XVIII Amuletos

Como una mujer nueva se sintió Eris al salir de su lecho por la mañana. En su encuentro con el Asko había dejado atrás a la joven sacada de su frío hogar y llevada a un palacio más frío todavía. Era una mujer más fuerte ahora, una con un propósito más claro y determinada a cumplirlo sin miramientos.

Mientras las dos esposas empalidecían y apenas probaban bocado en la mesa, Eris se aseguraba de alimentarse como era debido, para que sus piernas y brazos, lejos de la vida dura de las montañas, no se convirtieran en los escuálidos y enclenques miembros de una reina.

Las esposas hermanas se habían rendido y ya sólo aguardaban la muerte, mientras ella había encontrado una razón más para vivir.

Eladius volvió al palacio y esperó a que Eris fuera con él para retomar las clases de lectura. Se encontró a la mujer inmersa en labores de jardinería, frente a las puertas del palacio.

—¿Has cambiado las letras por las plantas? Tienes una mente inquieta a la que es difícil seguirle el ritmo —coment
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