— Dos veces en un día — Soltó de repente.
— ¡Ojalá nos viéramos por otro motivo! — Hacía un par de horas que había estado en aquella misma sala, solo que ahora había otro cadáver.— No me digas que el suicido tiene que ver con tu caso — Esbozó una media sonrisa.— Me encantaría decirte que no, pero aquí estoy — Se mesaba la barba con nerviosismo. El caso se estaba complicando, era cuestión de tiempo que empezaran a pedir resultados.— Pues, tenemos en la bandeja una joven de quince años que se le ocurrió la gran idea de tomarse unas pastillas causando una hemorragia interna — Se colocaron al lado de la camilla —. Esas pastillas, la destrozó por dentro. No hay órgano que no quedara afectado. Las arterias están hechas jirones, como si pequeñas bombas hubieran explotado por el torrente sanguíneo. Los espasmos fueron tan agudos que le desgarraron los músculos. — Movía la cabeza hacia los lados del horror. — No le desearía esta tortura a ningún enemigo. — Observó a Freire a los ojos, pocas veces había sentido tanta compasión por un suicida.— No creo que supiera lo que le ocurría si las tomaba — observó el cuerpo de la muchacha.—Estúpida adolescencia — dio un aviso a los tanatopractores para que empezaran a preparar el cuerpo —. Creen que lo saben todo, y prácticamente les acaban de quitar el biberón. — Se tocó la frente — ¿Se sabe algo de qué pastillas eran?— El laboratorio aún está en ello — una sobredosis de algo ¿pero de qué?— Nunca he visto un caso tan agresivo, en cuanto sepas algo infórmame.— ¿Tienes curiosidad?—Muchísima — Esbozó una amplia sonrisa.Necesitaba descansar, mientras dure la investigación se alojaría en un hostal del pueblo a tan solo cinco casas de la casa de Vanesa. La posadera, una mujer con afán de periodista, no dejó de hacerle preguntas mientras rellenaba la hoja de inscripción.Es un pueblo muy pequeño donde todos se conocen, y él era la novedad del año. No tardó en hablarle de lo horrible que había sido enterarse del asesinato de la joven Sandra, una buena niña que siempre tenía la mirada baja, por ello desde pequeña tropezaba con todo. El pueblo sufría por el atroz crimen, y con la herida abierta la joven, Vanesa se suicida, aunque era algo esperado.Vanesa fue abandonada por su padre cuando sólo era una niña. Su padrastro era un hombre muy agresivo, que no permitía que su mujer trabajara fuera de casa, y, a la vez, era un vago borracho incapaz de hacer nada por sí mismo. Mal vivían de la caridad y de algunas ayudas sociales.Cuando las dos muchachas se hicieron amigas, a nadie le sorprendió, pues ambas eran unas inadaptadas que pasaban desapercibidas. Nunca sé habían metido en líos, eran serviciales y tenían muy baja autoestima; de lo buenas que eran, parecían tontas.La posadera no paraba de hablar, no hacía falta hacerle preguntas, era el interrogatorio más fácil que había realizado en su vida.— ¿Sabías que Vanesa estaba mal de salud? — Parecían dos viejas cotillas.— Yo creo que el problema está en el agua o en la m****a que comemos — La mujer apretaba los labios y movía la cabeza — Hay varios muchachos en el pueblo que empezaron a enfermar. Sin ir más lejos el hijo de los Álvarez, ya no puede valerse por sí mismo. Era un muchacho normal, empezó a sacar unas notas increíbles, varias universidades se lo rifaban, y de repente, de un día para otro, empezó a olvidarse de las cosas, a perderse por el pueblo, incluso dentro de su casa. Lo han llevado a varios especialistas y no saben qué le pasa — Movía la cabeza con pesadez —. Y ahora esto — suspiro —. Espero que su alojamiento sea largo, pero que la investigación sea corta.— Eso espero — Agarró las llaves y subió al primer piso.Era una habitación sencilla, a la derecha había una cama enorme bañada por la luz de la ventana, a la izquierda un armario, de frente un baño completo, y en la esquina, un escritorio con vistas a la calle. Se asomó y vio a Pedro caminando de lado, estaba borracho y completamente ido; quizás la muerte de Vanesa le hizo más daño de lo que intentaba aparentar, o eso quiso pensar. Su abuela le decía que existe un demonio y un ángel dentro de nosotros, es nuestra decisión a cuál escuchamos.Dejó el móvil y el portátil sobre el escritorio; colocó su maleta dentro del armario y puso en las perchas la ropa. Se acostó en la cama mientras de fondo escuchaba las grabaciones del interrogatorio de los tíos de Sandra; parecían buena gente, habían hecho un buen trabajo sustituyendo a los padres, sin embargo, la pobre no había superado sus muertes. Después escuchó el interrogatorio de los padres de Vanesa, se le revolvía el estómago cada vez escuchaba la voz de Pedro, parecía oír la voz de su propio padre.— Ven aquí — hacía pocas horas que acababa de llover, la arena estaba empapada, al igual que toda la vegetación de alrededor —. Ni que estuvieras escapando de mí.— No escapo — el agua estaba congelada, pero eso no evitó que introdujera los pies en el agua.— No creo que sea fácil enfrentarse a ellos. — Hacía un dibujo en la arena mojada.— Nada lo es — se acercó una chica de ojos tristes y sonrisa tímida —. Pero si nosotros no luchamos, ¿qué futuro nos queda? No pienso pasarme la vida encerrada en este pueblucho, esperando a que alguien nos dé una paliza por ser distinta a ellos — Se sentó a su lado—. Nos merecemos ser felices.— No creo que la felicidad exista — removía la arena —, es un engaño que nos cuentan para que no nos quejemos de nuestra miseria, con la esperanza de algo que no llegará jamás.— Nos iremos de aquí — la agarró de la mano— sin mirar a atrás. Nos despediremos a lo grande, haciendo una enorme peineta — hizo el gesto.— Estás loca — sonrió.— Por tu sonrisa, siemp
Hace un rato que el despertador había dejado de sonar. Estaba duchado y vestido, ahora tocaba un buen desayuno. Tenía una llamada perdida de Armando, y un mensaje invitándolo a desayunar; aunque no le apetecía conducir hasta allí, sabía que el desayuno que le prepararía sería el mejor del mundo.Después del frío de la noche, el coche estaba empapado, y ,por supuesto, el motor no tenía ganas de trabajar; tardó diez minutos en arrancar.Cuarenta y cinco minutos después entraba en una vistosa cafetería. Desde la vidriera veías a los comensales desayunando y hablando de sus vidas como si estuvieran solos en el planeta. Se sentó en la barra donde Armando terminaba de cobrar un café; antes de saludarlo ya tenía un café bien cargado y un bizcocho de zanahoria recién horneado enfrente.— ¿Un caso duro? — lo veía reflejado en sus ojeras.— Es un puzzle al que le faltan muchas piezas — mojó un trozo de bizcocho en el café y se lo llevó a la boca —. No hay ningún móvil aparente, ni pista alguna.
Sintió el móvil vibrar, aparcó a un lado del arcén, debía comprarse un equipo de manos libres, pero siempre se le olvidaba. Cuando agarró el móvil, tenía varias llamadas y mensajes. El laboratorio tenía los datos y le pedían, no, le exigían, que acudiera a la comisaría de policía que se le había asignado para el caso. Al parecer el departamento antidroga quería hablar con él.Parece que las pastillas de Vanesa si eran una pista, otra pieza del puzzle.No los hizo esperar más, la comisaría de policía está cerca; en apenas diez minutos ya estaba en la sala de espera. En la recepción había dos policías uniformados.— Investigador Freire — se levantó uno de ellos—, le están esperando.Le siguió por la puerta de la derecha, justo enfrente había dos despachos, uno de ellos se lo habían asignado a él. Al fondo estaban los escritorios de los agentes y un poco más allá la puerta que llevaba a las celdas y a las salas de interrogatorio. Entró en el despacho que le habían asignado, olía a cerrado
Por la mañana, los estudiantes acudieron a clase como todos los días, dejaron sus mochilas en las taquillas pertinentes, y se fueron a sus aulas hablando como de costumbre. Dentro del aula, sus maestros, cerraron las puertas y les explicaron que no podían salir al pasillo en las próximas horas; en ese preciso instante se estaba produciendo una redada. Había policías registrando cada rincón, cada aula, y cuándo les llegara el turno, también les harían mostrar las pertenencias que tuvieran en los bolsillos y mochilas. Seguirían con las clases hasta que le llegara el turno a la clase de ser registrada.Muchos alumnos creían que era una broma, pero cuando escucharon a los agentes en los pasillos, sus rostros se tiñeron de color ceniza. Aquello parecía una película, una historia que alguien cuenta que le ocurrió a otra persona, que conoció a alguien, que dijo que. Hasta los más gamberros intentaron pasar desapercibidos, no fueran a llevarlos presos por el paquete de cigarrillos y las cervez
— ¡Vaya dos veces en un mismo día! — Armando le servía otro café — ¿Un mal día?— Más de lo que te imaginas — no solía hablar de los casos con nadie, pero Armando, era la excepción que confirma la regla.— Me apetece un café doble, bien cargado — Armando lo observó con los ojos muy abiertos. No es que quisiera un café, simplemente es que la apetecía algo más fuerte y él sabía que era.— Cúbreme — le hizo una seña a su compañero —, necesito unos minutos de descanso.— Por supuesto jefe — Le sonrío con picardía.— Ya sabes, cualquier cosa…— Me busco la vida — sonrío mientras guiñaba un ojo.— Buen chico — le respondió con el mismo guiño.Armando le hizo un gesto para que lo siguiera, no hacía falta, se conocía el camino perfectamente. No era la primera vez que estaba allí, y tampoco sería la última; aunque prefería una habitación acogedora donde no hubiera más ruido que sus gemidos, donde existiera algo más de intimidad, un lugar donde ducharse y tumbarse a descansar. Pero necesitaba al
La casa de los Álvarez era una de las que estaban más cerca del Ayuntamiento y por lo tanto del instituto. Era grande, con un enorme jardín; se notaba la diferencia de clases. Cuanto más cerca del centro, las casas eran más caras y lujosas, cuanto más alejadas, como la casa de Vanesa, más baratas y sencillas.Una mujer menuda le abrió la puerta y le indicó que la siguiera hasta el salón. Si la casa por fuera era espectacular, por dentro era increíble; acabados en mármol, tapicería lujosa, muebles a medida. Aquel lugar era una oda al dinero, al lujo y al despilfarro; había cientos de cuadros y tapices que para nada concordaban con el estilo, pero estaban expuestos para lucirlos.— Buenos días, Señora Álvarez —. La mujer hizo un gesto para qué se sentará —. Lamento avisarle con tan poco tiempo.— Comprendo que una investigación el tiempo apremia —. Arqueo las cejas.— Gracias por su comprensión — odiaba tratar con este tipo de gente — Me gustaría conocer en detalle cómo se enfermó su hij
Volvió a entrar en el instituto. A la derecha se encontraba el salón de actos, no era muy grande, pero estaba bien equipado con luces y sonido; al fondo estaba el escenario, y sobre él, unas sillas formando en círculo.Freire tuvo que pestañear dos veces, aquello era un interrogatorio no unas reuniones de alcohólicos anónimos, pero le servía para su función, al fin y al cabo, era lo que era, todo aquel teatro era para descubrir quién era el eslabón débil.— Espero que no le importe — recordaba aquella voz, y, sobre todo, aquella extraña sonrisa—, he colocado las sillas conforme me pareció más adecuado.— La colocación no está mal — Se subió al escenario y se colocó en la silla que daba la espalda al público. Era una norma en el teatro: jamás se le da la espalda al público. Pero en este caso el único público que le interesaba era el que él vería, no el que pudiera verle.— Creí que prefería sentarse aquí — le mostró la otra silla, justo la que estaba enfrente, la que se mostraba frente
Estaba sentado frente al escritorio, sobre él estaba el ordenador de Sandra y el móvil de Vanesa, desbloqueados y listos para ser profanados.Lo primero, los mensajes. Como dos buenas amigas, compañeras y amantes, no había secretos entre ellas. Hablaban sobre la vida en el instituto, de algún profesor que tenía unas tácticas muy bruscas y otro que hablaba para un público inexistente. Sin duda, su profe favorita era la de mates, decían que explicaba de forma que todos la entendían, incluso ellas. Por la conversación, pudo entender entre líneas, que las chicas tenían un concepto de sí mismas muy mediocre. Hablaban de sus planes de futuro, de los lugares que querían visitar, de cómo caminarían juntas por el espinoso camino que es la vida. Hasta sabían cómo decorarían la casa donde vivirían. Era como leer el cuento de la lechera, planes en una nube demasiado volátil para que cogieran forma.Pero había alguna pincelada en alguna conversación que era muy interesante.— La venta no sólo la ha