendo que tiene eso de malo. Solo llegará al 25% entre usted y yo tenemos el 60% además Min-joon es familia y ha hecho un buen trabajo.
—No dudo de su trabajo. Pero es posible que también quiera comprar más acciones.
—Aun así. No entiendo ¿Por qué te preocupa?
—Su padre y yo, tuvimos un problema hace mucho tiempo y a raíz de eso, él se fue del país. Aunque no lo he confirmado estoy seguro que ha vuelto y va a querer tomar lo que, según él, le pertenece.
—¿Y qué es?
—Parte de las acciones que te dejó tu madre.
—¿Qué tiene que ver él con mis acciones?
—Cuando tu abuelo, le cedió a Choi todo lo que le correspondía como herencia, hizo lo mismo con tu madre. En ese entonces recién nos habíamos comprometidos. Choi no confiaba en mí y creía que estaba interesado en las posesiones de tu madre y siempre me lo hizo saber.
—¿Entonces qué paso?
—Después de un año, ya me había casado con tu madre, los dos trabajamos duro para construir parte de lo que ahora tienes. En cambio, Choi hizo malas inversiones y perdió casi todo. Para entonces tu abuelo ya había muerto, y Choi se dio cuenta que no quedaba nada del testamento de su padre, solo las acciones que ahora posee Min-Joon y que tu abuela se encargó de proteger hasta que tu primo se pudo hacer cargo. Choi, Recurrió a tu madre y ella logró recuperar parte de las acciones que él mismo había vendido y se las cedió. Luego intentó pelear lo que tu abuelo le había cedido a tu madre y es ahí donde entro yo.
—Entiendo, usted no dejó que se saliera con la suya —su padre asintió.
Amanda estaba confundida, le daba vuelta la cabeza. Su padre no le había querido decir de que estaba hablando con el señor Leandro. Y después sale con que deberá tener cuidado con Min-joon. Y ahora la historia de su tío Choi. A sus 18 años tuvo acceso al testamento de su madre, ella había heredado no solo sus acciones, también todas las propiedades que eran de su madre pasó a su nombre. Ni siquiera su padre podía meter mano ahí, Su abogado le había explicado como todo estaba bien protegido. Terminó de trabajar cerca de las seis de la tarde. Miró su teléfono y tenía un mensaje de Fiorella. Lo abrió y leyó: “Julia y Luciana han reservado en el mismo lugar de siempre. Ve y Diviértete” Dejó el teléfono a un lado después de leer el mensaje. Ella tenía ganas de salir, pero con su amiga Fiorella. No era que no le gustara salir con las otras chicas, es solo que ellas eran mucho más alocadas y de seguro terminaría sola la noche. Al menos Fiorella siempre le hacía compañía. —No importa, Iré
Franco llegó a su auto. Su compañero le abrió la puerta de la parte trasera. Colocó con cuidado a Amanda, luego él entró también. Su blusa de tirantes parecía no darle el suficiente calor por que se pegó a su cuerpo. Era seguro que llevaba un abrigo, pero podría ser que lo dejó en el club. No tuvo más opción que quitarse su propio abrigo y colocárselo a ella. Aun así, ella se aferró a su cintura y colocó su cabeza en su pecho. Franco maldijo en voz baja. No podía creer que terminaría esa noche de niñera. Para Leandro fue un alivio que el padre de Amanda tuviera que viajar a otra ciudad y no estuviera en casa esa noche, sino le reclamaría por descuidar a su hija. El equipo de seguridad de la mansión Viena dejó entrar a Franco. Se detuvo un momento en medio de la sala. Aunque muchos de los muebles y la decoración eran diferentes a como lo recordaba el ambiente seguía siendo como el hogar de una familia numerosa, algo que nunca había sido, pero así se sentía. No pudo evitar recordar que
Franco se colocó su traje negro, cuando estuvo listo para su primer día de trabajo, bajó las escaleras y fue directo a la cocina, su madre lo envió a sentarse para servirle el desayuno. Ella le insistía en que descansara unos días más, pero él prefirió empezar de una vez a trabajar para su padre. Además, ya había descansado, antes de volver a casa se había tomado varios días libres, y fue por eso que su novia de hace tres años lo dejó. Habían estado separados mientras él estuvo en Irak. Una semana después de haber vuelto habían acordado venir para que ella conociera a sus padres. Pero antes de viajar, Franco se había ido a Verona a visitar a un amigo al que le habían amputado una pierna. Así le daba tiempo a ella para arreglaba las cosas en su trabajo, cuando volvió, ella rompió la relación incluso cuando le había explicado por teléfono la razón de su viaje. —No te preocupes madre, ya descansé lo necesario antes de venir. —Deja de tratarlo como un niño —se quejó su padre. —Es el n
—¿No vas a saludarme? Hace mucho tiempo que no nos vemos y me recibes con esa seriedad. —¿Franco? Oh Disculpa, a penas y te reconocí —era una mentira, se había quedado sin la capacidad para hablar, pero él no tenía por qué saberlo. —¡Aush! —musitó Franco, mientras se llevaba una mano a su pecho— eso dolió pequeña. —¿Ustedes se conocen? —preguntó Jianna. Ambos asintieron. Él se acercó a ella y le dio un beso en su mejilla, como si no había sido suficiente el solo verlo. Y él, como si el haberla besado en los labios la noche anterior no era suficiente también. Pero no pudo evitarlo. —¿Qué... que haces aquí? —le cuestionó ella— oh, perdona pasa, por favor —dijo señalando la puerta. Franco se adelantó y abrió la puerta para que ella pasara primero. —Tú secretaría ya lo dijo, estaré encargado de tu seguridad. —¿Es una broma? —dijo sonriendo. Él negó con la cabeza. —No, no lo es —respondió él mientras observaba el lugar. —¿Por qué tu padre haría eso? —Debo hacer esto antes de tomar
—¿Y él quién es? —Claudia había arrastrado a Amanda hasta el bar del hotel. Lo único que ella quería era llegar a su habitación y descansar ya eran cerca de las ocho de la noche cuando llegaron al hotel. Pero no todos los días uno podía encontrarse con una estrella como Claudia, además había hecho buena amistad hace un tiempo y no la miraba desde navidad del año pasado. —Es mi guardaespaldas. —Oye, que envidia —Amanda sonrió y negó con la cabeza— si lo pruebas dime a que sabe —ella le guiño un ojo. —¡Oye! —Claudia soltó una carcajada. Claudia no dudó en hacer que Franco se sentara con ellas. —Ese era el lugar del futuro esposo de Amanda, pero no importa, podemos buscarle otra silla. —¡Claudia! —la regañó Amanda, se le había olvidado lo incontrolable que era su amiga cuando hablaba. —¿Esposo? —cuestionó Franco. —Mi representante ha estado locamente enamorado de ella, desde hace mucho tiempo —respondió ella inclinándose a él como si le estuviera contando un secreto— pero ella es m
Amanda vestía un jeans azul claro, una camisa blanca, una chaqueta de cuero negro y unas gafas de sol, su cabello estaba recogido en una coleta con trenzas. Ella dio un par de vueltas en su propio eje observando todo el lugar, aunque ya había estado una vez antes en el hotel. Nunca había ido a esa zona. El lugar era hermoso, las cabañas estaban entre los árboles, y la playa estaba muy cerca, desde ahí se podía sentir la brisa del mar. —Entonces, cree que aprueben el presupuesto para la renovación de todas las cabañas —preguntó el gerente. —No —el gerente y el arquitecto la vieron muy sorprendida por su rápida respuesta— ya no es necesario, no vamos a renovar. —Pero aún no se ha analizado bien… —Ya lo hice, tengo el informe anual de los ingresos y los gastos de mantenimiento, la renovación no es poco, no planeo renovar este lugar. Estas cabañas se mantienen ocupadas solo en temporada alta. —¿Entonces qué piensa hacer? —Toda esta área será para que las personas que les gusta avent
—¿Desean algo más? —preguntó la joven, en ese momento Franco tomó la mano de Amanda por encima de la mesa, ella se tensó, pero no retiró su mano. —Bonita, ¿quieres comer algo más? —preguntó Franco con cariño, llevó su mirada de sus manos a los ojos de él, Amanda solo negó con la cabeza— entonces, está bien así —le dijo a la chica, Amanda retiró su mano a penas la joven se fue, él no desaprovechó la oportunidad de acariciar hasta la punta de sus dedos. Pasaban por el vestíbulo cuando una de las recepcionistas los detuvo. —Señorita Viena —ella se giró hacia quien sea que la estuviese llamando, la recepcionista se acercó a ella—, el señor Camilo Leone, dejó esto para usted —dijo extendiéndole unas entradas para el concierto de Claudia. Amanda las miró un momento. —Déjatelas —dijo antes de darse la vuelta. —Pero… Ella había dado un par de pasos cuando de pronto se detuvo haciendo que Franco por poco chocara con su espalda. —Espera… —Amanda observó el nombre de la joven en su unifor
Después de eso no hubo más mensajes de texto, porque el auto se detuvo frente a casa de Valeria, era una suerte que no quedaba muy lejos del hotel. Ella los invitó a pasar. Amanda vio su reloj de pulsera, tenía algo de tiempo. Era una casa modesta, al menos el padre del hijo del Valeria le había comprado esa casa y le pasaba una mensualidad. Cuando entraron una señora como de mediana edad los recibió con un bebé en brazos, supuso que era el hijo de su nueva “¿amiga?” talvez, su compañía era agradable tenía una facilidad para tratar a las personas y parecía ser alguien sencilla. Valeria tomó en brazos al pequeño. —Señorita Viena. —Dime Amanda —Valeria sonrió. —Amanda, él es mi hijo, Valentino, la luz de mi vida —Valeria sonrió con amor al ver a su pequeño. Amanda tomó la manita de Valentino. —Hola campeón —ella le sonrió mientras que el bebé parecía evaluarla, pero al final también sonrió— es hermoso —musito acariciando la mejilla del niño. —Y ella es mi madre, Cristina. Mamá ven