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XXVII Por un poco de tiempo

—¿No ha querido hablar conmigo? —cuestionó Eris—. ¿Acaso un prisionero tiene voluntad para decidir? ¿Qué hay de tu autoridad?

Su reclamo estuvo desprovisto de la humildad de la sacerdotisa y Kemp la inspeccionó hasta que ella volvió a inclinar la cabeza en actitud servicial y procuró suavizar su tono.

—¿Por qué rechazaría la gracia de los dioses? ¿Qué más puede tener que le dé consuelo en este lugar donde reina la oscuridad? —preguntó, más serena.

Kemp negó luego de dar un profundo suspiro.

—¿Quién podría saber lo que pasa por la cabeza de una bestia como él? Sólo puedo decirle que será mejor gastar sus energías en quien esté dispuesto a oír a los dioses a través de usted. Vamos, la acompañaré a la salida.

Eris asintió, pero al doblar en la primera esquina echó a correr por los enrevezados pasillos, buscando al Asko y perdiendo a Kemp, que intentó correr tras ella.

En la oscuridad, que sólo aplacaban las antorchas suspendidas en los muros, la claridad de la mañana guio a Eris por
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