146En la nocheIsabel subió al primer autobús que encontró, apenas alcanzando a comprar su boleto antes de que las puertas se cerraran. El destino no le importaba; en realidad, ni siquiera se había dado cuenta de que el cartel decía “Montana”. Sólo quería irse, huir de Nueva York antes de que la ciudad, junto con todos los recuerdos que dejaba atrás, la asfixiara completamente.Pagó el boleto en efectivo, usando el dinero que la madre de Callum le había dado, y en ese instante sintió que cortaba el último lazo con todo lo que había conocido. Mientras se acomodaba en el asiento junto a la ventana, las lágrimas volvieron a caer, una tras otra, dejando un rastro amargo sobre sus mejillas.No había dejado de llorar desde que tomó la decisión de marcharse.“¿Cómo había llegado a este punto?” Pensó, con Callum había encontrado a alguien que realmente la valorara y la respetara, alguien lo podría amarla sinceramente. Lo idealizó, casi lo idolatró, por cómo la había ayudado cuando su ex
147Tomás estaba en la oficina de Maximiliano, rodeado por el ambiente tenso que había traído el secuestro de Julieta. Apenas podía pensar con claridad; la preocupación le nublaba la mente. De repente, pensó en alguien que también estaba cercana a Julieta: Isabel.Durante los meses en los que Julieta había estado en Ginebra, él e Isabel se habían vuelto inseparables, y ella sabría cómo apoyarlo en este momento de desesperación.Sacó su teléfono y, con manos temblorosas, marcó el número de Isabel. La voz de ella respondió en un susurro.—¿Hola? —casi no se escucha su voz, pero debido a la preocupación de Tomás él no lo notó.—Isabel… —¿Tomás? ¿Qué sucede? —preguntó Isabel, captando inmediatamente el tono grave de su voz.Tomás se apartó un poco de la oficina, buscando un rincón donde poder hablar en privado. Isabel se sentó en la cama, había llegado hace unas horas y buscó un hotel barato lista para más tarde buscar trabajo y un casa cuando la llamada de Tomás interrumpió su de
148Isabel ya estando en un hotel luego de tomar el primer vuelo disponible y, sin perder tiempo, tomó un taxi hacia la dirección que recordaba, el lugar donde Dimitri Antonov había instalado su guarida en las afueras de la ciudad. A medida que el auto se alejaba de la civilización y los edificios se volvían menos frecuentes, el nerviosismo se transformó en adrenalina pura. Se repitió mentalmente que haría lo necesario para salvar a Julieta, sin importar el riesgo.Después de un largo trayecto, el taxi se detuvo en una carretera solitaria que ascendía hacia una montaña, Isabel se bajó y el conductor se le queda viendo serio.—Señorita… ¿Seguro que es la dirección correcta? —pregunta preocupado, pero sin juzgarla.—Sí, aquí es. Gracias —puso cara amable— necesito que entregue este sobre a esa dirección que tiene allí y aquí tiene el pago de todo. Si hace falta más estoy segura que el señor Hawks le pagará, dígale que el sobre viene de Julieta Beaumont.—Muy bien, lo haré —dijo el h
149Esa mañana Dimitri Antonov entró en la Torre Hawks Holding con la seguridad y arrogancia de un hombre que no solo controlaba la situación, sino también la vida de Maximiliano. Su porte altivo y sonrisa arrogante hicieron que los empleados desviaran la mirada, incómodos por la presencia de un hombre que exudaba peligro. Lo guiaron directamente a una de las salas de juntas, en cuanto Max se enteró que ese hombre estaba aquí y le pidió a Marcelo que no dieran la alerta ala policía. Dimitri esperó en esa sala, sereno, como si fuera el dueño de todo el lugar.—Juguemos un poco, Hawks —dijo a la vacía sala.Pocos minutos después, Maximiliano apareció, acompañado de Marcelo.—Antonov… ¿Qué haces aquí? ¿Julieta está bien? —pregunta Max sin rodeos.La tensión en el aire era palpable mientras se acercaban a Dimitri, quien observaba cada movimiento con una mirada casi divertida. Dimitri levantó una mano, deteniendo a ambos con una sonrisa calculadora.—Quiero que estemos a solas, Max
150En la Oficina de MaximilianoLa atmósfera en la oficina de Maximiliano Hawks estaba cargada de expectación. Todos lo observaban, esperando respuestas, mientras él revisaba el informe que le había dado Marcelo y mientras le dio a todos la foto, que mostraba que Julieta estaba bien. La expresión de Tomás, sin embargo, era de furia contenida; murmuraba con amargura para sí mismo:—Es un imbécil… ¿Qué le estará haciendo a mi niña? —pensó en voz alta, con una expresión sombría—. Lo pagará.Maximiliano apenas escuchó su murmullo, pero alzó una mano para calmarlo.—No te preocupes —dijo, intentando proyectar tranquilidad— lo haré pagar por ahora hay que jugar su juego.Justo en ese momento, uno de los asistentes irrumpió en la oficina, interrumpiendo la reunión.—Disculpe que lo moleste, señor Hawks, pero hay alguien abajo que insiste en hablar con usted —se miraba cauteloso. Todos en la oficina tenían rostros sombríos.Maximiliano soltó un suspiro, cansado.—No estoy para nadie
151Isabel alcanzó la habitación correcta después de dos intentos fallidos. Al abrir la puerta, encontró a Julieta recostada en una silla mecedora muy lujosa y cómoda, mirándola con los ojos desorbitados de incredulidad. La sorpresa hizo que Julieta se levantara de golpe, con una mezcla de asombro y alivio en su expresión. Luego de su abrazo Julieta se separa un poco de ella aún sin poder creer lo que veía.—¿Qué haces aquí? —exclamó Julieta, desconcertada.—Vine por ti —respondió Isabel sin dudar—. Recordé dónde vivía este tipo y no pude quedarme sin hacer nada. Me tomó algo de tiempo porque no sabía que estabas secuestrada, pero aquí estoy.Julieta respiró hondo, sin poder disimular el miedo en su mirada. Ese hombre era demasiado peligroso.—¿No había guardias afuera? —cuestiona Julieta desconcertada— Isabel, de todos modos, no podemos huir —dijo, bajando la voz y tocándose el vientre de forma protectora—. Mi embarazo está demasiado avanzado. Si intento correr, pondría en pelig
152 Preparativos de RescateMax estaba a punto de salir de su despacho cuando su abogado y amigo, Yoon Sung, llegó con el rostro serio. Max hizo un gesto hacia Marcelo para que se adelante y preparara todo; era hora de partir, y no podían perder más tiempo. Todos en el equipo que Marcelo tenía a su disposición más algunos ex Seals como él estaban listos, uno a uno, esperaban a Marcelo hasta el estacionamiento, donde los esperaba un vehículo blindado.—Escuchen bien —advirtió Marcelo, firme y directo a Tomás, Fabricio y Callum—. Necesito que todos se pongan chalecos antibalas. Y recuerden: sigan mis órdenes para que nada entorpezca el rescate.Cada uno asintió, colocándose los chalecos. Marcelo se giró hacia Callum y le entregó una larga arma de caza. Callum la tomó, pero sintió las miradas inquisitivas de los demás.—¿Qué? —preguntó, con un leve rubor en las mejillas—. Solía salir de caza con mi padre y algunos amigos… Es solo un hobby.Callum no se explayó más; en su mente, el o
153Julieta observaba a Isabel, quien parecía cada vez más pálida. Con esfuerzo y cuidado, la ayudó a recostarse en la cama, girándola de medio lado para que estuviera más cómoda. Isabel respiraba entrecortadamente, y Julieta intentó calmar su propia ansiedad. Recordaba esos pequeños dolores en su vientre que habían empezado esa mañana; el estrés solo parecía empeorarlos, pero ahora todo su enfoque estaba en Isabel.—No sabía que estabas embarazada… —sollozó Julieta, la voz quebrada—. No debiste venir, amiga. No deberías estar aquí.Isabel la miró, sus ojos llenos de una mezcla de determinación y gratitud.—¿Bromeas? —susurró, forzando una sonrisa que rápidamente se desmoronó en lágrimas—. Eres la única que me dio una oportunidad sincera cuando me sentía perdida, cuando todo en mi vida estaba en ruinas. Sin ti… no sé qué hubiera pasado. Me ayudaste tanto, Julieta… Me diste el contacto de tu amigo para que aprendiera defensa personal, me llevaste a un psicólogo, y cuando Callum y yo