Llegó a la comisaría y el ambiente estaba cargado. La cara de los agentes era de fatalidad, de horror, de un desastre apocalíptico.—¿Qué pasó? — Freire se dirigió al sargento.— Una gran putada — desató la lengua —. La acusada pidió un vaso de agua, antes de que se la llevaran.— Mierda — gritó Freiré.— Se asfixió — siguió hablando sin darse cuenta del rostro desencajado de Freire —. Los agentes intentaron ayudarla, pero le salía sangre por la boca. Fue muy traumático, tengo a los pobres de baja — señaló los dos escritorios vacíos.— Se suicidó — aclaró Freire.— No llevaba nada encima — el sargento lo observaba.— No le hizo falta — se mordió los labios —, sólo necesitaba agua.Se fue a su despacho y empezó a recoger su ordenador, todas las pruebas, anotaciones del caso y las grabaciones de los sospechosos e interrogatorios fueron introducidas en cajas selladas, para ir derechos al archivador.Era un caso cerrado, que llamó la atención de los medios de comunicación. Era mejor irse
La vida volvió a su cauce. La falta de muertes en el río hizo que el interés bajara y los medios de comunicación se enfocaron en otras cosas. Por supuesto hubo ascensos, incluso Freire aparecía en el listado de ellos, pero a él le gustaba hacer lo que hacía, no quería pasarse el día encerrado en un despacho supervisando a agentes noveles. Él quería estar fuera, en la acción. Disfrutaba con ello.Llegó a casa después de un largo día revisando casos que se habían acumulado sobre su escritorio. Ahora le apetecía algo menos complicado, algo más fácil, un culpable obvio, de esos que aparecen al abrir la carpeta.Abrió la puerta, ya escuchaba el ruido de su nuevo compañero de piso. Lo había pensado mucho y muy detenidamente, hasta que al final tomó la decisión correcta. Aunque sería complicado cuando tuviera que irse de casa, pero lo tenía bien gestionado para que nunca estuviera solo.— Hola Boby — saludó a su perro cuando este se agarró a su pierna moviendo la cola con locura. Era la mejo
La primavera amenazaba con acercarse elevando la temperatura un grado. En la ribera, la vegetación espera ansiosa los primeros rayos del sol y una tierna hoja, con alma viajera, navegaba corriente abajo cuando choca con algo frío, blando y en putrefacción. — Qué nadie toque el cadáver — Grita alguien al fondo.— Dejad pasar al investigador — otra voz.— ¿Ha llegado el forense? — El agente Freire observaba el cadáver. Calculaba que tendría entre quince y dieciséis años. Le cortaron las alas demasiado pronto.— El forense está al lado del camino preparando el informe — el agente temblaba como un flan. El primer homicidio nunca se olvida. Después de tantos años, aún ve unos ojos azules vidriosos clamando justicia.— Llegas tarde — el forense lo observaba de reojo —. El perito judicial y el juez ordenaron el levantamiento del cadáver.— Entonces, llegó a tiempo — agarró el informe —. Ropa hecha girones con restos de ramas secas y algas. Le falta el calzado — leía con atención —, marcas en
Era una casa grande, con una amplia entrada y un jardín impoluto, ni una hoja de más, ni una flor fuera de su lugar. Cuando llegó al rellano la puerta se abrió, del otro lado había una pareja con los ojos rojos e hinchados.— Señor Rodrigo, señora Susana — primera frase bien, ahora llegaba la difícil —. Soy el agente de homicidios Freire — no había terminado la frase cuando la mujer exhaló un grito y el hombre se llevó una mano a los labios intentando silenciar el suyo — Debemos hablar.La pareja se sentó en el sofá, sobre la mesa había un sin fin de pañuelos de papel usados. Necesitarán más, pensó.— Esta mañana, encontraron a una joven en el río Pigrumo — sus mentes ya habían imaginado la peor de las catástrofes —. Acabamos de identificar a la joven, gracias a su denuncia.— Pero ¿Cómo? — su voz era apenas un hilo.— La encontraron a orillas del rio — otra parte difícil —. Hay indicios de que la muerte no fue natural, ni accidental.— ¿La asesinaron? — Susana abría la boca, pero no
— Hola perezoso — el cadáver estaba limpio y un tanatopractor saturaba el pecho —, tengo toda la información de tu chica.— Soy todo oídos — Agarró el móvil y empezó a grabar.— Tiene marcas en las muñecas, pero también alrededor de los brazos, y varias astillas clavadas — le mostró una bandeja con trozos llenos de restos de sangre y carne adherida —. Se las clavó estando viva, seguramente, intentaba aflojar las ataduras.— La ataron a un árbol. Encontraron restos de cuerda tiradas en las raíces — Empiezan a unirse las piezas.—La estrangularon hasta matarla — señaló las marcas del cuello —. No hay restos de agua en los alveolos — Freire se tocaba la barba —. Luego la arrojaron al rio, y empezó la maceración cutánea. Gracias a la temperatura fría la putrefacción se ha retrasado, así tiene un aspecto tan bueno — señaló el cuerpo —. No hay agresión sexual, una de las pocas jóvenes a su edad que aún es virgen — la observó con mirada paternal —. Algún animal se dio un festín con sus dedos
Siempre había tenido puntería para los asuntos más peliagudos, para los hechos más improbables, este era uno de ellos. A primera hora de la mañana un cadáver y en cuanto la noticia llegó a los oídos de esa pequeña comunidad ocurre un suicidio.La testigo principal, se ha suicidado. Vanesa, unos meses más pequeña que Sandra, su mejor e íntima amiga, aquella que podía dar luz al caso, se había tomado un sinfín de pastillas y había dejado las sobrantes sobre la mesilla de noche con una nota.“Aquí tenéis todo lo que necesitáis. Me voy junto quien me espera”La casa de Vanesa era muy diferente a las que había alrededor. Ser una familia humilde no era sinónimo de suciedad y abandono, excepto en su caso. El pequeño jardín de la entrada estaba lleno de trastos que no querrían ni las ratas. La casa parecía estar a punto de desplomarse.Marga lloraba desconsoladamente, agarraba una servilleta con las manos y le daba vueltas, su actual marido, Pedro, fumaba tranquilamente en la entrada de la cas
— Dos veces en un día — Soltó de repente.— ¡Ojalá nos viéramos por otro motivo! — Hacía un par de horas que había estado en aquella misma sala, solo que ahora había otro cadáver.— No me digas que el suicido tiene que ver con tu caso — Esbozó una media sonrisa.— Me encantaría decirte que no, pero aquí estoy — Se mesaba la barba con nerviosismo. El caso se estaba complicando, era cuestión de tiempo que empezaran a pedir resultados.— Pues, tenemos en la bandeja una joven de quince años que se le ocurrió la gran idea de tomarse unas pastillas causando una hemorragia interna — Se colocaron al lado de la camilla —. Esas pastillas, la destrozó por dentro. No hay órgano que no quedara afectado. Las arterias están hechas jirones, como si pequeñas bombas hubieran explotado por el torrente sanguíneo. Los espasmos fueron tan agudos que le desgarraron los músculos. — Movía la cabeza hacia los lados del horror. — No le desearía esta tortura a ningún enemigo. — Observó a Freire a los ojos, pocas
— Ven aquí — hacía pocas horas que acababa de llover, la arena estaba empapada, al igual que toda la vegetación de alrededor —. Ni que estuvieras escapando de mí.— No escapo — el agua estaba congelada, pero eso no evitó que introdujera los pies en el agua.— No creo que sea fácil enfrentarse a ellos. — Hacía un dibujo en la arena mojada.— Nada lo es — se acercó una chica de ojos tristes y sonrisa tímida —. Pero si nosotros no luchamos, ¿qué futuro nos queda? No pienso pasarme la vida encerrada en este pueblucho, esperando a que alguien nos dé una paliza por ser distinta a ellos — Se sentó a su lado—. Nos merecemos ser felices.— No creo que la felicidad exista — removía la arena —, es un engaño que nos cuentan para que no nos quejemos de nuestra miseria, con la esperanza de algo que no llegará jamás.— Nos iremos de aquí — la agarró de la mano— sin mirar a atrás. Nos despediremos a lo grande, haciendo una enorme peineta — hizo el gesto.— Estás loca — sonrió.— Por tu sonrisa, siemp