A mediodía, Eris recibió a una comitiva para tratar el tema de las lluvias e inundaciones. —Enviamos gente a las montañas. Saber que eran lluvias altas nos permitió tomar resguardos ante la crecida de los ríos —le dijo el gobernador—. Estamos trabajando en trasladar los cultivos y construir ductos, es una pena que el rey no esté para contarle los detalles.—Pero estoy yo —repuso Eris—, y estoy ansiosa por ver con mis propios ojos el avance de los trabajos, sobre todo si lo que busca es conseguir más recursos. Imagino que el alimento para los animales escasea, ya que no pueden salir a pastar por las lluvias.—¡Exactamente, su majestad! Su increíble visión no deja de sorprenderme. Con gusto compartiré con usted los detalles.A la charla, que resultó muy provechosa para el gobernador, le siguió un paseo de Eris por la capital y algunas aldeas aledañas. Quería ella conocer los problemas del pueblo y que su pueblo la conociera. No usaba corona, pero ellos la llamaban reina y lanzaban péta
Lo que terminó por enfriarse con las palabras del rey fue el sudor que recorría las espaldas de los hombres en el salón. —¿Majestad? —inquirió Nov, con un atisbo de incredulidad en su voz.—Lo que has oído: trae a mi esposa de inmediato.Sin más que un asentimiento, Nov salió a cumplir la funesta orden. Golpeó la puerta de los aposentos de la reina con firmeza y ella apareció después del cuarto, despeinada, somnolienta, ignorante del oscuro destino que le aguardaba. —El rey solicita su presencia.—¿Está en sus aposentos? ¿Por qué no ha venido él mismo? Es lo que suele hacer.—Él está en «el salón» —respondió, y Eris comprendió que se refería al de las orgías—, y no está solo.—Si me hubiera dicho antes que tenía planes para esta noche, no me habría retirado al lecho. No voy a cambiarme —cogió un manto y se lo puso sobre la bata. Echó a andar detrás de Nov.—El rey está con el Asko —le advirtió Nov, visiblemente nervioso, sintiendo la necesidad de prevenirla—, quiere que él la forniq
Con las primeras lluvias que cayeron sobre la capital, llegó un audaz retador que buscaba medir su fuerza con la temida «bestia de Balardia», cuya fama había trascendido las fronteras del reino, en gran parte gracias a Darón, viajero incansable y conocido de mucha gente. Él y su comitiva fueron recibidos en el palacio por el rey para compartir un banquete. —Así como su majestad tiene a una bestia, ahora yo también tengo la mía —anunció Darón, señalando con orgullo a su guerrero.El rey, al ver al joven noble de delicada apariencia, que se creía en condiciones de pelear con el Asko, no pudo evitar soltar una risa burlona.—A tu retador le hace falta sol, está tan blanco como la nieve, y le falta carne también, es un flacucho. El más débil de mis prisioneros lo vencerá sin esfuerzo. No haré perder tiempo al Asko con debiluchos, eso lo haría ver mal.—No te fíes de las apariencias, pues son engañosas. Antes de aceptar traerlo lo vi vencer a diez hombres, robustos y preparados. Aunque pá
Era tan intenso el dolor que lo aquejaba que se mantenía despierto, preguntándose por qué seguía vivo. —Morirás donde nadie te encuentre nunca —susurró una voz que le sonó familiar, tal vez la de su tío. Era incapaz de mover la cabeza para confirmarlo. Lo transportaban en una carreta y el cielo discurría sobre él siempre cambiante: nubes que danzaban, hojas que susurraban, lluvia que caía, sol que ardía, y estrellas que brillaban. A ratos se dormía y despertaba en la misma postura, pero bajo un cielo diferente. Perdida la noción del tiempo, le pareció que estaban cruzando el mundo entero. ¿Por qué tomarse tantas molestias para deshacerse de alguien tan insignificante como Akal, el hijo indigno de Asraón? —Nadie te encontrará porque nadie te buscará. Lo que queda de tu carne será festín para las bestias del abismo.Todas las historias que alguna vez oyó sobre el abismo reverberaron en su cabeza como un eco lejano. Los verdugos de su tío habían procurado no golpearla demasiado; él s
En el mundo siempre ha habido decisiones que pueden cambiar la vida de alguien por completo. La joven Eris jamás imaginó el rumbo que tomaría su destino al someterse a la prueba de Qunt’ Al Er. Toda su infancia la había pasado esperando hacer algo importante por su familia, por ella y por su honor. Y coronarse como vencedora no sólo le permitiría ganar un cordero gordo y enorme, también la convertiría en una muchacha atractiva para los señores más importantes de la región y de las aldeas cercanas. Le daría poder, eso quería ella, el poder para tomar decisiones en una tierra donde la libertad era escasa y abundaban el hambre, la nieve y la muerte. Y la gente de la aldea Forah, en las montañas de Balardia, estaba acostumbrada a las pruebas, a demostrarle a la muerte que merecían vivir. La primera era al nacer, nada más abrían los ojos debían sobrevivir a ser lanzados a las aguas gélidas. Dos hermanos y una hermana de Eris no lo habían logrado. Luego, las jóvenes debían someterse a
—¿Por qué no estás feliz, hija? Todo ha salido mejor de lo que esperábamos. Desposarte con el rey no se compara a hacerlo con Darko. Darko era el dueño de la taberna de la aldea. Había hecho fortuna vendiendo aceite de pescado y guardaba tiernas miradas para Eris. Era un hombre mayor, de modales burdos y aroma a pescado rancio, pero era lo mejor a lo que una mujer en aquella aldea podía aspirar. Eris se había resignado a convertirse en tabernera y llenarse de críos con aroma a pescado. Su familia se lo agradecería y no faltaría pan en la mesa para sus hermanos. —Ya no tendrás que oler a pescado —le dijo su hermana menor—. El rey debe oler muy bien y dicen que es muy guapo. —Huele a sangre —afirmó Eris—. No tengo pruebas, pero estoy segura. Lo persigue el tufo de la muerte y a través de su hombre ha hecho que yo huela a lo mismo. Oler a pescado sería una bendición. Una bofetada de su madre la hizo callar. —No hables así de tu futuro esposo, insensata. Le deberás honor, obedi
La esperanza chorreaba del corazón de Eris como el hielo que se aguaba en los techos al menguar el frío.El rey hizo llamar a alguien y volvió a tener frente a ella a la bestia que la había convertido en una. Las sombras de su antiguo mundo se negaban a dejarla ir. —¿Me habías dicho que la chiquilla había matado a otra con sus propias manos, Nov? —cuestionó el monarca, enarcando una ceja. —Así fue, majestad. La vi con mis propios ojos rebanarle el cuello sin piedad. —¡¿Y por qué huele a perfume?! ¿Acaso con ese vestido escaló el monte arrastrando una roca? ¡Te pedí una hembra silvestre y me has traído a una princesa! La furia en su potente voz hizo a Eris parpadear. —Majestad, así ha sido, ella es una fiera. Su naturaleza indómita se oculta bajo esos finos ropajes. Debe haber sido obra de las siervas, han querido que estuviera presentable para usted. —Las siervas, ¿eh? Ya hablaré con esas insensatas. He sido muy blando con ellas y puede que contigo también. El hombre salió, con
Aquella mañana Eris dejó su lecho creyendo que se convertiría en reina y sería la mujer más poderosa de toda Balardia. Ella, Eris, la de los cabellos negros, había sido solicitada por el mismísimo rey para convertirla en su consorte. Honor y gloria para su familia, que ahora recolectarían oro; poder y riquezas para Eris, que sería coronada reina. Desde la ventana de sus aposentos había seguido los cambios de la luna, sin que de sus pensamientos saliera el rey. Se vio a sí misma añorándolo mientras la luna menguaba. Pronto estaría oscura y volvería a verlo. Con la nueva confianza que le daba su posición, ella se había aventurado a recorrer el palacio y descubrió que estaba en una pequeña residencia apartada del edificio principal. Ella no podía salir, pero las siervas llegaban para servirla a la hora de las comidas. —¿Cómo está el rey? —les preguntó mientras ellas ponían la mesa. Vio a Dara rodar los ojos y fue Sora quien contestó. —Él está muy bien, como siempre. Muy ocupado co