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Capítulo 3 Más bonita que antes

Franco llegó a su auto. Su compañero le abrió la puerta de la parte trasera. Colocó con cuidado a Amanda, luego él entró también. Su blusa de tirantes parecía no darle el suficiente calor por que se pegó a su cuerpo. Era seguro que llevaba un abrigo, pero podría ser que lo dejó en el club. No tuvo más opción que quitarse su propio abrigo y colocárselo a ella. Aun así, ella se aferró a su cintura y colocó su cabeza en su pecho. Franco maldijo en voz baja. No podía creer que terminaría esa noche de niñera.

Para Leandro fue un alivio que el padre de Amanda tuviera que viajar a otra ciudad y no estuviera en casa esa noche, sino le reclamaría por descuidar a su hija. El equipo de seguridad de la mansión Viena dejó entrar a Franco.

Se detuvo un momento en medio de la sala. Aunque muchos de los muebles y la decoración eran diferentes a como lo recordaba el ambiente seguía siendo como el hogar de una familia numerosa, algo que nunca había sido, pero así se sentía. No pudo evitar recordar que ella había perdido a su madre siendo aún muy pequeña y desde entonces aquella mansión perdió algo de su alegría. Recordó a donde estaba su habitación y caminó en esa dirección.

Mientras subía las escaleras ella se removió en sus brazos y se aferró más a él, pegó su rostro a su cuello y podía sentir sus labios rosar su piel.

La colocó con mucho cuidado sobre la cama, pero no se alejó de ella, se quedó viendo de cerca su rostro. Ella estaba más bonita que antes y ya no era una niña. Sus rasgos asiáticos sobresalían, Figura delgada, ojos grandes, nariz alta, labios pequeños y su piel clara como de porcelana una de las más bonitas del mundo.

Amanda abrió lentamente sus ojos y ambos se miraron. Los ojos color marrones claros de ella lo atraparon y para ella de seguro se sentía como en un sueño del cual despertaría en algún momento.

Ella levantó sus dos manos y tomó su rostro. Lo atrajo hacía ella para unir sus labios en un beso, Franco no pudo evitar cerrar sus ojos cuando el sabor dulce de sus labios hizo que no pudiera resistirse.

El beso fue suave, embriagador que se olvidó de donde y con quien estaba.

Se sentó en la cama y colocó sus brazos a cada lado de su cuerpo. Mientras él continuó con el beso, pero no duró mucho porque ella volvió a quedarse dormida.

—Maldición, ¿Qué estoy haciendo? —escuchó unos pasos acercarse por el pasillo entonces recordó que la puerta había quedado abierta, se alejó de ella de inmediato. Al girarse se encontró con una señora como de unos sesenta años o tal vez más.

—Señora Silvia.

—¿Franco? —La señora parecía muy sorprendida— muchacho, de verdad eres tú —Franco le sonrió con amabilidad aún recordaba las veces en las que ella los cuidaba y les hacía toda clase de comida y dulces a Amanda, a él y a su hermana, cada vez que sus padres los traían aquí o iban a alguna casa de campo. Silvia no dudó ni un momento en estrecharlo en sus brazos. Luego miró a Amanda en la cama— ¿Qué le pasó a mi niña? —preguntó mientras se acercaba a ella.

—No se preocupe, solo está dormida. Tomó de más.

—¿Qué? —preguntó sorprendida. Miró a la chica en la cama y frunció el ceño. —Ella nunca había hecho eso.

—Siempre hay una primera vez. Bueno, yo me tengo que ir.

—Gracias, joven Franco —él se giró— oh espere —lo detuvo la señora, tomó el abrigo que Amanda tenía puesto y se lo entregó.

Antes de salir de la mansión Viena, Franco informó a su padre de que todo estaba en orden, había dejado a Amanda en la seguridad de su casa.

Cuando él llegó a casa de sus padres todos se habían retirado excepto su madre, lo espera en la sala.

—Mamá, ¿Qué haces despierta?

—Te esperaba cariño. Lamento que tu padre te enviara…

—Déjalo madre, no te preocupes —besó la frente de su mamá—, Iré a descansar también —entró a su antigua habitación y todo seguía igual. Buscó su maleta que había traído temprano y se dio cuenta que estaba vacía, sus cosas estaban ya ordenadas en su armario. Tomó unos pantalones de franela y una camiseta los dejó en la cama y entró al baño para darse una ducha rápida antes de ir a la cama.

Su hermana, sus padres, la señora Silvia, incluso el guardaespaldas que lo acompañó. Todos decían que ella no era así. Entonces:

“¿Por qué burló a su guardaespaldas, para irse a un club?”

Cuando vio sus ojos notó algo de tristeza en ellos. Colocó un brazo debajo de su cabeza y siguió divagando. Quería dormirse de una vez para evitar pensar en cómo se sintieron sus labios cuando la besó. No se había dado cuenta que llevó sus dedos a su boca.

—Olvídalo —se dijo a sí mismo. Se dio media vuelta y se acomodó mejor— estaba ebria —era seguro que ella no recordará nada el día siguiente. Y él también lo olvidará. Debe hacerlo.

***

—¿Estás seguro papá? —susurraba la joven.

—Lo estoy, ya lo comprobé —Lorenzo había hecho que alguien se le acercara a quien creía que era su hijo perdido. Extrajo un cabello de él. La prueba de ADN mostró que de verdad ese chico era su hijo—, pero aún no podemos decírselo a tu madre. Él debe saberlo primero y luego traerlo aquí —si se lo decía a Mirella, era capaz de salir corriendo a buscarlo.

—Entiendo.

—Además aún no se lo he dicho a Amanda.

—Padre, ella debe ser la primera que debe saberlo. No sabes las ganas que tengo de acercarme a ella.

—Lo sé, cariño —su padre pegó sus frentes— sabes que es por tu madre, ella no ha querido…

—¿Ustedes dos que están haciendo ahí? —la voz de Mirella los interrumpió.

—Nada madre, solo conversábamos —Ada se le acercó, la abrazó y le dio un beso en su mejilla— buenas noches.

—Buenas noches, cariño.

—Recuerda lo que hablamos papá. Llámame cuando lo tengas listo —Ada miró a su padre y él le devolvió una mirada de confusión.

—¿De qué hablaron? —preguntó Mirella. Después de que su hija se fuera.

—Ah… un coche… sí, un coche nuevo.

—Lorenzo, no deberías…

—Es mi hija, claro que debería —Lorenzo la abrazó— Ven, vamos a descansar.

***

La luz del sol golpeó su rostro. Amanda se despertó por el fuerte brillo que se colaba por su ventana. Se quejó porque le dolía mucho la cabeza. Quiso abrir los ojos, pero se le dificultaba un poco. Cuando al fin logró abrirlos, se sentó, sus cabellos estaban alborotados y su maquilla corrido.

—Joder —se colocó de pie y caminó hacia el baño— ¿Qué me pasó? Me siento fatal —Se miró al espejo y casi no reconoció a la persona que miró— Aahh — chilló, esa no era ella, definitivamente perder el control no iba con ella— ¿Cómo llegué a casa? —se preguntó mientras lavaba su rostro. Se dio una ducha y se sintió como nueva luego. Excepto por el dolor de cabeza que aún persistía en atormentarla.

—Buenos días nana —Saludó Amanda apenas vio a Silvia en la cocina.

—Buenos días niña, tu desayuno está listo —Amanda Agradeció— ¿Cómo te sientes? ¿Necesitas algo para el dolor de cabeza? —Amanda asintió, mientras se frotaba las Sienes. Luego de tomar algo para que la aliviara, comió su desayuno— niña. ¿Qué pasó ayer? ¿Por qué llegaste en ese estado?

“¿Estado?” Algo le decía que era mejor no preguntar como hizo para llegar a casa.

—Nada importante nana, solo no medí los tragos.

—Me doy cuenta —Amanda tomó su taza de café negro sin azúcar y le dio un sorbo.

—Mmm… Me encanta.

—Lo sé, así es como te gusta —sonrió con cariño— no sabía que el joven Franco había vuelto —su comentario la sorprendió, pero intentó no demostrarlo dándole otro sorbo a su café.

—Sí, volvió ayer —musitó.

—Ah, ahora entiendo, estaban celebrando, por eso él te trajo —al escuchar aquellas palabras Amanda no pudo evitar escupir su café.

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