«Si el rey muere, yo lo seguiré», había pensado Eris al ver a la segunda esposa aferrar algo filoso en la mano con claras intenciones de atacar al monarca. Si el rey moría, ¿para qué necesitarían seguir existiendo sus esposas? Y si era una de ellas quien le daba muerte, las otras pagarían con su vida sólo por compartir tal título. En un fugaz parpadeo vio a la reina Ilna y a sus damas agitarse mientras se convertían en banderas humanas. Ella no sería una más, no si podía evitarlo a cualquier costo y fue así que su cuerpo actuó con la velocidad de un reflejo y lo siguiente que sintió fue el pasador incrustándose en su carne. Recordó oír al rey gruñendo como una bestia salvaje mientras acababa con las hermanas, recordó también que él le habló con algo parecido a la dulzura y la besó. Salió del lecho de un brinco y fue a enjuagarse la boca en el agua que vertió en un lavatorio. Sucia y confundida, así se sentía. Ella vivía luego de una noche de horror, ¿acaso para ser colgada
Eris caminó hacia donde el Asko aguardaba. Él la rodeó entre sus brazos en cuanto la tuvo a su alcance y ella le apoyó la frente en el pecho, con los barrotes de por medio.—He visto tu rostro incluso en mis sueños, como si hubieran pasado mil vidas desde la última vez que te tuve entre mis brazos. Te añoro como a la luz del sol. Incluso he deseado nuevos combates si volver a estar contigo es mi recompensa. ¿Qué hay de ti? ¿Me has extrañado? ¿Por qué hueles a sangre? Eris soltó un suspiro cansado y habló sin buscar los ojos del prisionero.—Ha sido un accidente, nada grave. Si tú me añoras como a la luz del sol, yo lo hago como a su calor. Nací en las montañas y el frío caló en mis huesos desde que mis ojos se abrieron a la vida. Sólo a tu lado ese frío no existe. El Asko sonrió, complacido por sus palabras y buscó su boca para besarla lentamente, controlando los deseos de poseerla que surgían voraces nada más olía su prodigiosa esencia danzando en las mazmorras que hedían a orines.
Sumergida en su tina en el palacio, Eris se esforzaba por quitar de su cuerpo todo rastro de la presencia del rey. Su tacto era más difícil de borrar porque se había grabado en sus memorias, donde sólo habitaba el Asko. Si ambos recuerdos se enfrentaban, estaba segura de cual ganaría y permanecería con ella hasta el final de sus días. Yacer con Erok en el lecho era simplemente una tarea infame, como lo era limpiar los baños o los desechos de los animales. Alguien debía hacerlo y si aquello aseguraba su posición, no iba a negarse. Dejó sus aposentos usando sus nuevos y hermosos ropajes y, tras desayunar con su esposo, lo acompañó a una audiencia con gente de la corte. Desde un rincón ella ponía atención a todo lo que los hombres decían. —El año pasado, las inundaciones destruyeron las cosechas hacia el sur. Debemos prepararnos e incautar todo lo que podamos para cuando llegue el mal tiempo —dijo un hombre que luego supo que era el gobernador de la región. —Podemos añadirlo a la r
Pese a la distancia que los separaba, Eris sintió el peso de la mirada del Asko sobre ella. Sintió hasta su ira. Las trompetas sonaron y comenzó el choque de espadas de los bandos que se enfrentarían a muerte. Y pronto cayeron los primeros muertos. Una espada apenas rozó el cuello de uno, pero se precipitó al suelo. A otro, la filosa hoja de metal se le clavó entre el brazo y el costado y salió del otro lado tan limpia como había entrado. Cayó al suelo también. Era una masacre, pero ninguna gota de sangre había manchado todavía la arena y, en las gradas, las gentes se miraban unas a otras, confundidas.—¿Qué está ocurriendo? ¿Qué es lo que hacen estas escorias? —preguntó el rey al presentador, que se veía tan perdido como los demás. El hombre se encogió de hombros y recompuso pronto. Envió a otro a exigirle explicaciones a Mort, el entrenador.En la arena, los alaridos de los supuestos heridos provocaban escalofríos. Nunca antes demostraron tanto dramatismo y dolor quienes acostumb
Por vez primera, el regreso de los prisioneros a las mazmorras luego de la arena no fue silencioso. En la habitual marcha fúnebre ahora reinaba el jolgorio, en el que se mezclaban la alegría de seguir vivos con la incredulidad. Muchos habían dudado de que la idea del Asko de un combate fingido rindiera frutos. Dudaron también de que el hombre que tuvieran en frente atacara de mentira y acabaran traicionándose unos a otros, pero confiaron y la fe los había vuelto victoriosos. Tanta era la dicha que los insípidos alimentos que recibieron les supieron a los más deliciosos manjares.—¿Alcanzará para todos? —preguntó un prisionero, desatando una ola de risas, pues nadie esperaba que fueran tantos los que regresaran.—Si no alcanza, compartiremos —repuso otro y los hombres se miraron con un brillo de fraternidad iluminando sus ojos.Los rivales que peleaban a muerte hoy se habían convertido en hermanos. Alter llegó al primer lugar en la fila para recibir comida y le entregó su pocillo al
*De regreso en el valle del Zazot después de una vida entera de exilio, una gran fiesta recibió a Akal, el hijo menor del alfa Asraón, quien había muerto en la guerra hacía algunos años. La estirpe de Asraón dominaba todo el valle al este del río Irs y se esperaba que Akal liderara la manada Blanca, tras reclamar el trono que su tío, el alfa Dom, había usurpado en su ausencia. Entre los Lyaks, seres licántropos que fusionaban la esencia humana con la ferocidad de los lobos, Akal se erguía con un porte que evocaba la nobleza de su padre. Su rostro, sereno y pulcro, capturaba la atención de muchas doncellas, pero él, decidido y enfocado, ignoraba sus miradas. Su mente estaba fija en un único propósito, sin dejar que las distracciones lo alejaran de su camino como ya lo había hecho su frágil salud. Sin embargo, todo cambió cuando sus ojos se posaron sobre ella.*Sólo el sonido de los grilletes se oyó en el gran salón, que se silenció con la llegada de los invitados especiales. Los pri
Con un destello de malicia ensombreciendo su mirada, el rey depositó la daga en manos de Eris. Una vez más, ella se debatía entre lo que debía hacer y lo que realmente quería, lamentando que, en esta ocasión, el Asko saldría herido de una manera u otra. Si no se atrevía a hacerlo ella, alguien más lo haría. Sospechaba que la esposa del recaudador moría de ganas por estar en su lugar, pues la miraba con la envidia de la más vil serpiente. Suspiró, aferrando la daga, y avanzó con paso vacilante hasta quedar frente al Asko, vestida con sus galas de reina y las mentiras y secretos que llevaba a cuestas. Por un instante encontró los ojos tras la máscara y su frialdad le causó un dolor punzante. Anhelaba tener la ocasión de ofrecerle las explicaciones que se merecía, pues ella seguía trabajando por ambos, ella no dejaba de trabajar.De repente, un estremecimiento la sacudió y, llevándose una mano al vientre, tuvo una arcada. La primera fue seguida de otra y, a la tercera, vomitó deliberada
—¿No ha querido hablar conmigo? —cuestionó Eris—. ¿Acaso un prisionero tiene voluntad para decidir? ¿Qué hay de tu autoridad? Su reclamo estuvo desprovisto de la humildad de la sacerdotisa y Kemp la inspeccionó hasta que ella volvió a inclinar la cabeza en actitud servicial y procuró suavizar su tono.—¿Por qué rechazaría la gracia de los dioses? ¿Qué más puede tener que le dé consuelo en este lugar donde reina la oscuridad? —preguntó, más serena. Kemp negó luego de dar un profundo suspiro. —¿Quién podría saber lo que pasa por la cabeza de una bestia como él? Sólo puedo decirle que será mejor gastar sus energías en quien esté dispuesto a oír a los dioses a través de usted. Vamos, la acompañaré a la salida. Eris asintió, pero al doblar en la primera esquina echó a correr por los enrevezados pasillos, buscando al Asko y perdiendo a Kemp, que intentó correr tras ella. En la oscuridad, que sólo aplacaban las antorchas suspendidas en los muros, la claridad de la mañana guio a Eris por