El reloj giraba mientras esperaba a que llegara el resultado de la última prueba, ésta era tan irrefutable que no habría juez que la pudiera negar, y tampoco era seguro que existiera, sólo era una corazonada, una plegaria para que tantas muertes encontraran su descanso.Un agente llamó a la puerta y le entregó el móvil que el viejo había encontrado en el fondo del río y un usb con todo el contenido que habían salvado. Lo introdujo en su ordenador y ahí estaba, la prueba absoluta, la plegaria que llevaba en sus labios había sido escuchada. Ya estaba preparado.Hoy no había nadie en los calabozos. El último en ocuparlos fue el tío de Rafa, por lo que sabía, estaba preso por venta de drogas, aún no se había producido el juicio, pero era un reincidente, así que permanecerá entre rejas mucho tiempo.Entró en la sala de interrogatorios. Candela lo observó con ojos tiernos y dulces, tirando a la súplica, como si no comprendiera que estaba pasando. Cuando Berto entró, sus ojos dejaron de ser t
Sandra bajaba por el camino hacia el río, tenía el móvil en modo grabación, sospechaba que sus fotos no eran buenas, así que decidió hacer un vídeo. La pantalla se mueve y se escuchan gritos, fue el momento en que los cinco la atraparon, el móvil cayó al suelo y siguió grabando en un ángulo retorcido, pero claro.Aparece Eli hablando y amenazando a los demás; le lanza algún puntapié a Sandra cada vez que hablaba. Era su manera de acallar su razón, era como el pepito grillo toca narices que decía verdades como puños. Pero los muchachos obedecían a Eli y acabarón abandonando a Sandra en mitad de la noche. La muchacha gritaba, lloraba y suplicab. Era una imagen sacada de alguna película de terror.Se movieron unas hojas del fondo, algo se acercaba. Sandra gritó de horror, su mente, al igual que la de cualquiera que viera el vídeo, imaginaba que se acercaba un animal grande y horrible. Pero no era así, era Candela, aparecía como un ángel de la guarda.Sandra suspiró y sonrió aliviada, aho
Candela empezó a respirar con fuerza, se hiperventilaba, pero no porqué estuviera en pleno ataque de ansiedad, más bien quería aparentarlo.— Si le da una crisis de ansiedad — dijo Freiré con frialdad —, no voy a avisar a una ambulancia.— Simplemente saldremos, nos fumamos un cigarrillo y volveremos en media hora — miró el reloj — lo suficiente para que finalice el teatro.— ¿Quieres hacer una declaración ahora? — Freire sigue observándola con aire frío, como una coraza sin vida.— No pienso hablar — cruzó las manos y se quedó paralizada en la silla. Los labios le temblaban, al igual que su pulso. Observaba las baldosas del suelo mientras se decía a sí misma que ella era la lista, simplemente había que darle la vuelta a la situación; encontraría la manera.— No hace falta que diga nada — Berto se levantó de su asiento —, está detenida.Dos agentes entraron con unas esposas, Candela se puso en pie respirando con profundidad intentando ahogar las lágrimas, su mandíbula temblaba tanto qu
Freire apareció en la cafetería a unas horas en las que Armando no estaba acostumbrado. Vio a su amigo con sorpresa y entusiasmo ya que había una sonrisa en su rostro. El peso del cansancio lo hacía más pequeño de lo que era y la mala alimentación le pasaba factura, ya que sus bonitos pantalones se movían de forma holgada y rara alrededor de su cintura.— Bienvenido — sonreía con vitalidad, esa que le faltaba a Freire— ¿Veo una sonrisa en tus labios?— La tenemos — movió la cabeza y sonrió tanto que la sonrisa de Armando sintió celos.— ¿Tenéis al culpable? — Armando se quedó paralizado en la barra con la cafetera caliente en la mano.— A la culpable — tuvo que frenar para no agarrarlo y empotrarlo allí mismo delante de todo el mundo. Y por la mirada de Armando el deseo era mutuo.— ¿Quieres un café? — Sabía la respuesta, pero había al menos tres personas allí.— Uno bien cargado — le sonrió.— En diez minutos llega mi ayudante — le guiño él ojo —, mientras empieza por este y un trozo
Llegó a la comisaría y el ambiente estaba cargado. La cara de los agentes era de fatalidad, de horror, de un desastre apocalíptico.—¿Qué pasó? — Freire se dirigió al sargento.— Una gran putada — desató la lengua —. La acusada pidió un vaso de agua, antes de que se la llevaran.— Mierda — gritó Freiré.— Se asfixió — siguió hablando sin darse cuenta del rostro desencajado de Freire —. Los agentes intentaron ayudarla, pero le salía sangre por la boca. Fue muy traumático, tengo a los pobres de baja — señaló los dos escritorios vacíos.— Se suicidó — aclaró Freire.— No llevaba nada encima — el sargento lo observaba.— No le hizo falta — se mordió los labios —, sólo necesitaba agua.Se fue a su despacho y empezó a recoger su ordenador, todas las pruebas, anotaciones del caso y las grabaciones de los sospechosos e interrogatorios fueron introducidas en cajas selladas, para ir derechos al archivador.Era un caso cerrado, que llamó la atención de los medios de comunicación. Era mejor irse
La vida volvió a su cauce. La falta de muertes en el río hizo que el interés bajara y los medios de comunicación se enfocaron en otras cosas. Por supuesto hubo ascensos, incluso Freire aparecía en el listado de ellos, pero a él le gustaba hacer lo que hacía, no quería pasarse el día encerrado en un despacho supervisando a agentes noveles. Él quería estar fuera, en la acción. Disfrutaba con ello.Llegó a casa después de un largo día revisando casos que se habían acumulado sobre su escritorio. Ahora le apetecía algo menos complicado, algo más fácil, un culpable obvio, de esos que aparecen al abrir la carpeta.Abrió la puerta, ya escuchaba el ruido de su nuevo compañero de piso. Lo había pensado mucho y muy detenidamente, hasta que al final tomó la decisión correcta. Aunque sería complicado cuando tuviera que irse de casa, pero lo tenía bien gestionado para que nunca estuviera solo.— Hola Boby — saludó a su perro cuando este se agarró a su pierna moviendo la cola con locura. Era la mejo
La primavera amenazaba con acercarse elevando la temperatura un grado. En la ribera, la vegetación espera ansiosa los primeros rayos del sol y una tierna hoja, con alma viajera, navegaba corriente abajo cuando choca con algo frío, blando y en putrefacción. — Qué nadie toque el cadáver — Grita alguien al fondo.— Dejad pasar al investigador — otra voz.— ¿Ha llegado el forense? — El agente Freire observaba el cadáver. Calculaba que tendría entre quince y dieciséis años. Le cortaron las alas demasiado pronto.— El forense está al lado del camino preparando el informe — el agente temblaba como un flan. El primer homicidio nunca se olvida. Después de tantos años, aún ve unos ojos azules vidriosos clamando justicia.— Llegas tarde — el forense lo observaba de reojo —. El perito judicial y el juez ordenaron el levantamiento del cadáver.— Entonces, llegó a tiempo — agarró el informe —. Ropa hecha girones con restos de ramas secas y algas. Le falta el calzado — leía con atención —, marcas en
Era una casa grande, con una amplia entrada y un jardín impoluto, ni una hoja de más, ni una flor fuera de su lugar. Cuando llegó al rellano la puerta se abrió, del otro lado había una pareja con los ojos rojos e hinchados.— Señor Rodrigo, señora Susana — primera frase bien, ahora llegaba la difícil —. Soy el agente de homicidios Freire — no había terminado la frase cuando la mujer exhaló un grito y el hombre se llevó una mano a los labios intentando silenciar el suyo — Debemos hablar.La pareja se sentó en el sofá, sobre la mesa había un sin fin de pañuelos de papel usados. Necesitarán más, pensó.— Esta mañana, encontraron a una joven en el río Pigrumo — sus mentes ya habían imaginado la peor de las catástrofes —. Acabamos de identificar a la joven, gracias a su denuncia.— Pero ¿Cómo? — su voz era apenas un hilo.— La encontraron a orillas del rio — otra parte difícil —. Hay indicios de que la muerte no fue natural, ni accidental.— ¿La asesinaron? — Susana abría la boca, pero no