160Max fue sacado de la camioneta en ese momento justo detrás de ella que estaba aprendiendo la calma, él estaba tambaleándose, mientras un médico intentaba evaluar la herida en su costado y él se alejó para llegar a ella, pero no pudo llegar muy lejos. Su rostro estaba pálido, y la sangre empapaba su camisa, pero él apenas parecía notarlo. Sus ojos solo buscaban a Julieta. —¡Julieta! —llamó, su voz débil, pero cargada de desesperación. Ella giró la cabeza hacia él, extendiendo una mano temblorosa. —¡Estoy aquí…! —logró decir, entre lágrimas y un gemido de dolor le atravesó como un rayo—. Max… no me dejes… no puedo hacer esto sola… hicimos… hicimos ese curso ¿Recuerdas? —dijo desesperada.Claro que lo recordaba, eran días tranquilos en aquel entonces que los hizo conectarse aún nivel más personal y no físico como al comienzo de su relación.Los médicos intentaron intervenir. —Señora, él tiene que atender su herida. Señor, tiene que venir con nosotros para tratar la h
161.El quirófano estaba impregnado de un tenso silencio, roto solo por el sonido rítmico de las máquinas monitoreando los signos vitales de Maximiliano Hawks inconsciente en la mesa de operaciones. La bala había causado más estragos de los previstos: la bala se había deformado y uno de los fragmentos había rozado peligrosamente su riñón derecho, lo que complicaba la operación. El equipo médico, liderado por el Dr. Álvarez, trabajaba con rapidez y precisión, pero la tarea se había complicado aún más cuando notaron algo preocupante en las imágenes: rastros evidentes de células cancerígenas. —El paciente tiene cáncer, probablemente en tratamiento—dijo Álvarez, ajustando su máscara con nerviosismo— ¡llamen a oncología!—¿Afectará la cirugía, doctor?—preguntó una de las enfermeras, con el ceño fruncido. —Todo afecta. Pero no vamos a rendirnos ahora—respondió el doctor mientras señalaba al anestesiólogo que estabilizara los niveles— hay que salvarle la vida a este hombre a ver si pue
162Isabel abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la luz tenue de la habitación. Le tomó varios segundos orientarse. Todo parecía un sueño, desde el olor a desinfectante hasta el suave murmullo de las máquinas a su alrededor. Sintió un peso cálido en su mano, pero al intentar moverla, descubrió que estaba atrapada. Giró la cabeza con dificultad y lo vio. Callum estaba allí, sentado junto a la cama, con la cabeza inclinada en un ángulo incómodo sobre el colchón. Su cabello desordenado caía sobre su frente y hombros, y su rostro descansaba en una expresión tranquila, muy diferente al hombre fuerte y serio al que estaba acostumbrada. Su nariz larga y fina le daba un aire aristocrático, y sus labios gruesos, ligeramente entreabiertos, parecían vulnerables, casi como si también estuviera agotado por todo lo que habían pasado. Por un momento, Isabel no pudo apartar la mirada. “¿Cómo alguien como él puede estar aquí, conmigo, después de todo?” se preguntó, con una mezcla de asom
163Callum se quedó mirando a Isabel mientras ella desviaba la vista, fingiendo interés en cualquier cosa menos en la intensidad de su mirada. El silencio entre ellos era denso y opresivo, cargado de palabras que ninguno se atrevía a decir. Finalmente, Isabel murmuró algo más sobre que era mejor así, pero no terminó su frase. Callum apretó la mandíbula, su respiración parecía más pesada, controlando la oleada de emociones que lo atravesaba. Sin apartar la mirada de ella—¿Lo mejor para quién, Isabel? —su voz grave rompió el silencio— porque para mí no es.El corazón de Isabel tropezó dentro de su pecho, pero no respondió. No se atrevía a mirarlo, y eso solo pareció aumentar la frustración de Callum, quien la observó temblar bajo su escrutinio. La enfermera, incómoda por la tensión, terminó su revisión con rapidez y salió de la habitación, dándoles privacidad. El sonido de la puerta cerrándose resonó como un eco, dejando a Isabel y Callum completamente solos. Callum se levant
164 Sala de parto. La sala estaba envuelta en una tensión palpable, solo interrumpida por los quejidos de la embarazada mientras hacía su último esfuerzo. Tomás apretaba con fuerza la mano de su amiga, su rostro lleno de preocupación. Había perdido la cuenta de cuántas veces le había dicho que respirara, que aguantara un poco más, que lo lograra por su hija. Pero Julieta estaba exhausta, su cuerpo temblaba de puro esfuerzo. —No puedo más, no quiere… salir —solloza de impotencia. —Viene otra contracción y ya estás coronando ¡Una vez más, Julieta! —le dijo el doctor, sin dejar de observarla con atención—. ¡Empuja, ya casi lo logras! —Vamos, Julieta. Eres la mujer más fuerte que he conocido —dijo Tomás animándola— esto es pan comido, nena, mi sobrina solo es igual de difícil que el papá. Julieta apretó los dientes, y con un último grito desgarrador, empujó con todas las fuerzas que le quedaban. Un instante después, el llanto fuerte de una bebé llenó la sala. —¡Es una niña! —
165Maximiliano fue llevado finalmente a la habitación de Julieta. Aunque él permanecía dormido, Julieta sintió una gran calma al verlo a su lado. Tomás tenía razón: la pequeña Maxime apenas lloraba, salvo cuando algo le incomodaba. Mientras tanto, Julieta trataba de recordar todo lo que había aprendido en los cursos prenatales y los libros que había devorado durante su embarazo, antes de que el caos entrara en su vida. Cada pañal cambiado y cada caricia a su bebé era como un bálsamo que aliviaba sus miedos. De vez en cuando, el recuerdo de Dimitri cruzaba su mente. Quería saber si Marcelo había logrado atraparlo, pero no había tenido oportunidad de hablar con él. Lo que sí era constante eran las visitas al cuarto. Los rostros conocidos entraban y salían, siempre en silencio, respetando el descanso de Maximiliano. En uno de esos momentos, un leve toque en la puerta llamó su atención. —Pasen —dijo Julieta suavemente, cuidando no despertar a la niña, quien descansaba en sus bra
166La enfermera llegó rápido, acompañada por Callum, y comenzó a revisar a Maximiliano. Él intentaba enfocarse en las palabras de la mujer mientras esta lo examinaba con precisión. —¿Sabe dónde está, señor Hawks? —preguntó ella, anotando algo en su tabla. —Hospital… —murmuró él, entrecerrando los ojos mientras su mente volvía a centrarse— lo siento, no vi el nombre al llegar.La enfermera asintió. —Perfecto. Y dígame, ¿cómo se siente? —eran preguntas frecuentes.—Aturdido… pero… —hizo una pausa, buscando desesperado entre sus pensamientos algo que lo reconfortara—. ¿Mi hija? ¿Julieta? ¿Sabe como está mi mujer y mi hija? —las preguntas de Max salieron atropelladamente de sus labios, a Julieta se le calentó el corazón al oír decirle su mujer.La enfermera sonrió con dulzura y señaló con la cabeza hacia su izquierda. —Ambas están aquí, sanas y a salvo. Bienvenido de regreso a la tierra de los vivos, señor Hawks —le dijo con alegría de que un paciente parecía estar bien—
167Las palabras hicieron que Maximiliano se quedara inmóvil por un instante del color más rojo que Julieta algunas vez lo hubiera visto y trató de contener la lengua de su mejor amigo… solo que fue demasiado tarde. —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, su tono bajo, frío y mortal cargado de sospecha, mientras miraba fijamente a Tomás— es metafórico ¿Cierto?Julieta abrió los ojos como platos, alarmada, y le lanzó a Tomás una mirada que claramente decía: ¡No digas nada! Pero, como siempre, Tomás decidió ignorarla. —¿No sabes aún? Julieta te donó sangre mientras estaba expulsando a su hermosa niña —soltó casualmente, como si fuera la cosa más normal del mundo. —¿¡Qué!? —gritó Maximiliano, girando la cabeza hacia Julieta con una mezcla de enojo y asombro— ¡Estás loca! —continuó, su voz elevándose mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar—. ¿Cómo se te ocurre hacer tal cosa? Julieta lo miró fijamente, sus ojos ardiendo de determinación. —No estoy loca, Maxi