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Capítulo ocho

Sintió el móvil vibrar, aparcó a un lado del arcén, debía comprarse un equipo de manos libres, pero siempre se le olvidaba. Cuando agarró el móvil, tenía varias llamadas y mensajes. El laboratorio tenía los datos y le pedían, no, le exigían, que acudiera a la comisaría de policía que se le había asignado para el caso. Al parecer el departamento antidroga quería hablar con él.

Parece que las pastillas de Vanesa si eran una pista, otra pieza del puzzle.

No los hizo esperar más, la comisaría de policía está cerca; en apenas diez minutos ya estaba en la sala de espera. En la recepción había dos policías uniformados.

— Investigador Freire — se levantó uno de ellos—, le están esperando.

Le siguió por la puerta de la derecha, justo enfrente había dos despachos, uno de ellos se lo habían asignado a él. Al fondo estaban los escritorios de los agentes y un poco más allá la puerta que llevaba a las celdas y a las salas de interrogatorio. Entró en el despacho que le habían asignado, olía a cerrado; lo más seguro es que lo usaran como trastero. Lo limpiaron cuando recibieron la orden de acondicionar un despacho para el agente de homicidios. Abrió la única ventana del cuarto para eliminar el olor a lejía y a productos de limpieza.

Colocó sobre el escritorio la carpeta que le había dado el director del Instituto, había otras dos con la información forense y los detalles del crimen. Los tenía en los archivos de su correo, pero el papel le hacía sentir; acariciarlo, sentir su grosor, olerlo y escuchar las hojas cuando eran pasadas, era como sentir el lugar y las palabras; en una pantalla la sensación no era la misma, se perdía información.

En la pared de la derecha había una enorme pizarra blanca deseando ser usada. Mientras esperaba a que los agentes antidrogas llegaran a su despacho, dibujó un esquema con las piezas del puzle que había memorizado, y por si las moscas, como no le gustaban los fisgones, se dejó alguna pieza en la mente, el lugar más seguro que conocía.

— Buenas tardes — entró un hombre, sin llamar, de mediana estatura calvo y orondo, era el sargento —. Veo que ya se ha puesto cómodo.

— Cuanto antes empiece, antes termino — se acordó, de que se había olvidado de comer.

— Mejor — El hombre se sentó en la única silla que había en todo el despacho—. No te conozco de nada muchacho —se pasó la mano por la calva —. Este pueblo siempre fue muy tranquilo; algún alboroto, alguna pelea entre borrachos y el último homicidio fue hace diez años. Suicidios, por desgracia, algo más. Por eso este asunto nos quema tanto — lo miraba a los ojos —. Es un pueblo pequeño y la gente se asusta con facilidad. Ahora mismo son como gallinas sin cabeza sueltas por el monte. Tú solo pide lo que necesitas para cerrar el caso y yo te lo daré.

— Le garantizo que nadie tiene más interés que yo en cerrar el caso. — Seguramente ya tendría otro en la pila de su despacho en la comisaría provincial —. Le garantizo que solicitaré toda la ayuda que necesite y me gusta saber que puedo contar con usted.

— Llámame German como todos — se levantó de la silla —. Hace una hora recibí un aviso de antidrogas, encontraron algo en esas pastillas.

— ¿Le enviaron la información del laboratorio? — Le gustaría verlo antes de hablar con antidrogas.

— Me dijeron que se lo enviaron a su correo — Tenía tantas ganas de saber lo que ponía como él.

Ahora que la silla estaba libre, se sentó frente al ordenador y lo encendió. Tardó unos minutos en arrancar, y otro tanto en colocar el cable a su ordenador; no le gustaba trabajar vía wifi. Accedió a la bandeja de su correo y se encontró un informe largo y extenso. Conectó la impresora, y sin pararse a leer, le dio a la tecla de imprimir, cuando finalizó grapó la información y la leyó en voz alta anotando con un rotulador fluorescente las partes más importantes.

Primero la composición, el bueno de Germán no se enteraba de nada, y él, solo de algunas palabras, otras parecían salir de alguna lengua inventada. Lo que más deseaba estaba en la última hoja ¿qué efectos producía? ¿Cuáles eran los efectos secundarios? ¿Qué ocurría cuando había una sobredosis? Las tres preguntas fueron respondidas, para alarma de los dos hombres.

Alguien golpeaba la puerta, Germán, que estaba más cerca, la abrió. Del otro lado aparecieron dos hombres, vestían prácticamente igual, parecían hermanos; ambos eran altos y fornidos, uno con ojos muy pequeños y otro con una boca muy grande.

— Buenas tardes— habló el primero en entrar —. Somos Berto y Carlos de antidrogas. Nos dijeron que Freire estaba en este — observó a su alrededor— despacho.

— Adelante — les contestó, aunque ya estaban dentro — acabamos de leer el informe.

— Entonces ya saben por qué estamos aquí— respondió Berto mientras Carlos levantaba la nariz en señal de desagrado.

— Desconocía que existía una sustancia como esta — Respondió Germán alterado, moviendo las manos y levantando el tono de voz. —. No creí que algo como esto pudiera estar en mi pueblo.

— Ese es el mayor problema —Berto se humedeció los labios—. Algo como esto no debería de estar en este pueblo — señaló —, y en ningún otro.

— No sé si son conscientes del peligro. — Los observaba—. Es una droga nueva, solo está en ciertas ciudades del mundo, y solo se mueve entre gente de negocios. No estamos hablando de una droga de diseño, no te diviertes al tomártela, no es para ir de fiesta. Es una droga con un fin concreto, y deja al sujeto que la consume como un cascarón vacío.

— No comprendo cómo llegó esto a manos de una niña de quince años — Germán se masajeaba la frente.

— No sé cómo llegó a manos de Vanessa, pero sé para que lo utilizó. — se acercó al informe estudiantil. — Sandra no sacaba malas notas, pero Vanesa era muy mala estudiante. En el ambiente en el que estaba creciendo y en el nivel de vida que tenía, la única manera de escapar de este pueblo sería a través de una beca, sus notas empezaron a mejorar mágicamente y de repente empezaron los olvidos.

— Es estúpido que un estudiante utilice esto para alcanzar buenas notas — Berto parecía enojado, Carlos alzó una ceja —. Esta droga te expande el cerebro, te lo presiona hasta dejarte sin nada. Fueron las mafias las que empezaron a obligar a sus contables a tomar estas drogas, los estrujaron y los exprimieron para amasar su fortuna sin que la ley se diera cuenta — Apretaba los puños con fuerza —. Esta droga se localizó en varias compañías multinacionales donde el dinero se cuenta en miles de millones, cualquier fallo en una transacción o algún mal negocio puede acabar en la ruina total, y entre tanta presión muchos caen en ese abismo.

— ¿Estarán buscando otra manera de comercializarla? —Su mente se alarmaba con diferentes preguntas, pero no quería decirlas en voz alta. — Los adolescentes son presas fáciles, y ansían más que nada entrar en las mejores universidades. Llegar a ser los adultos que sus padres esperan que sean, o simplemente por qué necesitan escapar de este pueblo—pensaba en Vanesa—; es un pastel demasiado jugoso.

— Llevamos meses trabajando — Berto observó a Carlos—. Nuestros especialistas mostraron como posible mercado las instituciones de enseñanza, pero era uno de los muchos puntos señalados.

— ¿Sabes de algún otro Instituto en el que hubiera pasado algo por el estilo? — Freire se rascaba la barba con nerviosismo.

— Hasta la fecha no conocemos ningún otro — el peor de sus temores se había hecho realidad.

— Me parece un buen móvil por el asesinato — estaba recuperando una pieza del puzzle, una de esas que no puso en la pizarra. Susana también era responsable de esas pastillas, quizás quiso hacer algo estúpido.

— Tenemos que cortar esto antes de que se expanda — Carlos lo observó fríamente.

— Sé exactamente en qué estás pensando — Germán era el único que parecía estar perdido, observaba a los tres como si hablaran por telepatía, y él, que no habia nacido con ese don, quedó excluido de la conversación.

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