Capítulo XXI

Aunque era lo que quería, no pudo hacer el amor con su esposo. Era muy pronto y los dolores del parto seguían haciendo mella en su salud. Pese a que se salvó de una cesárea, habían sido dos los niños que salieron de su cuerpo, todavía demasiado débil para soportar la lujuriosa intrusión de su marido. Antonio comprendió, o al menos se mostró amable, y bien hicieron porque no pasados ni diez minutos desde que lo hubieran intentado, Estela subió a la habitación de su hija para avisarles que la cena estaba servida y los mellizos aguardaban a su madre.

—Nos habría descubierto —dijo entre risas Estefanía después de que su madre se hubiera ido.

—Nunca lo hemos hecho en casa de tus padres, ¿no?

—Jamás.

Aun cuando lo habían intentado, siendo novios, siempre pasó algo que les impidió “profan

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