Cuarenta y cuatro

La realidad es que mi risa, si la dejo salir, sería histérica. La razón la desconozco. Observo a Giuli, se nota tan angustiada, tan ansiosa, como si hacer beso de tres fuera malo. Cada quien tiene derecho a vivir su sexualidad como mejor le plazca siempre y cuando no dañe a otros.

Tampoco soy partidaria de que Sebastián necesite tanto el sadomasoquismo porque ciertamente es un trastorno, pero vamos, tampoco lo voy a obligar a ir a terapia. Si alguien va a cambiar tiene que ser por iniciativa propia.

―Está bien ―pongo una mano sobre su hombro para reconfortarla―. Haz lo que te plazca, somos jóvenes y no debemos perdernos de nada.

―No entiendes ―se aleja de mí―. Él tuvo una novia, le hizo algo tan grave como para que ella quisiera irse de aquí. Jaco habla maravillas de él, pero sé que no es buena persona.

Si Giuli supiera que la chica estuvo a punto de matarse frente a nosotros, seguramente el asunto iría peor.

―No hay que juzgar si no se conoce la historia completa ―me encojo de hombro
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