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Capítulo dos

Era una casa grande, con una amplia entrada y un jardín impoluto, ni una hoja de más, ni una flor fuera de su lugar. Cuando llegó al rellano la puerta se abrió, del otro lado había una pareja con los ojos rojos e hinchados.

— Señor Rodrigo, señora Susana — primera frase bien, ahora llegaba la difícil —. Soy el agente de homicidios Freire — no había terminado la frase cuando la mujer exhaló un grito y el hombre se llevó una mano a los labios intentando silenciar el suyo — Debemos hablar.

La pareja se sentó en el sofá, sobre la mesa había un sin fin de pañuelos de papel usados. Necesitarán más, pensó.

— Esta mañana, encontraron a una joven en el río Pigrumo — sus mentes ya habían imaginado la peor de las catástrofes —. Acabamos de identificar a la joven, gracias a su denuncia.

— Pero ¿Cómo? —  su voz era apenas un hilo.

— La encontraron a orillas del rio — otra parte difícil —. Hay indicios de que la muerte no fue natural, ni accidental.

— ¿La asesinaron? — Susana abría la boca, pero no salía ninguna palabra, fue Rodrigo quién habló en su lugar.

— Llevó la investigación y me gustaría que respondieran a algunas preguntas. Cuanto antes pueda empezar, antes descubriremos que ha ocurrido — Hablaba despacio, dejando que el aire circulara entre las palabras para que pudieran asimilarlas.

— Necesito una infusión doble — intentó levantarse, pero sus piernas temblaban inestables. Estaba a punto de romperse.

— Las preparo yo, también necesito una. — las lágrimas bañaban los ojos de Rodrigo, sus piernas temblaban, pero consiguió dar unos pasos sin caerse.

—Me podían indicar dónde está la habitación de la joven — ellos necesitaban tiempo para digerir la noticia —. Les prometo que no tocaré nada que no sea imprescindible.

— Suba las escaleras —su voz era inaudible —. La primera habitación de enfrente, es la de ella.

— Gracias — cuando subió los peldaños escuchó como Susana se rompía en mil pedazos, su marido la abrazó intentando recogerlos, pero no podía ni recoger los suyos. Hizo como que no escuchaba el llanto y el grito desgarrador. Ese momento era para ellos, necesitaban arrojar ese cóctel de sentimientos al exterior antes de que explotaran en su pecho. Sabía, por experiencia, que luego se encontrarían mejor y que esos pedazos rotos cortarían como cuchillas.

En la planta superior había una pequeña mesa con tres sillas, en el centro, en frente, una puerta con un letrero de madera con unas letras pirograbadas: Mi lugar.

La habitación estaba ordenada, aunque llena de trastos; algo muy propio de la juventud. Observó a la derecha, destacaba una estantería llena de libros, con recortes de famosas cantantes y actrices, unos muñecos y cajas en las últimas baldas. Una cama individual que escondía cajas cerradas. Al fondo había un armario lleno de ropa deportiva y vaquera, era tendencia ese año, pero no había ni un solo vestido, ni una falda. Al lado, un tocador lleno de cremas antiacné, habia visto la mitad anunciada en la televisión. En un lateral había una puerta al baño individual, donde había una cesta de ropa sucia, toallas limpias, geles y cremas corporales.

Se colocó los guantes y empezó a registrar la estantería con cuidado, con cariño, teniendo en cuenta lo que significaban para la pareja que estaban, destrozadas, en la planta de abajo.

Una planta carnívora, vuelven a estar de moda. Una muñeca de trapo con la forma de una bruja. Libros de fantasía y amores imposibles. Una caja de música que parecía nueva; la abrió y comenzó a sonar la melodía del lago de los cisnes, en su interior había unas fotos de la joven abrazada a otra muchacha. En las imagenes no sólo había amistad y cariño, también había complicidad.

En la última balda había una enorme caja llena de cartones, papeles de colores, sellos y una libreta a medio hacer. Parecía un proyecto de encuadernación; guardó la caja sintiendo que había desvelado un secreto, una sorpresa que nadie recibiría.

Se dirigió al tocador. En el primer cajón había un álbum de fotos, donde aparecía una niña dando sus primeros pasos, había una pareja comiéndosela a besos y abrazándola, parecían una familia de película. Al llegar a los siete años, aproximadamente, ya no había más fotos, sólo páginas en blanco.

En el segundo cajón había bolígrafos, material de dibujo y un paquete de pilas medio abierto. En el tercero vio una libreta negra, pequeña, las carillas estaban divididas en tres columnas, en la primera unas siglas, en la segunda una cantidad y en la tercera otra cantidad mayor. Parecía una libreta de cuentas, ocupaba unas cinco hojas. Al final de la libreta, las últimas páginas estaban pegadas. Sacó su navaja multiusos, siempre la llevaba encima, y cortó las páginas con mucho cuidado. Había un compartimento secreto lleno de billetes y una nota. La leyó con cuidado e introdujo el objeto en una bolsa de pruebas.

Abrió las cajas que estaban debajo de la cama. Una estaba llena de peluches viejos, a algunos le vendrían bien un buen lavado y otros hace años que tendrían que estar en el basurero. En otras cajas había objetos, fotos, joyeros, alguna prenda de ropa que no era de su talla; eran recuerdos de sus padres. Freire sintió un golpe en el centro del pecho, un recuerdo doloroso que luchaba por atravesarlo.

Una familia que ha conocido la muerte demasiadas veces.

Bajó la escalera con la bolsa en la mano. Susana y Rodrigo estaban lamiéndose las heridas, listos para sus preguntas.

— ¿Su sobrina les dijo a donde se dirigía? — Sacó el móvil y seleccionó la función de grabadora; a otros agentes les gusta usar la libreta, pero él prefería escuchar la timidez y la incertidumbre en las palabras.

— No sabíamos que había salido hasta que la llamamos para cenar — Rodrigo agarró la mano de su mujer —. La última vez que hablé con ella subía las escaleras hacia su habitación.

— No he visto libros, ni ningún ordenador en su habitación. — apuntó.

— Hay un despacho arriba, donde tengo mi material de costura — intentaba forzar las cuerdas vocales para hacerlas sonar —, hay un escritorio con sus cosas. A veces se llevaba material a su habitación y cuando terminaba volvía a dejarlo en su lugar.

— Me gustaría llevarme el ordenador para que lo vieran los informáticos y — seguía faltando un objeto, uno que no se encontró ni en el cadáver ni en la escena del crimen — el móvil, no lo hemos encontrado.

— Pueden llevarse lo que quieran — observaban la bolsa plástica con curiosidad —. El móvil — pensó—, nunca se despegaba de él.

— Supongo que estará en el río — nota mental — ¿Saben si su sobrina vendía objetos, manualidades o cosas que hiciera ella misma?

—Le gustaba hacer encuadernaciones y dibujar. A veces, hacia diseños para mis telas — El labio le temblaba, su marido la abrazo y se sumaron en un llanto.

— ¿Estaba trabajando fuera de clase? ¿O realizando alguna actividad económica?

— No le faltaba de nada — Ricardo lo observaba sin saber dónde quería llegar.

—Comprendo — abrió la bolsa con sumo cuidado. Sus dedos embutidos en guantes parecían enormes salchichas agarrando un pequeño cuaderno negro — ¿vieron esto alguna vez?

Mostró el cuaderno con cuidado, la pareja observó las siglas y los números sin entender que estaba viendo. Sus rostros palidecieron aún más, si eso era posible, cuando vieron el dinero escondido.

Con cuidado abrió la nota: “todos debemos pagar por lo que hemos hecho.”

— ¿Os dice algo esta nota? — sus caras parecían dos máscaras de cera.

— Ella es una buena chica, sea lo que sea, seguro que no es lo que parece — Rodrigo intentaba comprender que podía significar —. Nunca se ha escapado, nunca ha llegado borracha y es muy tímida, no tiene muchas amigas.

— Es una niña — Susana intentaba recuperar la fuerza que le faltaba — seguro que se refería alguna tontería de la juventud.

— Seguramente, pero debo saberlo todo — todos guardamos nuestros secretos ¿verdad? — ¿Cómo murieron los padres?

— Es la hija de mi hermana — tenía los ojos tan hinchados que parecían dos rayas rojas —. Cuando la pequeña tenía seis años y medio la dejaron a nuestro cuidado mientras ellos iban al cine. Llevaban unas semanas muy estresados con el trabajo y la niña. — tenía la mirada perdida en un lugar del pasado — Al volver, otro coche los golpeó. El conductor sobrevivió, aunque mal vive con una bombona de oxígeno en una silla de ruedas. Ellos, sin embargo, murieron en el hospital; mi hermana aguantó casi toda la operación, pero al final, su cuerpo se rindió.

—Lamento hacerle recordar sucesos tan terribles en estos momentos — agarró su móvil y le mostró una foto — ¿Saben quién es esta chica?

— Es Vanesa, en los últimos meses se han convertido en amigas inseparables — Rodrigo acariciaba la mano de su mujer — El instituto fue muy duro para ella.

— ¿A qué se refieren? — podía imaginar la respuesta.

— El año pasado tuvimos que hablar con el director, Óscar Vitas, ya que la niña llegaba a casa llorando y con moratones. En una ocasión le rompieron la mochila y los libros de texto.

— La llevamos a un psicólogo y el instituto tomó medidas — como siempre, la víctima es la que sufre y la que tiene que ir al especialista para que aprenda a con vivir con sus agresores —. Dejaron de molestarla físicamente pero no dejaron de hacerle el vacío, insultos y risas burlonas.

— ¿Y este año el abuso continuó? — siempre continúa, nunca desaparece del todo, se graba como un mal tatuaje.

— Era como un fantasma en la primera evaluación, sin embargo, cuando conoció a Vanesa, empezó a sonreír. Salía por las tardes para estar con su amiga — Susana sollozaba, ya no había lágrimas que derramar —.  Querían que las enseñara a confeccionar su propia ropa.

— Me gustaría tener los datos de la chica — se apuntó el nombre en su puzzle mental, era importante, su amiga, su confidente ¿quizás su amante?

Se apuntó la dirección de Vanesa, estaba a dos calles, en la zona conocida como las casas baratas, unas viviendas de protección oficial para familias con bajos recursos.

Salió de la casa sabiendo que dejaba un hogar destrozado. Agarró el móvil y vio un mensaje del forense. Ya tenía el informe completo.

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