En el mundo siempre ha habido decisiones que pueden cambiar la vida de alguien por completo. La joven Eris jamás imaginó el rumbo que tomaría su destino al someterse a la prueba de Qunt’ Al Er.
Toda su infancia la había pasado esperando hacer algo importante por su familia, por ella y por su honor. Y coronarse como vencedora no sólo le permitiría ganar un cordero gordo y enorme, también la convertiría en una muchacha atractiva para los señores más importantes de la región y de las aldeas cercanas. Le daría poder, eso quería ella, el poder para tomar decisiones en una tierra donde la libertad era escasa y abundaban el hambre, la nieve y la muerte. Y la gente de la aldea Forah, en las montañas de Balardia, estaba acostumbrada a las pruebas, a demostrarle a la muerte que merecían vivir. La primera era al nacer, nada más abrían los ojos debían sobrevivir a ser lanzados a las aguas gélidas. Dos hermanos y una hermana de Eris no lo habían logrado. Luego, las jóvenes debían someterse al Qunt’ Al Er. El sólo sobrevivir ya las dejaba en un nivel superior a las demás. Sus padres, humildes campesinos recolectores de frutos y semillas en los bosques del interior, habían sido bendecidos por los dioses con una hija hermosa, de piernas firmes y fuertes que haría mucho más por ellos que ayudarlos a recolectar los regalos de la tierra. Eris no tenía miedo, su corazón estaba decidido y su estómago rugía de hambre. Se ató la cuerda a la cintura y estuvo lista. Debía aventurarse a escalar un monte arrastrando una enorme roca tras ella y regresar cargando un huevo de águila real, que anidaba en algún lugar de la cima. Las primeras vencidas no lograron llegar a la mitad. Eran muchachas débiles, que tendrían hijos débiles, una carga para Forah y sus familias. Dos días tardó Eris en llegar a la cima, con los miembros entumecidos y el hambre devorándole los sesos. Al tercero halló un nido con cuatro huevos. Guardó tres en su morral y se comió el otro. A mitad de camino de regreso se encontró con Lua, una de sus contrincantes. Habían crecido juntas y cogieron fuerzas al calor de una fogata, zampándose un huevo más. Al cabo de cinco días, las gentes de Forah, agolpadas en el piedemonte, vieron la llegada de dos vencedoras, cada una con un huevo. El gobernador salió a recibirlas. Eris y Lua apenas se sostenían en pie y sólo los aplausos y alabanzas de sus familias las alejaban del desmayo. —Un momento —dijo un hombre, vestido con gruesas pieles que debían ser muy costosas—. Hay un solo premio, no puede haber dos ganadoras. —¡Compartiremos el honor! —repuso Eris y el hombre rio con burla. —Tal vez el honor pueda compartirse, pero hay un solo cordero. ¿Quién se llevará la cabeza y quién el trasero? Las gentes rieron. —¡Un humilde trasero de cordero es mejor que nada! —insistió Eris. Las gentes rieron más todavía, el hombre apretó los labios en una firme línea. —Sólo habrá una ganadora —sentenció y lanzó frente a las mujeres un machete. Ya nadie rio. Ese hombre, fuese quien fuera, tenía más autoridad que el mismo gobernador, que estuvo de acuerdo con lo exigido. —¡No, no, no! Mi señor, tenga piedad —rogó Eris, de rodillas y con la cabeza pegada contra la tierra escarchada. Cuando alzó la vista, Lua blandía el machete hacia ella. El tiempo que Eris había tardado en reprochar un acto aberrante, Lua lo había usado para ponerse en ventaja. Su cándido rostro estaba surcado por una mueca de ira salvaje y desesperación absoluta. No dudaría en despedazarla, ella había tomado una decisión. Limpiándose las lágrimas que el frío escarchaba en su rostro, Eris se puso de pie y antes de que Lua lograra su ataque, le lanzó el huevo contra la cara. Cegada y aturdida por el repentino movimiento, quedó a merced de Eris, que le quitó el machete y pegó el filo contra su cuello. —¡He vencido! ¡Yo he ganado! —proclamó. —Todavía no —aclaró el hombre. La muchedumbre rugió, como lobos hambrientos que se tragaron los llantos y súplicas de piedad. La cabeza de Eris se congeló, su corazón helado latió más lento que nunca; el tiempo se detuvo. La muerte aguardaba a la perdedora y no quería morir, todavía era demasiado pronto, aunque más tarde se arrepentiría. No sintió su mano aferrando el machete, ni la sangre caliente que la cubrió al rebanar el cuello de Lua, tampoco oyó su cuerpo caer sobre la nieve. Eris miró hacia el cielo, donde las nubes tapaban el camino de la luz, mientras su familia la abrazaba y la de Lua se retiraba ante tanto deshonor. No había victoria, la felicidad que creyó que la inundaría había sido un engaño, las bestias se la habían arrebatado. Las bestias eran las que sobrevivían en Forah y ya era una de ellas. —¡¿Quién ha sido ese hombre que ha retorcido de tal modo mi destino, madre?! —preguntó Eris cuando la muchedumbre se dispersó. —¡No lo creerás, hija! ¡Ha sido un hombre del rey! Ha venido a ver la competencia buscando una doncella digna para su majestad. Ya habló con tu padre. ¡Servirás al rey y hasta podrás desposarte con él, hija, no hay honor más grande! El dios Ebrón nos ha bendecido. La sangre de Lua derretía la escarcha y se enfriaba. El sufrimiento para ella había terminado. Por instantes, Eris deseó estar en su lugar.—¿Por qué no estás feliz, hija? Todo ha salido mejor de lo que esperábamos. Desposarte con el rey no se compara a hacerlo con Darko. Darko era el dueño de la taberna de la aldea. Había hecho fortuna vendiendo aceite de pescado y guardaba tiernas miradas para Eris. Era un hombre mayor, de modales burdos y aroma a pescado rancio, pero era lo mejor a lo que una mujer en aquella aldea podía aspirar. Eris se había resignado a convertirse en tabernera y llenarse de críos con aroma a pescado. Su familia se lo agradecería y no faltaría pan en la mesa para sus hermanos. —Ya no tendrás que oler a pescado —le dijo su hermana menor—. El rey debe oler muy bien y dicen que es muy guapo. —Huele a sangre —afirmó Eris—. No tengo pruebas, pero estoy segura. Lo persigue el tufo de la muerte y a través de su hombre ha hecho que yo huela a lo mismo. Oler a pescado sería una bendición. Una bofetada de su madre la hizo callar. —No hables así de tu futuro esposo, insensata. Le deberás honor, obedi
La esperanza chorreaba del corazón de Eris como el hielo que se aguaba en los techos al menguar el frío.El rey hizo llamar a alguien y volvió a tener frente a ella a la bestia que la había convertido en una. Las sombras de su antiguo mundo se negaban a dejarla ir. —¿Me habías dicho que la chiquilla había matado a otra con sus propias manos, Nov? —cuestionó el monarca, enarcando una ceja. —Así fue, majestad. La vi con mis propios ojos rebanarle el cuello sin piedad. —¡¿Y por qué huele a perfume?! ¿Acaso con ese vestido escaló el monte arrastrando una roca? ¡Te pedí una hembra silvestre y me has traído a una princesa! La furia en su potente voz hizo a Eris parpadear. —Majestad, así ha sido, ella es una fiera. Su naturaleza indómita se oculta bajo esos finos ropajes. Debe haber sido obra de las siervas, han querido que estuviera presentable para usted. —Las siervas, ¿eh? Ya hablaré con esas insensatas. He sido muy blando con ellas y puede que contigo también. El hombre salió, con
Aquella mañana Eris dejó su lecho creyendo que se convertiría en reina y sería la mujer más poderosa de toda Balardia. Ella, Eris, la de los cabellos negros, había sido solicitada por el mismísimo rey para convertirla en su consorte. Honor y gloria para su familia, que ahora recolectarían oro; poder y riquezas para Eris, que sería coronada reina. Desde la ventana de sus aposentos había seguido los cambios de la luna, sin que de sus pensamientos saliera el rey. Se vio a sí misma añorándolo mientras la luna menguaba. Pronto estaría oscura y volvería a verlo. Con la nueva confianza que le daba su posición, ella se había aventurado a recorrer el palacio y descubrió que estaba en una pequeña residencia apartada del edificio principal. Ella no podía salir, pero las siervas llegaban para servirla a la hora de las comidas. —¿Cómo está el rey? —les preguntó mientras ellas ponían la mesa. Vio a Dara rodar los ojos y fue Sora quien contestó. —Él está muy bien, como siempre. Muy ocupado co
Los sueños de Eris de convertirse en reina seguían floreciendo a mediodía, cuando Sora y Dara llegaron a buscarla para escoltarla al palacio. Dara la miró con sorpresa, Sora no se atrevió a mirarla. —¿Qué te pasó en el ojo, Sora? ¿Acaso lo mismo que a Dara en la oreja?Ninguna de las siervas contestó y siguieron caminando delante de ella como un par de hormigas.—No he hecho con el rey lo que hacen los hombres y las mujeres, pero sí que se encargó de manchar con sangre el vestido. Creo que he visto su peor cara, el lado oscuro de su corazón.Las siervas la ayudaron a instalarse en los nuevos aposentos, tan finos y bellos como los anteriores. Cuando salían, Dara la miró de reojo y murmuró.—¿De verdad crees que el rey tiene corazón?El sueño de Eris de convertirse en regia soberana acabó al atardecer, con la puesta del sol. El ocaso la encontró en una sala, en el área del palacio donde compartiría habitaciones con cinco mujeres más. Eris se había convertido en la sexta esposa del rey
El grito del soldado Asko se silenció, pero su eco siguió oyéndose en el latir de los corazones atemorizados de los presentes, que se miraron unos a otros, como si todos fueran protagonistas del mismo sueño.El monarca clavó sus ojos en el hombre que dirigía el espectáculo. El grito le había hecho temblar las rodillas y caer sobre las gradas, pero se recompuso, sosteniéndose del siervo que lo acompañaba. —Esta... Esta afrenta sin precedentes no puede ser pasada por alto. ¡La historia no será reescrita por un simple esclavo! El reino decidirá si el infame que ha desafiado al dios Ebrón deberá pagar con su vida por su osadía. Manifiéstense.Una ola de murmullos se expandió por el público, turbados todavía por el remezón de haber oído un sonido con sus almas mismas. El rey se impacientaba con la tardanza y pidió más vino. Eris habría deseado aunque fuera una gota porque tenía la garganta seca.—¡Manifiéstense! —volvió a pedir el hombre y desde algún lugar de la arena, alguien gritó.«¡Q
Con los fríos ojos de Nov se encontró Eris al despertarse en medio de la noche. Él habló y su aliento se sintió igual de gélido que el aire de las montañas de las que la sacó. —Vístete, el rey solicita tu presencia. Eris se puso un vestido, el primero que encontró. Quiso peinarse el cabello, pero no tenía sentido. Y que Nov fuera por ella y no alguna sierva lo tenía menos aún. El hombre la esperaba en el pasillo. En cuanto la vio, la empujó contra el muro y comenzó a tocarla por todas partes. Eris gritó, creyéndose presa de un vil ataque hasta que Nov encontró la daga que él mismo le había dado y que ella llevaba oculta entre las ropas. Se la guardó en el cinto y emprendió la marcha. —No seas estúpida —dijo antes de doblar unos pasos más adelante—. Sólo los tontos pelean batallas que ya están perdidas. Eris siguió andando tras él, segura de que no era ninguna tonta. Los tontos eran los que se rendían sin intentarlo. Si no lo intentaban, no podrían ganar. Una melodía empezó a oí
Eris llegó al comedor y el puesto junto a ella permaneció vacío todo el tiempo que duró el desayuno. La muchacha que tanto temía ser la siguiente en desaparecer parecía haberlo sido por fin y nuevamente nadie mencionó nada sobre su ausencia. Los temores que la hacían temblar se habían convertido en una profecía ineludible y Eris supo que se le acababa el tiempo, así que fue con Eladius. Que el rey fuera un hombre ocupado, con tantas esposas y otras mujeres para entretenerse le daba la ventaja de la poca importancia. A nadie le importaba que ella anduviera dando vueltas por ahí, hasta su nombre era sabido sólo por unos pocos. Nadie preguntó nada cuando Eladius salió con ella del palacio para dirigirse al templo. Si lo hubieran hecho, ella habría dicho que iría a dejar unas ofrendas florales para el dios Ebrón por la gloria del rey y el reino. Sospechaba que incluso la habrían escoltado.La grandeza del templo y su monumental belleza la hizo inclinar la cabeza y entró siguiendo al much
Eris se atrevió a mirar cuando, al grito de sorpresa de la multitud, le siguió uno más embravecido aún. En la arena, el Asko seguía de pie pese al golpe que a otro hombre habría mandado a volar luego de romperle varios huesos. Alter, colérico, puso en movimiento la bola una vez más y le asestó un golpe en la pierna izquierda, cerca de la corva de la rodilla. Debió partirla en dos, pero sólo lo desestabilizó un poco. —¿De dónde has sacado a semejante prisionero? —preguntó Darón, muy asombrado por la resistencia del Asko.—De Balardia —mintió el rey—. Si así son nuestros esclavos, imagina cómo son nuestros soldados. —La fuerza y resistencia son meras galanuras si la voluntad se ha perdido —repuso Darón—, y ese hombre parece anhelar morir. No hay goce en una batalla así. No es batalla, es masacre. El rey apretó la mandíbula. Justo ahora el Asko no quería pelear, pero bien que había matado antes a su mejor peleador.Alter se posicionó a un costado del Asko, hizo girar tres veces la bo