Seguía sintiéndose insegura, pese a que había conseguido cerciorarse de que Antonio no sabía o sospechaba nada de los mellizos. Conocía a su esposo y sabía que, de haber tenido el mínimo atisbo de duda, no se habría mostrado tan cariñoso como la víspera, cuando incluso le propuso que regresara al apartamento a pasar la noche con él. Su comportamiento habría sido muy distinto, el mismo que la había hecho dudar hasta ese momento, el de un hombre frío, huraño, que la aparta de su calidez. Así era siempre que ella comentaba o se portaba de manera que despertaba sus celos, algo frecuente cuando estaban recién ennoviados, incluso en los primeros meses de matrimonio, sucesos en los que ella actuaba con naturalidad, sin intención de dañarlo, pero ella era así, siempre lo había sido.
—Amor, ayer salí con unas amigas.—¿Por qué no me dijiste nada?—¿Por qué habría de decírtelo si no iba a salir contigo?Discutían y él podía durar molesto por varios días, hasta que ella debíaLlamó a la empresa preguntando por ella y lo primero que quiso saber, al llegar al apartamento, fue por Marcela. Pero Esperanza no la había visto regresar. Su ropa seguía donde la había dejado y cuando, avanzada la noche, pasó por su apartamento, Sergio supo, por una vecina, que en el transcurso de la tarde llegó una pequeña camioneta para llevarse sus cosas. —Lo siento joven, pero no habló con nadie y todo fue muy rápido —dijo la vecina cuando Sergio le preguntó si Marcela había dicho algo sobre el lugar al que tenía planeado mudarse. Cabizbajo, regresó al auto y confió en que, al regresar a su apartamento la encontraría, pero no fue así. Estaba tan desesperado que incluso escribió un mensaje a Estefanía, preguntándole si había hablado con su amiga. Vio que lo había leído, pero lo dejó sin responder. Pensó entonces en llamarla, pero lo descartó. Intentó acostarse y no pensar en ello, dejar que la noche pasara y que quizá, con el sol del nuevo día, vería las cosas má
Aunque era lo que quería, no pudo hacer el amor con su esposo. Era muy pronto y los dolores del parto seguían haciendo mella en su salud. Pese a que se salvó de una cesárea, habían sido dos los niños que salieron de su cuerpo, todavía demasiado débil para soportar la lujuriosa intrusión de su marido. Antonio comprendió, o al menos se mostró amable, y bien hicieron porque no pasados ni diez minutos desde que lo hubieran intentado, Estela subió a la habitación de su hija para avisarles que la cena estaba servida y los mellizos aguardaban a su madre.—Nos habría descubierto —dijo entre risas Estefanía después de que su madre se hubiera ido.—Nunca lo hemos hecho en casa de tus padres, ¿no?—Jamás.Aun cuando lo habían intentado, siendo novios, siempre pasó algo que les impidió “profan
—¿Qué? No te lo creo. Me estás mintiendo —dijo cuando Antonio le contó que Estefanía, la misma que había dejado la fiesta casi arrastrada por su padre, era amiga de su novia.—Yo tampoco lo podía creer, pero así es. No te imaginas mi cara cuando la vi llegando a esa fila en la que llevábamos parados una hora.Sergio rió.—Bueno, “careleche”, ¿qué vas a hacer entonces? A falta de una, ahora tienes a dos hembritas para escoger.—No, hombre, que es en serio. Si te lo he contado es porque no sé qué hacer —Antonio dio el último sorbo a su botella de cerveza y miró hacia la entrada del local. Marcela debía llegar en cualquier momento—. Me gusta mi novia y nos entendemos, pero es que Estefanía fue la primera a la que vi y creo que me gusta más.—¡Uy, s&i
Se durmió pasada la medianoche pensando en lo que podía querer Valeria. Estuvo revisando su Facebook e Instagram, en búsqueda de cualquier fotografía o comentario que pudiera revelar las intenciones de su hermana, pero no encontró ninguna publicación distinta a las usuales: almuerzos, cumpleaños y frases motivacionales, pero ninguna que pudiera indicarle la razón de su extraña llamada. En las fotografías Valeria se veía igual de sonriente, al lado de su marido y sus tres hijos, sin ningún gesto que sugiriera problemas conyugales o familiares, incluso en un álbum reciente estaba horneando con su suegra, con quien parecía llevarse muy bien. Desairada por su búsqueda infructuosa, Estefanía empezó a mirar carteras y zapatos, luego ropa interior y encontró una combinación de ligueros que le habría gustado usar con Antonio cuando regresara al apartame
Marcela ordenó sus pocas pertenencias en la habitación que le facilitó la mamá de Antonio. Era el cuarto más grande de la casa, pero quedaba en el primer piso y era algo húmedo y frío. Allí armó su cama, ubicó el escritorio y le cupo el sofá. Esperanza le dio una alfombra para que el lugar adquiriera más calor y en la noche, cuando casi terminaba de arreglarlo, lo sintió acogedor. Desde luego, estaba más cómoda en el apartamento, era imposible no darse cuenta de que había dado un paso atrás y no solo en su estabilidad económica, sino también sentimental. Esperanza la invitó a que comiera con ella, en el pequeño apartamento que ella se había reservado en el cuarto piso de la casa.—¿Te ha gustado la habitación? —pregunt&oacu
Estefanía hubiera querido contestar a su hermanastra que podían hablar de inmediato, pero sabía que necesitaba un tiempo y espacio suficientes para hacerlo con tranquilidad. Tecleó que en un momento le avisaba cuándo podían. Carmen no tardó en regresar con un tazón de granola y unas tostadas con mermelada, que Estefanía agradeció. Mientras desayunaba los mellizos se despertaron (como era usual, Héctor lo hacía primero y dirigía una patada a su hermano cuando lo descubría todavía dormido) y Carmen los levantó para bañarlos. Nunca antes Estefanía se había comido un tazón de cereal tan rápido como en ese momento, se levantó, fue al baño auxiliar del corredor de habitaciones y, todavía en pijama, bajó al primer piso cuando escuchó a sus padres. Su papá se dedicaba a rev
Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Marcela no pudo dejar de notar cómo la miraron quienes pasaban por la recepción, tanto hombres como mujeres. Muy pocas veces alguien se había detenido para observarla, pero ahora se sintió como una gorgona que hubiera convertido en piedra a todos los que estaban frente a ella. Se sonrojó y caminó hasta su cubículo de trabajo, sin por ello dejar de sentir el asedio de ojos al que era sometida, pero cuando pasó frente a la oficina de Sergio, de grandes cristales que permitían ver tanto por dentro como hacia afuera, los ojos de su amigo la atravesaron como un ariete que le hubiera hecho astillas el pecho. Intentó conservar la calma, suspiró y se sentó. Cuando el computador terminaba el proceso de arranque, alcanzó a percibir la colonia de Sergio. Vio su sombra proyectada sobre la alfombra y un segundo después su rostro, asomado por encima del panel del cubíc
Después de la conversación con su hermanastra, los días pasaron en una constante angustia para Estefanía. Las visitas de Antonio continuaron, como de costumbre, a las seis de la tarde y se prolongaban hasta las nueve o diez de la noche. Para Estefanía, aquellas eran las tres o cuatro horas más tormentosas y cada vez que estaba a solas con su esposo, o incluso acompañada, cuando se sentaban a comer, ella temía que él la confrontase, en cualquier momento, y denunciara, en público o privado, su infidelidad. Lo que más temía no era el escarnio, o el hecho de que iniciara un proceso de divorcio, con la subsecuente vergüenza, las explicaciones y el juicio de todos los que la conocían, sino el destino de los mellizos. Cuando pensaba en Héctor y Marco sentía un profundo hoyo en el pecho, como si el aire se le escapara por esa apertura. Pero o bien Ant