Siempre había tenido puntería para los asuntos más peliagudos, para los hechos más improbables, este era uno de ellos. A primera hora de la mañana un cadáver y en cuanto la noticia llegó a los oídos de esa pequeña comunidad ocurre un suicidio.
La testigo principal, se ha suicidado. Vanesa, unos meses más pequeña que Sandra, su mejor e íntima amiga, aquella que podía dar luz al caso, se había tomado un sinfín de pastillas y había dejado las sobrantes sobre la mesilla de noche con una nota.“Aquí tenéis todo lo que necesitáis. Me voy junto quien me espera”La casa de Vanesa era muy diferente a las que había alrededor. Ser una familia humilde no era sinónimo de suciedad y abandono, excepto en su caso. El pequeño jardín de la entrada estaba lleno de trastos que no querrían ni las ratas. La casa parecía estar a punto de desplomarse.Marga lloraba desconsoladamente, agarraba una servilleta con las manos y le daba vueltas, su actual marido, Pedro, fumaba tranquilamente en la entrada de la casa, parecía más molesto por ser el centro de atención que por lo sucedido.— Señora Marga — de aquel lugar emanaban malas vibraciones —. Sé que este es un momento muy duro, pero es importante que hablemos.— Quiero irme con mi hija — balbuceaba de forma casi ininteligible—. Mi pequeña ha cometido un pecado horrible, se quemará eternamente en el fuego del infierno.— ¿Sabe por qué cometería algo tan terrible?— Yo le diré por qué — Interrumpió Pedro —. Es cosa de la niñata esa, Sandra, hace un par de horas nos enteramos de que la encontraron muerta ¡A saber qué habrá hecho! Y la estúpida de Vanesa la siguió — más que hablar, escupía —. Ya te dije que esas dos estaban demasiado juntas, era muy raro.— No digas esas cosas — suplicó —, que mi hija era una cristiana devota.— Pues tu hija se ha suicidado — Le gritó mientras la buena mujer volvía a caer entre lágrimas.— Las dos eran buenas amigas— odiaba los hogares como ese, le recordaban al suyo —. Estoy seguro de que no habia nada malo en su amistad — Observaba a la mujer intentando calmarla —- Investigo la muerte de Sandra, y esperaba encontrar respuestas en Vanesa.— Eso es cierto señor — Se limpiaba los mocos—, eran dos buenas muchachas.— Lo que tenían de buenas, lo tenían de tontas — agarró una lata de cerveza —. Eran las payasas del pueblo, el saco de boxeo de cualquiera. Tímidas y miedosas — Bebió un trago —. Mejor que se fueran, o el mundo se las comería.— Creo que la muerte de cualquiera — empezó a notar el calor subiendo por su intestino —, es una desgracia, y más si una fue asesinada¸ porque eso — intentaba calmarse — significa que en este pueblo hay un asesino.— Un asesino que va por las debiluchas — dejó la cerveza vacía sobre la mesa —, no me da miedo.— ¿Podría ver la habitación de Vanesa? — no puede dar educación a un gañán que nunca la ha tenido.— Nos está haciendo perder el tiempo — y ahora una lucha de gallos.— Cuando hay un asesinato — habló despacio como si hablara con un niño —, nadie pierde el tiempo, y si alguien intenta obstruir a la justicia se le encierra en una celda.— Haga lo que quiera — volvió a escupir, dando un paso hacia atrás.Marga cogió la servilleta y en juago las lágrimas, con la mano derecha señaló la habitación de su hija, estaba a escasos pasos.El interior de la casa estaba tan destrozado como el exterior. Era pequeña, de una sola planta, buenas separaciones, pero muy mal aprovechada. Se podría decir que estaba limpia, pero había tantos trastos amontonados que daba sensación de suciedad.La habitación de Vanesa, en comparación con el resto de la casa, estaba ordenada y muy bien aprovechada. A la derecha, había una cama individual y una mesilla de noche; a la izquierda, había un armario con un espejo y un escritorio. En la pared, sobre el escritorio había un corcho con notas y fotografías. Al parecer, las dos chicas eran fans de las mismas famosas, y tenían las mismas fotos juntas; no había imágenes con otros amigos, ni con otros familiares, sólo ellas dos.Observó la cama, allí es donde se habían encontrado el cuerpo. El colchón tenía manchas secas de la baba sanguinolenta que había salido de todos sus orificios. Debió ser una muerte horrible, llena de espasmos y dolor.De la mesita de noche se habían llevado la nota y la bolsa con las pastillas que había ingerido. No sabían qué había engerido, así que la enviaron al laboratorio para analizar.Le daba vueltas a lo que ponía en la nota: “aquí tenéis todo lo que necesitáis”. ¿A qué se refería? Allí no había nada, ni una pista, nada interesante, excepto que las propias pastillas sean la pista.Buscó por el escritorio, esperaba encontrarse, al igual que en el cuarto de Susana, algún cuaderno escondido, dinero o algo que le sirviera para seguir, pero solo encontró cosméticos baratos, libretas usadas y apuntes donde el nombre de Sandra estaba dibujado en las esquinas una y otra vez con diferentes colores.Salió de la habitación con una bolsa plástica, en su interior llevaba un móvil. Los mensajes entre ellas podrían dar claridad a un caso que se ya se había cobrado dos vidas.— Señora Marga — La mujer estaba preparando un bocadillo para su marido mientras lloraba desconsoladamente, sin que nadie la abrazara, sin que nadie se ofreciera a ayudarla —, necesito llevarme el móvil de su hija, éste podría contener conversaciones importantes entre Sandra y ella.— Lo que sea necesario — lloraba tanto que la buena mujer ni siquiera se había dado cuenta de que se había cortado —, quizás haya alguna explicación y mi hija no acabe pudriéndose en el infierno.— Encontraremos a la persona responsable — deseaba salir de allí, antes de que su demonio interior germinara de entre sus cuerdas vocales.— Pero en cuanto pueda, devuélvamelo — masculló el orangután sentado en el sofá. —. Quiero el móvil para mi hijo. — Una pregunta más — prefería ignorarlo— ¿Qué tal en el instituto?— Siempre fue una niña callada, muy tímida. — sollozaba. — Los primeros años había un grupo que le hacían la vida imposible, no había día que no llegara llorando. Sin embargo, hace un par de meses — sus ojos verdes al fin sonreían —, empezó a sacar muy buenas notas, era una de las mejores de la clase, dejaron de acosarla.— Pero ya ves lo que duró — era imposible ignorar aquel ser —. De repente sus notas bajaron, y para colmo parecía estar en las nubes todo el día. Era como si se hubiera quemado el cerebro, no se acordaba de nada, estaba despistada. Le decía que me trajera una cerveza, llegaba a la cocina, y volvía con las manos vacías sin saber dónde estaba.— Empezó a tener problemas de memoria, lloraba a altas horas de la noche. Hubo un día que me llamó por teléfono porque no sabía dónde estaba, había caminado durante horas sin saber hacia dónde.— ¿No la ha llevado al médico? — Eso no parece muy normal.— Estábamos esperando los resultados. — Volvió a llorar.— Dos veces en un día — Soltó de repente.— ¡Ojalá nos viéramos por otro motivo! — Hacía un par de horas que había estado en aquella misma sala, solo que ahora había otro cadáver.— No me digas que el suicido tiene que ver con tu caso — Esbozó una media sonrisa.— Me encantaría decirte que no, pero aquí estoy — Se mesaba la barba con nerviosismo. El caso se estaba complicando, era cuestión de tiempo que empezaran a pedir resultados.— Pues, tenemos en la bandeja una joven de quince años que se le ocurrió la gran idea de tomarse unas pastillas causando una hemorragia interna — Se colocaron al lado de la camilla —. Esas pastillas, la destrozó por dentro. No hay órgano que no quedara afectado. Las arterias están hechas jirones, como si pequeñas bombas hubieran explotado por el torrente sanguíneo. Los espasmos fueron tan agudos que le desgarraron los músculos. — Movía la cabeza hacia los lados del horror. — No le desearía esta tortura a ningún enemigo. — Observó a Freire a los ojos, pocas
— Ven aquí — hacía pocas horas que acababa de llover, la arena estaba empapada, al igual que toda la vegetación de alrededor —. Ni que estuvieras escapando de mí.— No escapo — el agua estaba congelada, pero eso no evitó que introdujera los pies en el agua.— No creo que sea fácil enfrentarse a ellos. — Hacía un dibujo en la arena mojada.— Nada lo es — se acercó una chica de ojos tristes y sonrisa tímida —. Pero si nosotros no luchamos, ¿qué futuro nos queda? No pienso pasarme la vida encerrada en este pueblucho, esperando a que alguien nos dé una paliza por ser distinta a ellos — Se sentó a su lado—. Nos merecemos ser felices.— No creo que la felicidad exista — removía la arena —, es un engaño que nos cuentan para que no nos quejemos de nuestra miseria, con la esperanza de algo que no llegará jamás.— Nos iremos de aquí — la agarró de la mano— sin mirar a atrás. Nos despediremos a lo grande, haciendo una enorme peineta — hizo el gesto.— Estás loca — sonrió.— Por tu sonrisa, siemp
Hace un rato que el despertador había dejado de sonar. Estaba duchado y vestido, ahora tocaba un buen desayuno. Tenía una llamada perdida de Armando, y un mensaje invitándolo a desayunar; aunque no le apetecía conducir hasta allí, sabía que el desayuno que le prepararía sería el mejor del mundo.Después del frío de la noche, el coche estaba empapado, y ,por supuesto, el motor no tenía ganas de trabajar; tardó diez minutos en arrancar.Cuarenta y cinco minutos después entraba en una vistosa cafetería. Desde la vidriera veías a los comensales desayunando y hablando de sus vidas como si estuvieran solos en el planeta. Se sentó en la barra donde Armando terminaba de cobrar un café; antes de saludarlo ya tenía un café bien cargado y un bizcocho de zanahoria recién horneado enfrente.— ¿Un caso duro? — lo veía reflejado en sus ojeras.— Es un puzzle al que le faltan muchas piezas — mojó un trozo de bizcocho en el café y se lo llevó a la boca —. No hay ningún móvil aparente, ni pista alguna.
Sintió el móvil vibrar, aparcó a un lado del arcén, debía comprarse un equipo de manos libres, pero siempre se le olvidaba. Cuando agarró el móvil, tenía varias llamadas y mensajes. El laboratorio tenía los datos y le pedían, no, le exigían, que acudiera a la comisaría de policía que se le había asignado para el caso. Al parecer el departamento antidroga quería hablar con él.Parece que las pastillas de Vanesa si eran una pista, otra pieza del puzzle.No los hizo esperar más, la comisaría de policía está cerca; en apenas diez minutos ya estaba en la sala de espera. En la recepción había dos policías uniformados.— Investigador Freire — se levantó uno de ellos—, le están esperando.Le siguió por la puerta de la derecha, justo enfrente había dos despachos, uno de ellos se lo habían asignado a él. Al fondo estaban los escritorios de los agentes y un poco más allá la puerta que llevaba a las celdas y a las salas de interrogatorio. Entró en el despacho que le habían asignado, olía a cerrado
Por la mañana, los estudiantes acudieron a clase como todos los días, dejaron sus mochilas en las taquillas pertinentes, y se fueron a sus aulas hablando como de costumbre. Dentro del aula, sus maestros, cerraron las puertas y les explicaron que no podían salir al pasillo en las próximas horas; en ese preciso instante se estaba produciendo una redada. Había policías registrando cada rincón, cada aula, y cuándo les llegara el turno, también les harían mostrar las pertenencias que tuvieran en los bolsillos y mochilas. Seguirían con las clases hasta que le llegara el turno a la clase de ser registrada.Muchos alumnos creían que era una broma, pero cuando escucharon a los agentes en los pasillos, sus rostros se tiñeron de color ceniza. Aquello parecía una película, una historia que alguien cuenta que le ocurrió a otra persona, que conoció a alguien, que dijo que. Hasta los más gamberros intentaron pasar desapercibidos, no fueran a llevarlos presos por el paquete de cigarrillos y las cervez
— ¡Vaya dos veces en un mismo día! — Armando le servía otro café — ¿Un mal día?— Más de lo que te imaginas — no solía hablar de los casos con nadie, pero Armando, era la excepción que confirma la regla.— Me apetece un café doble, bien cargado — Armando lo observó con los ojos muy abiertos. No es que quisiera un café, simplemente es que la apetecía algo más fuerte y él sabía que era.— Cúbreme — le hizo una seña a su compañero —, necesito unos minutos de descanso.— Por supuesto jefe — Le sonrío con picardía.— Ya sabes, cualquier cosa…— Me busco la vida — sonrío mientras guiñaba un ojo.— Buen chico — le respondió con el mismo guiño.Armando le hizo un gesto para que lo siguiera, no hacía falta, se conocía el camino perfectamente. No era la primera vez que estaba allí, y tampoco sería la última; aunque prefería una habitación acogedora donde no hubiera más ruido que sus gemidos, donde existiera algo más de intimidad, un lugar donde ducharse y tumbarse a descansar. Pero necesitaba al
La casa de los Álvarez era una de las que estaban más cerca del Ayuntamiento y por lo tanto del instituto. Era grande, con un enorme jardín; se notaba la diferencia de clases. Cuanto más cerca del centro, las casas eran más caras y lujosas, cuanto más alejadas, como la casa de Vanesa, más baratas y sencillas.Una mujer menuda le abrió la puerta y le indicó que la siguiera hasta el salón. Si la casa por fuera era espectacular, por dentro era increíble; acabados en mármol, tapicería lujosa, muebles a medida. Aquel lugar era una oda al dinero, al lujo y al despilfarro; había cientos de cuadros y tapices que para nada concordaban con el estilo, pero estaban expuestos para lucirlos.— Buenos días, Señora Álvarez —. La mujer hizo un gesto para qué se sentará —. Lamento avisarle con tan poco tiempo.— Comprendo que una investigación el tiempo apremia —. Arqueo las cejas.— Gracias por su comprensión — odiaba tratar con este tipo de gente — Me gustaría conocer en detalle cómo se enfermó su hij
Volvió a entrar en el instituto. A la derecha se encontraba el salón de actos, no era muy grande, pero estaba bien equipado con luces y sonido; al fondo estaba el escenario, y sobre él, unas sillas formando en círculo.Freire tuvo que pestañear dos veces, aquello era un interrogatorio no unas reuniones de alcohólicos anónimos, pero le servía para su función, al fin y al cabo, era lo que era, todo aquel teatro era para descubrir quién era el eslabón débil.— Espero que no le importe — recordaba aquella voz, y, sobre todo, aquella extraña sonrisa—, he colocado las sillas conforme me pareció más adecuado.— La colocación no está mal — Se subió al escenario y se colocó en la silla que daba la espalda al público. Era una norma en el teatro: jamás se le da la espalda al público. Pero en este caso el único público que le interesaba era el que él vería, no el que pudiera verle.— Creí que prefería sentarse aquí — le mostró la otra silla, justo la que estaba enfrente, la que se mostraba frente