Cuarenta y uno.2

Niegan. Tengo mi teléfono, fuera de eso no traje más conmigo. Tal vez solo querían hablar.

―¿Nos estaban midiendo? ―Pavel se encoge de hombros―. Para ver qué tanta pelea damos.

No sé, las acciones de los acosadores carecen de sentido para mí.

Escuchamos que la puerta se abre y el hombre nos avisa que podemos pasar. Soy la primera en cruzar el umbral, Sebastián está sentado sobre la mesa, sin playera, puedo ver que la herida está vendada, no hay sangre visible. Me acerco a él y lo ayudo a ponerse la playera, ni siquiera me da las gracias.

―¿Y?

―Viviré ―se encoge de hombros como si no fuera la gran cosa―. De la cabeza también estoy bien.

Escucho un quejido y un crujido, volteo y veo a Dalia con las manos en la nariz, el doctor limpia con gasas la sangre de su barbilla y nariz.

―Sanará sin problemas ―Dalia le agradece al hombre en voz baja―. La cuchillada no fue profunda ―dice hacia mí, serio―. Unos centímetros más profundos y habría alcanzado alguna arteria, pero habría vivido. Lo que m
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