La casa de los Álvarez era una de las que estaban más cerca del Ayuntamiento y por lo tanto del instituto. Era grande, con un enorme jardín; se notaba la diferencia de clases. Cuanto más cerca del centro, las casas eran más caras y lujosas, cuanto más alejadas, como la casa de Vanesa, más baratas y sencillas.Una mujer menuda le abrió la puerta y le indicó que la siguiera hasta el salón. Si la casa por fuera era espectacular, por dentro era increíble; acabados en mármol, tapicería lujosa, muebles a medida. Aquel lugar era una oda al dinero, al lujo y al despilfarro; había cientos de cuadros y tapices que para nada concordaban con el estilo, pero estaban expuestos para lucirlos.— Buenos días, Señora Álvarez —. La mujer hizo un gesto para qué se sentará —. Lamento avisarle con tan poco tiempo.— Comprendo que una investigación el tiempo apremia —. Arqueo las cejas.— Gracias por su comprensión — odiaba tratar con este tipo de gente — Me gustaría conocer en detalle cómo se enfermó su hij
Volvió a entrar en el instituto. A la derecha se encontraba el salón de actos, no era muy grande, pero estaba bien equipado con luces y sonido; al fondo estaba el escenario, y sobre él, unas sillas formando en círculo.Freire tuvo que pestañear dos veces, aquello era un interrogatorio no unas reuniones de alcohólicos anónimos, pero le servía para su función, al fin y al cabo, era lo que era, todo aquel teatro era para descubrir quién era el eslabón débil.— Espero que no le importe — recordaba aquella voz, y, sobre todo, aquella extraña sonrisa—, he colocado las sillas conforme me pareció más adecuado.— La colocación no está mal — Se subió al escenario y se colocó en la silla que daba la espalda al público. Era una norma en el teatro: jamás se le da la espalda al público. Pero en este caso el único público que le interesaba era el que él vería, no el que pudiera verle.— Creí que prefería sentarse aquí — le mostró la otra silla, justo la que estaba enfrente, la que se mostraba frente
Estaba sentado frente al escritorio, sobre él estaba el ordenador de Sandra y el móvil de Vanesa, desbloqueados y listos para ser profanados.Lo primero, los mensajes. Como dos buenas amigas, compañeras y amantes, no había secretos entre ellas. Hablaban sobre la vida en el instituto, de algún profesor que tenía unas tácticas muy bruscas y otro que hablaba para un público inexistente. Sin duda, su profe favorita era la de mates, decían que explicaba de forma que todos la entendían, incluso ellas. Por la conversación, pudo entender entre líneas, que las chicas tenían un concepto de sí mismas muy mediocre. Hablaban de sus planes de futuro, de los lugares que querían visitar, de cómo caminarían juntas por el espinoso camino que es la vida. Hasta sabían cómo decorarían la casa donde vivirían. Era como leer el cuento de la lechera, planes en una nube demasiado volátil para que cogieran forma.Pero había alguna pincelada en alguna conversación que era muy interesante.— La venta no sólo la ha
Pedro esperaba en la sala de interrogatorios esperando a que alguien se presentara. Del otro lado, el sargento y Freire lo observaban con desprecio, querían ir con cuidado para que confesara antes de llamar a un abogado. La estrategia era simple, ese monstruo se pasaba el día borracho, habría que esperar a que tuviera sed.Al cabo de dos horas entró un agente con un monitor, detrás llegaban Freire y el sargento. Habían acordado que Freire llevaría la voz cantante, pero no estaba seguro de que su compañero fuera capaz de permanecer callado.— Buenas tardes — Freire se sentó en la silla de la derecha, otro día sin comer.— Malditos hijos de puta — gritó fuera de sus cabales —. Me habéis hecho esperar todo el puto día. Vagos de m****a. — Tenía la ropa sucia y las ojeras marcadas, como si no hubiera pasado por casa en varios días.— Cállate — le ordenó el sargento que en seguida se había puesto rojo. Intentaba frenar su genio.— ¿Por qué estoy aquí? — intentó hinchar el pecho, acostumbrado
Entró en la morgue como si fuera un huracán. Hasta las mesitas auxiliares se apartaban a su paso, los trabajadores lo observaban con sorpresa, no sabían si veían a un ser humano o un animal a punto de cargar. Pocas veces en su vida había dejado que el monstruo saliera, esta era una de esas veces.Interrumpió dentro de la sala sin pedir permiso. El olor a productos de limpieza le golpeó la nariz, pero no lo olía, no sentía, toda su concentración estaba en su objetivo.Su buen amigo lo había visto así una vez y no le quedaban ganas de volver a enfrentarse a esa mole irracional.— ¿Dónde está Ian? — rugió.— El cadáver está aquí — le señaló una mesa metálica donde había un adolescente abierto en canal.— ¿Cómo murió? — lo vio hace unos días, en el interrogatorio masivo del instituto. Había solicitado una orden formal para llevarlo a comisaría, hoy mismo le llegaría el comunicado. Era el que llevaba el cartel de eslabón débil con letras fluorescentes.— Devorado desde el interior — el doct
— Buenos días, agente Freire — había bullicio a su alrededor, la campana del recreo acababa de sonar. — Tengo que hablar con usted a solas — cerró la puerta del despacho, — últimamente está muy ocupado. — No es para menos, los padres siguen exigiendo compensaciones por lo del registro y hace un rato me acaba de llegar el aviso de la muerte de otro de nuestros muchachos — empezó a agarrar papeles sin orden, como intentando aparentar que tenía mucho trabajo. — Tengo que organizar una charla por el tema de las drogas y enviar un montón de papeleo para que nos adjudiquen más psicólogos; la que tenemos está al borde de un colapso. — Creo que la charla llega tarde — Freire no tenía prisa, se sentó en la silla y vio la expresión de alarma en la cara del director. — No me lo recuerde, cada vez que lo pienso — se sentó dándose por vencido, — siempre he presumido de buenas prácticas en mi instituto. Cuando un alumno me avisó del olor a marihuana me puse a mover a los profesores y coloqué más
Estaba frente a una puerta que ya conocía, esperó a que la mujer de servicio lo atendiera y lo dirigiera al salón, como lo hizo la otra vez. En esta ocasión estaban tanto la señora Diana cómo el señor Imanol, los dos lo esperaban de pie.— Buenos tardes — dijo Freire —. Lamento llegar tarde.— Y yo — respondió el señor Imanol con voz fría —, lamento verle en estas circunstancias, sin embargo, necesito confirmar que lo que aquí se cuente no salga de este lugar.— ¿Disculpe? — Había tratado más veces con gente adinerada, pero después de ver la buena disposición de Diana, no se imaginó que su marido pondría cláusulas a su reunión —. Esto es una investigación, soy detective no un periodista. Toda la información que pueda encontrar se verá reflejada en un informe policial.— Debe tener en cuenta mi posición social — levantó un poco el mentón intentando mostrar superioridad —. No debe descubrirse que mi hijo ha estado jugando con drogas, mi posición se vería afectada.— Señor Álvarez — cogió
Había quedado con Armando, pero no tenía ganas de verle, sabía que, si lo hacía, pagaría con él todo su mal humor y eso no era justo. Armando era un buen hombre y siempre estaba a su lado, pasara lo que pasara, incluso cuando se comportaba como un capullo.Tampoco quería irse al hostal, pese a que era noche cerrada, no deseaba encerrarse en un cuarto claustrofóbico donde las ideas golpeaban sin cesar. No, ahora necesitaba respirar.Dejó el coche a un lado de la carretera, desde allí vio un pequeño muelle sobre el río. Se notaba que había vivido mejores tiempos, la humedad había hinchado la madera, el paso constante de los años la había agrietado; era casi un milagro que se mantuviera en pie. Anduvo despacio, con precaución, temiendo que en algún momento el peso de su cuerpo cayera al fondo del río.El aire primaveral acariciaba su rostro y llenaba sus pulmones. Se sentó en el borde, así como hubiera hecho cualquier adolescente o niño; cerró los ojos y dejó que el puzzle danzara sobre s