144. Tienen que estar bien

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Tomás tenía el teléfono en la mano de forma temblorosa, apenas asimilando las palabras de Maximiliano. Su mente, normalmente rápida y organizada, parecía un caos mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. En el silencio de su taller, el zumbido de las máquinas parecía apagarse, y Tomás sintió que su entorno se desvanecía.

Fabricio, que estaba cerca, percibió el shock en el rostro de Tomás y se acercó sin decir palabra, ofreciéndose como un pilar de apoyo. Tomás se apoyó en él, inhalando profundamente en un intento de calmar el nudo de ansiedad que se formaba en su pecho. Agradeció en silencio la presencia de Fabricio, pero su rostro pronto se llenó de furia y determinación.

—¿Qué demonios ha pasado, Max? ¿Dónde está Julieta? —exigió Tomás, con un tono que revelaba una mezcla de desesperación y rabia.

Del otro lado del teléfono, la voz de Max sonaba agotada pero firme.

—No puedo explicarte todo por aquí, Tomás. Esto es demasiado serio para una llamada. Ven a la To
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