Como una mujer nueva se sintió Eris al salir de su lecho por la mañana. En su encuentro con el Asko había dejado atrás a la joven sacada de su frío hogar y llevada a un palacio más frío todavía. Era una mujer más fuerte ahora, una con un propósito más claro y determinada a cumplirlo sin miramientos. Mientras las dos esposas empalidecían y apenas probaban bocado en la mesa, Eris se aseguraba de alimentarse como era debido, para que sus piernas y brazos, lejos de la vida dura de las montañas, no se convirtieran en los escuálidos y enclenques miembros de una reina. Las esposas hermanas se habían rendido y ya sólo aguardaban la muerte, mientras ella había encontrado una razón más para vivir.Eladius volvió al palacio y esperó a que Eris fuera con él para retomar las clases de lectura. Se encontró a la mujer inmersa en labores de jardinería, frente a las puertas del palacio.—¿Has cambiado las letras por las plantas? Tienes una mente inquieta a la que es difícil seguirle el ritmo —coment
Eris y las otras dos esposas esperaban frente a las puertas del salón de fiestas. Ellas estaban cogidas de la mano y tenían la expresión desesperanzada de ser conducidas al matadero. Balbuceaban entre ellas, Eris supuso que oraban. Quiso orar también, pero habían demasiados pensamientos pululando en su cabeza, la mitad sobre lo que planeaba hacer el rey y la otra sobre el Asko.Besó la pulsera con las piedras naranjas y suspiró, al tiempo que Nov abría las puertas para ellas. Las hermanas no se movieron, sólo temblaban en su lugar y Nov las apuró con su mirada autoritaria.—Yo soy la tercera, no puedo entrar de las primeras —les recordó Eris y sólo así avanzaron, jalándose una a la otra.El rey las esperaba sentado en su sillón, con la nariz enrojecida y una copa de vino en la mano. Ellas se detuvieron sobre una alfombra de cuero y Eris la miró, preguntándose si sería la que estaba hecha de la piel de la esposa fugitiva. Le pareció ver, cerca de una pata del sillón, una marca que par
«Si el rey muere, yo lo seguiré», había pensado Eris al ver a la segunda esposa aferrar algo filoso en la mano con claras intenciones de atacar al monarca. Si el rey moría, ¿para qué necesitarían seguir existiendo sus esposas? Y si era una de ellas quien le daba muerte, las otras pagarían con su vida sólo por compartir tal título. En un fugaz parpadeo vio a la reina Ilna y a sus damas agitarse mientras se convertían en banderas humanas. Ella no sería una más, no si podía evitarlo a cualquier costo y fue así que su cuerpo actuó con la velocidad de un reflejo y lo siguiente que sintió fue el pasador incrustándose en su carne. Recordó oír al rey gruñendo como una bestia salvaje mientras acababa con las hermanas, recordó también que él le habló con algo parecido a la dulzura y la besó. Salió del lecho de un brinco y fue a enjuagarse la boca en el agua que vertió en un lavatorio. Sucia y confundida, así se sentía. Ella vivía luego de una noche de horror, ¿acaso para ser colgada
Eris caminó hacia donde el Asko aguardaba. Él la rodeó entre sus brazos en cuanto la tuvo a su alcance y ella le apoyó la frente en el pecho, con los barrotes de por medio.—He visto tu rostro incluso en mis sueños, como si hubieran pasado mil vidas desde la última vez que te tuve entre mis brazos. Te añoro como a la luz del sol. Incluso he deseado nuevos combates si volver a estar contigo es mi recompensa. ¿Qué hay de ti? ¿Me has extrañado? ¿Por qué hueles a sangre? Eris soltó un suspiro cansado y habló sin buscar los ojos del prisionero.—Ha sido un accidente, nada grave. Si tú me añoras como a la luz del sol, yo lo hago como a su calor. Nací en las montañas y el frío caló en mis huesos desde que mis ojos se abrieron a la vida. Sólo a tu lado ese frío no existe. El Asko sonrió, complacido por sus palabras y buscó su boca para besarla lentamente, controlando los deseos de poseerla que surgían voraces nada más olía su prodigiosa esencia danzando en las mazmorras que hedían a orines.
Sumergida en su tina en el palacio, Eris se esforzaba por quitar de su cuerpo todo rastro de la presencia del rey. Su tacto era más difícil de borrar porque se había grabado en sus memorias, donde sólo habitaba el Asko. Si ambos recuerdos se enfrentaban, estaba segura de cual ganaría y permanecería con ella hasta el final de sus días. Yacer con Erok en el lecho era simplemente una tarea infame, como lo era limpiar los baños o los desechos de los animales. Alguien debía hacerlo y si aquello aseguraba su posición, no iba a negarse. Dejó sus aposentos usando sus nuevos y hermosos ropajes y, tras desayunar con su esposo, lo acompañó a una audiencia con gente de la corte. Desde un rincón ella ponía atención a todo lo que los hombres decían. —El año pasado, las inundaciones destruyeron las cosechas hacia el sur. Debemos prepararnos e incautar todo lo que podamos para cuando llegue el mal tiempo —dijo un hombre que luego supo que era el gobernador de la región. —Podemos añadirlo a la r
Pese a la distancia que los separaba, Eris sintió el peso de la mirada del Asko sobre ella. Sintió hasta su ira. Las trompetas sonaron y comenzó el choque de espadas de los bandos que se enfrentarían a muerte. Y pronto cayeron los primeros muertos. Una espada apenas rozó el cuello de uno, pero se precipitó al suelo. A otro, la filosa hoja de metal se le clavó entre el brazo y el costado y salió del otro lado tan limpia como había entrado. Cayó al suelo también. Era una masacre, pero ninguna gota de sangre había manchado todavía la arena y, en las gradas, las gentes se miraban unas a otras, confundidas.—¿Qué está ocurriendo? ¿Qué es lo que hacen estas escorias? —preguntó el rey al presentador, que se veía tan perdido como los demás. El hombre se encogió de hombros y recompuso pronto. Envió a otro a exigirle explicaciones a Mort, el entrenador.En la arena, los alaridos de los supuestos heridos provocaban escalofríos. Nunca antes demostraron tanto dramatismo y dolor quienes acostumb
Por vez primera, el regreso de los prisioneros a las mazmorras luego de la arena no fue silencioso. En la habitual marcha fúnebre ahora reinaba el jolgorio, en el que se mezclaban la alegría de seguir vivos con la incredulidad. Muchos habían dudado de que la idea del Asko de un combate fingido rindiera frutos. Dudaron también de que el hombre que tuvieran en frente atacara de mentira y acabaran traicionándose unos a otros, pero confiaron y la fe los había vuelto victoriosos. Tanta era la dicha que los insípidos alimentos que recibieron les supieron a los más deliciosos manjares.—¿Alcanzará para todos? —preguntó un prisionero, desatando una ola de risas, pues nadie esperaba que fueran tantos los que regresaran.—Si no alcanza, compartiremos —repuso otro y los hombres se miraron con un brillo de fraternidad iluminando sus ojos.Los rivales que peleaban a muerte hoy se habían convertido en hermanos. Alter llegó al primer lugar en la fila para recibir comida y le entregó su pocillo al
*De regreso en el valle del Zazot después de una vida entera de exilio, una gran fiesta recibió a Akal, el hijo menor del alfa Asraón, quien había muerto en la guerra hacía algunos años. La estirpe de Asraón dominaba todo el valle al este del río Irs y se esperaba que Akal liderara la manada Blanca, tras reclamar el trono que su tío, el alfa Dom, había usurpado en su ausencia. Entre los Lyaks, seres licántropos que fusionaban la esencia humana con la ferocidad de los lobos, Akal se erguía con un porte que evocaba la nobleza de su padre. Su rostro, sereno y pulcro, capturaba la atención de muchas doncellas, pero él, decidido y enfocado, ignoraba sus miradas. Su mente estaba fija en un único propósito, sin dejar que las distracciones lo alejaran de su camino como ya lo había hecho su frágil salud. Sin embargo, todo cambió cuando sus ojos se posaron sobre ella.*Sólo el sonido de los grilletes se oyó en el gran salón, que se silenció con la llegada de los invitados especiales. Los pri