XVII Consumación

El tibio calor que manaba del cuerpo del Asko le daba a Eris el valor para continuar. Aunque había visto al rey fornicar con sus mujeres, ser ella la que recibía tales atenciones era muy diferente. La sangre le ardía en las venas, su cuerpo entero había caído bajo los encantos del prisionero bestial, que arrancaba cabezas con sus manos, pero que a ella la acariciaba con una delicadeza conmovedora. La veneraba con sus besos, la extasiaba con su toque.

Un sonido que Eris no reconoció como suyo brotó de su boca cuando las manos del Asko le acariciaron las piernas bajo el vestido. Sintió vergüenza, pero al ver que él respondía con sonidos similares de gozoso placer, le dio libertad a su boca de sonar como le naciera.

Eris gemía, con los dedos del prisionero tocándola donde nunca nadie había estado. Fue sutil primero y al ver que ella era receptiva, la invadió con ellos, acabando así con su pureza.

Los dedos del Asko entraban y salían del cuerpo de Eris, que había empezado a mover su
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