La primavera amenazaba con acercarse elevando la temperatura un grado. En la ribera, la vegetación espera ansiosa los primeros rayos del sol y una tierna hoja, con alma viajera, navegaba corriente abajo cuando choca con algo frío, blando y en putrefacción. — Qué nadie toque el cadáver — Grita alguien al fondo.— Dejad pasar al investigador — otra voz.— ¿Ha llegado el forense? — El agente Freire observaba el cadáver. Calculaba que tendría entre quince y dieciséis años. Le cortaron las alas demasiado pronto.— El forense está al lado del camino preparando el informe — el agente temblaba como un flan. El primer homicidio nunca se olvida. Después de tantos años, aún ve unos ojos azules vidriosos clamando justicia.— Llegas tarde — el forense lo observaba de reojo —. El perito judicial y el juez ordenaron el levantamiento del cadáver.— Entonces, llegó a tiempo — agarró el informe —. Ropa hecha girones con restos de ramas secas y algas. Le falta el calzado — leía con atención —, marcas en
Era una casa grande, con una amplia entrada y un jardín impoluto, ni una hoja de más, ni una flor fuera de su lugar. Cuando llegó al rellano la puerta se abrió, del otro lado había una pareja con los ojos rojos e hinchados.— Señor Rodrigo, señora Susana — primera frase bien, ahora llegaba la difícil —. Soy el agente de homicidios Freire — no había terminado la frase cuando la mujer exhaló un grito y el hombre se llevó una mano a los labios intentando silenciar el suyo — Debemos hablar.La pareja se sentó en el sofá, sobre la mesa había un sin fin de pañuelos de papel usados. Necesitarán más, pensó.— Esta mañana, encontraron a una joven en el río Pigrumo — sus mentes ya habían imaginado la peor de las catástrofes —. Acabamos de identificar a la joven, gracias a su denuncia.— Pero ¿Cómo? — su voz era apenas un hilo.— La encontraron a orillas del rio — otra parte difícil —. Hay indicios de que la muerte no fue natural, ni accidental.— ¿La asesinaron? — Susana abría la boca, pero no
— Hola perezoso — el cadáver estaba limpio y un tanatopractor saturaba el pecho —, tengo toda la información de tu chica.— Soy todo oídos — Agarró el móvil y empezó a grabar.— Tiene marcas en las muñecas, pero también alrededor de los brazos, y varias astillas clavadas — le mostró una bandeja con trozos llenos de restos de sangre y carne adherida —. Se las clavó estando viva, seguramente, intentaba aflojar las ataduras.— La ataron a un árbol. Encontraron restos de cuerda tiradas en las raíces — Empiezan a unirse las piezas.—La estrangularon hasta matarla — señaló las marcas del cuello —. No hay restos de agua en los alveolos — Freire se tocaba la barba —. Luego la arrojaron al rio, y empezó la maceración cutánea. Gracias a la temperatura fría la putrefacción se ha retrasado, así tiene un aspecto tan bueno — señaló el cuerpo —. No hay agresión sexual, una de las pocas jóvenes a su edad que aún es virgen — la observó con mirada paternal —. Algún animal se dio un festín con sus dedos
Siempre había tenido puntería para los asuntos más peliagudos, para los hechos más improbables, este era uno de ellos. A primera hora de la mañana un cadáver y en cuanto la noticia llegó a los oídos de esa pequeña comunidad ocurre un suicidio.La testigo principal, se ha suicidado. Vanesa, unos meses más pequeña que Sandra, su mejor e íntima amiga, aquella que podía dar luz al caso, se había tomado un sinfín de pastillas y había dejado las sobrantes sobre la mesilla de noche con una nota.“Aquí tenéis todo lo que necesitáis. Me voy junto quien me espera”La casa de Vanesa era muy diferente a las que había alrededor. Ser una familia humilde no era sinónimo de suciedad y abandono, excepto en su caso. El pequeño jardín de la entrada estaba lleno de trastos que no querrían ni las ratas. La casa parecía estar a punto de desplomarse.Marga lloraba desconsoladamente, agarraba una servilleta con las manos y le daba vueltas, su actual marido, Pedro, fumaba tranquilamente en la entrada de la cas
— Dos veces en un día — Soltó de repente.— ¡Ojalá nos viéramos por otro motivo! — Hacía un par de horas que había estado en aquella misma sala, solo que ahora había otro cadáver.— No me digas que el suicido tiene que ver con tu caso — Esbozó una media sonrisa.— Me encantaría decirte que no, pero aquí estoy — Se mesaba la barba con nerviosismo. El caso se estaba complicando, era cuestión de tiempo que empezaran a pedir resultados.— Pues, tenemos en la bandeja una joven de quince años que se le ocurrió la gran idea de tomarse unas pastillas causando una hemorragia interna — Se colocaron al lado de la camilla —. Esas pastillas, la destrozó por dentro. No hay órgano que no quedara afectado. Las arterias están hechas jirones, como si pequeñas bombas hubieran explotado por el torrente sanguíneo. Los espasmos fueron tan agudos que le desgarraron los músculos. — Movía la cabeza hacia los lados del horror. — No le desearía esta tortura a ningún enemigo. — Observó a Freire a los ojos, pocas
— Ven aquí — hacía pocas horas que acababa de llover, la arena estaba empapada, al igual que toda la vegetación de alrededor —. Ni que estuvieras escapando de mí.— No escapo — el agua estaba congelada, pero eso no evitó que introdujera los pies en el agua.— No creo que sea fácil enfrentarse a ellos. — Hacía un dibujo en la arena mojada.— Nada lo es — se acercó una chica de ojos tristes y sonrisa tímida —. Pero si nosotros no luchamos, ¿qué futuro nos queda? No pienso pasarme la vida encerrada en este pueblucho, esperando a que alguien nos dé una paliza por ser distinta a ellos — Se sentó a su lado—. Nos merecemos ser felices.— No creo que la felicidad exista — removía la arena —, es un engaño que nos cuentan para que no nos quejemos de nuestra miseria, con la esperanza de algo que no llegará jamás.— Nos iremos de aquí — la agarró de la mano— sin mirar a atrás. Nos despediremos a lo grande, haciendo una enorme peineta — hizo el gesto.— Estás loca — sonrió.— Por tu sonrisa, siemp
Hace un rato que el despertador había dejado de sonar. Estaba duchado y vestido, ahora tocaba un buen desayuno. Tenía una llamada perdida de Armando, y un mensaje invitándolo a desayunar; aunque no le apetecía conducir hasta allí, sabía que el desayuno que le prepararía sería el mejor del mundo.Después del frío de la noche, el coche estaba empapado, y ,por supuesto, el motor no tenía ganas de trabajar; tardó diez minutos en arrancar.Cuarenta y cinco minutos después entraba en una vistosa cafetería. Desde la vidriera veías a los comensales desayunando y hablando de sus vidas como si estuvieran solos en el planeta. Se sentó en la barra donde Armando terminaba de cobrar un café; antes de saludarlo ya tenía un café bien cargado y un bizcocho de zanahoria recién horneado enfrente.— ¿Un caso duro? — lo veía reflejado en sus ojeras.— Es un puzzle al que le faltan muchas piezas — mojó un trozo de bizcocho en el café y se lo llevó a la boca —. No hay ningún móvil aparente, ni pista alguna.
Sintió el móvil vibrar, aparcó a un lado del arcén, debía comprarse un equipo de manos libres, pero siempre se le olvidaba. Cuando agarró el móvil, tenía varias llamadas y mensajes. El laboratorio tenía los datos y le pedían, no, le exigían, que acudiera a la comisaría de policía que se le había asignado para el caso. Al parecer el departamento antidroga quería hablar con él.Parece que las pastillas de Vanesa si eran una pista, otra pieza del puzzle.No los hizo esperar más, la comisaría de policía está cerca; en apenas diez minutos ya estaba en la sala de espera. En la recepción había dos policías uniformados.— Investigador Freire — se levantó uno de ellos—, le están esperando.Le siguió por la puerta de la derecha, justo enfrente había dos despachos, uno de ellos se lo habían asignado a él. Al fondo estaban los escritorios de los agentes y un poco más allá la puerta que llevaba a las celdas y a las salas de interrogatorio. Entró en el despacho que le habían asignado, olía a cerrado